Adiós a Horacio
Guarany, el gran referente del folclore argentino
El creador de "si se calla el cantor" falleció a
los 91 años. cantante, actor y escritor, el santafesino deja una huella eterna
en el cancionero nacional.
El cantante y compositor folclórico Horacio Guarany
falleció ayer a la madrugada a los 91 años a causa de un paro
cardiorrespiratorio, en su casa de la localidad bonaerense de Luján, tras 70
años de una reconocida actividad artística que lo transformó, para muchos, en
el más exitoso de los cantores de la historia del folclore argentino.
Con más de 60 discos editados, muchos de repercusión masiva,
308 canciones propias registradas oficialmente en Sadaic, algunos que fueron
himnos engalanados por el éxito como "Si se calla el cantor",
"Amar amando", y "Caballo que no galopa", Guarany fue figura
excluyente del Festival de Folclore de Cosquín, memoria de su primer evento en
1961 y, entre muchas otras cosas que pasaron en las sierras de Córdoba, el
encargado también de anunciar el retiro de las tropas de Estados Unidos de
Vietnam en la plaza Próspero Molina.
Además sufrió exilio durante la última dictadura militar y
su cuerpo fue alcanzado por una granada.
Como señaló a Télam, el periodista Marcelo Simón, "fue
un tipo que pagó con el cuerpo lo que predicaba con su canto".
Nacido en 1925 en la localidad santafesina de Las Garzas
como Eraclio Catalín Rodríguez, Guarany fue reconocido como cantor, escritor y
decidor; todas actividades en las que daba rienda suelta al imaginario popular
gaucho, con interpretaciones sobre el amor, los trabajadores y sobre todo las
injusticias y la lucha contra el autoritarismo, lo que lo convirtió en la
figura más carismática del folclore argentino.
Se inició desde muy chico con la Orquesta de Herminio
Giménez interpretando música paraguaya y en idioma guaraní y en 1957 cuando
debutó en Buenos Aires en la histórica Radio Belgrano con el tema de Ramón
Ayala y Vicente Cidade, "El Mensú".
Antes cantó boleros, tangos y otro tipo de canciones
populares en un boliche del barrio de La Boca para sobrevivir, a la espera de
que la suerte estuviera de su lado.
Apodado por sus amigos como "el Cabezón", Guarany
fue un artista con una vida ajetreada y reconocido por muchos como un hombre de
inmenso éxito también con las mujeres, con infinidad de romances, entre los que
se contó el que tuvo, cuando ambos despuntaban a la fama, con la cantante Gina
María Hidalgo, que popularizó y convirtió en éxito absoluto su canción
"Amar amando".
Amante del vino, aunque menos bebedor de lo que
propagandizaba de sí mismo, su historia personal conoció el éxito de los
escenarios del país y el mundo, siendo el primer folclorista en tocar en la
Unión Soviética con una gira de dos meses que compartió con César Isella y Los
Fronterizos, además de vender millones de discos, escribir y publicar libros
propios y participar de películas.
En diciembre de 1974 debió abandonar el país a consecuencia
de las amenazas de muerte y atentados que recibió por parte de la Triple A
(Alianza Anticomunista Argentina), refugiándose primero en Venezuela, luego en
México y finalmente en España, donde vivió cuatro años.
Durante la última dictadura cívico-militar fue censurada la
difusión de algunas de sus canciones como "La guerrillera" o
"Coplera del carcelero", no obstante lo cual retornó al país en
diciembre de 1978.
En enero de 1979 sufrió un nuevo atentado por medio de un
explosivo, esta vez en su casa de la calle Manuel Ugarte, en la ciudad de
Buenos Aires, aunque decidió quedarse en el país y circunscribió su actividad
solamente a presentaciones en pequeñas localidades del interior.
Fue pionero del primer Festival Nacional Mayor de Folclore
de Cosquín, en 1961, y su figura arrastró verdaderas multitudes por las calles
de esa ciudad serrana, adonde no volvió en las últimas ediciones del festival
por desacuerdos con la Comisión Organizadora.
Setenta años de trayectoria hablan de más de 60 discos entre
originales y compilados, además de trabajos en colaboración con César Isella,
Mercedes Sosa y Soledad Pastorutti, entre muchos otros.
El rock también reivindicó la figura de Guarany y los
principales homenajes partieron de bandas de rock duro y heavy metal como
Hermética que versionó "Si se calla el cantor" en un disco en vivo,
también lo hizo Malón en otro álbum. Mientras que La Renga suele tocar en vivo
"Bebe vino", además de que en 2014 Gabo Ferro versionó "Coplera
del Prisionero" de Armando Tejada Gómez y Guarany para un disco de
canciones prohibidas por las dictaduras militares de los 70.
Su música estuvo relacionada frecuentemente con la denuncia
social, ya sea de causas en las que daba voz a aquellos que no podían
expresarse como de las propias, entre las que destacan los temas en los que
daba cuerpo al dolor del exilio.
En el aspecto político, Roy Stahli, quien en 2016 presentó
su biografía "Horacio Guarany: toda una vida", afirmaba por entonces
que el cantor separaba "la ideología política de los valores", lo que
le permitió tanto estar afiliado al Partido Comunista tras el derrocamiento de
Juan Domingo Perón en la década del 50 como expresar en la década del 90 que Carlos
Menem era "el mejor presidente de los argentinos" y apoyar las leyes
del indulto a los militares condenados por los crímenes de lesa humanidad.
" l separa la ideología política de los valores, y sus
valores esenciales no cambiaron nunca: honradez, honestidad, vergüenza. Pero en
la política no se fija. Fue amigo de Cámpora, de Alfonsín, de Duhalde, de
Menem. Quizás no supo diferenciar entre esa 'amistad de asados' y lo referente
a apoyar una política, o no supo diferenciarlo a tiempo", afirmaba en
abril pasado Stahli en charla con Télam.
A lo largo de su carrera recibió distinciones por su
trayectoria y labor cultural, como el premio Konex de 1985 y 1995 o el
nombramiento como Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y de otras ciudades del
interior del país.
Más allá de incontables romances, Guarany estuvo casado en
dos oportunidades, primero con Juana "la Colorada", con quien tuvo su
hijo Horacito, guitarrista del que luego se distanció, y con su actual esposa,
Griselda, con quien tuvo a Francisco ("Panchito", como le decía), y
con quienes vivía desde hace años en la quinta "Plumas Verdes", cerca
de la Basílica de Luján, a la que le compuso la canción "Romance de plumas
verdes".
Paisano de a pie. Pasional y sensible;
conquistador y loco; generoso y prolífico, Horacio Guarany salió de la nada y
fue sembrando canciones por donde pasó. La primera imagen que evocamos de su
rostro es con una ancha y blanca sonrisa. No es flaco legado para un paisano de
a pie que escribió y cantó sobre la lucha, la amistad, el amor y la muerte:
"Cuando me pille la muerte/ quiero esperarla cantando/ convidarla vino
adentro/ quién sabe la salgo amando", escribió. La única muerte es el
olvido y Guarany se encargó de perdurar dejando recuerdos por todos lados. Tomado d e la capital de rosario argentina
Generoso, pasional y sensible
La crónica de una charla revela la singular personalidad del
músico, quizás el último patriarca del folclore argentino. por Por
Marcelo Menichetti / Escenario
Desde 1957, cuando apareció su primer disco con
títulos como "No sé por qué piensas tú", con versos de Nicolás
Guillén y música de Horacio Guarany, o "La litoreña", zamba de su
autoría, al igual que "Guitarra de medianoche", muchos de sus temas
se convertirían en inmortales porque se los escucharía más allá de la
reproducción de sus discos y de las versiones de escenario: los comenzarían a
tararear los hombres y las mujeres del pueblo argentino mientras desarrollaban
sus tareas diarias, o sonarían en sus cabezas mientras miraban un cielo
estrellado o añoraban algún amor lejano. En realidad, se fueron incorporando a
la cultura popular y comenzaron el proceso que las sumaría al folclore
argentino aunque se tratara de obras con autor conocido.
Ayer Horacio Guarany se fue como ya estaba previsto en el
gran misterio de la vida que tiene un comienzo, un recorrido y un inevitable
final. Pero Guarany no le temía a la muerte. Quizá haya temido más a dejar de
sentir y de expresar sus sensaciones. Y la presunción no es una elucubración
temeraria sino una deducción que se desprende de su vida y de su obra. Por
cuestiones profesionales tuve la oportunidad de conocerlo primero y luego
mantener una forma especial de amistad con él. Creo que vale la pena relatar la
anécdota que dio inicio a esa relación cuando Horacio ya era un patriarca —el
último, quizá— del folclore argentino.
El primer contacto directo que tuve con Guarany no pudo ser
más traumático. Se produjo por vía telefónica y apenas me presenté él contestó:
"Vos me hiciste una nota?". En realidad nunca habíamos hablado, por
lo que le contesté que quizá me estuviera confundiendo con algún compañero del
diario en el que estaba trabajando. "¿Vos te llamás Marcelo
Menichetti?", me preguntó. Luego de obtener mi confirmación afirmó:
"Vos me hiciste una nota en Cosquín".
El silencio que se produjo fue pesado, ancho, espeso, casi
insoportable porque, tras unos segundo de zozobra, entendí qué intentaba
decirme. Se refería a la edición 39ª del Festival de Folclore de Cosquín que lo
tuvo como una de sus figuras más convocantes. Yo había cubierto para "La
Capital" la noche de presentación de Guarany, cuando lo homenajearon y le
regalaron un caballo que recibió en el mismo escenario del festival. En esa
crónica había expresado mi asombro por la convocatoria que lograba un cantor
veterano y la pintura que hice del momento fue —debo admitirlo— un poco dura.
Decía algo así como: "Resulta inexplicable la masiva convocatoria de un
cantor que no canta, de un guitarrero que no toca y que apela a la cosmética.
Aún así, consigue un nivel de convocatoria impresionante y logra enardecer a su
público".
Insulto y carcajada. Palabras más, palabras
menos, eso era lo que yo había escrito y esa era la nota a la que se refería
Guarany. Su casamiento con una mujer rosarina explicaba que los familiares de
su esposa le hubieran guardado los ejemplares del diario y que él recordara esa
crónica en la que lo había herido por aquello de los "cosméticos".
Que Guarany se teñía el pelo y la barba no era una novedad que descubría esa
nota, sin embargo eso lo molestó y no se ahorró palabras para decírmelo.
"¡Qué hijo de puta!", me dijo continuando la
incipiente charla telefónica. "¡Esas cosas no se dicen!", reclamó.
Aunque él no me veía, pudo percibir el creciente rubor que me pintó la cara.
Quedé mudo por unos segundos mientras rebobinaba y trataba de recrear aquella
crónica que ya había olvidado. Pero como se trataba de un hombre astuto, tras
la dura recriminación llegó una carcajada que descomprimió el momento.
Recuerdo que ensayé algún tipo de disculpas para procurarme
una salida —imposible— del aprieto en el que estaba metido. "Fíjese —le
dije— que en el fondo lo que escribí es elogioso, porque destaqué la cantidad
de gente que convoca a pesar de todos esos detalles?".
Y en realidad escribí eso porque Guarany ya no cantaba sino
que "decía" las canciones; tampoco tocaba porque, aunque se colgaba
la guitarra y con la mano izquierda marcaba un tono, con la derecha hacía un
rasgueo en el aire, a diez centímetros de las cuerdas. Al instrumento lo usaba
para engancharlo y desengancharlo cuando comenzaba y terminaba cada canción, y
para levantarlo por sobre su cabeza cuando arreciaban los aplausos de su
incondicional público.
La conversación telefónica debía seguir porque Guarany
estaba a punto de presentarse en el teatro El Círculo y ése era el motivo de mi
llamado. Como él también sabía que debería hablar conmigo a pesar de todo, no
quemaba las naves y se disponía a responder mis preguntas. Sin embargo, a lo
largo de la extensa charla que mantuvimos, no se ahorró ocasión para repetirme
el "¡Qué h? de p?.!", subrayando el epíteto con una carcajada como
para que yo no olvidara que el asunto le había pegado por debajo de su línea de
flotación. Entonces le dije que yo le iba a demostrar que sabía mucho más de él
que lo que había escrito esa noche de Cosquín y que se lo iba a demostrar.
Finalmente terminamos la nota que se publicó el día que él
actuaba en Rosario. Como yo me había quedado con un gran cargo de conciencia,
aunque mantenía los conceptos que había escrito porque eran estrictamente
verdaderos, decidí dejarle a su histórico empresario local, Pepe Grimolizzi, un
video que habíamos hecho con Atilio Ielpi para un programa de difusión de
artistas santafesinos que se emitía por Canal 5.
La invitación. A los tres o cuatro días de esa
actuación me llamó por teléfono a mi casa para agradecerme el trabajo,
elogiarlo _lo que me hizo sentir peor de lo que me había sentido antes_ y para
invitarme a cenar con mi familia y la suya en Rosario. Esas llamadas e
invitaciones se fueron repitiendo cada vez que venía a la ciudad, y un día me
sugirió que escribiese su biografía porque quería tener otra visión de su vida
que ya había relatado en un par de libros propios.
Desde aquel día se sucedieron muchos encuentros en hoteles,
hasta en casas de sus familiares y la suya de Luján, el último refugio del
cantor trashumante, verdadero y singular juglar del siglo XX que fatigó todos
los caminos conocidos de su patria y también de la Rusia soviética, a la que
llegó a finales de la década del 50, donde cantó para aquel pueblo que
enseguida lo acogió en su seno. También filmó un par de películas y en un breve
lapso se convirtió en un mimado por el público ruso. Ese fenómeno se repetiría
en otros lugares, como Paraguay y Uruguay, por ejemplo, donde es aún hoy un
ídolo de algunas generaciones mayores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario