Viaje en el tiempo a
territorio de dinosaurios -La Rioja Dos lugares extremadamente áridos de la provincia
andina conforman un paquete ideal para aficionados a la paleontología y la
prehistoria de todas las edades SAURIOS EN EL CAÑADÓN Unos
230 kilómetros y 250 millones de años, según la fórmula consagrada, separan La
Rioja capital del Parque Nacional Talampaya. Caminar entre los famosos
paredones de piedra rojiza pulida por ríos extinguidos en tiempos geológicos es
como dar una vuelta por el Triásico, antes aún de los dinosaurios: ni siquiera
se habían levantado los Andes. Las placas no habían chocado y las lluvias caían
en abundancia sobre bosques y lagos. Un oxímoron de la historia: hoy Talampaya
está entre los rincones más áridos no sólo del país, sino del continente. Los
guías que acompañan obligatoriamente las visitas al cañadón no siempre logran
dar una verdadera imagen de aquella era: el tiempo transcurrido es tanto que
resulta difícil plasmarlo en imágenes o comparaciones concretas. Además, el
único testigo que ha sobrevivido hasta hoy tampoco será de mucha ayuda: se
trata del ginkgo biloba, una esencia que se formó en el Triásico -40 millones
de años antes de los primeros dinosaurios- y ha perdurado en las montañas del
Lejano Oriente. No hay que buscar este venerable ancestro en el Parque
Talampaya: no resistiría a las condiciones extremas -durante buena parte del
año las temperaturas coquetean con los 45°C o más- y es mejor programar las
visitas lo más temprano posible o al atardecer, cuando el sol ya está bajando. El
paseo por el Parque Nacional comienza en el Centro de Interpretación, donde se
concentra el área administrativa, junto a una serie de sitios cubiertos para
acampar (para protegerse del sol más que de la lluvia): desde este punto salen
las visitas guiadas en pequeños buses hasta la entrada del cañadón. Para
aprovechar el tiempo mientras se espera el comienzo de la excursión, se puede
seguir el Sendero del Triásico, un miniparque de réplicas frente al Centro de
Interpretación. Es un paseo autoguiado que presenta, a lo largo de unos 250
metros y en orden cronológico, algunos de los bichitos que vivieron en la
región de Talampaya, en el tamaño que se estima que tenían a partir de los
fósiles encontrados. Las réplicas fueron realizadas por un grupo de artistas y
paleontólogos que se encuentran en el otro Parque Triásico de la provincia,
cerca de la capital. Aquella era geológica duró unos 50 millones de años,
suficiente para permitir una verdadera evolución de la vida. Hay un bestiario
compuesto por anfibios, cinodontes (los abuelos más que lejanos de los
mamíferos más primitivos) y arcosaurios (que conocemos muy bien gracias a
algunos de sus descendientes: los yacarés y cocodrilos actuales, pero también
las aves), así como otras especies que fascinan a los chicos a lo largo del
Sendero del Triásico. LA GEOLOGÍA AL
AIRE LIBRE Foto: LA NACION
Por Pierre Dumas Foto: LA NACION Sólo falta que ruja... o que
gruña, bufe o brame. Lo que fuera que hicieran estos colosos durante sus
andanzas por las selvas de helechos gigantes millones de años atrás.
Silencioso, mira fijo a los visitantes mostrando los dientes mientras la cabeza
asoma entre las ramas de un espinillo que se calcina bajo un sol digno del fin
del mundo. No es una escena de la película Jurassic Park, sino un encuentro
cercano habitual en La Rioja, en el Parque Nacional Talampaya o en el Valle de
los Dinosaurios, las dos máquinas del tiempo que existen en esta provincia de caudillos
y olivares. Y no hay ningún cartel que diga Bienvenidos a Riojassic Park,
porque alcanza con estas réplicas de los desmesurados habitantes de la
prehistoria para sumergirse de golpe en un escenario con millones de años a sus
espaldas.
La visita a Talampaya comienza en el lugar más emblemático:
el cañadón, excavado por un río tan antiguo que ya no existe; sólo dejó sus
huellas en la roca rojiza. Para el guía, y para sus oyentes, es como una clase
de geología a cielo abierto: las formas mismas de las rocas permiten entender
cómo se formó este terreno con sedimentos acumulados durante miles de millones
de años, hasta que se levantó durante la formación de los Andes y volvió a
erosionarse cuando la región se tornó árida. El trabajo del agua y el viento
hicieron el resto. Fotográficamente, el resultado es espectacular. En el fondo
del cañadón, corre un poco de agua, y algunos manchones verdes de vegetación
atraen a grupos de guanacos. A la sombra de los algarrobos, hay ñandúes y hasta
algunas maras. El arca de Noé de la Patagonia está casi completa. Durante el
paseo se baja en cuatro ocasiones para caminar sobre pasarelas de madera,
acercarse a las paredes de roca pulidas por el agua o subir a algún punto
panorámico, como aquellos donde se puede ver el Tótem o el Monje, dos de las
formaciones más reconocibles del parque: las torres de rocas más duras, que
resistieron mejor a la erosión. A lo largo de la visita, los guías aportan más
y más datos: sobre los primeros habitantes de la región, que dejaron como
testimonio petroglifos rudimentarios; sobre la superficie total del parque y su
vecindad con Ischigualasto en la vecina de San Juan; sobre los algarrobos que
resisten el clima al pie del cañadón y sirven de comedor a bandadas de loros, y
sobre los fósiles que regularmente se encuentren en toda la zona. UN VALLE PREHISTÓRICO Hay que volver a
La Rioja capital y seguir la ruta 75, que bordea la Costa Riojana, para
descubrir el otro nido de dinosaurios provincial. Apenas cruzadas las montañas
que dominan la ciudad por el Oeste, y saliendo de un pequeño túnel, se llega a
Sanagasta, la primera localidad de esta costa que no bordea ningún mar, sino
otro
cordón de montaña, la Sierra de Velazco. Este parque está escondido entre
los relieves de la región. Aquí María de los Ángeles Meza -lentes negros, gorro
sobre la cabeza y botella de agua en mano- espera a los visitantes para
acompañarlos a lo largo de un sendero que baja hacia un barranco, donde fueron
ubicadas de la manera más realista posible una decena de réplicas. "En
este mismo valle se encontraron muchos nidos fosilizados, con sus huevos. Fue
un hallazgo bastante reciente: el tema surgió cuando algunos paleontólogos y
geólogos descubrieron una gran mancha de rocas blancas o blanquecinas en
imágenes satelitales de Google Maps, que los guiaron hasta este descubrimiento.
No se pueden visitar los nidos ni decimos con precisión dónde están, justamente
para preservarlos", explica María de los Ángeles, que es museóloga y llegó
junto con su marido, Sebastián Pérez Parry, desde Trelew, donde ambos se
formaron como técnicos paleontólogos para fabricar réplicas de dinosaurios a escala
1:1. Una precaución antes de seguirla por el sendero: equiparse con una botella
de agua bien fresca en el bar del centro interpretativo, porque en el fondo del
barranco arden los rayos del sol. Mientras tanto, nuestra guía precisa:
"Aquí estamos sobre terrenos del Cretácico, de hace 90 millones de años,
que fueron erosionados y permitieron que los huevos salgan a la superficie
luego de millones y millones de años en terrenos sedimentarios. El paisaje
cambió mucho desde entonces, luego de la formación de los Andes, pero los
dinosaurios que hemos construido son los que vivían en esta región". Masticando
plácidamente algunas hojas, vigilando el valle desde lo alto de un barranco, en
busca de una presa o listos para atacar, los gigantes de fibra de vidrio
exhiben un impresionante realismo: "Trabajamos con paleontólogos a partir
de los fósiles encontrados en este lugar, así que pudimos recrear cada especie
de la manera más fiel posible para la ciencia actual. Lo único que los
científicos dejaron a criterio nuestro son los colores, aunque nos dieron
indicaciones sobre cómo suponen que eran a partir de los animales que
evolucionaron desde ellos, en particular los pájaros". En otras palabras,
estos mastodontes tienen el color del plumaje de los inocentes pájaros que hoy
vuelan por el lugar buscando un poco de sombra. En cuanto a los huevos, no se
pueden ver allí ni en el valle, pero sí sus réplicas en los negocios de la zona
o en el taller de María de los Ángeles y su esposo, situado en el centro interpretativo. Allí, además de las visitas y las réplicas, moldean huesos, fósiles y huevos a pequeña escala para vender como suvenires. ¿Por qué los dinosaurios venían a poner sus huevos en este lugar? María de los Ángeles concluye: "Pensamos que era una zona de mucha actividad volcánica, por las rocas que encontramos. Los huevos eran muy gruesos y necesitaban una fuente de calor importante para que los pequeños dinosaurios nacieran. Los padres los dejaban y el hidrotermalismo empollaba, por decirlo así, para ellos. Los huevos encontrados eran además todos de la misma familia. Son huevos de Titanosauridae, parecidos al Argentinosaurus que se encontró en Neuquén". La ruta de los dinosaurios, lejos de terminar aquí, se prolonga por el resto del país y alcanza a San Juan, Neuquén, San Luis, Chubut y muchos otros destinos paleontológicos argentinos.
DATOS ÚTILES Talampaya.
La entrada cuesta $ 35 para residentes en la Argentina y $ 25 para residentes
en la provincia. La excursión con guía en las combis de la empresa
concesionaria del parque, Rolling Travel, cuesta $ 275 por persona y dura un
poco más de dos horas. Hay descuentos para familias. Las excursiones salen cada
hora hasta media hora antes del cierre del parque. El parque se visita de 8.30
a 17.30 en invierno y de 8 a 18 el resto del año. Se accede por la ruta
nacional 150, kilómetro 144. Sanagasta.
La entrada general cuesta $ 20. El parque abre, de 10 a 18, todos los días. La
visita acompañada por un guía dura unos 90 minutos y cuesta $ 35 por persona.
Se llega por la RN 75 y la entrada está en el kilómetro
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