miércoles, 14 de enero de 2015

DESAFIANDO LOS RAYOS


El oficio de desafiar relámpagos
Retadores del miedo y el peligro, los linieros de las  brigadas granmenses de trabajo “en caliente”, confirman a diario su ganado prestigio
Autor: Dilbert Reyes  Los riesgos de la altura y la corriente dan a estos hombres talla de gigantes. Foto: del autor
GRANMA.— Quizá porque reír es un buen modo de aliviar la tensión, estos muchachos siempre llegan bromeando al pedazo de monte, donde una torre empinada les indica que el trabajo del día está en la misma punta, a 15 o 30 metros del suelo, en medio de gruesos cables energizados que señalan una zona de altísima tensión.
No hay un gramo de metáfora en este cuadro, escena cotidiana de las brigadas “en caliente” de la Empresa Eléctrica de Granma; como les llaman a las cuatro formaciones de linieros que en la provincia oriental se dedican a reparar y mantener las vías principales de transmisión y distribución de electricidad en el territorio, las de mayor voltaje.
La experiencia de un leve corrientazo en casa, a 110 voltios, da la idea del peligro que significa entonces trabajar sobre las líneas de 33 000, 110 000 o 220 000 voltios que abastecen de corriente a toda una provincia. Eso es precisamente lo que hacen estos hombres.
CONFESIONES Y CERTEZAS
“El tiempo y la práctica lo curan todo, hasta el miedo”, afirma categórico Carlos Fernández Romagosa, sin apartar la vista de la maniobra que ejecutan en lo alto sus operarios. Es el jefe de una de las tres brigadas que trabajan con varas, sobre las líneas de más alta tensión.
“El temor siempre existe, pero no interfiere cuando hay habilidad y cuidado. A pesar de los cables energizados, consideramos el trabajo en caliente como el más seguro de todos. Es que sabes el peligro que corres, que no puede haber un fallo. La mejor evidencia es que nunca hemos tenido un accidente.
“En 20 años en la brigada, diez de ellos al frente, he aprendido que la principal característica de un liniero en estas condiciones es sentirse parte de un equipo que necesita, exige trabajar como un reloj”, subraya Fer­nández Romagosa.
Llegan riendo a la zona de trabajo, puro monte alejado de toda construcción. Solo el camión puede entrar, avanzando lentamente sobre los troncos del marabú desbrozado. Siguen bromeando hasta alcanzar la torre enorme en la línea principal de 110 kilovoltios (kV) que trae corriente a Granma desde “la Renté”, en Santiago. Cambiarán los tres aislamientos de cristal por otros de un material polímero, nuevos y más ligeros.
Terminan las bromas y empieza una rutina inviolable. Por radio, el jefe pide permiso al despacho para iniciar la labor. La línea está cargada y en los interruptores lejanos los operadores se declaran listos ante un imprevisto.
Con el permiso otorgado, el jefe los reúne, puntualiza las acciones, y sobre todo, les pide que se cuiden, mientras cada uno firma una planilla de seguridad.
Hay una advertencia espeluznante en el chasquido que provoca la vara contra el cable. La corriente habla, les dice que no se acerquen, pero ellos no se inmutan, solo respetan la distancia, mientras las varas ahora son sus manos: cortan, zafan, destornillan, colocan, aseguran…, impresiona la habilidad tan lejos del suelo.
“Estas tienen 16 metros de altura, pero hay algunas más elevadas. La otra distancia, inviolable, es la cercanía al cable, con un poderoso campo magnético. En 33 kV lo mínimo posible son dos pies cuatro pulgadas, y tres pies seis pulgadas para 110 kV. Hay que tener en cuenta hasta la dirección del aire, porque un acercamiento excesivo puede generar un arco eléctrico con una llama mortal”, detalla el joven liniero Yunior García Castro.
Pero la profesionalidad se impone y en poco más de una hora los aislamientos están cambiados. Hasta tres y cuatro torres renuevan en una jornada agotadora, porque el desgaste físico siempre suma las cargas de la tensión.
EL TRIUNFO SILENCIOSO
Al final del día hay un saldo magnífico: todo se hizo sin afectar el servicio, no hubo una fábrica parada, una escuela apagada, un hospital socorrido por sus grupos electrógenos de emergencia.
“Si hubiéramos enfriado esta línea, casi toda la provincia habría estado sin corriente, la economía paralizada, y eso nos hace sentir importantes, nos da un orgullo tremendo, aunque nadie se entere”, cierra García.
Los días recientes los han tenido ocupados a lo largo de esa línea principal. Ya casi han renovado hasta cerca de los límites con Santiago. Igual que ellos, especializados en varas, lo hacen dos brigadas más, en Bayamo y en Manzanillo; mientras con guantes y plataformas hay otra formación de alta destreza, avezada en el trabajo sobre redes de distribución, a 13 y 4 kV.
Fuera de Granma, otras tierras conocen del ejercicio de estos hombres: Holguín, Ca­magüey, Santiago, e incluso más allá de Cuba ha servido la experiencia de algunos de sus miembros.
Los precede el prestigio y el arrojo, la profesionalidad y la eficiencia derivados de una maestría singular que solo alcanza el hombre cuando hace de su trabajo una cuestión de honor, una razón de vida; porque sentirse útil vale más que el peligro tremendo de andar, colgado de las nubes, en desafío frontal a esa fuerza generosa y terrible, similar a un relámpago. TOMADO DE LA GRANMA DE CUBA 

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