La historia de Santa Fe de Antioquia debería ser materia
obligada para todos los antioqueños.
Defender su patrimonio es tarea central.
POR JOSÉ GUILLERMO
PALACIO Y VÍCTOR ÁLVAREZ FOTOS DONALDO ZULUAGA Y JULIO CÉSAR HERRERA |
Ante la grandeza de Santa Fe de Antioquia, Ciudad Madre, de
Antioquia toda, solo queda bajar la mirada. Pulir esta joya histórica y
arquitectónica fue una gesta de sometimientos y esclavitud; cruces e iglesias;
oro y destrucción; sueños colectivos y ambiciones personales; sueños de
libertad y cadenas rotas; reyes e independencia.
La Ciudad Madre fue testigo de la desaparición de una
civilización que llegó a dominar en estas tierras por más de diez mil años,
para dar paso a la creación de una nueva sociedad, un hombre nuevo, una nueva
aristocracia, una visión de construcción de riqueza desde la dignidad y el
trabajo. Vecina del río Cauca y el Tonusco la ciudad dio vida a una raza
pujante y trabajadora, que cuando dijo ¡Basta! expulsó no solo a los emisarios
del Rey sino también al Rey mismo.
Es acuerdo común entre historiadores que el acto bautismal
de la ciudad sucedió el 4 de diciembre de 1541, hace hoy 475 años, en el paraje
de Santa Agueda, al sur de lo que hoy es el casco urbano de Peque y que fue su
padre el conquistador español Jorge Robledo. Este llegó a Antioquia luego de
múltiples combates con los nativos, las montañas, sus selvas, riscos y ríos
ancestrales en busca del Eldorado. Perdido en la nada y dispuesto a crear su
propia historia, avanzó en busca de una zona gris, que no perteneciera a ningún
poder conquistador. Tras cruzar el Cauca halló ese paraíso, le puso por nombre
Antiochía, en homenaje a una ciudad siria “A esta tampoco le faltarán las
guerras como la antigua Antiochía”, sentenció su escribano Pedro Cezia de León
al escuchar el nombre que se le pondría a la ciudad.
Remontando imposibles
Antes de llegar a Santa Agueda, Robledo, quien nació en el
año de 1500, en Ubeda, Jaen, España, ya había hundido su espada victoriosa en
las batallas de Pavia, Italia, 1541, donde fue derrotado el ejercito francés
del Rey Francisco Primero por parte del emperador Carlos V. También fue
guerrero en las batallas que llevaron a las conquistas de México, Guatemala y
Perú. En este último país actuó bajo el mando de Francisco Pizarro, en las
batallas de Cajamarca y Cusco donde borraron el imperio del dios inca
Atahualpa, a quien humillaron y montaron en una mula para llevarlo al cadalso.
El “hombre dios” Atahualpa no tenía par en sus dominios, fue
tan grande que su juez supremo, Pizarro, vistió de luto para ver rodar su
cabeza luego que el verdugo bajara el hacha. La noche descendió sobre el Perú,
su oro, sus hombres y sus dominios pasaron a ser de los Reyes Católicos y sus
conquistadores.
Al norte hay dos tesoros
Sometido el imperio Inca, la empresa conquistadora
profundizó en la búsqueda de nuevos tesoros y Pizarro envía a Belalcázar por el
tesoro de Eldorado.
En las filas de Belalcázar viajaba Robledo. Con él participó
en la fundaciones de Quito, Santiago de Cali y Popayán. Luego Robledo, en 1539,
avanzó y da vida a la Villa de Santiago de los Caballeros, (hoy Anserma) y San
Jorge de Cartago, en 1540.
Un año después (1541), también a nombre del Rey y
Belalcázar, fundó la ciudad de Antiochía. El caserío no resistió el asedio
indígena y nueve meses después de su fundación fue trasladado al valle del
Nore, actual Frontino.
En ese año (1542) Robledo se mueve hacia San Sebastián de
Urabá y en su viaje es apresado por Pedro de Heredia, quien domina la
gobernación de Cartagena, lo encadena, lleva a una mazmorra y de allí lo envía
a España para que sea juzgado como “usurpador”, pues nada tenía que hacer en
sus dominios. Ante las cortes reales Robledo se defiende y es exonerado de los
cargos en su contra.
Contrario al sueño de Heredia, él regresa victorioso a
Cartagena en 1546. Aparece investido con el grado de Mariscal y con los títulos
y honores sobre los pueblos que había fundado. De regreso a Antiochía apresó al
representante de Belalcázar para apoderarse del gobierno que por decisión real
le pertenecía. Belalcázar, quien no creía en reyes en estas tierras, respondió
con fuego.
Ese año Robledo, en una de sus expediciones, halla un lugar
fascinante de trópico seco, en el cañón del Cauca, en forma de herradura de sur
a norte del río y vecina del Tonusco. Allí crea la villa de Santa Fe, donde la
misma permanece hasta hoy.
Bajo la espada de Belalcázar
Convencido de su grandeza y el mandato real Robledo se
dirige al sur. Cerca a Santiago de los Caballeros, una de sus ciudades, la historia
lo pone frente a frente con Belalcázar, este lo somete y lo condena a “muerte a
garrote vil”. Sobre su final, el escribano Pedro Cieza de León dice que además
fue decapitado y su cabeza expuesta a modo de escarnio. Belalcázar fue
condenado por el hecho, pero su poder era tan grande que ninguna autoridad se
atrevió siquiera a mirarlo a los ojos para señalarlo.
Tras la muerte de Robledo el poder imperial correspondió en
Antioquia al gobernador Andrés de Valdivia, personaje belicoso, quien murió en
su ley, al igual que todos sus hombres en una expedición de sometimiento de los
pueblos nutabe, en un combate que hasta hoy se conoce como “la Matanza”. A este
lo sucede Gaspar de Rodas, quien recibió la gobernación de parte del Rey por
dos vidas, la suya y la de uno de sus descendientes.
En 1576 se fusionan las ciudades de Antioquia y la villa de
Santa Fe y pasa a llamarse Santa Fe de Antioquia.
A los pueblos indígenas que habitaban los antiguos
territorios de Antioquia la historia les deparó la eternidad. De los miles o
millones, los historiadores no se han puesto de acuerdo sobre la cifra real de
aborígenes, solo sobrevivieron unos cuantos.
El contacto fue tan brutal que fue necesario comprar
esclavos negros e indios de otras tierras para proveerse de mano de obra
esclava para la minería, la agricultura y otros trabajos.
Una nueva era
Hasta más allá de la mitad del siglo XVI Santa Fe de
Antioquia era un villorio de casas de bahareque y pajas de iraca. Sus
construcciones eran primarias y las familias hacían varios ranchos para
albergar a todos sus miembros.
En las dos últimas décadas del siglo, sin la presión
indígena, con campos para ganados, minas infinitas en oro, cultivos de
frutales, yuca, maíz, arroz y otros productos y una nueva sociedad soñando en
establecerse para siempre, la ciudad inició una nueva etapa, consolidó su plaza
central, en la que sobresalía el gran templo cristiano, la casa del obispo, el
centro de gobierno y otras edificaciones majestuosas de tapia pisada,
antisísmicas, con alturas promedio de cinco metros en las tapias y siete en el
caballete; frentes hasta de una cuadra, 80 metros de fondo, tres patios
gigantescos, corredores, zaguanes, habitaciones a la izquiera para los hijos
hombre y a la derecha para padres e hijas mujeres; con puerta principal y
segunda puerta donde en visitante esperaba la orden para entrar; ventanas de
arrodilladera, tejas de barro, patio central en el que creía un gran árbol,
espacios para caballos y ganados y todas dotadas con artículos de lujo traídos
de Europa, entre ellos costosas vajillas marcadas con la firma de la familia.
Así, una a una, se fue confeccionando una gran pieza
arquitectónica, conocida hoy como el Centro Histórico, que Antioquia y Colombia
toda debían admirar, proteger y conocer.
El valor de esta joya es tan supremo, que difícilmente lo
aprecian quienes heredaron tal esplendor, dice la guía turística y estudiosa
del pasado y presente de la ciudad, María Irley Pérez Rodríguez, quien lamenta
las reformas que han sufrido las casas coloniales a manos de quienes las
heredaron o compraron. La Colonia se prolongó entre los años 1550 y 1810 cuando
estalló la gesta de independencia.
No más Rey
En 1810 el Grito de Independencia sacudió al nuevo reino y
Antioquia no fue ajena al movimiento comunero. A las voces de José Antonio
Galán, Manuela Beltrán, el Socorro, San Gil, Mongotes, en Santander, se unen
desde este lado del Magdalena poblaciones como Santa Fe de Antioquia, Sopetrán,
Guarne y numerosos líderes populares, narran Raúl Aguilar Rodas y Alberto
Velásquez Martínez, en el libro Santa Fe de Antioquia, Corazón Histórico de
Occidente.
En 1811 se instaló en la ciudad la primera Asamblea
Constituyente, a la que asistieron dirigentes de Medellín, Marinilla, Rionegro
y el Nordeste. En 1813 la chispa revolucionaria se hace hoguera cuando don Juan
del Corral, un monposino que había llegado a la Ciudad Madre y contaba con
total apoyo popular, firmó el Acta de Independencia de Antioquia, que contrario
a las demás gestas independentistas, que rechazaban el despotismo de quienes
gobernaban a nombre del Rey, el acto libertario del Estado de Antioquia
desconocía al rey mismo Fernando VII.
Por esos tiempos de furia contra la monárquía muchas de las
familias de la ciudad se dividieron. Algunos de sus miembros se filaron con los
ejércitos reales y otros llegaron incluso a ser próceres de la gesta libertaria.
Si bien en la historia queda la batalla de Boyacá como la
que marcó la independencia de Colombia, fue el combate de Chorros Blancos,
cerca de Yarumal, el que la selló, toda vez que cerró el avance de las tropas
realistas que pretendían someter a Antioquia, dividir al país y profundizar en
la reconquista. Chorros Blancos cerró todo espacio al Rey y llevó luego a la
caída de Cartagena de Indias, coinciden distintos historiadores.
En esta batalla, bajo el mando de José María Córdova, los
patriotas de Santa Fe de Antioquia y otros pueblos de la gobernación derramaron
su sangre, probaron su valor y pusieron fin al sueño real en estas tierras.
Honor sería mencionar los nombres de todos estos próceres
cuando se conmemoran los 475 años de Santa Fe de Antioquia,. Para quien desee
ir más allá, don Fernando Gómez Martínez, ilustre santafereño les da su valor
histórico en su escrito Los próceres de Santa Fe de Antioquia, entresacados por
el historiador Luis Guisao Moreno, del Centro de Historia de Antioquia.
El 30 de octubre de 1584 la ciudad fue declarada capital de
la Provincia de Antioquia. Con la independencia y el desarrollo de Medellín, el
21 de abril de 1826, la capital pasa a Medellín, luego de mantenerla con
absoluta dignidad la Ciudad Madre por 242 años.
Con el acto los hombres y familias poderosas de Santa Fe de
Antioquia también la abandonaron para trasladarse a Medellín, y Rionegro donde
se concentraba el poder. Así la Ciudad Madre quedó acéfala, en manos de negros,
criollos, algunos indígenas y zambos, quienes habían sido menospreciados
siempre y no tenían la más mínima formación para mantener en alza tan
gigantesca herencia histórica, arquitectónica, política y social.
Las grandes mansiones del Centro Histórico de Santa Fe de
Antioquia pierden el poder de quienes les dieron vida y la ciudad pasa a
convertirse en un veraneadero de sus propietarios. Si bien los viajes de
veraneo se hacían varias veces al año, hoy los herederos solo parecen
congregarse en Semana Santa.
Antioquia y su patrimonio necesitan dolientes, quienes la
han administrado por décadas no saben siquiera lo que realmente tienen en sus
manos, el gobierno departamental parece lejano y el Nacional gobierna con
normas desde Bogotá, que no se aplican en la ciudad, era uno de los gritos de “atención
señores” del líder y escritor Rodrigo Angulo Pizarro, cartagenero que llegó a
estas tierras y amó tanto Antioquia, más que los santafereños mismos. Tal
fervor lo levantan hoy el Centro de Historia,y el exalcalde cívico, Alonso
Monsalve, actual administrador del hotel Mariscal Robledo, y de quien Angulo
Pizarro, reclamaba “50 alonsos más”, así como otros líderes.
Hoy con los 475 años las campanas de Santa Fe de Antioquia
deben sonar para que se multipliquen los defensores de su patrimonio más allá
de las efemérides.
VÍCTOR ANDRÉS ÁLVAREZ CORREA La primera entrevista que hice,
a los 8 años de edad y con la ayuda de mi padre, fue al futbolista Andrés
Escobar. Desde ese día no he dejado de hacer preguntas, ni de amar el
periodismo. Soy egresado de la Universidad de Medellín. TOMADO DE EL COLOMBIANO
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