lunes, 8 de noviembre de 2021

PRIMERA ECOLOGISTA

 


Retrato de la primera ecologista (y por qué sabemos tan poco sobre ella)

Mientras en Glasgow tiene lugar la COP26, donde se debate cómo afrontar la grave crisis ambiental que atravesamos, te compartimos la historia de Rachel Carson, la primera científica que se animó a denunciar las consecuencias de dañar indiscriminadamente la naturaleza.

Es considerada la madre de la ecología moderna. Su lucha contra los pesticidas salvó a los petirrojos del DDT.

Nadie nos habló sobre esta mujer. Su nombre no figura en esa larga nómina de grandes personalidades del siglo XX que está llena de hombres. ¿Por qué entonces hablar de Rachel Carson? ¿Por qué dedicarle un tiempo de lectura a esta mujer menuda y de bajo perfil que nació en los Estados Unidos en 1907 y se entregó de lleno a su amor por la biología? Simple: porque a través de su trabajo y de la infinidad de denuncias que formuló a lo largo de su vida contra las devastadoras acciones del ser humano sobre su entorno, ella ayudó a cambiar en muchas personas la forma de ver y de pensar la naturaleza, convirtiéndose así en la primera ecologista de la historia.

“Cuanto más claramente podamos centrar nuestra atención en las maravillas y realidades del universo que nos rodea, menos interés tendremos por la destrucción”, sostuvo Rachel cuando recién despuntaba en su carrera y todavía eran muy pocos los que se preocupaban por el medioambiente y la necesidad de protegerlo de la constante depredación humana. Era el auge de la industria y de la mecanización, del capital y de los avances tecnológicos. Tiempos en los que, por ejemplo, se consideraba que la lactancia era una práctica del pasado y se recomendaba alimentar a los niños con un biberón “para criar niños sanos y felices”, como señalaban las publicidades de la época.

“Aquellos que contemplan la belleza de la tierra encuentran reservas de fuerza que perdurarán mientras dure la vida. Hay algo infinitamente curativo en los repetidos estribillos de la naturaleza: la seguridad de que el amanecer llega tras la noche y la primavera tras el invierno”, fragmente de Primavera silenciosa, el libro con el que dio inicio al movimiento ecologista en 1962.

Y mientras miles y miles de familias se mudaban a las grandes ciudades en busca de un futuro, y se abandonaba el trabajo del campo por el de las fábricas, o mientras en el campo se comenzaban a usar agroquímicos para conseguir mejores cosechas, aquella niña curiosa llamada Rachel crecía en la quietud de la granja de sus padres ubicada en la ciudad ribereña de Springdale, Pensilvania, observando atentamente y con asombro todo lo que le iba ofreciendo la vida, para documentar en sus cuadernos aquello que iba aconteciendo a su alrededor. Tal era su pasión por la naturaleza y por la escritura, que cuando apenas tenía 11 años publicó su primer cuento en una revista para niños, donde ofrecía una mirada bucólica de la existencia. Además de escribir, durante las tardes disfrutaba de leer bajo los árboles a Herman Melville, Joseph Conrad y Robert Louis Stevenson, quienes –según señaló alguna vez– le enseñaron a amar el mar. Y tal vez por aquellas narraciones que marcaron su infancia eligió enfocarse, fundamentalmente, en el estudio de la biología marina.


Hija menor de tres hermanos, la pequeña heredó su profundo amor por el mundo natural de su madre. Según narra su biógrafa, Linda Lear, en el libro Rachel Carson: Testigo de la naturaleza, Rachel se enamoró del océano el día que encontró un gran caparazón fosilizado que la fascinó. ¿Cómo podía ser que en las profundidades marítimas habitaran esas y otras maravillas? Más tarde, durante sus estudios en el colegio de señoritas de Pensilvania, donde soñaba con convertirse en escritora, encontró su verdadera afición: la biología, en la que se especializó para obtener luego su maestría en zoología en la Universidad Johns Hopkins. Según cuenta Lear, no fue un destino del todo casual: en su Springdale natal había dos enormes plantas eléctricas de carbón que estaban contaminando lugar sin que nadie hiciera nada para impedirlo. Y ella no podía mantenerse en silencio sobre esa situación.

 

La pequeña Rachel leyendo una revista junto a su perro Candy en el parque de la granja familiar.

Pionera de la lucha ambiental

Su voz suave no le impidió hacerse oír: Rachel tenía interés en crear conciencia a su alrededor a través de sus escritos sobre la importancia de controlar el accionar de las compañías para evitar que dañaran el entorno. “Es una era dominada por la industria, en la que el derecho a ganar un dólar a cualquier costo rara vez se cuestiona”, describió en uno de aquellos textos. Y aunque cursó durante tres años de la carrera de Literatura (su primer amor), finalmente decidió cambiarse a Biología, licenciándose en 1929 para ejercer como docente en la Universidad de Maryland. Sin embargo, a pesar de su formación, por aquellos años no había oportunidades profesionales para las mujeres en las ciencias y, cuando su padre y su hermana fallecieron, tuvo que hacerse cargo económicamente de su madre y de sus sobrinos, por lo que no pudo seguir formándose como hubiera querido. No obstante, gracias a sus conocimientos literarios comenzó a revisar y a corregir por encargo textos académicos de otros científicos y a publicar algunos propios, iniciando una prolífica carrera como escritora de ciencias.

“Es una situación curiosa que el mar, del que surgió la vida por primera vez, ahora se vea amenazado por las actividades de una forma de esa vida. Pero el mar, aunque cambiado de una manera siniestra, seguirá existiendo; la amenaza es más bien para la vida misma”, fragmento de El océano que nos rodea.

De hecho, su libro El océano que nos rodea, publicado en 1951 se convirtió en un éxito de ventas y se mantuvo 86 semanas en la lista de los más vendidos del New York Times. Allí expresó: “Es una situación curiosa que el mar, del que surgió la vida por primera vez, ahora se vea amenazado por las actividades de una forma de esa vida. Pero el mar, aunque cambiado de una manera siniestra, seguirá existiendo; la amenaza es más bien para la vida misma”. En 1955 publicó El borde del mar, que presenta un mundo lleno de vida donde el mar se fusiona con la tierra.

En 1962 se conoció Primavera silenciosa, tal vez su obra más importante, donde expone la problemática del uso indiscriminado de pesticidas por primera vez, que se fue publicando por entregas en la revista New Yorker y causó gran conmoción. Aunque la industria agroquímica trató de impedir su edición como libro y puso en tela de juicio sus datos, la opinión pública le prestó atención. “No es mi argumento que los insecticidas químicos nunca deben usarse. Sostengo que hemos puesto indiscriminadamente productos químicos venenosos y biológicamente potentes en manos de personas que, en gran parte o totalmente, ignoran sus posibilidades de causar daños. Hemos sometido a un gran número de personas al contacto con estos venenos, sin su consentimiento y, a menudo, sin su conocimiento”, denunció en él. A través de las páginas, su intención fue ayudar a cambiar el modo en el que, hasta ese momento, se contemplaban el mundo y sus criaturas: como algo puesto al entero servicio de los caprichos del hombre. Para entonces, su mayor preocupación ya comenzaba a vislumbrarse: temía llegar, algún día, a la crisis ambiental que hoy estamos viviendo hoy. Es que Rachel sabía –porque había pasado toda su juventud observándola con los mismos ojos atentos que tenía cuando era niña– que la naturaleza acabaría herida. Y no se equivocó.

 


Algunos de sus libros, en los que exploró el sentido profundo del cuidado de la naturaleza.

Destellos de una mujer valiente

Pero está claro que su tiempo aún no había llegado, y lejos del impacto que hoy tienen las denuncias de jóvenes ambientalistas como Greta Thunberg, muchas de sus alertas en cambio fueron silenciadas por intereses económicos y políticos y su imagen acabó siendo denostada. Se burlaron de ella llamándola “alarmista” o “fabuladora” y cuestionaron sus investigaciones por el simple hecho de ser mujer. Sobre todo, se intentó por todos los medios de que sus investigaciones no fueran escuchadas, aunque en vano. “Carson fue objeto de una feroz campaña de difamación. No solo la acusaron de comunista y ‘fanática de la naturaleza’, sino también de ‘histérica’ y ‘solterona’, aludiendo a su condición de mujer científica madura y sin hijos. Le advirtieron a los editores de periódicos y revistas que las reseñas favorables podrían reducir los ingresos publicitarios. Monsanto publicó en respuesta una breve historia, en donde señalaba que la falta de uso de pesticidas resultaba en una plaga de insectos que devastaba Estados Unidos”, grafica al respecto el portal ecologista Ambiental.net.

Lear, su biógrafa, destacó que, pese a todo, Rachel eligió ser siempre valiente porque no habría soportado quedarse callada. “Habló para recordarnos que somos una parte vulnerable del mundo natural sujeta a los mismos daños que el resto del ecosistema”, describió. La propia Rachel le escribió a un amigo antes de morir: “No habría paz en el futuro para mí si guardaba silencio”. La metástasis de un cáncer de mama, sumado a una úlcera que le causó una anemia feroz, terminó con su vida en 1964, pero no pudo dar marcha atrás con su enorme legado: sus libros fueron voz e inspiración para dar a luz la conciencia ambiental que hoy conocemos y, a través de su obra, la ecología dejó de ser solo una pequeña área de la disciplina científica para convertirse en un tema de interés para toda la sociedad.

 

Rachel Carson en el bosque con niños. Foto: Alfred Eisenstaedt (1962). Fuente: Biblioteca JKM (Chicago).

Estos son algunos de los pensamientos destacados que Rachel Carson nos dejó:

 “El mundo de un niño es fresco, nuevo y hermoso, lleno de asombro y emoción. Es nuestra desgracia que para la mayoría de nosotros esa visión clara, ese verdadero instinto por lo que es hermoso e inspirador, se atenúe e incluso se pierda antes de llegar a la edad adulta. Si tuviera influencia con el hada buena que se supone que preside el bautizo de todos los niños, le pediría que su obsequio para cada niño del mundo sea una sensación de asombro tan indestructible que dure toda la vida, como un antídoto infalible. contra el aburrimiento y el desencanto del año posterior… la alienación de las fuentes de nuestra fuerza”, de su libro El sentido del asombro.

 “El camino por el que hemos estado viajando durante mucho tiempo es engañosamente fácil, una supercarretera lisa por la que avanzamos a gran velocidad, pero al final está el desastre. La otra bifurcación del camino, la menos transitada, ofrece nuestra última y única oportunidad de llegar a un destino que asegure la preservación de la tierra”, de su libro Primavera silenciosa.

 “Eventualmente, el hombre también encontró su camino de regreso al mar. De pie en sus orillas, debe haberlo mirado con asombro y curiosidad, combinado con un reconocimiento inconsciente de su linaje. No podía volver a entrar físicamente en el océano como habían hecho las focas y las ballenas”, de su libro El mar que nos rodea.

 “Aquí y allá crece la conciencia de que el hombre, lejos de ser el señor supremo de toda la creación, es él mismo parte de la naturaleza, y está sujeto a las mismas fuerzas cósmicas que controlan todas las demás formas de vida. El bienestar futuro del hombre, y probablemente incluso su supervivencia, dependen de que aprenda a vivir en armonía, más que en combate, con estas fuerzas”, de Ensayo sobre las ciencias biológicas.

 “Los vientos, el mar y las mareas en movimiento son lo que son. Si hay maravilla, belleza y majestad en ellos, la ciencia descubrirá estas cualidades. Si no están ahí, la ciencia no puede crearlos. Si hay poesía en mi libro sobre el mar, no es porque lo haya puesto deliberadamente allí, sino porque nadie podría escribir con sinceridad sobre el mar y dejar fuera la poesía…”, de su discurso de agradecimiento al recibir el Premio Nacional del Libro de no ficción en 1952, por El mar que nos rodea.

TOMADO DE ENVIO DE MIGEL REMENTERIA DEFOROBA

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