El tiempo apremia, ya que me han pedido que escriba alguna valoración sobre la gesta de Mayo, la que por supuesto debe ver la luz antes de la fecha correspondiente.
El problema no es sencillo por dos razones: primero, porque no estoy con todas las luces prendidas y segundo, porque en este caso no es una mirada cualquiera. Ya que la misma conlleva una carga adicional, que es el tema central que nos ocupa a los argentinos en este mes, “el Bicentenario”.
Como excusa, podría alegar además, que mi fuerte es la problemática ambiental y no la historia, lo que complica aún más la redacción de la misma.
No obstante trataré de cumplir el cometido o moriré en el intento.
Sobre el 25 de Mayo todos tenemos algunas leves o fuertes referencias, producto de años de estudio, actos solemnes y conmemoraciones varias, aunque después de dos siglos todavía no sepamos con toda claridad, si esos acontecimientos constituyeron una revolución, emancipación, independencia, autonomía o fueron un simple acto de reafirmación de la fidelidad para con Fernando VII, rey español depuesto por los franceses por esos tiempos.
De acuerdo a la óptica de cada historiador tendremos una respuesta más o menos acabada, que coincidirá o no con nuestras propias interpretaciones o con los intereses que encierran los relatos históricos. Ya que como bien se dice: “si la historia la escriben los que ganan, entonces quiere decir que hay otra historia”. Esta última “la verdadera historia” nunca la terminaremos de conocer.
Lo que si salta a la vista, en estos tiempos de bicentenario, es la competencia casi futbolera entre los estamentos gubernamentales, ya sean del orden nacional, provincial o municipal para ver quien conmemora más.
Como en los divertimientos de niños, de los niños de otrora, podríamos jugar a: “conmemora, conmemorador, a ver quién conmemora mejor”, a alguna otra forma como: Aldón, aldón pirulero, cada cual conmemora en su ruedo y el que no, y el que no, una prenda tendrá”. Sin dudas que estas delicias infantiles nos traerán añoranzas de tiempos idos.
Así es, que en esa tónica, cada uno y en la esfera de su competencia propone: fiestas, muestras, espectáculos deportivos, culturales, y toda la variedad de eventos que su imaginación no alcanzarían a cubrir.
Como seguramente ya ha podido apreciar, en cada una de las ofertas de las agendas oficiales, el marketing, con la asistencia de los conocidos de siempre, precede a las realizaciones y como hace dos siglos, el pueblo todavía quiere saber de qué se trata.
De los gastos que insumirán estas celebraciones y las compras directas, mejor ni hablar.
Lo más llamativo y curioso es que todos coinciden, presentaciones, programaciones y feriados decretados mediante, en que esta fecha es un buen punto de partida para pensar y reflexionar sobre nuestra identidad y nuestro futuro como sociedad.
Resolver los problemas cotidianos del presente y de cara al futuro, ya es otro cantar.
Como diría Borges: “Disculpe mi ignorancia”.
Algo no cierra, pero me parece que, todas estas reflexiones hacia el porvenir, vienen a confirmar, lo que muchos intuyen, que es que durante 200 años los argentinos hemos desperdiciado el tiempo, y seguimos insistiendo en ello, sin preocuparnos de nuestro futuro. Lamentablemente así estamos, por obra y gracias del granito de arena que todos hemos aportado a la confusión general.
El Tricentenario, de seguir tal cual las cosas, para los que vivan en ese momento, los encontrará con los mismos problemas de identidad y desigualdad social, pero eso si, reflexionando sobre el futuro.
Desde mi leal saber y entender, el bicentenario tendría que haber significado un punto de llegada, en el que nos demostráramos y confirmáramos a nosotros mismos y al mundo, que hemos sido capaces de cumplir los sueños de los que pergeñaron ese momento histórico memorable y valiente y que hemos sabido ser libres e independientes para la satisfacción de todo el pueblo argentino sin exclusiones ni marginaciones. Lo que no ha ocurrido evidentemente.
No dejo de preguntarme y quizás Ud. haga lo mismo, por qué en todo estos años y en este fausto, se ha omitido mencionar, muchos menos plasmar los ideales de Mayo, entre ellos, los de Belgrano, para mencionar alguno, sobre temas que hoy por hoy deberían seguir vigentes y se inscribirían entre las tendencias que se pueden denominar progresistas.
Mientras el olvido deliberado e interesado crece, asistimos a un marco de progresismo de café, grandilocuente pero ineficaz para torcer el rumbo de la dependencia y mucho menos mejorar la calidad de vida de la gente.
Este bicentenario tendría que haber constituido un marco de encuentro de todos los sectores del país sobre ideas, compromisos, trabajos y propuestas comunes, más allá de las circunstanciales diferencias partidarias, sociales o de visiones.
Pero como diría el Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos” y como parece que no hay muchas cosas esenciales, se sustituyen las ideas por la ostentación y seguimos tan divorciados como siempre o como nunca.
Unos y otros, con razón y sin ella, se endilgarán las culpas, pero una gran parte del país está y estará ausente de los banquetes por mucho tiempo más.
Honrando el protagonismo en los días de Mayo, del creador de la bandera, por qué no haber materializado en el país alguno de sus sueños, entre ellos el de una reforma agraria que eliminara la marginación social, que resumía en lo siguiente: "Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se les dan propiedades, que se podría obligar a la venta de los terrenos, que no se cultivan."
No tengo dudas que más de uno, en estos días, bandera, vincha y escarapela al pecho henchido, dirá: No jodamos, banderas, discursos y festejos sí, reforma agraria ni loco. Con el campo no se metan, sino cortamos las rutas.
Muchos menos aceptarían que el prócer, hable de clases sociales y explotación, a través de proclamas casi marxistas, como cuando expresa: "Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo en la reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra.”
Tampoco faltará el que a voz en cuello, exclamará: Menos mal que este no es el padre de la patria, sino estaríamos como en Cuba.
Otros, disfrazados de gauchos con lazo celeste y blanco en el chambergo, seguirán insistiendo: no jodan!!! Propietarios del mundo uníos.
Sin dudas pasará el bicentenario, con más o menos boato, con más o menos fervor cívico, pero la divisoria de aguas de la sociedad argentina, entre aquellos a los que le da lo mismo la independencia o no del país, porque en estos 200 años han hecho y siguen haciendo buenos negocios a costa de todos y los que siguen creyendo que las ideas de Belgrano, Moreno, Passo, Castelli y tantos otros, se mantienen vivificantes y vigentes, por lo menos hasta que las cosas cambien y las mismas puedan materializarse para la felicidad de todos.
Despejados los hálitos del festejo y como fondo musical de una película que va terminando, quizás en sintonía con la letra del tema “Fiesta” de Serrat, escuchemos cantar: “Y con la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal la zorra pobre vuelve al portal, la zorra rica vuelve al rosal, y el avaro a las divisas. Se acabó, el sol nos dice que llegó el final, por una noche se olvidó que cada uno es cada cual. Vamos bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta.”
Ricardo Luis Mascheroni
Docente e Investigador Universitario
Universidad del Litoral AR.
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