viernes, 6 de marzo de 2015

MALA DISPOSICIÓN DE BASURA EN PARAGUAY, PROBLEMA CULTURAL


 El grave problema de la basura es cultural del paraguayo Nuestras ciudades están cada vez más sucias, más contaminadas, más insalubres. Nuestros espacios públicos son tomados por asalto por los que arrojan sus desechos, aprovechando que ninguna autoridad los vigila y que no se aplica ninguna sanción a los trasgresores. La mayor parte de la gente que diariamente se queja de la acumulación de basura parece no darse cuenta de que la causante principal de esa situación es ella misma. Ve la mugre de sus vecinos, pero no la que ella aporta. En otra manifestación de la barbarie cultural, hay personas que se dedican a arrojar las bolsas de basura a las banquinas de rutas o al borde de vías públicas, en baldíos o en cualquier lugar oscuro, porque lo hacen al amparo de la noche. Por supuesto, ningún organismo, autoridad ni vecinos afectado se siente en la obligación de levantar la mugre de la que no es responsable. El desprecio por la calidad ambiental y la seguridad sanitaria colectiva es un mal que tiene su origen en la falta de educación. Es, pues, un problema cultural.
EDITORIAL DE ABC COLOR Nuestras ciudades están cada vez más sucias, más contaminadas, más insalubres. Nuestros espacios públicos son tomados por asalto por los que arrojan sus desechos, aprovechando que ninguna autoridad los vigila y que no se aplica ninguna sanción a los trasgresores. La mayor parte de la gente que diariamente se queja de la acumulación de basura parece no darse cuenta de que la causante principal de esa situación es ella misma. Ve la mugre de sus vecinos, pero no la que ella aporta. Lo cierto es que la extraordinaria multiplicación de procedimientos para deshacerse de la basura domiciliaria que se observa en Asunción y ciudades circunvecinas está aproximando a esta gran área geográfica, la más densamente poblada de nuestro país, a una catástrofe ambiental y sanitaria de la que nos costará mucho esfuerzo, sufrimiento, tiempo y dinero recuperarnos. ¿Por qué la gente dispone sus sobras y restos en cualquier parte? Basta que en una esquina alguien arroje unas cuantas bolsas de basura o escombros para que, a las pocas horas, el resto del vecindario, en vez de hacer algo por descubrir y denunciar al culpable e impedir que continúe haciéndolo, se le sume aportando su propia basura. Así se forman lo que en este país (tal vez el único que los tolera) se denominan “minivertederos”, núcleos de polución y envenenamiento del cual pueden surgir enfermedades difíciles de detectar, de esas que se manifiestan mucho tiempo después, tanto como las de efectos rápidos y fáciles de contagiarse, como las que transmiten los mosquitos. Después de formado un minivertedero, los propios vecinos que lo crearon comienzan a expresar airadas protestas contra la Municipalidad –de hecho, es sumamente deficiente–, acusándola de no venir a limpiar, como si este organismo tuviera la obligación de corregir los vicios, defectos y actos irresponsables de grupos de personas sin conciencia cívica ni sentido de la solidaridad. En otra manifestación de barbarie cultural, hay personas que se dedican a arrojar las bolsas de basura a las banquinas de rutas o al borde de vías públicas, en baldíos y en cualquier lugar oscuro, porque lo hacen al amparo de la noche. Por supuesto, ningún organismo, autoridad ni vecino afectado se siente en la obligación de levantar la mugre de la que no es responsable. El desprecio por la calidad ambiental y la seguridad sanitaria colectiva es un mal que tiene su origen en la falta de educación. Es, pues, un problema cultural. La mayoría de los habitantes del área metropolitana capitalina se muestra como una ciudadanía desordenada, mugrienta e irresponsable. Le importa muy poco ensuciar el suelo arrojando sus desechos donde acabe de consumir o usar algo, o contaminar el aire prendiéndole fuego a lo que le esté molestando, o poluyendo los cursos de agua derramando restos de productos químicos, de materia orgánica en descomposición o de restos vegetales de podas y limpieza de jardines, patios, depósitos, etc. Esta mayoría nunca podrá ser educada y corregida solamente con exhortos y llamados de atención. Se requiere la intervención de una autoridad pública con poder de policía efectivo, real, no meramente declarativo o decorativo. Una autoridad con capacidad y determinación para hallar culpables y aplicar sanciones ejemplares. Sabemos muy bien los paraguayos que el viejo aforismo “la letra con sangre entra” todavía está plenamente vigente en nuestro país, y que si no media un castigo no se corregirá nada. La formación de vertederos clandestinos y minivertederos barriales debe ser evitada con todas las herramientas tecnológicas de vigilancia de que se disponen actualmente, y debe ser combatida con las más enérgicas sanciones que la normativa provee. No es razonable ni justo que a las personas de conducta ineducada, irresponsable y prepotente les sea tan fácil ignorar, incluso burlarse abiertamente de las normas legales, de las de convivencia civilizada y de las de respeto por la vida y la salud generales, haciendo lo que se les antoja con sus residuos y desechos. Las municipalidades, en primer término, luego el Ministerio de Salud Pública, las gobernaciones, la Policía Nacional y la Patrulla Caminera tienen las competencias, la autoridad, las herramientas y los recursos humanos para encarar de una manera sistemática y coordinada la lucha contra la contaminación que está envenenando los centros más poblados del país. La disuasión y el castigo son el modo inmediatamente eficaz para comenzar esta guerra; luego, paralelamente, se deberá insistir en la educación cívica, porque esta vía es lenta y muy parsimoniosa, de efectos y resultados muy demorados, completamente insuficientes para la gran urgencia de solución que tiene este problema. El país crece, la población crece, el desorden crece y la contaminación crece más aún. Lo único que no aumenta es la educación cívica y la responsabilidad social de las personas individuales. Todo el problema tiene una raíz cultural. Por incultura se contamina y por incultura las autoridades se desentienden del problema. Pero, para eso están las leyes y los organismos creados para aplicarlas. No hay excusa para la inacción y la negligencia de nadie, salvo que prefiramos nadar en la inmundicia. Como ahora. TOMADO DE ABC DE PARAGUAY 

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