Entrevista a la
Hermana Mirina Ibarra Ganoza, Religiosa de las Hermanas de Jesús Buen Pastor.
Por María Rosa Lorbes
y Diana Tantaleán- Diario La República.
A orillas del río, contemplando el mar o la puesta del
sol…Las imágenes que la comunidad del Santa guarda del Padre Sandro nos
muestran a un amante de la naturaleza. “Nos llevaba a admirar y a contemplar la
creación. Íbamos al campo, a la playa, al río, a la chacra, al cerro, etc. Le
gustaba el deporte, pintar, bailar, caminar, trotar, etc. Era un hombre
multifacético de Dios”.
Usted conoció al Padre Sandro desde pequeña, y ya joven se
convirtió en parte de su grupo pastoral. Cuéntenos de él.
El Padre Sandro llegó a Santa de Italia en 1980; lo recuerdo
como una persona de pocas palabras, pero muy sencillo y cercano a los niños y a
los más pobres. Recuerdo también que, antes de empezar la Eucaristía, siempre
estaba arrodillado delante del Santísimo. Eso no lo entendíamos al inicio; pero
verlo así con frecuencia, en oración, fue un gran testimonio para nosotros.
Desde que llegó a El Santa empezó a formar a la gente y
buscar agentes pastorales, laicos, religiosas; no le gustaba trabajar solo,
trabajaba con otros. Él promovió la catequesis familiar y la preparación a los
sacramentos, pero también se preocupaba de que la persona pudiera vivir
dignamente; le preocupaban las necesidades humanas, materiales y sociales que
tenían los caseríos que iba recorriendo. Por ejemplo, creó un Centro de
Promoción de la Mujer para que muchas mujeres pobres pudieran formarse y
vivieran mejor; también vio que en el Valle del Santa hacía falta un Centro
Comunitario donde la gente pudiera reunirse. Si hacía falta un canal de
regadío, él se preocupaba y organizaba a la gente. Organizó cursillos de
alfabetización, corte y confección, bordado, enfermería, primeros auxilios,
higiene y salud. Puso en marcha el Botiquín Parroquial. También fundó el Centro
de Educación Ocupacional "Virgen del Carmen" e hizo varias casas
parroquiales y centros comunales.
Hacía posible que los pobladores vivieran mejor, que
tuvieran herramientas para desempeñar su tarea. Ayudaba mucho a las familias
más necesitadas, pero haciendo que ellos mismos se ayudaran, se hicieran
partícipes.
Él había sido amenazado por Sendero Luminoso...
Desde antes que asesinaran a los padres de Pariacoto, él
había recibido ya amenazas de Sendero. Pero, después del asesinato de los
padres, en Santa comenzaron a aparecer letreros en las paredes: “Yanqui, el
Perú será tu tumba”. Cuando lo leyó, dijo: “Es para mí”.
El sabía, sentía, que su vida corría peligro. Incluso desde
el Obispado le aconsejaron que se ausentara un tiempo. Es más, él había dicho a
algunos de sus colaboradores que el día lunes (él fue asesinado el domingo 25
de agosto) iba a viajar a Lima unos meses para que las cosas se calmen.
Yo creo que la causa de su muerte fue porque era una persona
que promovía a la gente. Él inculcaba el Evangelio concreto. Hacía que la gente
no se quedara adormecida, los ayudaba a colaborar para mejorar, y sabemos que
la ideología terrorista no permitía eso; cuanto menos promovida estuviera la
gente, ellos podrían hacer mejor su revolución, como querían.
¿Cómo fue su asesinato?
Ese día fue a la comunidad de Vinzos acompañado por dos
agentes pastorales. Después de celebrar la misa y los bautismos, ya estaban de
regreso a Santa, y más o menos a mitad del camino les pusieron unas piedras que
cerraban el paso y en ese momento se acercaron dos senderistas que hicieron
bajar a los jóvenes que lo acompañaban y los pusieron a un costado. Luego
obligaron al Padre a bajar de su automóvil y, aunque él les suplicó que no lo
hicieran, le dispararon sin decirle nada. Dos disparos a bocajarro terminaron
con la vida del P. Sandro, cuyo cuerpo quedó tendido frente a su camioneta.
El Padre Jarek Wysoczanski fue compañero y amigo de los
mártires en Pariacoto. Llegaron juntos al Perú. Hace dos meses él nos visitó
con motivo de la próxima beatificación y compartió recuerdos de sus vivencias
con ellos y de cómo se “salvó” de morir aquel 9 de agosto.
¿Cuándo llegó al Perú por primera vez?
Llegué el 2 diciembre de 1988, junto con Zbigniew, a él lo
conocí desde el noviciado, y a Miguel desde la secundaria, estudiamos juntos.
Yo era el más joven de los tres.
¿Dónde se encontraba cuando Miguel y Zbigniew fueron
asesinados?
Estaba en Polonia. Al inicio estaba previsto que yo, como
superior de la misión, saldría de vacaciones después, pero mi hermana me pidió
bendecir su matrimonio y por eso viajé primero. Dos semanas antes de mi regreso
a Perú, ellos fueron asesinados.
¿Cómo fue su regreso al Perú luego del asesinato?
Al llegar al aeropuerto alguien me dijo “Aquí estamos en
plena guerra, ¿para qué has venido?”. La Diócesis de Chimbote estaba en la mira
de Sendero Luminoso, que había amenazado de muerte a Bambarén y a varios
sacerdotes.
Llegando a Pariacoto recuerdo que la Iglesia se llenó. Yo
conocía Pariacoto de fiesta, de mucha colaboración, de encuentros; pero esta
vez estaba gris, llena de lágrimas y abrazos, con un dolor que partía el
corazón. Fue muy importante escuchar de la gente los primeros relatos y
reacciones después del martirio.
¿Qué pasó el 9 de agosto en Pariacoto?
El 9 de agosto los terroristas llegan a Pariacoto antes de
mediodía y se concentran en dos casas, querían transmitir un mensaje muy claro:
“La vida de los Padres está en peligro” y la población advierte a Zbigniew,
quien responde: “No tenemos nada que ocultar, si vienen daremos el testimonio
de la verdad”.
Antes de la misa la gente pregunta: “¿Celebramos la misa?”:
Zbigniew contesta: “¿Por qué no vamos a celebrar?”. Dicen que por la puerta
pasaban los terroristas encapuchados, pero continuaron rezando. Durante la
homilía Zbigniew habla sobre la fidelidad, esa fue la idea central de su última
homilía.
Al terminar la Eucaristía, como era viernes y esos días
siempre teníamos reunión con las Hermanas y el grupo de misioneros de la
parroquia, los Padres tomaron la decisión de continuar con el programa normal.
En ese momento los terroristas acorralan la cuadra, tocan la
puerta, entran y encuentran a Zbigniew; con él se produce el primer diálogo.
Está presente la Hermana Bertha Hernández, Esclava del Sagrado Corazón, y
muchos jóvenes colaboradores. Los senderistas piden que se presenten todos los
miembros de la Misión, pero Zbigniew defiende a los jóvenes pidiendo a los
senderistas que hablen con los sacerdotes y dejen a los otros.
Llevan a la fuerza a los Padres y en una de las camionetas
se mete la Hermana Bertha, ella está presente en este último “diálogo-juicio”
que se produce ahí. Los terroristas nos acusaron de engañar al pueblo, porque
distribuyendo alimentos adormecemos a la gente y por eso la población no tiene
el coraje de hacer la revolución; dicen que la religión es el opio del pueblo y
predicar la paz es un modo de apaciguar, que el único método válido de trabajo
es el de la lucha maoísta. Después expulsan a la Hermana de la camioneta.
Cuando llegan al puente, uno de los senderistas sale y echa gasolina para
quemarlo. Luego al llegar cerca del lugar donde existía la antigua Iglesia,
ahí, en el camino, matan a los dos padres; tenían las manos atadas por detrás.
Por el camino matan al alcalde Domingo Palacios. Dejan las camionetas, las
queman, y escapan.
Más tarde un grupo de los jóvenes se dirige a Pueblo Viejo
para encontrar a los padres; es de noche, y ellos son los primeros que
encuentran los cadáveres.
Esta noche de dolor nos recuerda la última noche de Jesús.
Hay muchos elementos que se repiten: la Eucaristía, la última cena; entre los
muy cercanos hay traidores, personas que informaban a Sendero sobre nuestros
movimientos; los Hermanos hablan en la Eucaristía sobre la fidelidad, sobre
cómo cumplir la voluntad de Dios. Y en el momento de la captura dicen: “Si me
buscan a mí dejen marchar a estos”, y así se salvan los jóvenes. Después se
produce el juicio y Zbigniew, que sabía tanto, estaba en silencio, como Jesús
durante su juicio. Miguel dice: “Si nos hemos equivocado, dígannos dónde nos
hemos equivocado”. Miguel da algunas respuestas y hace preguntas, así como
Jesús. Después fueron llevados a una montaña, la montaña Gólgota de Pariacoto,
una de las más altas, donde está el cementerio, y ahí se produce la ejecución;
fueron atados como Jesús y luego sus asesinos escapan a toda prisa, como a toda
prisa matan a Jesús antes del sábado.
También está el coraje de los campesinos, el encontrar los
cuerpos, y el funeral “oficial” con la presencia de sacerdotes, del obispo de
Huaraz y monseñor Bambarén. Los campesinos se quedaron a orar durante toda la
noche, cantando en quechua sobre la pasión de Cristo; por la mañana hicieron
una ceremonia especial, gritando, cuando vieron los primeros rayos del sol:
“Padre Miguel, entra al cielo; padre Zbigniew, entra al cielo”, viviendo esta
dimensión de resurrección, de vida.
¿Cuál cree que es la lección espiritual que nos dejaron
estos mártires?
La primera lección la sintetizaría en la palabra
“acompañar”. Zbigniew y Miguel nos dan una lección de cómo acompañar al pueblo,
a los niños y a los jóvenes, a los campesinos. Estar al lado de la pobreza y de
tantas dificultades. Hicieron un gran esfuerzo en dejar los esquemas mentales
de sus países de origen. Este acompañamiento no es de agentes sociales o
profesores, es acompañamiento desde la fe, desde Jesús.
La segunda lección es el “diálogo”. El diálogo nos ayuda a
mantener y cambiar las ideas y crecer en este nivel de fe. La realidad siempre
cambia, y yo necesito estar siempre en diálogo, en discernimiento, para saber
qué es lo que Dios quiere en cada situación, tanto a nivel personal, como de
los grupos e instituciones, etc. Por eso, es importante el diálogo para ponerse
de acuerdo, para sacar algunas conclusiones en común, esto nos hace crecer.
Desde la fe, el acompañamiento y el diálogo nace una actitud
en nosotros: Así yo puedo identificar, tocar y moldear mi vida, mis valores
humanos y cristianos, para ponerme al servicio de los demás.
Proclamaron la Buena Noticia del Reino
Por Gastón Garatea SSCC- Diario La República.
Desde hace muchísimos años, en países como el nuestro, se
celebra en forma muy explícita la Semana Santa con una profunda seriedad,
tratando de medir nuestras vidas con la de Jesús. Miramos a Jesús y nos miramos
nosotros y se nos mueve a penitencia. Es que, frente a lo que Jesús hizo por
nosotros, no somos nada. Casi nos da vergüenza mirar a Jesús, especialmente en
su experiencia de entrega por nosotros.
Pero este año tiene algo especial para el Perú, pues se va a
beatificar a dos sacerdotes franciscanos conventuales polacos que murieron en
Pariacoto (Áncash) y a un sacerdote del clero secular italiano que murió en
Santa (Áncash). Los tres fueron asesinados por Sendero Luminoso durante lo que
llamamos el tiempo del terrorismo.
A ellos les pasó lo mismo que a Jesús: proclamaron la Buena
Noticia del Reino con su palabra, pero sobre todo con su vida, y los
encontraron peligrosos para el proyecto de Sendero y los liquidaron. No se
soportó que alentaran a los campesinos en su lucha por la vida y los
asesinaron.
Es cierto que durante el tiempo de la violencia hubo muertes
espantosas, pero no todas tenían el mismo contexto. Estos tres sacerdotes
sabían del peligro en que vivían y optaron por dejar su tierra natal para venir
al Perú, lo dejaron todo por esos pobladores de nuestra tierra que vivían
tiempos espantosos y necesitaban del cariño y de la preocupación de sus
hermanos. Querían hacer presente a Jesús en medio del dolor y el espanto que
produjo el terrorismo en sus tierras ancashinas.
Sabían a lo que se exponían y optaron por quedarse en su
lugar acompañando a su pueblo. El pueblo
fue testigo de la muerte de esos hermanos buenos que se habían instalado entre
ellos y experimentó el dolor de una muerte injusta. Los han llorado con la
sencillez de los pobres, que hacen esos gestos con la discreción de quien sólo
tiene derecho a sufrir sin esperar otra cosa que el despojo, sin que se respete
su dolor.
Semana Santa vivida en forma dura y dolorosa en Pariacoto y
Santa, en San Salvador y en varios lugares de nuestro pueblo pobre. Esa es la
presencia de un Jesús que vive entre nosotros y que sigue queriendo a su pueblo
humilde con quien tiene unas relaciones privilegiadas.
Los testigos de Jesús son estos mártires que han derramado
su sangre entre los pequeños y humildes de nuestro Perú. Es un tesoro que los
pobladores guardan como un regalo muy valioso, el cariño de esos sacerdotes y
de Jesús que vive entre ellos.
A veces nos resulta más fácil hablar del Jesús que murió en
Jerusalén, que hablar de ese Cristo, también sencillo y frágil que ha muerto en
nuestra tierra. Que la Semana Santa nos ayude agradecer a Dios por haberse
acercado a través de esos hermanos a la realidad de los pobres del Perú.
ENVIADO POR RED FOROBA
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