COSTOS Y BENEFICIOS
DE APOSTAR A LOS RECURSOS NATURALES Por Guillermo Rozenwurcel - Ramiro Albrieu
Las ventajas comparativas de América latina y sus procesos
de desarrollo pueden no ser suficientes sin estrategias de política económica
de largo plazo.
En su análisis ya clásico del pensamiento latinoamericano
posterior a la crisis de 1929, Joseph Love sintetizó magistralmente el
derrotero de las políticas de desarrollo basadas en la industrialización
vigente hasta la década de 1970, así como su debilidad conceptual: la
industrialización -dijo- "fue un hecho antes que ser una política, y fue
una política antes que ser una teoría". En la actualidad, las mudanzas
internacionales y los avances tecnológicos y organizacionales parecen abrir una
oportunidad para un desarrollo con "plataforma" en los recursos
naturales: a la par que las economías de la región sesgaron su comercio
exterior a bienes asociados a sus ventajas comparativas, se aceleró el
crecimiento y mejoraron sensiblemente indicadores clave, como la pobreza. A lo
largo de la última década, incluso, dos países de la región -Chile y Uruguay-
se graduaron de la clase de países de ingresos medios y son ya parte del grupo
de altos ingresos, en tanto que otros cuatro -Brasil, Colombia, Ecuador y Perú-
ascendieron al grupo de los de ingresos medios altos. Pero ¿cuánto sabemos de
los costos y beneficios de seguir una estrategia de desarrollo económico basada
en los recursos naturales? La clave, por supuesto, está en la frase de Joseph
Love: la toma de decisiones necesita tener una visión de cómo funciona la
economía previamente a la implementación de las políticas. Allí puede aparecer
la diferencia crítica entre una bonanza que desaparece cuando lo hace el
"viento de cola" y otra que aprovecha la coyuntura crítica para
desarrollarse. Necesitamos una teoría antes de implementar las políticas:
quizás estemos a tiempo de invertir la secuencia. En este sentido, el Primer
Reporte Anual de Recursos Naturales y Desarrollo de la Red Sudamericana de
Economía Aplicada (Red Sur), presentado recientemente, sugiere que quizá sea el
momento de rediscutir algunos conceptos muy arraigados en nuestro pensamiento
-sobre la inserción internacional de la región, su estructura productiva y sus
procesos de desarrollo- que ya no describen adecuadamente cómo ocurren las
cosas. CONTEXTO FAVORABLE Comencemos por la dinámica de los términos
del intercambio, que miden la relación entre el precio (promedio) de lo que
exportamos y el de lo que importamos. Por ejemplo, si sólo exportáramos granos
e importáramos automóviles, ¿cuántas toneladas de granos deberíamos vender en
el exterior para importar un automóvil? El
pesimismo del economista Raúl Prebisch, secretario general de la Cepal entre
1950 y 1963, en los años 50 y 60, se basaba en la constatación de un comercio
internacional cada vez más desfavorable a los países especializados en recursos
naturales por causa de la tendencia decreciente de los términos del intercambio
de esos países. Es decir, siguiendo con nuestro ejemplo, por el hecho de que
con el paso del tiempo hacía falta exportar un volumen cada vez mayor de granos
para importar un automóvil. En otras
palabras, a medida que la economía global se expandía, los precios de las
manufacturas crecían más rápido que los precios de los bienes asociados a los
recursos naturales y, en consecuencia, la prosperidad mundial de posguerra (de
tal magnitud que Eric Hobsbawm la denominó la "edad de oro" del
capitalismo) era en realidad la de los países industrializados. Actualmente la
dinámica de crecimiento global pareciera distinguirse exactamente por lo
contrario: la tendencia a una mayor demanda que oferta en los mercados de
commodities y la tendencia contraria en los mercados industriales. Más allá de
la coyuntura actual, que redujo los precios reales de las materias primas, los
términos de intercambio -y el crecimiento de los volúmenes de
comercio-probablemente seguirán jugando en favor de la región. En cuanto a los
requerimientos tecnológicos, otro de los argumentos para la industrialización
del primer estructuralismo de los años 50 se basaba en el diferencial de
productividad entre las actividades industriales y aquellas asociadas a los
recursos naturales, así como a la idea de que las primeras concentraban las
posibilidades de cambio tecnológico. ¿Es válido pensar que existe ese
diferencial en la actualidad? Hoy parece haber dinamismo innovador en todos los
sectores productivos. En un mundo dominado por redes y cadenas globales de
valor, la clave está en el escalamiento tecnológico: pasar de tareas rutinarias
y manuales a otras cognitivas. Y ello ocurre en toda la estructura productiva:
desde la industria hasta los sectores que explotan recursos renovables y no
renovables e incluso los servicios.
En las últimas décadas, en particular, han emergido
innovaciones de gran alcance en los complejos productivos asociados a los
recursos naturales. Destaca el caso de la biotecnología aplicada al agro y la
creación de organismos genéticamente modificados, pero también han surgido
novedades tecnológicas de alta relevancia en minería y petróleo, como los
avances en formas no convencionales de explotación del petróleo y gas (shale);
más desarrollos incipientes de alto impacto, como la producción de vacunas u
otros bienes, a base de plantas por ejemplo. En paralelo, ha habido un proceso
de creciente diferenciación ("decommoditización") de las actividades
basadas en recursos naturales pari passu a la aparición de demandas y nichos de
mercado cada vez más segmentados (por ejemplo, alimentos orgánicos, productos
con certificaciones ambientales o de comercio justo), lo cual abre más espacio
a estrategias competitivas basadas en dinámicas innovadoras. ¿Quiere decir esto
que los países de la región pueden sin más descansar en las ventajas comparativas
para alcanzar el desarrollo? La respuesta es no: el camino al desarrollo es un
sendero con múltiples bifurcaciones que también pueden producir resultados para
nada deseables. Por eso es crucial promover un amplio debate sobre estas
cuestiones, que debe abarcar al mundo académico, los decisores de política, los
empresarios, los trabajadores y la ciudadanía en general. Sólo este debate
permitirá avanzar en una agenda comprehensiva de desarrollo que incorpore
criterios de sustentabilidad y equidad y tome en cuenta asimismo todos los
posibles costos del cambio estructural. Sin esta agenda, difícilmente la región
pueda aprovechar la coyuntura externa: el sesgo a los recursos naturales será
aprovechado por un puñado de ganadores, pero nuestros países no achicarán la
enorme brecha que hoy nos distancia de los avanzados. Vale la pena recordar lo
que Albert Hirschman, un gran economista alemán entusiasta defensor de la
industrialización en la década del 50, expresó con tono amargo a principios de
los 70: "Se esperaba que la industrialización cambiara el orden social y
todo lo que hizo fue producir manufacturas". Esperemos que no suceda algo
semejante con la revalorización actual de los recursos naturales como
promotores del desarrollo.
Andrés López también es autor de esta nota. Los tres
integran la Red Sur de Investigaciones Aplicadas tomado de envío de escenarios
alternativos
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