El grave problema de
la basura es cultural del paraguayo Nuestras ciudades están cada vez más
sucias, más contaminadas, más insalubres. Nuestros espacios públicos son
tomados por asalto por los que arrojan sus desechos, aprovechando que ninguna
autoridad los vigila y que no se aplica ninguna sanción a los trasgresores. La
mayor parte de la gente que diariamente se queja de la acumulación de basura
parece no darse cuenta de que la causante principal de esa situación es ella
misma. Ve la mugre de sus vecinos, pero no la que ella aporta. En otra
manifestación de la barbarie cultural, hay personas que se dedican a arrojar
las bolsas de basura a las banquinas de rutas o al borde de vías públicas, en
baldíos o en cualquier lugar oscuro, porque lo hacen al amparo de la noche. Por
supuesto, ningún organismo, autoridad ni vecinos afectado se siente en la
obligación de levantar la mugre de la que no es responsable. El desprecio por
la calidad ambiental y la seguridad sanitaria colectiva es un mal que tiene su
origen en la falta de educación. Es, pues, un problema cultural.
EDITORIAL DE ABC COLOR Nuestras ciudades están cada vez más
sucias, más contaminadas, más insalubres. Nuestros espacios públicos son
tomados por asalto por los que arrojan sus desechos, aprovechando que ninguna
autoridad los vigila y que no se aplica ninguna sanción a los trasgresores. La
mayor parte de la gente que diariamente se queja de la acumulación de basura
parece no darse cuenta de que la causante principal de esa situación es ella
misma. Ve la mugre de sus vecinos, pero no la que ella aporta. Lo cierto es que
la extraordinaria multiplicación de procedimientos para deshacerse de la basura
domiciliaria que se observa en Asunción y ciudades circunvecinas está
aproximando a esta gran área geográfica, la más densamente poblada de nuestro
país, a una catástrofe ambiental y sanitaria de la que nos costará mucho
esfuerzo, sufrimiento, tiempo y dinero recuperarnos. ¿Por qué la gente dispone sus sobras y restos en cualquier parte?
Basta que en una esquina alguien arroje unas cuantas bolsas de basura o
escombros para que, a las pocas horas, el resto del vecindario, en vez de hacer
algo por descubrir y denunciar al culpable e impedir que continúe haciéndolo,
se le sume aportando su propia basura. Así se forman lo que en este país (tal
vez el único que los tolera) se denominan “minivertederos”, núcleos de polución
y envenenamiento del cual pueden surgir enfermedades difíciles de detectar, de
esas que se manifiestan mucho tiempo después, tanto como las de efectos rápidos
y fáciles de contagiarse, como las que transmiten los mosquitos. Después de
formado un minivertedero, los propios vecinos que lo crearon comienzan a
expresar airadas protestas contra la Municipalidad –de hecho, es sumamente
deficiente–, acusándola de no venir a limpiar, como si este organismo tuviera
la obligación de corregir los vicios, defectos y actos irresponsables de grupos
de personas sin conciencia cívica ni sentido de la solidaridad. En otra
manifestación de barbarie cultural, hay personas que se dedican a arrojar las
bolsas de basura a las banquinas de rutas o al borde de vías públicas, en
baldíos y en cualquier lugar oscuro, porque lo hacen al amparo de la noche. Por
supuesto, ningún organismo, autoridad ni vecino afectado se siente en la
obligación de levantar la mugre de la que no es responsable. El desprecio por
la calidad ambiental y la seguridad sanitaria colectiva es un mal que tiene su
origen en la falta de educación. Es, pues, un problema cultural. La mayoría de
los habitantes del área metropolitana capitalina se muestra como una ciudadanía
desordenada, mugrienta e irresponsable. Le importa muy poco ensuciar el suelo
arrojando sus desechos donde acabe de consumir o usar algo, o contaminar el
aire prendiéndole fuego a lo que le esté molestando, o poluyendo los cursos de
agua derramando restos de productos químicos, de materia orgánica en
descomposición o de restos vegetales de podas y limpieza de jardines, patios,
depósitos, etc. Esta mayoría nunca podrá ser educada y corregida solamente con
exhortos y llamados de atención. Se requiere la intervención de una autoridad
pública con poder de policía efectivo, real, no meramente declarativo o
decorativo. Una autoridad con capacidad y determinación para hallar culpables y
aplicar sanciones ejemplares. Sabemos muy bien los paraguayos que el viejo
aforismo “la letra con sangre entra” todavía está plenamente vigente en nuestro
país, y que si no media un castigo no se corregirá nada. La formación de
vertederos clandestinos y minivertederos barriales debe ser evitada con todas
las herramientas tecnológicas de vigilancia de que se disponen actualmente, y
debe ser combatida con las más enérgicas sanciones que la normativa provee. No
es razonable ni justo que a las personas de conducta ineducada, irresponsable y
prepotente les sea tan fácil ignorar, incluso burlarse abiertamente de las
normas legales, de las de convivencia civilizada y de las de respeto por la
vida y la salud generales, haciendo lo que se les antoja con sus residuos y
desechos. Las municipalidades, en primer término, luego el Ministerio de Salud
Pública, las gobernaciones, la Policía Nacional y la Patrulla Caminera tienen
las competencias, la autoridad, las herramientas y los recursos humanos para
encarar de una manera sistemática y coordinada la lucha contra la contaminación
que está envenenando los centros más poblados del país. La disuasión y el
castigo son el modo inmediatamente eficaz para comenzar esta guerra; luego,
paralelamente, se deberá insistir en la educación cívica, porque esta vía es
lenta y muy parsimoniosa, de efectos y resultados muy demorados, completamente
insuficientes para la gran urgencia de solución que tiene este problema. El
país crece, la población crece, el desorden crece y la contaminación crece más
aún. Lo único que no aumenta es la educación cívica y la responsabilidad social
de las personas individuales. Todo el problema tiene una raíz cultural. Por
incultura se contamina y por incultura las autoridades se desentienden del
problema. Pero, para eso están las leyes y los organismos creados para
aplicarlas. No hay excusa para la inacción y la negligencia de nadie, salvo que
prefiramos nadar en la inmundicia. Como ahora. TOMADO DE ABC DE PARAGUAY
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