LA REVOLUCIÓN VERDE EN SALTA, TREINTA AÑOS DESPUÉS
La verdulería transnacional
Entre 1991 y 1996, la genética globalizada de semillas de
hortalizas se coló por la ventana. La soja fue la vedette, pero el proceso
hundió sus tentáculos en todos los alimentos de la vida cotidiana.
Por Analía Brizuela
“¿Usted sabe el
origen de las semillas de esos tomates?”, preguntó Salta 12 a la dueña de dos
puestos en el mercado verdulero de avenida San Martín al 2200. “No sabría
decirle”, respondió Elsa. “Todos estos cajones, prosiguió, los compramos en
Perico”. Su respuesta se parece a la que compartieron otros entrevistados.
La procedencia de las hortalizas (por cajones o unidades) se confunde con el origen de sus semillas. La consulta también se hizo entre vendedores del mercado mayorista de frutas y verduras ubicado sobre avenida Paraguay. La ronda arrojó resultados similares. Bastan los dedos de una mano para nombrar a quienes conocen la procedencia de las semillas de las hortalizas que venden.
Luis, dueño de varios puestos ubicados sobre una de las
entradas laterales de Cofrutos, dio más precisiones. “Ves todas esas cebollas”,
explicó señalando las bolsas entretejidas con plástico naranja prolijamente
apiladas, “no las vendo en el Mercado Central de Buenos Aires”. Detalló
que las semillas que utilizan productores locales son diferentes a las
de Río Negro o Buenos Aires. “Sintética 14, por ejemplo, es una de las más
usadas en el sur para obtener la cebolla que todos conocemos por su cáscara
marrón”, prosiguió. Comparó el tipo de fruto que se obtiene con esas semillas
modificadas, que se parecen poco a las que llegan desde cooperativas agrícolas
de Jujuy. “Algunas semillas son de Holanda, otras de Brasil, pero la diferencia
de precio entre ellas es abismal”, explicó. “Un paquete de mil semillas
holandesas pueden ser hasta 25 por ciento más caras que las de Brasil. Pero con
ellas se obtienen las cebollas que los supermercados prefieren, más que nada el
aspecto homogéneo en la presentación”.
La dueña de un puesto en el interior del mercado mayorista
salteño, dio más precisiones sobre su especialidad: los zapallos. “Los que ves
apilados allá (señala un centenar de calabazas gigantes color plomo) son de
Formosa. Los de Embarcación (Orán) llegaron hasta la semana pasada. A las
semillas las guarda cada productor, porque se separan los mejores ejemplares
para la siguiente cosecha. Pero con los coreanos y los zapallos negros no pasa
lo mismo”, explicó Miriam Gutiérrez. “Son de semillas híbridas.
Quiere decir que cada año tenemos que comprarlas nuevamente, porque
si guardamos semillas para sembrar no dan lo mismo”.
En los testimonios, el verdadero origen de las pequeñas
cápsulas que contienen el código mejorado de las hortalizas, se esconde entre
representantes y revendores. Representan a grandes firmas que comercializan
semillas de híbridos y variedades mejoradas. Tal dependencia crece desde los
años noventa. Pero incluso entre ese grupo, hay quienes no comprenden del todo
la profundidad del proceso que los incluye como actores clave.
Un puñado de valiosos testimonios surgió en la visita de
Salta 12 a dos agroquímicas situadas sobre la Avenida Chile. “Las semillas
argentinas no tienen la misma pureza ni la germinación que las norteamericanas”,
explicó el dueño de una de ellas. Se refería a los índices presentes en los
envases que inciden directamente en el rendimiento por hectárea de las especies
hortícolas. Mientras las norteamericanas aseguran una pureza que raya el 99% y
una expectativa de germinación de alrededor del 85%, sus competidoras
argentinas se posicionan muy por debajo de esas expectativas.
Otra de las agroquímicas que visitó Salta 12, exhibía sus
precios con todo detalle. “¿Cuál es el origen de esas semillas?”, consultó la
cronista a la señora sentada tras el vidrio. El grupo que la acompañaba parecía
ser familia. Todos prestaron atención a la pregunta. Inmediatamente uno de
ellos explicó que las latas y sobres en color amarillo contenían semillas
argentinas, más precisamente de Bahía Blanca. En cambio, las de color verde
eran importadas, aunque no supo explicar de dónde. Fue cuando otro de ellos
tomó una lata y al leer la letra chica descubrió con sorpresa que parte de las
semillas que vendía eran de Estados Unidos. “¡Sandías norteamericanas! Te juro
que no sabía”.
Mejor no saber de ciertas cosas
El mejoramiento genético de semillas en general y hortalizas
en particular, se transformó en mercancía, Fue un bien considerado público
hasta los años sesenta. Para colmo, si buena parte de los actores que
participan en la cadena productiva o comercial en la actualidad no comprenden
del todo el proceso histórico, mucho menos advierten que la transformación
lleva alrededor de 50 años. Se remonta a la elaboración de la Ley
Nacional de Semillas en tiempos de Alejandro Lanusse como presidente de facto.
Miguel Muñoz, reconocido productor de frutas,
legumbres y hortalizas del norte salteño, contó a Salta 12 que todas las
semillas que compra su empresa son de origen europeo, principalmente holandesas
y españolas. Muñoz produce tomates, berenjenas y pimientos en el departamento
Orán y sus productos son elegidos por el puñado de supermercados que concentra
la demanda nacional de producción hortícola.
“Nosotros buscamos ciertas características genéticas, como
resistencias a enfermedades del suelo y foliares. También a virus y hongos. Nos
interesa el híbrido según la problemática de nuestros campos”, detalló.
“Al elegir semillas, ¿influye la presentación que obtendrá
del producto?", le consulto por la demanda estética de las grandes cadenas
de supermercados: “Sí, sí claro”, respondió el empresario. “La calidad final
es un punto muy importante al momento de comercializar”.
“Usamos semillas de empresas holandesas y norteamericanas,
aunque en realidad, muchas veces son de origen asiático”, contó uno de los
dueños de la empresa hortícola “El Caburé” ubicada en Colonia Santa
Rosa. El dato compartido por Juan García, que comercializa sus
productos principalmente a supermercados de la región patagónica, permite
adivinar que la concentración se aceleró con los años. En 2016, del puñado de
grandes productores que controlaban semillas y patentes relacionadas con la
producción hortícola, China National Chemical Corporation (ChemChina) compró la
suiza Syngenta, y la alemana Bayer compró a la norteamericana Monsanto.
Revisar el Registro de Cultivares del Instituto
Nacional de Semillas (INASE por sus siglas) es otro recurso para dimensionar
la transnacionalización del sector hortícola. Por ejemplo, el tomate
encabeza el ranking con 1064 registros. Entre los principales países
solicitantes para comercializar en territorio argentino, destacan Estados
Unidos, Holanda e Israel. Sin embargo, tras de esas naciones, se esconden
Syngenta, Monsanto, Alliance, Bayer y Novartis. Otras son Enza Zaden y Rijk
Zwaan en el caso de Holanda, o HM Clause en el caso de Israel.
El segundo en la lista es el pimiento con 429 registros.
Entre los países solicitantes, se repiten los mismos países, aunque Holanda
encabeza la lista. Al igual que en los tomates, surgen las mismas
multinacionales, aunque se suma Nunbens (subsidiaria de la alemana BASF).
Continúan las semillas de lechuga, cebolla, melón y choclo dulce con Estados
Unidos a la cabeza. Por eso, si hoy es posible cubrir la demanda de lechugas
perfectas es gracias a sus semillas híbridas, o el hecho de contar con
choclo súper dulces fuera de estación es consecuencia del proceso iniciado por
Estados Unidos en la Argentina menemista.
Felipe Solá, entonces Secretario de Agricultura,
Ganadería y Alimentación, “flexibilizó el proceso de solicitud de permisos para
experimentación y/o liberación al medio de organismos genéticamente
modificados”. En la resolución del 25 de marzo de 1996, aprobó permisos para la
soja. Pero tras ella, se colaron las multinacionales que comercializaban
semillas de especies hortícolas con mejoramiento genético. Para entonces,
el INTA se encontraba en proceso de vaciamiento y el Instituto
Nacional de Semilla concentraba todos los registros (públicos y privados) desde
1991. Todo controlado por dos Héctor: Huergo y Ordoñez.
Soberanía de semillas para la soberanía alimentaria
Las denuncias sobre este impresionante proceso, circula con
lujo de detalles en papers académicos. Sin embargo, no suelen saltar el cerco.
Sus voces resultan indispensables para contextualizar por qué agricultores
pequeños y sin tierra (agrupados hoy en la Unión de Trabajadores de la Tierra o
UTT) atraviesan grandes dificultades para producir.
“Los compañeros compran semillas en las agroquímicas al
fiado y, al final de cada temporada, deben levantar cuentas inmensas porque las
semillas se pagan en dólares”, explicó a Salta 12 Darío Moreno,
delegado de la UTT en Orán. “Nosotros compramos las semillas por gramo a las
agroquímicas. No podemos más cantidad, porque son muy caras. A veces, los
patrones nos dan semillas, porque somos medieros por temporada”, contó Edith a
Salta 12, delegada de la UTT en Embarcación. “También solicitamos semillas a Pro
Huerta del INTA. Son muy lindas las verduras de esas semillas, pero no nos
alcanzan para repartir entre la cantidad de compañeros que somos”.
Las semillas que el programa del INTA reparte provienen de
Fecoagro. La entidad con sede en San Juan concentra cooperativas agropecuarias
y hace 30 años produce semillas hortícolas. Karina Torrente,
ingeniera agrónoma de la federación, contó a Salta 12 que utilizan
variedades del INTA de 32 especies y 90 variedades que se encuentran libres de
registro. “Nuestro principal cliente es Pro Huerta y estamos entregando un
millón doscientos mil kits de semillas al año en dos temporadas”, detalló.
Explicó además que por el cambio de legislación de los años noventa en el
registro de semillas, Fecoagro trabaja con semillas de polinización abierta.
“Quiere decir que son semillas libres porque sus registros caducaron
después de 20 años. De otro modo, hay que pagar un arancel multiplicador”.
En éste punto, surge una pregunta ineludible: ¿alcanza con la producción de hortalizas con semillas libres de registro u orgánicas para abastecer la demanda alimentaria de una mayoría de argentinos que comen mal o poco? “Creo que hay que tener cautela con los productos orgánicos, porque detrás de ellos hay demasiado marketing”, opinó Marcelo Rodríguez Faraldo, director del Instituto de Desarrollo de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNSa. “La producción orgánica de hortalizas se ha transformado en un coto carísimo” explicó. “Si bien una parte de la solución es el programa Pro Huerta, de ninguna manera es la más importante para muchas familias”.
Para el director del Instituto, el acceso a alimentos sanos,
frescos y de calidad de las grandes mayorías, es una deuda pendiente de las
administraciones nacionales desde que el INTA fue vaciado entre los años
ochenta y noventa. “Es muy importante el rescate de semillas nativas, pero
también la protección de nuestro banco de germoplasma de la apropiación privada.
También hace falta reconvertir al INTA en un organismo de investigación de
vanguardia”.
Reclamó además por la reglamentación provincial de
la Ley de Desarrollo Rural para la Agricultura Familiar “Felipe Burgos”
(pendiente desde 2014) y la implementación real en la provincia de Ley de
Buenas Prácticas Agrícolas para el sector hortícola, que implica el buen
uso de fertilizantes y la correcta eliminación de los desechos plásticos. En su
opinión, son herramientas claves para mejorar la calidad de las verduras que
llegan a Salta capital desde el cinturón hortícola del Valle de Lerma
(Cerrillos y La Merced), desde el norte salteño y los Valles Calchaquíes.
Hoy como ayer nos sirven de alimento. Sin embargo, el
conocimiento socialmente generado para su producción y libre accesibilidad se
ha privatizado. Por eso, argumentar que el proceso de producción de hortalizas
se transnacionalizó no es descabellado. Basta comparar calidad / precio, desde
la percepción estética y el poder de compra individual, entre góndolas de grandes
cadenas de supermercados y verdulerías de barrio.
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TOMADO DE PAGINA 12
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