Entre las muchas tragedias que suelen asolar anualmente
nuestro país con la misma regularidad con que se reproduce el ciclo de las
cuatro estaciones del año, hay una que es muy propia de esta época otoñal y que
se agudiza a medida que se aproxima el invierno. Nos referimos a la ferocidad
con que mucha gente se da a la tarea de destruir cuanto árbol encuentra a su
alcance. El pretexto al que recurren quienes han desarrollado un odio visceral
a los árboles es la poda invernal. Sin embargo, basta ver los resultados de su
labor para constatar que lo que hacen de poda no tiene nada, pues es más bien
una tala masiva cuyo verdadero propósito es eliminar cualquier vestigio de follaje.
No sirve de nada, absolutamente de nada, que las autoridades del área ambiental
de la Alcaldía repitan, también año tras año, los mismos alegatos y tampoco que
se esmeren para deslindar responsabilidad. El resultado, que es lo que en
verdad importa, es que nuestra ciudad se parece cada vez más a una urbe
enclavada en un desierto que a la “ciudad jardín”, apelativo que ya suena a
burla. Ahora, cuando a lo largo y ancho de la ciudad ha comenzado a oírse el
ruido de las motosierras, cuando por doquier empiezan a aparecer camionetas y
camiones cargados de leña cuyo destino no es difícil suponer, todo parece
indicar que estamos condenados a ver cómo sigue avanzando la deforestación
urbana ante la mirada impasible, cuando no cómplice, de las autoridades del
área. A pesar de todo, en casos como éste vale la pena no renunciar a la
esperanza de que algo cambie para mejorar. Una acción muy drástica de la
Alcaldía es lo menos que se puede esperar. TOMADO DE LOS TIEMPOS DE BOLIVIA
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