Vivir de nuestra
herencia Enviado por Karen Gutman Peter Singeromo generación, hemos heredado
los recursos acumulados de nuestro planeta: suelos fértiles, bosques, petróleo,
carbón y minerales como hierro y bauxita. El siglo XX se inició con un entorno
global relativamente limpio y estable. Sobre esta base, hemos levantado una
economía que produce, para los ciudadanos de clase alta y media de las
naciones desarrolladas, un nivel de lujo sin precedentes, complementado con una
extraordinaria variedad de artefactos.
Actualmente, la economía global produce en diecisiete días
tanto como a finales de siglo la economía de nuestros abuelos producía en un
año. [6] Damos por supuesto que esta expansión puede continuar sin límites,
pero la economía que hemos construido depende del consumo total de nuestra
herencia. Desde mediados de siglo el mundo ha doblado su uso per cápita de
energía, acero, cobre y madera. En ese período el consumo de carne se ha
duplicado y la posesión de coches se ha cuadruplicado; y éstos eran productos
que ya en 1950 se utilizaban en grandes cantidades. El incremento de materiales
relativamente nuevos, como el plástico y el aluminio, es todavía más alto.
Desde 1940, los norteamericanos han consumido una parte de los recursos
minerales del planeta tan grande como la que previamente habían usado todos
los demás países juntos. [7] En cierta ocasión leí acerca de un dirigente
empresarial cuya sección era la que menos rendía en la empresa. La
productividad era abrumadora, y parecía inevitable que la sección en cuestión
estuviera generando pérdidas. Sin embargo, año tras año, las cuentas mostraban
que la sección había producido unas respetables ganancias. El secreto
consistía en que un gerente de la sección había adquirido una gran parcela de
terreno previendo una posible expansión futura. El crecimiento de las zonas
residenciales había incrementado mucho el valor del terreno, y el gerente de
la sección se dedicaba a vender un trozo del mismo cada año, obteniendo así
unos buenos beneficios. Su superior inmediato era consciente del truco que se
escondía tras los buenos resultados anuales, pero no tenía interés en ponerle
fin, pues lo buenos resultados de aquella sección mejoraban el aspecto de los
resultados conjuntos de las distintas secciones de que era responsable.Con
nuestras cuentas nacionales empleamos el mismo truco. En lugar de vivir de lo
que producimos, estamos consumiendo capital. Cuanto más deprisa talamos
nuestros bosques, vendemos nuestros minerales y agotamos la fertilidad de
nuestro suelo cultivable, más crece nuestro PIB. En nuestra estupidez,
consideramos esto un indicio de prosperidad, antes que un signo de la rapidez
con que dilapidamos nuestro capital. La pauta es la misma, desde la comida que
tomamos hasta los gases que emiten nuestros automóviles. Tomamos de la tierra
lo que queremos y dejamos atrás vertederos de desechos químicos tóxicos, ríos
contaminados, mareas negras en los océanos y desperdicios nucleares que serán
tóxicos durante decenas de miles de años. La economía es un subsistema de la
biosfera que no deja de precipitarse a gran velocidad hacia los límites del
sistema mayor.Muchos de los costes del crecimiento económico nos son familiares
desde que las fábricas de la revolución industrial comenzaron a inundar de humo
toda Inglaterra, y una zona otrora verde de las West Midlans quedó tan
expoliada y cubierta de mugre industrial que todavía se la conoce como 'la
región negra'. sin embargo, sólo ahora nos damos cuenta de que nuestro más
valioso y finito recurso es la propia atmósfera. Solemos considerar el siglo
XIX como un periodo de industrias sucias que contaminaban la atmósfera, pero
desde 1950 la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera se ha
incrementado más que en los dos siglos precedentes. La consecuencia de todo
esto, probablemente, será el fin de la estabilidad del clima, con el efecto
inmediato de que las temperaturas del planeta sean más altas que en ningún otro
momento de la historia humana. [8] La lluvia ácida, otro resultado de la
contaminación atmosférica, está destruyendo los antiguos bosques de Europa y
Norteamérica. La utilización de gases que destruyen la capa de ozono es un
tercer problema atmosférico que, según la Environmental Protection Authority de
Estados Unidos, en los próximos cincuenta años provocará 200.000 fallecimientos
por cáncer de piel. [9] Piénsese en los alimentos, algo básico para la vida que
normalmente no asociamos con el consumismo. Estados Unidos comenzó el siglo con
algunos de los suelos cultivables más ricos y profundos del mundo. En la
actualidad, los métodos de cultivo que se utilizan son responsables de la
pérdida de unas 7.000 toneladas anuales de tierra negra; Iowa, por ejemplo, ha
perdido cerca de la mitad de su tierra negra en menos de un siglo. En las zonas
secas, estos métodos están consumiendo los depósitos subterráneos de agua, como
el Acuífero Ogallala, que se extiende por debajo del territorio ganadero que
va desde la región occidental de Texas hasta Nebraska, un recurso
irreemplazable que ha tardado millones de años en acumularse. Por último, y
todavía más importante, estos métodos agrícolas son también de energía
intensiva y requieren combustibles fósiles para la maquinaria y para la
producción de fertilizantes químicos. Tradicionalmente, la agricultura era un
modo de utilizar la fertilidad del suelo y la energía proporcionada por la luz
solar para incrementar la cantidad de energía disponible. El maíz cultivado
por los pequeños agricultores mexicanos, por ejemplo, produce 83 calorías de
energía por cada caloría de energía generada por los combustibles fósiles
utilizados. La carne de vacuno producida industrialmente en Estados Unidos
invierte la ecuación: requiere 33 calorías de energía alimentaria que
produce. Hemos desarrollado un sistema de agricultura que se basa en consumir
energía almacenada en lugar de captar la energía solar. Nada de esto se hace
en respuesta a una hambruna o problemas de malnutrición. El principal
responsable es el hábito de consumir grandes cantidades de carne, especialmente
de vacuno. Aunque en Estados Unidos y otros países desarrollados el consumo de
carne roja ha decrecido en los últimos años, sigue a niveles que,
históricamente, se hallan muy por encima de los de otras culturas. La imagen
occidental de la buena vida incluye un filete en cada plato y un pollo en cada
bolsa de papel de plata. Para producir esto hemos inventado un tipo
completamente nuevo de granja donde cerdos, pollos y terneros nunca ven la luz
del día ni andan por los campos, y donde el ganado pasa la mayor parte de su
vida encerrados en comederos, atiborrándose de grano en lugar de pastar en la hierba
para la que sus estómagos están preparados. Los animales han dejado de ser
considerados seres sensibles como nosotros; ahora se los trata como a máquinas
de convertir grano barato en valiosa carne. [10] Ya he abordado en otro lugar
la ética de nuestro trato hacia los animales y aquí sólo cabe mencionar la
ineficacia de la cría intensiva de animales. Estamos utilizando los mejores
suelos cultivables para obtener grano y soja con que alimentar a reses, cerdos
y pollos que sólo aportarán una mínima parte de su valor alimentario a los
seres humanos que los consuman. Cuando criamos ganado industrialmente, sólo el
11% del grano incide en la producción de la carne; el resto se quema como
energía o es excretado o asimilado por partes del cuerpo que no se consumen.
El ganado criado industrialmente produce menos de 50 kilos de proteína a
partir del consumo de 790 kilos de proteína vegetal. [11] La enorme demanda de
carne vacuna de las naciones industrializadas es una forma de consumo que nos
lleva a utilizar más y más tierra y recursos. En los países ricos cada
ciudadano es responsable del consumo de casi una tonelada de grano al año; en
la India, de sólo un cuarto de tonelada. La diferencia no obedece a que
consumamos más pan o más pasta (seríamos físicamente incapaces de consumir
tanto grano de esa manera) sino al grano oculto detrás de cada filete, de cada
loncha de jamón y cada muslo de pollo que tomamos. Dado que equiparamos la
buena vida con la presencia de carne en nuestra mesa, actualmente en el planeta
el número de animales triplica al de seres humanos. El peso de 1.280 millones
de cabezas de ganado es mayor que el de toda la población humana. En los últimos
treinta años, más del 25% de los bosques de América Central han sido talados
para que el ganado pueda pastar allí. En Brasil, los bulldozers siguen
despejando la selva amazónica para que el ganado pueda pastar durante unos
años. Ya han desaparecido más de 40 millones de hectáreas, una extensión mayor
que todo Japón. [12] Una vez el suelo pierda su fertilidad, los ganaderos se
marcharán, pero la selva no renacerá. Cuando los bosques son talados liberan
hacia la atmósfera miles de toneladas de dióxido de carbono, lo que hace
aumentar el efecto invernadero. La enorme población animal criada para el
consumo alimentario contribuye al calentamiento del invernadero no sólo
mediante la destrucción de los bosques tropicales. El ganado emite con su
ventosidades grandes cantidades de metano, el más potente de los gases
causantes del efecto invernadero. Se estima que el ganado mundial produce el 20
% del metano liberado a la atmósfera, y el metano atrapa veinticinco veces más
calor solar que el dióxido de carbono. Los fertilizantes químicos utilizados
en el cultivo de grano para los animales produce óxido nitroso, otro gas que
contribuye al efecto invernadero. El uso de combustibles fósiles también
contribuye a crear dicho efecto. Al consumir tantos animales y productos
animales contribuimos a calentar el planeta. Los efectos locales de esto son
difíciles de predecir, pero algunas zonas que ahora abastecen a grandes
poblaciones podrían sufrir sequías, mientras que otras recibirían más
lluvia. Lo que sí resulta predecible es que el nivel del mar -que ya se ha
elevado entre 10 y 20 centímetros a lo largo del siglo pasado- se elevará más
a medida que el hielo polar se funda. El Equipo Intergubernamental sobre
Cambios Climáticos estima que para el año 2070 la elevación será de 44
centímetros. [13] Esto significa que podrían desaparecer naciones insulares,
tales como Tuvalu, Vanuatu, las islas Marshall y las Maldivas. Se ha informado
que el gobierno de las Maldivas ya ha tenido que evacuar cuatro islas. Un informe
sobre las islas Marshall elaborado por la National Oceanic and Atmospheric
Administration de Estados Unidos concluye que, en el lapso de una generación,
'puede ser peligroso vivir en muchas partes de las islas'. [14] Esto ya es
bastante preocupante, pero la pérdida de vidas humanas podría ser aún mayor en
zonas bajas densamente pobladas como el delta del Nilo y la región delta de
Bengala. Esta última, que constituye cerca del 80 % de Bangladesh, ya tiende a
sufrir violentas tempestades e inundaciones. Sólo en estas dos regiones, el
egoísmo de los ricos , al producir la subida del nivel del mar; está poniendo
en peligro la vida y la tierra de 46 millones de personas. [15] Además, podemos
esperar la pérdida total de algunos ecosistemas, y de las especies animales que
habitan sólo en ellos, ya que muchos de dichos sistemas no podrán adaptarse al
cambio climático que, inducido artificialmente, se extiende con gran rapidez. Fuente:
Peter Singer (link is external) Profesor de Bioética Ira. W. DeCamp, University
Center for Human Values, Universidad de Princeton, Extraído de Ética para
vivir mejor, Barcelona, 1995. Fotografía de Wikipedia (link is external) (cc) Notas
6 Sandra Postel y Christopher Flavin, 'Reshaping the Global
Economy', en Lester R. Brown (ed.), State of the World, 1991: The Worldwatch
Institute Report on Progress Towards a Sustainable Society, Allen Unwin,
Sydney, 1991, pp. 186.
7 Alan Durning, 'Asking How Much is Enough', en Lester Brown
(ed.), State of the World, 1991: The Worldwatch Institute Report on Progress
Towards a Sustainable Society, Allen & Unwin, Sydney, 1991, pp. 154, 157.
8 Para una documentación completa, véase Sandra Postel y
Christopher Flavin, 'Reshaping the Global Economy', p. 170.
9 'Ozone Hole Gapes Wider', Time, 4 de noviembre de 1991, p.
65
10 Véase en especial mi libro Animal Liberation, 2ª ed.,
New York Review, Nueva York, 1990.
11 Jeremy Rifkin, Beyond Beef, E. P. Dutton, Nueva York,
1992, p. 152. Sobre los costes medioambientales de la producción de animales
véase la obra de Alan B. Durning y Holly B. Brough, Taking Stock: Animal
Farming and the Environment, Worldwatch Paper 103, Worldwatch Institue,
Washington, DC, 1991.
12 Sandra Postel y Christopher Flavin, 'Reshaping the Global
Economy', p. 178.
13 Fred Pearce, 'When the Tide Comes in...', New Scientist,
2 de junio de 1993, p. 23.
14 ' "Don´t Let Us Drown", Islanders tell Bush',
New Scientist, 13 de junio de 1992, p. 6.
15 Véase Jodi L. Jacobson, 'Holding Back the Sea', en Lester
Brown et al, State of the World, 1990: The Worldwatch Institute Report on
Progress Towards a Sustainable Economy, Worldwatch Institute, Washington, DC,
1990. TOMADOD E ENVIO EN FACE DE CAMBIO CLIMATICO.ORG
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