El oficio de desafiar relámpagos
Retadores del miedo y el peligro, los linieros de las
brigadas granmenses de trabajo “en caliente”, confirman a diario su ganado
prestigio
Autor: Dilbert Reyes Los riesgos de la altura y la corriente dan a
estos hombres talla de gigantes. Foto: del autor
GRANMA.— Quizá porque reír es un buen modo de aliviar la
tensión, estos muchachos siempre llegan bromeando al pedazo de monte, donde una
torre empinada les indica que el trabajo del día está en la misma punta, a 15 o
30 metros del suelo, en medio de gruesos cables energizados que señalan una
zona de altísima tensión.
No hay un gramo de metáfora en este cuadro, escena cotidiana
de las brigadas “en caliente” de la Empresa Eléctrica de Granma; como les
llaman a las cuatro formaciones de linieros que en la provincia oriental se
dedican a reparar y mantener las vías principales de transmisión y distribución
de electricidad en el territorio, las de mayor voltaje.
La experiencia de un leve corrientazo en casa, a 110
voltios, da la idea del peligro que significa entonces trabajar sobre las
líneas de 33 000, 110 000 o 220 000 voltios que abastecen de corriente a toda
una provincia. Eso es precisamente lo que hacen estos hombres.
CONFESIONES Y CERTEZAS
“El tiempo y la práctica lo curan todo, hasta el miedo”,
afirma categórico Carlos Fernández Romagosa, sin apartar la vista de la
maniobra que ejecutan en lo alto sus operarios. Es el jefe de una de las tres
brigadas que trabajan con varas, sobre las líneas de más alta tensión.
“El temor siempre existe, pero no interfiere cuando hay
habilidad y cuidado. A pesar de los cables energizados, consideramos el trabajo
en caliente como el más seguro de todos. Es que sabes el peligro que corres,
que no puede haber un fallo. La mejor evidencia es que nunca hemos tenido un
accidente.
“En 20 años en la brigada, diez de ellos al frente, he
aprendido que la principal característica de un liniero en estas condiciones es
sentirse parte de un equipo que necesita, exige trabajar como un reloj”,
subraya Fernández Romagosa.
Llegan riendo a la zona de trabajo, puro monte alejado de
toda construcción. Solo el camión puede entrar, avanzando lentamente sobre los
troncos del marabú desbrozado. Siguen bromeando hasta alcanzar la torre enorme
en la línea principal de 110 kilovoltios (kV) que trae corriente a Granma desde
“la Renté”, en Santiago. Cambiarán los tres aislamientos de cristal por otros
de un material polímero, nuevos y más ligeros.
Terminan las bromas y empieza una rutina inviolable. Por
radio, el jefe pide permiso al despacho para iniciar la labor. La línea está
cargada y en los interruptores lejanos los operadores se declaran listos ante
un imprevisto.
Con el permiso otorgado, el jefe los reúne, puntualiza las
acciones, y sobre todo, les pide que se cuiden, mientras cada uno firma una
planilla de seguridad.
Hay una advertencia espeluznante en el chasquido que provoca
la vara contra el cable. La corriente habla, les dice que no se acerquen, pero
ellos no se inmutan, solo respetan la distancia, mientras las varas ahora son
sus manos: cortan, zafan, destornillan, colocan, aseguran…, impresiona la
habilidad tan lejos del suelo.
“Estas tienen 16 metros de altura, pero hay algunas más
elevadas. La otra distancia, inviolable, es la cercanía al cable, con un
poderoso campo magnético. En 33 kV lo mínimo posible son dos pies cuatro
pulgadas, y tres pies seis pulgadas para 110 kV. Hay que tener en cuenta hasta
la dirección del aire, porque un acercamiento excesivo puede generar un arco
eléctrico con una llama mortal”, detalla el joven liniero Yunior García Castro.
Pero la profesionalidad se impone y en poco más de una hora
los aislamientos están cambiados. Hasta tres y cuatro torres renuevan en una
jornada agotadora, porque el desgaste físico siempre suma las cargas de la
tensión.
EL TRIUNFO SILENCIOSO
Al final del día hay un saldo magnífico: todo se hizo sin
afectar el servicio, no hubo una fábrica parada, una escuela apagada, un
hospital socorrido por sus grupos electrógenos de emergencia.
“Si hubiéramos enfriado esta línea, casi toda la provincia
habría estado sin corriente, la economía paralizada, y eso nos hace sentir
importantes, nos da un orgullo tremendo, aunque nadie se entere”, cierra
García.
Los días recientes los han tenido ocupados a lo largo de esa
línea principal. Ya casi han renovado hasta cerca de los límites con Santiago.
Igual que ellos, especializados en varas, lo hacen dos brigadas más, en Bayamo
y en Manzanillo; mientras con guantes y plataformas hay otra formación de alta
destreza, avezada en el trabajo sobre redes de distribución, a 13 y 4 kV.
Fuera de Granma, otras tierras conocen del ejercicio de
estos hombres: Holguín, Camagüey, Santiago, e incluso más allá de Cuba ha
servido la experiencia de algunos de sus miembros.
Los precede el prestigio y el arrojo, la profesionalidad y
la eficiencia derivados de una maestría singular que solo alcanza el hombre
cuando hace de su trabajo una cuestión de honor, una razón de vida; porque
sentirse útil vale más que el peligro tremendo de andar, colgado de las nubes,
en desafío frontal a esa fuerza generosa y terrible, similar a un relámpago.
TOMADO DE LA GRANMA DE CUBA
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