La corrupción impide el crecimiento económico La marea de la
corrupción que públicamente se continúa haciendo sentir en todos los órdenes de
la vida nacional debe ser contenida, so pena de malograrse el crecimiento
económico que el gobierno del presidente Horacio Cartes ha prometido al pueblo
paraguayo. El Paraguay no tiene recursos suficientes para desarrollar su
economía. Para ello, le es indispensable atraer capital privado foráneo. Pero
este es un animal asustadizo y va adonde se encuentra seguridad. El Paraguay no
es todavía para los inversionistas un país seguro, de oportunidad para
invertir. ¿Por qué? Sencillo: porque continúa siendo catalogado como uno de los
más corruptos de la región y del mundo. Para salir de la pobreza, el Paraguay
necesita de una inyección de capital. Pero por más optimista que sea la retórica
del Gobierno, ese capital no va a venir en tanto subsistan la corrupción y la
inseguridad. Esto es, mientras el Gobierno no se decida de una vez por todas a
frenar la asociación de narcopolíticos, funcionarios públicos y empresarios
mafiosos dedicados desde siempre a desviar fondos públicos para sus fines. EDITORIAL
DE ABC COLOR La marea de la corrupción que públicamente se continúa haciendo
sentir en todos los órdenes de la vida nacional debe ser contenida, so pena de
malograrse el crecimiento económico que el gobierno del presidente Horacio
Cartes ha prometido al pueblo paraguayo. El Congreso nacional ha avalado el
endeudamiento del país, comprometiendo así la suerte de las presentes y futuras
generaciones, con la esperanza de que, bien empleado, el dinero prestado
servirá de contrapartida para la inversión extranjera que, mediante la alianza
público-privada prometida por el Gobierno, se concrete exitosamente. El
Paraguay no tiene recursos suficientes para desarrollar su economía. Para ello,
le es indispensable atraer capital privado foráneo. Pero este es un animal
espantadizo, metafóricamente hablando. Va adonde encuentra seguridad. El
Paraguay no es todavía para ellos un país seguro, de oportunidad para invertir.
¿Por qué? Sencillo: porque hasta ahora continúa siendo catalogado como uno de
los más corruptos de la región y del mundo. Ciertamente, el Gobierno ha lanzado
el Plan Nacional de Desarrollo Paraguay 2030, en el que se fijan los
lineamientos generales que sirven como marco de referencia para apoyar la
recuperación económica del país, con proyección más allá de este período de
gobierno, pero hasta ahora el mismo no pasa de ser letra muerta; a lo sumo,
mera voluntad política del Presidente de la República. En el ámbito económico
nacional no hay resultados tangibles. Eso, porque el presidente Cartes, en vez
de poner en práctica el buen gobierno con inclusión política para erradicar la
corrupción y la inseguridad, ha optado por un populismo sectario que le impide
“cortar la mano a los ladrones” del Estado, como había prometido. Peor aún,
últimamente se ha lanzado a una aventura política exaltada, comprometiendo a su
gobierno en rencillas internas del Partido Colorado, en vez de guardar discreta
prescindencia en el enredo en que están trenzados sus correligionarios. El buen
gobierno es fundamental para construir integridad institucional y mantener al
Paraguay en la senda democrática. En realidad, la corrupción imperante en el
país no se debe a la carencia de instituciones en el ordenamiento
constitucional de la República. Se trata más bien de falta de liderazgo, de
honestidad y de visión de los gobernantes que se han sucedido desde el fin de
la dictadura. El pueblo paraguayo esperaba que el presidente Horacio Cartes
implementara su eslogan del “nuevo rumbo” con un Gobierno de genuina unidad
nacional, capaz de concretar reformas estructurales que pusieran fin a décadas
de gobernantes corruptos y agitaciones políticas, económicas y sociales que han
desviado al país lejos de sus metas de desarrollo. Lamentablemente, el Primer
Mandatario no ha seguido los recientes pasos de las presidentas de Chile y
Brasil, Michel Bachelet y Dilma Rousseff, quienes han tenido el coraje político
de hacer un mea culpa por los escándalos de corrupción que han sacudido la
estabilidad política de sus gobiernos, y enmendado sus descuidos de gestión
gubernamental con paquetes de drásticas medidas anticorrupción a fin de impedir
su recurrencia en el futuro. En vez de eso, el Presidente paraguayo ha optado
por la indiferencia complaciente y de falla para adoptar las necesarias y
difíciles reformas atinentes a la construcción de un Estado de derecho, un
sistema de justicia y fuerzas policiales eficientes, libres de inmoralidad
institucional. El presidente Horacio Cartes se ufana de que bajo su
administración no ha habido casos de corrupción. Sin embargo, olvida que esta
lacra tiene varias caras y que muchas veces no aparece directamente vinculada
con funcionarios del Gobierno, sino a través de terceras personas relacionadas
con él, como, por ejemplo, los dudosos negocios que hoy involucran al asesor
presidencial Basilio “Bachi” Núñez en Villa Hayes, o al abogado del Grupo
Cartes, Carlos Palacios, en el caso de las tierras de Chino Cue, en los que la
transparencia brilla por su ausencia. Además, con la emergencia de la
“narcopolítica”, el ambiente de seguridad del Paraguay se ha vuelto
impredecible, porque es difícil hacer distinción entre los cálculos
sociopolíticos del Gobierno y los motivos comerciales de las organizaciones
criminales que se han adueñado literalmente de varios departamentos de la
República, como Concepción, San Pedro, Amambay, Caaguazú y Alto Paraná. En ese
sentido hay una inevitable colisión entre el discurso del presidente Cartes
sobre su loable deseo de un cambio de rumbo fundamental en el tranco de la
República, por un lado, y su inexplicable renuencia a desprenderse de
colaboradores y aliados políticos corruptos que malogran ese propósito, por el
otro. La corrupción causa que el Paraguay sea visto desde fuera como un país de
riesgo antes que de oportunidad para invertir. Mientras esa sea la impronta
reflejada en la retina de los potenciales inversores extranjeros, estos no
arriesgarán sus capitales radicándolos en el país. Entretanto el país se está
endeudando apresuradamente con miras a desarrollar su infraestructura. Si el
capital extranjero sigue sin aparecer, se corre el riesgo cierto de que el día
de mañana el Estado no tenga la capacidad económica para pagar su deuda y caiga
en un catastrófico default como la Argentina bajo el gobierno de Carlos Menem a
finales de la década de 1990. Para salir de la pobreza el Paraguay necesita de
una inyección de capital. Pero por más optimista que sea la retórica del
Gobierno, ese capital no va a venir en tanto subsistan la corrupción y la
inseguridad. Esto es, mientras el Gobierno no se decida de una vez por todas a
poner freno a la asociación de narcopolíticos, funcionarios públicos y
empresarios mafiosos dedicados desde siempre a desviar fondos públicos con el
objetivo de financiar campañas políticas y engrosar fortunas personales. Si el
presidente Horacio Cartes no desmonta la maquinaria de la corrupción que
implica a altos funcionarios del Gobierno, empresarios, parlamentarios, jueces
y policías, no habrá inversión extranjera en el país. Tomado de abc de paraguay
Nota : los que gobiernan son los mismos que sacaron al Padre Lugo del gobierno
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