De espaldas al mar
Los últimos incidentes ocurridos, como la marea roja o el
nuevo derrame de petróleo en Quintero, demuestran que al mar lo cuidamos poco y
que no estamos preparados para hacernos cargo de lo que le pasa. Acá, quienes
lo investigan toman la palabra: 'Lo que más hemos hecho es depredarlo sin
ningún tipo de control, y usarlo como basurero', dice Rodrigo de la Iglesia,
investigador UC y del Instituto Milenio de Oceanografía.
José Miguel Jaque Como pocas veces, el mar ha
hecho noticia este mes del mar. En el sur, la marea roja paralizó a Chiloé y
enfrentó a las autoridades y a los pescadores por la prohibición temporal de
extracción de productos marinos en parte de las regiones de Los Ríos y Los
Lagos. Esa situación tuvo un antecedente adicional y muy polémico: la
autorización para que las salmoneras de Los Lagos vertieran casi cinco mil
toneladas de salmones descompuestos a 130 kilómetros de la costa. ¿Cuánto
tuvo que ver este hecho con la aparición y la intensidad de la marea roja en
las aguas de Chiloé? Es una de las cosas que investiga una comisión de cinco
científicos convocados por el Ministerio de Economía en medio de la crisis.
Hace nueve días el mar captó la atención otra vez: ENAP
avisó que en Quintero un buque había provocado un nuevo derrame de petróleo en
la bahía, el tercer caso en dos años. Antes, a fines del año pasado, se conoció
la muerte de más de 300 ballenas en los canales patagónicos, un caso que aún se
investiga.
Esos episodios han puesto al mar arriba. Aún no está claro
cuánto tiene que ver la mano del hombre en algunos de ellos y no hay consenso
entre los científicos, pero en lo que sí están de acuerdo quienes se dedican a
investigar temas marinos es en que los chilenos vivimos de espaldas al mar,
pese a sus más de seis mil kilómetros de costa. Según Nelson Lagos, director
del Centro de Investigación e Innovación para el Cambio Climático en la
Universidad Santo Tomás, salvo los investigadores -biólogos, ecólogos, oceanógrafos-,
la sociedad ve el mar como “un sumidero de desechos, un ecosistema a explotar,
un concepto patriotero o como una estrategia para establecer lazos
multinacionales”. Algo parecido piensa Rodrigo de la Iglesia, académico de la
UC e investigador del Instituto Milenio de Oceanografía (IMO), quien dice que
no estamos cuidando “para nada” el mar y nunca ha sido una preocupación. “Lo
que más hemos hecho es depredarlo sin control y usarlo como basurero”, explica
y luego agrega: “Me preocupan mis nietos. No sé bien dónde estará el futuro
esplendor del mar que nos baña”.
Catástrofes como la de Chiloé o Quintero llevan la atención
al mar, pero con una mirada que lo ve exclusivamente como una importante fuente
de recursos para algunas comunidades y para la economía del país. El llamado es
a entenderlo como “un ser vivo al que hay que cuidar”, dice Mónica Vásquez,
investigadora de la UC y parte del comité de expertos científicos que estudia
el actual fenómeno de marea roja en el sur. La académica agrega que sabemos muy
poco de los ambientes marinos, de la diversidad de organismos que ahí existen,
los procesos que gobiernan sus ciclos o cuál es el efecto de los cambios
climáticos en el crecimiento de los organismos, entre otras cosas. “Son muchas
las preguntas y las respuestas requieren trabajo científico”.
Hay cada vez más personas investigando, pero en la opinión
de algunos de ellos no se les busca para planificar o elaborar estrategias de
cuidado. Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Concepción concluyó que
poco o nada se toma en cuenta la opinión de los comités científicos al momento
de elaborar cuotas de captura y pesca, pese a que varias especies están
sobreexplotadas, como la merluza o el jurel. Otros apuntan que sólo se les
busca cuando ocurren estas catástrofes. “Los científicos no somos CSI para que
nos pidan intervenir cuando ya están las embarradas”, dice uno enojado.
Mónica Vásquez agrega que en Chile no estamos preparados
para responder adecuadamente a situaciones de la envergadura de lo que está ocurriendo
en Chiloé. “La comunidad científica que trabaja en este tema es reducida y no
tenemos los recursos para que el conocimiento que generamos llegue a abordar
todos los temas”.
¿Chile es mar?
La directora del Centro Científico Huinay, ubicado en Los
Lagos, Vreni Häussermann, llegó a Chile en 1994 por un intercambio entre las
universidades de Concepción y de Múnich, en Alemania. Recuerda que las primeras
veces que buceó en la Patagonia quedó impresionada por la diversidad en los
fiordos y se sorprendió de que no hubiera registro de algunas especies, como lo
corales de agua fría o las anémonas. “Parecíamos científicos del 1700
describiendo especies que estaban a 20 metros”, dice y agrega que se quedó en
la Patagonia porque había mucho para explorar bajo el agua (“En Alemania ya
está todo descubierto”) y para levantar conciencia entre sus habitantes.
“Cuando muestro mis fotos me preguntan si son del Caribe. ¡Es triste! Creen que
acá todos es gris y aburrido, pero bajo el agua está lleno de colores vivos,
amarillo, naranja, rojo...”
Hace un par de años, el biólogo marino y Premio Nacional de
Ciencias Juan Carlos Castilla empezó una cruzada para no definirnos más como
una franja larga y angosta, sino que como un país de mar. Él, que lleva años
quejándose de que no existe una cultura de mar, mira las últimas catástrofes
con preocupación. Dice que el océano es como una carretera en la que en las
últimas cuatro o cinco décadas pasamos de manejar de 1 km por hora a 200 km por
hora sin preguntarnos si la autopista estaba preparada para eso. “Y estamos
empezando a percibir efectos que no se veían antes: cambios climáticos
globales, eventos extremos, sobreexplotación de recursos. Hay más presión sobre
el mar, y el espacio marítimo no se ha planificado adecuadamente”.
Lo que está pasando en Quintero es un ejemplo. “Lo que me
llama la atención es que no haya derrames más seguido”, dice y agrega que pese
a que cada cierto tiempo se vierte petróleo en esa bahía, los pescadores siguen
ahí todos los días como si nada. “O los sacas de ahí o les das embarcaciones de
larga distancia”.
Contra los eventos naturales hay poco que hacer, pero en
Chiloé, dice, parece que no se hizo lo suficiente. “Ahí hay un mar interior que
se calienta más que el océano abierto, eso se sabe. Y se desarrolla una
industria muy importante para el país, pero con poca regulación y que coloca
mucha materia orgánica sin planes de monitoreo. Es decir, no se hacen las
intervenciones que se requieren”, dice.
Nelson Lagos cree que la investigación científica, por una
parte, y la educación de la sociedad, por otra, debiesen volcarse hacia
fortalecer la resiliencia de los ecosistemas costeros y oceánicos del país.
Pero como pronosticar y adelantarse a los fenómenos naturales es difícil,
algunos científicos creen que hay que empezar por conjugar otros verbos en
relación con el mar, como mitigar.
Osvaldo Ulloa, director del IMO, cree que es indispensable
revertir la indiferencia que existe hacia el mar porque el presente y el futuro
del país dependen de él. Y enumera las proteínas que entrega el mar a través de
la pesca y la acuicultura, el transporte de los productos forestales o
minerales o la posibilidad de fortalecer la industria turística. Pero hay más.
“Los países desarrollados están buscando minerales en el fondo marino. La gran
inversión de Japón en oceanografía apunta al estudio del suelo marino para
conocer, por ejemplo, dónde están los depósitos de minerales nobles como el
manganeso”, dice. Agrega lo que se hace en biotecnología: “Las farmacéuticas
están buscando ciertos microorganismos en el mar en ambientes extremos para
procesos industriales a partir de vida en el mar”. ¿Cuánto sabíamos sobre eso?.
10 preguntas a Miriam Fernández
Directora del Núcleo Milenio Centro de Conservación Marina
de la UC y creadora del programa Chile es Mar.
¿Cómo tratamos el mar en Chile?
No lo estamos tratando bien. Están ocurriendo eventos
catastróficos, como esto de la marea roja, que llaman la atención de todo el
país, pero esa preocupación debería estar en el día a día. El problema es que
nadie cuida lo que no conoce.
¿Por qué no lo conocemos?
Porque no ha habido una planificación que apunte a ese
objetivo. Además, siempre hemos visto el mar como un recurso inagotable.
¿Estamos usando el mar como vertedero?
Sí, porque no hay una cultura al respecto. Si tú caminas al
final del día por la playa en verano da vergüenza: hay pañales, botellas
plásticas, colillas de cigarrillos. No sólo la industria salmonera tira cosas
al mar, cada uno también genera impactos. ¿Por qué pensamos que tenemos menos
responsabilidad que una empresa? La empresa tira todo en un día, pero nosotros
botamos cosas como hormigas y eso también genera impactos que nadie evalúa.
¿Es más fácil contaminar el ambiente marino?
Es más fácil porque no ves la basura acumulada como en la
tierra. La tiras en el mar y crees que no hubo ningún efecto porque no sabemos
para dónde se va. Hay cosas que ni pensamos. Cuando usamos en la cara
exfoliantes que tienen microplásticos no tenemos idea de que eso entra en un
círculo de corrientes y puede terminar en la Isla de Pascua, que es el
vertedero del plástico del Pacífico. Nos preocupamos mucho de estos eventos que
generan disturbios sociales, pero en el día a día cada persona tiene que hacerse
cargo. En el otro extremo, las autoridades no generan planes de educación ni de
gestión de residuos.
¿Qué se puede hacer?
Podría haber un plan de acción para determinar cómo
nosotros, como país, vamos a manejar el mar y que existan zonas de sacrificio para
los residuos, tal como existen vertederos en la tierra. Con estudios serios se
pueden definir zonas donde haya grandes corrientes donde se generaría menos
impacto local, por ejemplo. Pero ese plan de acción no existe. Entonces,
botamos salmones a 50 millas mar afuera, sin una base científica que diga que
eso no va a tener consecuencias.
¿En Chile lo que no se fiscaliza o protege es arrasado?
Sí. Creo que ni las empresas ni cada uno de nosotros tenemos
un compromiso ambiental. Insisto, todo parte con la falta de educación. No la
hay para el ambiente terrestre, menos para el ambiente marino. Cuántos de
nosotros vamos a la costa y le compramos locos a un pescador local o pedimos
una merluza y nos traen una cosita de un porte ínfimo. ¡No puede ser! Con esa acción
estamos generando un impacto en los ecosistemas marinos. Hay regulaciones del
tamaño de la merluza que se puede comer o de la época y los lugares donde se
pueden sacar locos.
¿Le importa eso a la gente?
Espero que algún día le importe. Si se están preocupando de
comer verduras orgánicas, espero que empiecen a pensar en comerse una merluza
del tamaño que corresponde o un loco de un lugar donde es permitido
extraerlo.
¿Ayuda crear zonas de protección?
La falta de fiscalización también se ve en las zonas
protegidas. La conservación terrestre en Chile lleva cientos de años y estamos
protegiendo el mar ¡recién hace diez años! Ya, creemos áreas protegidas, pero
salvo Las Cruces, no hay ningún área protegida que tenga un plan de
administración o un guardaparque para cuidarlo.
Entonces, ¿por qué seguimos creando áreas protegidas?
A pesar de la falta de fiscalización, creo que es bueno
crearlas porque sin figuras de protección, esas zonas pueden terminar siendo el
próximo vertedero de salmones, por ejemplo.
¿Qué recomienda usted como punto de partida en
educación?
Empezar a mirar el mar, conocerlo y cuidarlo. Hay que
cambiar la jirafa por el congrio. Cuando uno mira los libros de textos de los
niños, con suerte hay especies terrestres chilenas, ¿pero marinas? Nada. No hay
un acercamiento del mar a la ciudadanía a pesar de que el 70 por ciento de su
territorio está en el mar.
Qué se está investigando sobre el mar
La gran fosa de Atacama
Este lunes en Concepción se inaugura en sociedad el
Instituto Milenio de Oceanografía (IMO), una entidad que viene trabajando hace
dos años y que investiga en aguas abiertas y profundas.
Uno de los objetivos del instituto es entender qué ocurre
con los organismos marinos en zonas donde el oxígeno es escaso y el pH del agua
de mar es más bajo. Chile tiene un laboratorio natural para eso: frente a las
costas de Perú y hasta las de Coquimbo existe una gran extensión del océano que
no tiene oxígeno en forma permanente. Es, de hecho, una de las tres zonas del
mundo donde ocurre ese fenómeno natural que tiene intrigados a los científicos.
Sin embargo, hay vida ahí. “Hemos descubierto que hay algunos microorganismos,
como grupos de bacterias, que de acuerdo a la literatura no debían estar”, dice
Osvaldo Ulloa, director del IMO.
El instituto tiene otro proyecto estrella: en dos años
esperan explorar la fosa de Atacama, cuya parte más profunda tiene ocho mil 100
metros. Se supone que a mayor profundidad hay menos actividad biológica, pero
existe evidencia en otras fosas de que esto no es siempre así. “Queremos
entender cómo funciona el ecosistema allá abajo y su dinámica”, dice Ulloa, que
la semana pasada estuvo en EE.UU. conversando con científicos de centros
oceanográficos de ese país interesados en participar en esa investigación.
“Para los chilenos ir a la fosa de Atacama debiera ser como para los
norteamericanos ir a la Luna”.
El canto de las ballenas
El canto de las ballenas azules que llegan a fines del
verano al sur de Chile ha llamado la atención de los investigadores del
proyecto COPAS Sur-Austral, de la U. de Concepción. Aunque están conectadas con
las ballenas azules del Pacífico tropical, las que llegan a alimentarse al
extremo sur del mar interior de Chiloé tendrían un canto particular que las
identifica, lo que está siendo analizado.
Otra investigación de este grupo intenta determinar si el
agua dulce proveniente del glaciar Jorge Montt, ubicado en Campos de Hielo Sur
y que ha retrocedido cerca de 19 km en el último siglo, aporta nutrientes que
sirven de alimento a los microorganismos que viven en el fiordo.
También encontraron evidencia de un rol inesperado de los
ríos patagónicos para los ecosistemas marinos: el langostino de los canales,
que forma parte de la dieta de numerosas especies patagónicas, durante su vida
juvenil se alimenta de materia orgánica de origen terrestre en la desembocadura
del río Baker.
Centinelas de la contaminación
Rodrigo de la Iglesia dirige el laboratorio de Microbiología
Marina de la UC y está analizando los efectos que tiene la contaminación
costera sobre las algas unicelulares. Explica que en Chile hay varios sitios
costeros que presentan un impacto evidente producto de la actividad humana,
como Quintero, Chañaral o Huasco. Ahí estudian qué especies de fitoplancton se
encuentran habitando cada zona, para entender cómo esta perturbación afecta y
si existen microorganismos que puedan servirnos como centinelas ambientales,
esto es, organismos que “avisen”, mediante cambios en su número, cuándo un
sistema costero no está saludable.
La acidificación
Uno de los efectos más relevantes del cambio climático es la
acidificación de los océanos, un problema que comienza a estar en la agenda de
las autoridades a nivel global. Nelson Lagos, director del Centro de
Investigación e Innovación para el Cambio Climático (CiiCC) en la U. Santo
Tomás e investigador del Núcleo Milenio MUSELS, explica que en la costa de
Chile hay zonas de alta acidez debido a las altas concentraciones de CO2, lo
que deja con menos oxígeno a las especies. Junto a su equipo, Lagos ha medido
en laboratorio el impacto de la acidificación sobre especies de consumo
habitual. “Los choritos podrían tener un 30 por ciento menos de carne porque se
restringe su capacidad fisiológica y el crecimiento de ostiones sería un 25 por
ciento menor”, dice. Agrega que en lugares similares a las costas chilenas,
como en Oregon-California, se proyectan efectos como estos para el año 2040.
“Hay un sentido de urgencia en la comunidad científica que estudia la
acidificación del océano para tomar medidas de mitigación y estamos trabajando
para poner el tema en la agenda de los tomadores de decisiones”.
Muertes masivas
Vreni Häussermann es directora del Centro Científico Huinay
y fue una de las primeras investigadoras en detectar el desastre de las
ballenas en el golfo de Penas y Puerto Natales el año pasado, cuando más de 330
de estos mamíferos fueron encontrados muertos, en uno de los varamientos de
cetáceos más grande que se ha registrado. Ése es uno de los temas que
está trabajando y aún no tiene resultados definitivos, sin embargo, adelanta
que “la hipótesis más probable es la marea roja”, y explica que dos meses
después de la data de muerte todavía existía presencia de las toxinas asociadas
a ella en el estómago de las ballenas.
Junto a las organizaciones WCS, WWF y el Centro Ballena
Azul, y en cooperación con el Ministerio de Medio Ambiente y el SHOA, también
trabaja en la propuesta de una red de áreas protegidas en la Patagonia que
debiera ser presentada en los próximos meses. “Patagonia es un hotspot de diversidad
único en el mundo, pero muy poco protegido y que está bajo una presión
económica muy fuerte”, dice. Además trabaja con investigadores de otros países
en un proyecto para detectar las causas de las mortalidades masivas de los
corales en la Patagonia. TOMADO DE LA TERCERA DE CHILE
No hay comentarios:
Publicar un comentario