Retrato de la primera ecologista (y por qué sabemos tan poco
sobre ella)
Mientras en Glasgow tiene lugar la COP26, donde se debate
cómo afrontar la grave crisis ambiental que atravesamos, te compartimos la
historia de Rachel Carson, la primera científica que se animó a denunciar las
consecuencias de dañar indiscriminadamente la naturaleza.
Es considerada la madre de la ecología moderna. Su lucha
contra los pesticidas salvó a los petirrojos del DDT.
Nadie nos habló sobre esta mujer. Su nombre no figura en esa
larga nómina de grandes personalidades del siglo XX que está llena de
hombres. ¿Por qué entonces hablar de Rachel Carson? ¿Por qué
dedicarle un tiempo de lectura a esta mujer menuda y de bajo perfil que nació
en los Estados Unidos en 1907 y se entregó de lleno a su amor por la biología?
Simple: porque a través de su trabajo y de la infinidad de denuncias que
formuló a lo largo de su vida contra las devastadoras acciones del ser humano
sobre su entorno, ella ayudó a cambiar en muchas personas la forma de ver y de
pensar la naturaleza, convirtiéndose así en la primera ecologista de la
historia.
“Cuanto más claramente podamos centrar nuestra atención en
las maravillas y realidades del universo que nos rodea, menos interés tendremos
por la destrucción”, sostuvo Rachel cuando recién despuntaba en su carrera y
todavía eran muy pocos los que se preocupaban por el medioambiente y la
necesidad de protegerlo de la constante depredación humana. Era el auge de
la industria y de la mecanización, del capital y de los avances tecnológicos. Tiempos
en los que, por ejemplo, se consideraba que la lactancia era una práctica del
pasado y se recomendaba alimentar a los niños con un biberón “para criar niños
sanos y felices”, como señalaban las publicidades de la época.
“Aquellos que contemplan la belleza de la tierra encuentran
reservas de fuerza que perdurarán mientras dure la vida. Hay algo infinitamente
curativo en los repetidos estribillos de la naturaleza: la seguridad de que el
amanecer llega tras la noche y la primavera tras el invierno”, fragmente de
Primavera silenciosa, el libro con el que dio inicio al movimiento ecologista
en 1962.
Y mientras miles y miles de familias se mudaban a las
grandes ciudades en busca de un futuro, y se abandonaba el trabajo del campo
por el de las fábricas, o mientras en el campo se comenzaban a usar
agroquímicos para conseguir mejores cosechas, aquella niña curiosa
llamada Rachel crecía en la quietud de la granja de sus padres ubicada en
la ciudad ribereña de Springdale, Pensilvania, observando atentamente y
con asombro todo lo que le iba ofreciendo la vida, para documentar en sus
cuadernos aquello que iba aconteciendo a su alrededor. Tal era su pasión por la
naturaleza y por la escritura, que cuando apenas tenía 11 años publicó su
primer cuento en una revista para niños, donde ofrecía una mirada bucólica
de la existencia. Además de escribir, durante las tardes disfrutaba de leer
bajo los árboles a Herman Melville, Joseph Conrad y Robert Louis Stevenson,
quienes –según señaló alguna vez– le enseñaron a amar el mar. Y tal vez por
aquellas narraciones que marcaron su infancia eligió enfocarse,
fundamentalmente, en el estudio de la biología marina.
Hija menor de tres hermanos, la pequeña heredó su profundo amor por el mundo natural de su madre. Según narra su biógrafa, Linda Lear, en el libro Rachel Carson: Testigo de la naturaleza, Rachel se enamoró del océano el día que encontró un gran caparazón fosilizado que la fascinó. ¿Cómo podía ser que en las profundidades marítimas habitaran esas y otras maravillas? Más tarde, durante sus estudios en el colegio de señoritas de Pensilvania, donde soñaba con convertirse en escritora, encontró su verdadera afición: la biología, en la que se especializó para obtener luego su maestría en zoología en la Universidad Johns Hopkins. Según cuenta Lear, no fue un destino del todo casual: en su Springdale natal había dos enormes plantas eléctricas de carbón que estaban contaminando lugar sin que nadie hiciera nada para impedirlo. Y ella no podía mantenerse en silencio sobre esa situación.
La pequeña Rachel leyendo una revista junto a su perro Candy
en el parque de la granja familiar.
Pionera de la lucha ambiental
Su voz suave no le impidió hacerse oír: Rachel tenía interés
en crear conciencia a su alrededor a través de sus escritos sobre la importancia
de controlar el accionar de las compañías para evitar que dañaran el entorno.
“Es una era dominada por la industria, en la que el derecho a ganar un dólar a
cualquier costo rara vez se cuestiona”, describió en uno de aquellos textos. Y
aunque cursó durante tres años de la carrera de Literatura (su primer amor),
finalmente decidió cambiarse a Biología, licenciándose en 1929 para ejercer
como docente en la Universidad de Maryland. Sin embargo, a pesar de su
formación, por aquellos años no había oportunidades profesionales para las
mujeres en las ciencias y, cuando su padre y su hermana fallecieron, tuvo
que hacerse cargo económicamente de su madre y de sus sobrinos, por lo que no
pudo seguir formándose como hubiera querido. No obstante, gracias a sus conocimientos
literarios comenzó a revisar y a corregir por encargo textos académicos de
otros científicos y a publicar algunos propios, iniciando una prolífica carrera
como escritora de ciencias.
“Es una situación curiosa que el mar, del que surgió la vida
por primera vez, ahora se vea amenazado por las actividades de una forma de esa
vida. Pero el mar, aunque cambiado de una manera siniestra, seguirá existiendo;
la amenaza es más bien para la vida misma”, fragmento de El océano que nos
rodea.
De hecho, su libro El océano que nos rodea, publicado
en 1951 se convirtió en un éxito de ventas y se mantuvo 86 semanas en la lista
de los más vendidos del New York Times. Allí expresó: “Es una situación curiosa
que el mar, del que surgió la vida por primera vez, ahora se vea amenazado por
las actividades de una forma de esa vida. Pero el mar, aunque cambiado de una
manera siniestra, seguirá existiendo; la amenaza es más bien para la vida
misma”. En 1955 publicó El borde del mar, que presenta un mundo lleno de vida
donde el mar se fusiona con la tierra.
En 1962 se conoció Primavera silenciosa, tal vez su
obra más importante, donde expone la problemática del uso indiscriminado
de pesticidas por primera vez, que se fue publicando por entregas en la revista
New Yorker y causó gran conmoción. Aunque la industria agroquímica trató de
impedir su edición como libro y puso en tela de juicio sus datos, la opinión
pública le prestó atención. “No es mi argumento que los insecticidas químicos
nunca deben usarse. Sostengo que hemos puesto indiscriminadamente productos
químicos venenosos y biológicamente potentes en manos de personas que, en gran
parte o totalmente, ignoran sus posibilidades de causar daños. Hemos sometido a
un gran número de personas al contacto con estos venenos, sin su consentimiento
y, a menudo, sin su conocimiento”, denunció en él. A través de las páginas, su
intención fue ayudar a cambiar el modo en el que, hasta ese momento, se
contemplaban el mundo y sus criaturas: como algo puesto al entero servicio de
los caprichos del hombre. Para entonces, su mayor preocupación ya comenzaba a
vislumbrarse: temía llegar, algún día, a la crisis ambiental que hoy
estamos viviendo hoy. Es que Rachel sabía –porque había pasado toda su
juventud observándola con los mismos ojos atentos que tenía cuando era niña–
que la naturaleza acabaría herida. Y no se equivocó.
Algunos de sus libros, en los que exploró el sentido
profundo del cuidado de la naturaleza.
Destellos de una mujer valiente
Pero está claro que su tiempo aún no había llegado, y lejos
del impacto que hoy tienen las denuncias de jóvenes ambientalistas como Greta
Thunberg, muchas de sus alertas en cambio fueron silenciadas por intereses
económicos y políticos y su imagen acabó siendo denostada. Se burlaron de ella
llamándola “alarmista” o “fabuladora” y cuestionaron sus investigaciones por el
simple hecho de ser mujer. Sobre todo, se intentó por todos los medios de que
sus investigaciones no fueran escuchadas, aunque en vano. “Carson fue objeto de
una feroz campaña de difamación. No solo la acusaron de comunista y ‘fanática
de la naturaleza’, sino también de ‘histérica’ y ‘solterona’, aludiendo a su
condición de mujer científica madura y sin hijos. Le advirtieron a los editores
de periódicos y revistas que las reseñas favorables podrían reducir los
ingresos publicitarios. Monsanto publicó en respuesta una breve historia, en
donde señalaba que la falta de uso de pesticidas resultaba en una plaga de
insectos que devastaba Estados Unidos”, grafica al respecto el portal ecologista
Ambiental.net.
Lear, su biógrafa, destacó que, pese a todo, Rachel eligió
ser siempre valiente porque no habría soportado quedarse callada. “Habló
para recordarnos que somos una parte vulnerable del mundo natural sujeta a los
mismos daños que el resto del ecosistema”, describió. La propia Rachel le
escribió a un amigo antes de morir: “No habría paz en el futuro para mí si
guardaba silencio”. La metástasis de un cáncer de mama, sumado a una úlcera que
le causó una anemia feroz, terminó con su vida en 1964, pero no pudo dar marcha
atrás con su enorme legado: sus libros fueron voz e inspiración para dar a luz
la conciencia ambiental que hoy conocemos y, a través de su obra, la
ecología dejó de ser solo una pequeña área de la disciplina científica para convertirse
en un tema de interés para toda la sociedad.
Rachel Carson en el bosque con niños. Foto: Alfred
Eisenstaedt (1962). Fuente: Biblioteca JKM (Chicago).
Estos son algunos de los pensamientos destacados que Rachel
Carson nos dejó:
“El
mundo de un niño es fresco, nuevo y hermoso, lleno de asombro y emoción. Es
nuestra desgracia que para la mayoría de nosotros esa visión clara, ese
verdadero instinto por lo que es hermoso e inspirador, se atenúe e incluso se
pierda antes de llegar a la edad adulta. Si tuviera influencia con el hada
buena que se supone que preside el bautizo de todos los niños, le pediría que
su obsequio para cada niño del mundo sea una sensación de asombro tan
indestructible que dure toda la vida, como un antídoto infalible. contra el aburrimiento
y el desencanto del año posterior… la alienación de las fuentes de nuestra
fuerza”, de su libro El sentido del asombro.
“El
camino por el que hemos estado viajando durante mucho tiempo es engañosamente
fácil, una supercarretera lisa por la que avanzamos a gran velocidad, pero al
final está el desastre. La otra bifurcación del camino, la menos transitada,
ofrece nuestra última y única oportunidad de llegar a un destino que asegure la
preservación de la tierra”, de su libro Primavera silenciosa.
“Eventualmente,
el hombre también encontró su camino de regreso al mar. De pie en sus orillas,
debe haberlo mirado con asombro y curiosidad, combinado con un reconocimiento
inconsciente de su linaje. No podía volver a entrar físicamente en el océano
como habían hecho las focas y las ballenas”, de su libro El mar que nos
rodea.
“Aquí y
allá crece la conciencia de que el hombre, lejos de ser el señor supremo de
toda la creación, es él mismo parte de la naturaleza, y está sujeto a las
mismas fuerzas cósmicas que controlan todas las demás formas de vida. El
bienestar futuro del hombre, y probablemente incluso su supervivencia, dependen
de que aprenda a vivir en armonía, más que en combate, con estas fuerzas”,
de Ensayo sobre las ciencias biológicas.
“Los
vientos, el mar y las mareas en movimiento son lo que son. Si hay maravilla,
belleza y majestad en ellos, la ciencia descubrirá estas cualidades. Si no
están ahí, la ciencia no puede crearlos. Si hay poesía en mi libro sobre el
mar, no es porque lo haya puesto deliberadamente allí, sino porque nadie podría
escribir con sinceridad sobre el mar y dejar fuera la poesía…”, de su discurso
de agradecimiento al recibir el Premio Nacional del Libro de no ficción en
1952, por El mar que nos rodea.
TOMADO DE ENVIO DE MIGEL REMENTERIA DEFOROBA
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