viernes, 12 de agosto de 2016

GENOCIDIO RACIAL EN BRASIL

 El genocidio de la juventud negra Jimena de Garay, Lívia Alcântara

Posibilidad de que un joven negro muera violentamente es exponencialmente mayor que la de un joven o adulto blanco.
El pasado 4 de julio, decenas de personas, en su mayoría negras, protestaban frente al Tribunal de Justicia de Río de Janeiro donde se llevaba a cabo la tercera audiencia pública sobre el acribillamiento, en noviembre del 2015, de cinco jóvenes negros entre 16 y 25 años en el barrio Costa Barros, periferia de la ciudad. Cuatro policías dispararon 111 tiros contra el vehículo de los
muchachos.
Según versión de la Policía, los agentes estaban encargados de vigilar a distancia unos camiones dentro de un tren. Uno de los camiones dejó el tren y supuestamente estaba siendo saqueado por los jóvenes quienes empezaron a disparar. Según testigos, las víctimas se encontraban en el barrio buscando algo que cenar y la policía los acribilló a corta distancia. Los policías se encuentran en libertad a pesar de que las investigaciones encontraron que la escena del crimen había sido alterada y que ningún disparo había salido desde el interior del vehículo.
“Ellos [los jóvenes] fueron asesinados pura y simplemente por ser negros”, denuncia Mônica Cunha, fundadora del Movimiento Moleque y coordinadora de la Red de Comunidades y Movimientos Contra la Violencia, ambas, organizaciones de articulación política contra la violencia policial y de Estado. Días después de la tercera audiencia, Joselita de Souza, madre de Roberto Silva de Souza, una de las víctimas, falleció a consecuencia de la tristeza y depresión, según sus familiares. En un comunicado, la Red denunció que casos como ese han sido constantes: “Desde el establecimiento de la Red de Comunidades y Movimientos contra la Violencia, en el año 2004, lloramos la muerte de las madres guerreras que se enfermaron esperando justicia por la muerte de sus hijas y sus hijos”.
Este es apenas un caso más dentro de varios otros que configuran una situación de genocidio de la juventud negra en Brasil, el último país del continente americano en abolir la esclavitud, en 1888. Con la mayor población negra fuera de África, la tradición esclavista y racista de Brasil tiene incontables manifestaciones, que hasta hoy producen desigualdades desoladoras.
Ese pasado se articula con la existencia de una Policía Militar que ha sido cuestionada por incontables movimientos sociales negros, pero permanece intacta desde su creación durante la dictadura civil-militar brasileña (1964-85). En Brasil las tasas de muertes violentas superan las existentes en regiones que atraviesan conflictos armados. Y esas muertes alcanzan principalmente una población muy específica: la juventud negra y pobre, especialmente masculina. Las mujeres jóvenes negras sufren en mayor medida otros tipos de violencia, tales como la discriminación en el mercado de trabajo, la violencia sexual y las consecuencias de tener a sus hermanos, novios, maridos y padres encarcelados o muertos.
Mortalidad selectiva: Jóvenes y negros
Según el Atlas de la Violencia 2016, elaborado por el gubernamental Instituto de Investigaciones Económicas Aplicadas (IPEA), la tendencia general entre el 2004 y el 2014 fue la caída de la tasa de homicidios en la población blanca (-14.6%), y del aumento de la tasa de victimización de la población negra (+18.2%). Considerando el criterio geográfico, el aumento del número de homicidios se dio en las regiones norte y nordeste del país, que poseen una mayor población negra.
Estos índices son todavía más alarmantes si se consideran las edades de las víctimas. El índice de homicidios entre 12 y 20 años es significativamente mayor que en otras edades. Sin embargo, la brecha entre la población blanca y negra en este grupo etario continúa siendo desmesurada. Según el “Mapa de la violencia. El color de los homicidios en el Brasil”, publicado en el 2012 por el sociólogo Julio Jacobo Waiselfisz, en el periodo entre 2002 a 2010 y en los grupos de edad de 12 a 21 años, “las tasas de homicidios en personas blancas pasan de 1.3 a 37.3 por cada 100,000 habitantes, aumentando 29 veces. No obstante, las tasas de homicidios en personas negras pasan, en este mismo periodo, de 2.0 a 89.6, aumentando 46 veces”. En resumen, las cifras Brasil indican que la probabilidad de morir en forma violenta de un joven negro es exponencialmente mayor que la de un joven o adulto blanco.
La justificación de la “guerra contra las drogas” para la militarización de las áreas donde habitan poblaciones pobres y negras está detrás de una buena parte de ese panorama violento en el Brasil y encubre escenarios adulterados, revisiones arbitrarias, impunidad, falta de acceso a la justicia y un número creciente de muertes a manos de policías. Gran parte de esos asesinatos ocurren bajo la justificación de ser en legítima defensa, traducida a la jerga policial como “resistencia” o “resistencia seguida de muerte”.
En el caso de los cinco jóvenes asesinados por 111 disparos, por ejemplo, los policías sembraron un arma en la maletera del vehículo y declararon, en el boletín de ocurrencia, acción de legítima defensa. Sin embargo, las primeras investigaciones relevaron que la escena del crimen había sido adulterada.
Para Eduardo Ribeiro, integrante de la Iniciativa Negra por una Nueva Política sobre Drogas, “hoy las políticas de combate al tráfico de drogas son, en verdad, eficaces instrumentos de control de territorios y personas negras, y sus posibilidades de sociabilizar”.
Es en este contexto que se han destacado incontables luchas contra la violencia policial y del Estado en Brasil. Entre las grandes protagonistas se encuentran las madres de jóvenes negros asesinados, articuladas con movimientos de juventud negra y de las favelas y periferias. En Río de Janeiro, por ejemplo, las Madres de Acari, cuyos 11 hijos fueron secuestrados y desaparecidos por un grupo de exterminio militar-policial en 1990, acompañaron por años las investigaciones policiales y exhumación de cuerpos en busca de sus hijos. El caso fue cerrado 20 años después sin que los imputados fueran incriminados y sin que las familias supieran lo que sucedió con sus hijos.
En mayo del 2006, 562 personas fueron asesinadas en São Paulo, fruto de una guerra entre la policía y el grupo criminal Primer Comando Capital (PCC). Débora Maria da Silva, ama de casa que perdió a su hijo en esos días sangrientos, fundó el Movimiento Madres de Mayo, que reúne madres en busca de la verdad sobre el asesinato de sus hijos.
“Las madres quieren ver justicia y se procuran su propia investigación”, comenta Da Silva aNoticias Aliadas, agregando que las madres actúan reuniendo pruebas, testimonios y luchando para que los crímenes sean juzgados en instancias más imparciales.
Mujeres protagonistas
El sociólogo Fábio de Araújo, en su libro Las técnicas de hacer desaparecer cuerpos, explica que en ese intento de transformar el sufrimiento en justicia, el duelo en lucha, la figura de la mujer adquiere una importancia crucial en un contexto de criminalización de las poblaciones pobres y negras. El hecho de ser mujeres y madres permite que su actividad política no sea simplemente asociada con el tráfico de drogas, aunque exista una tensión constante.
Cunha, madre de un joven asesinado, afirma a Noticias Aliadas, que está convencida del cambio protagonizado por las mujeres negras.
“Nos convertimos en guerreras cuando se llevan a nuestros hijos y los encarcelan. Entonces somos nosotras quienes vamos a cambiar esa historia, porque nosotras estamos cansadas de ver que exterminen a nuestro pueblo”, afirmó.
El Movimiento Moleque nació en el 2003 en Río de Janeiro y reúne madres de jóvenes en conflicto con la ley. Ellas luchan por que se garanticen los derechos de sus hijos dentro del sistema socio-educativo, en el cual jóvenes hombres y mujeres menores de edad, en su gran mayoría negros, cumplen castigos por infracciones a la ley. Un sistema cuyo objetivo en el discurso es la reinserción social de los jóvenes, en realidad es sustentado por una lógica punitiva y racista, que acaba generando aún más exclusión, mayor involucramiento en el delito y, en algunos casos, hasta la muerte. Así, el encarcelamiento masivo también constituye un brazo más del genocidio de la juventud negra.
En este sentido, la discusión sobre el funcionamiento del sistema carcelario, la despenalización del uso de drogas, la desmilitarización de la policía y de los territorios son temas pendientes para los movimientos negros de Brasil actualmente. Ribeiro sostiene que todos esos temas están articulados.
“El proceso de regulación de las substancias [drogas], a pesar que es un paso importante, debe estar acompañado por un cambio radical del modelo de seguridad pública, con la desmilitarización no sólo de la policía, sino de la política. Es clave una reforma radical del sistema judicial, que legitima las muertes, archivando procesos y encarcelando cotidianamente por el color de la piel”.
Además, la lucha se amplía a temas que tocan la precarización de la vida de la población negra, que ha sido históricamente excluida y explotada, destacando la falta de acceso a la educación, a la salud, a la justicia, a la vivienda, el derecho al libre tránsito, y a las expresiones artísticas, cultura e informaciones propias. —Noticias Aliadas.

TOMADO DE ENVIO DE NOTICIAS ALIADAS 

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