domingo, 27 de junio de 2010

CUATRO PECADOS AMBIENTALES


4 PECADOS AMBIENTALES
La República, Lima, 27 junio 2010.
Cerca de 400 barriles de petróleo fueron derramados en el río Marañón desde una embarcación del grupo Pluspetrol la semana pasada. ¿Acaso estamos condenados a atestiguar la lenta agonía de nuestra Amazonía a manos de la industria extractiva? Dos renombrados expertos del Centro Latino Americano de Ecología Social, de paso por Lima, a donde vinieron para dictar un taller, elaboraron la última radiografía de la crisis ambiental planetaria.
Por Ghiovani Hinojosa
 1 Cumbre de México será un nuevo fracaso
El derrame de petróleo en el Golfo de México no cambiaría el triste curso de la Convención de Cambio Climático de Cancún, prevista para fines de noviembre. Esta será un fiasco diplomático, avizora el sociólogo Gerardo Honty. “Hoy estamos como antes de Copenhague, casi tenemos los mismos borradores de texto. Los pocos meses que faltan para la cumbre no alcanzan para lograr un consenso en temas que están entrampados desde hace muchos años”, argumenta. Algunos indicios refuerzan la hipótesis del próximo fracaso. La canciller mexicana y organizadora de la cita, Patricia Espinosa, declaró hace poco: “Hay que actuar con mucho realismo, no generar expectati-vas que no se puedan cumplir (…) Está claro que seguramente este no va a ser el final de la nego-ciación”. Yvo de Boer, ex responsable de la ONU en asuntos ambientales, por su lado, también ha mostrado su escepticismo.
Y es que el núcleo del problema es que nadie quiere pagar la cuenta ambiental: los países des-arrollados advierten que no asumirán ningún com-promiso si los países en desarrollo no reconocen su cuota de responsabilidad; mientras que estos últimos sostienen que los primeros, al haber acele-rado el calentamiento global con sus industrias, deberían hacerse cargo total de los gastos ecoló-gicos. Esta falta de consenso se notó con claridad en la Cumbre de Copenhague, realizada en di-ciembre pasado.
Entonces, 190 países reunidos en la capital dane-sa no lograron ponerse de acuerdo en la aproba-ción de un documento que especificara los porcen-tajes y plazos de reducción de emisiones contami-nantes (la propuesta del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, IPCC, era que los paí-ses industrializados disminuyeran sus emisiones entre 25 y 40% con respecto a los niveles de 1990 antes del 2020, algo que finalmente no se decidió).
Solo sobrevivió un tímido acuerdo de cumplimiento no obligatorio redactado por Brasil, Sudáfrica, India, China y Estados Unidos —respaldado in situ por 20 naciones y ratificado por otras 100 dos meses después de la convención—. “La perspecti-va está puesta en el lugar equivocado: nadie está pensando en cómo solucionar el cambio climático. Cada país trata de sacar el
mejor negocio para sí mismo, cada delegación trata de pagar los menores costos y, si es posible, obtener alguna ganancia”, analiza Honty, quien asistió como observador a Copenhague.

2 Verdes por fuera, negras por dentro
 Una paradoja caracteriza el comportamiento de las naciones latinoamericanas en el debate ambiental: son muy activas en los foros internacionales y sumamente pasivas en la lucha ecologista dentro de sus propios territorios. “Hay una dislocación: son verdes globalmente, pero no a nivel lo-cal”, explica el investigador y miembro del IPCC Eduardo Gudynas. Así, países como Paraguay, Perú y Bolivia, distraídos en la discusión planetaria, olvidan que sus emisiones de gases contaminantes provienen principalmente de bosques deforestados, tierras áridas como consecuencia de la tala indiscriminada y actividades agrícolas (las heces del ganado y los plaguicidas son muy tóxicos). Se calcula que el 80% de las emisiones con efecto invernadero en el Perú es causado por es-tos tres factores. “Si los gobiernos de la región discuten en serio el cambio climático, tendrían que debatir el desarrollo rural, la tenencia de la tierra y políticas agropecuarias”, puntualiza Gudynas. Nuestro Ministerio del Ambiente tendría, por ejemplo, que sopesar los pros y contras de la construcción de centrales hidroeléctricas en la Amazonía, un proyecto asociado con la deforestación de grandes áreas de selva.
En vez de ordenar la explotación caótica de recursos naturales, nuestras naciones, según Eduardo Gudynas, maquillan la realidad con campañas nobles pero de limitadísima incidencia real en el torrente de emisiones, como publicidad a favor de desconectar los electrodomésticos y usar autos híbridos (funcionan con energía eléctrica y ayuda-dos por baterías), cuando en realidad el cuco del cambio climático está en el campo y en las indus-trias extractivas.
 3 La izquierda también contamina
Son las empresas multinacionales de hidrocarburos y los gobiernos de derecha que las dejan operar con absoluto libertinaje los únicos culpables de nuestro desastre medioambiental? No. También lo son, por ejemplo, los regímenes populistas aso-ciados a la izquierda latinoamericana que, con tal de asegurar el éxito de sus programas redistributiva-vos mantienen operativos cuestionados proyectos mineros y de hidrocarburos. “El modelo extractivista es justificado para alimentar los aparatos de asistencia social”, resume Eduardo Gudynas. Se refiere, por ejemplo, al gas boliviano explotado en regiones como Tarija para sostener iniciativas de subvención directa, como la Renta Dignidad (para los ancianos) y el Bono Juancito Pinto (para los niños en edad escolar).
El rostro cuestionable de estas medidas son sus costos socioambientales. En Bolivia, señala Gudy-nas, la normativa a favor de la naturaleza no es aplicada debidamente; y las denuncias de malas prácticas son comunes en zonas como el río Pilcomayo (recibe las descargas tóxicas de centros mineros de Potosí), las afueras de Oruro (la fundición de metales Vinto despide emanaciones tóxicas de antimonio, bismuto y estaño) y el área agroindustrial de Santa Cruz (hay uso generaliza-do de pesticidas). El caso brasileño es similar: en estos momentos, su gobierno discute una reforma del código forestal para reducir algunas exigencias sobre la preservación de bosques. Cuando se trata de dinero —o poder—, todos somos de la misma religión.

4 Exportar, exportar, exportar
“El tratado energético suscrito hace poco entre el Perú y Brasil es un caso inédito. Por lo general, los países entran en este tipo de emprendimientos por demandas urgentes y de las que no tienen escape para atender sus necesidades propias de energía”.
Eduardo Gudynas critica que  este convenio esté concebido para satisfacer la demanda de un tercer país, a costa de impactos socioambientales que no justifican su construcción. Este comportamiento respondería a una lógica internalizada en la región que buscar excluir los costos ambientales en la evaluación de los proyectos. Gudynas recomienda-da, antes que nada, que las naciones definan sus estrategias de desarrollo a largo plazo: qué recursos se dejará explotar, por qué, a quiénes, y de qué modo se repartirán los beneficios. En este proceso se debe privilegiar las necesidades de la población y dejar las exportaciones en un segundo plano. Esta obviedad, remarca, es necesaria, pues todavía hay países que aseguran que exportar a gran escala reducirá sus niveles de pobreza. “Esta es una postura falsa, simplista e infantil del desarrollo, ya que la pobreza se reduce con medidas activas y directas”. Oigan, compañeros.
Datos
2 grados centígrados debe ser como máximo la temperatura global media, según el acuerdo no vinculante de la Cumbre de Copenhague. Países del Alba como Bolivia y Estados Insulares habían propuesto no sobrepasar 1 grado centígrado.
10 mil millones de dólares aportarán los países industrializados a los que están en vías de desarrollo entre el 2010 y 2012 para ayudarlos a afrontar los efectos del cambio climático. Esto no es considerado suficiente por las naciones receptoras.

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