La encrucijada del “periodismo científico
Jorge Zaccagnini
No hay actividad científica neutral y, por lo tanto, la idea genérica de periodismo científico guarda dentro de sí una diversidad de miradas posibles. Una de ellas “baja” desde el estamento científico hacia la sociedad en la forma de “divulgación”. La otra “busca” el debate en el seno de la sociedad para que se evalúen sus efectos. No se trata de matices, sino de una cuestión ideológica y política.
¿De qué estamos hablando cuando nos referimos al “periodismo científico”? No se trata de una discusión semántica, sino ideológica; porque bajo esa denominación genérica conviven distintas interpretaciones. Y cada una de ellas —necesariamente— favorece a los intereses de determinados actores y perjudica a los de otros. La ambigüedad en el concepto no sólo confunde, sino que dificulta el reconocimiento de quiénes serán, en definitiva, los que más ganen con esta movida comunicacional.
Pero ¿cuáles son las voces que se escuchan? Para Wikipedia, “el periodismo científico es la especialización de la profesión periodística en los hechos relativos a la ciencia, tecnología, innovación, salud, medio ambiente, informática, arqueología, astronomía, exploración espacial y otras actividades de investigación”. Pero, a continuación, aclara que “es diferente de la divulgación científica”, a la que define como “la interpretación y popularización del conocimiento científico entre el público general, sin circunscribirse a ámbitos académicos específicos, convirtiéndose así en ciencia popular. La divulgación puede referirse a los descubrimientos científicos del momento (…), de teorías bien establecidas (…) o de campos enteros del conocimiento científico”. Son definiciones de una manera unidireccional de ver las cosas: la que va desde la comunidad científica al resto de la sociedad.
El doctor Daniel Barraco, que fuera Decano de la Facultad de Matemática, Astronomía y Física de la Universidad Nacional de Córdoba evidencia una mirada muy distinta: “…debemos apuntar a que los ciudadanos puedan ser parte de las decisiones de los proyectos científicos y tecnológicos, y ante esto surge la necesidad de refundar la divulgación científica como el motor que logrará incrementar la cultura científica de la sociedad e incluir a más sectores en los debates científicos críticos”, expresaba el 1º de setiembre en una nota titulada “La comunicación pública de la ciencia”, publicada en el matutino Tiempo Argentino
Participación de la sociedad en la construcción de la agenda científica y en su realización: ésa es la clave. Porque el rumbo que toma la comunidad científica no puede —ni debe— ser independiente de la sociedad de la que forman parte los trabajadores de la ciencia. Sencillamente, porque —además de financiar sus actividades— es la sociedad la que recibe el impacto en su calidad de vida desde los cambios que origina la actividad científica.
Tampoco es correcto pensar que la totalidad del conocimiento reside en la “comunidad científica”, obviando el hecho de que la sabiduría popular atesora conocimientos antiguos y modernos que benefician al conjunto. De lo contrario, ¿de qué manera se explicaría el sistemático patentamiento, por parte de los grandes laboratorios multinacionales, de los conocimientos heredados desde culturas milenarias? Ellas preceden y han sobrevivido al positivismo científico, gracias a la tradición ignorada —y muchas veces despreciada— de la cultura popular. Como dice Barraco: “a pesar de los estereotipos de científicos abstraídos y desinteresados del mundo, no hay neutralidad en la ciencia. Y por supuesto tampoco en su divulgación”.
El camino de hacer “periodismo científico” desde los intereses del sector suele tener un destino conocido. A las presiones que realizan los mismos actores que condicionan la actividad científica, se les suman las de los medios de comunicación para los cuales trabajan. Y todos los periodistas saben que, en su carrera profesional, resultaría suicida instalar un tema que pudiera afectar los intereses de los anunciantes o —peor aún— del grupo económico propietario del medio en cuestión.
El resultado es una tarea instaladora, amplificadora y difusora de las novedades científicas, vistas según el prisma de los intereses que sostienen el sistema tal como es. Así, el “periodista científico” que surja de esta movida comunicacional se encontrará ante una encrucijada. Si elige el camino conocido, probablemente obtendrá los mismos resultados de funcionalidad profesional a los intereses predominantes. Pero si decidiera mirar la actividad desde la sociedad, sus necesidades, sus intereses y valorizara adecuadamente el conocimiento popular, podría escribir un capítulo novedoso del devenir científico y tecnológico de nuestro país.
El momento es propicio. La Ley de de Medios Audiovisuales abrió la posibilidad de hacer escuchar voces distintas, investigar temas vedados y —en definitiva— potenciar la palabra de quienes, teniendo mucho que aportar al hecho científico y tecnológico, han sido históricamente excluidos del banquete comunicacional.
TELAM
No hay actividad científica neutral y, por lo tanto, la idea genérica de periodismo científico guarda dentro de sí una diversidad de miradas posibles. Una de ellas “baja” desde el estamento científico hacia la sociedad en la forma de “divulgación”. La otra “busca” el debate en el seno de la sociedad para que se evalúen sus efectos. No se trata de matices, sino de una cuestión ideológica y política.
¿De qué estamos hablando cuando nos referimos al “periodismo científico”? No se trata de una discusión semántica, sino ideológica; porque bajo esa denominación genérica conviven distintas interpretaciones. Y cada una de ellas —necesariamente— favorece a los intereses de determinados actores y perjudica a los de otros. La ambigüedad en el concepto no sólo confunde, sino que dificulta el reconocimiento de quiénes serán, en definitiva, los que más ganen con esta movida comunicacional.
Pero ¿cuáles son las voces que se escuchan? Para Wikipedia, “el periodismo científico es la especialización de la profesión periodística en los hechos relativos a la ciencia, tecnología, innovación, salud, medio ambiente, informática, arqueología, astronomía, exploración espacial y otras actividades de investigación”. Pero, a continuación, aclara que “es diferente de la divulgación científica”, a la que define como “la interpretación y popularización del conocimiento científico entre el público general, sin circunscribirse a ámbitos académicos específicos, convirtiéndose así en ciencia popular. La divulgación puede referirse a los descubrimientos científicos del momento (…), de teorías bien establecidas (…) o de campos enteros del conocimiento científico”. Son definiciones de una manera unidireccional de ver las cosas: la que va desde la comunidad científica al resto de la sociedad.
El doctor Daniel Barraco, que fuera Decano de la Facultad de Matemática, Astronomía y Física de la Universidad Nacional de Córdoba evidencia una mirada muy distinta: “…debemos apuntar a que los ciudadanos puedan ser parte de las decisiones de los proyectos científicos y tecnológicos, y ante esto surge la necesidad de refundar la divulgación científica como el motor que logrará incrementar la cultura científica de la sociedad e incluir a más sectores en los debates científicos críticos”, expresaba el 1º de setiembre en una nota titulada “La comunicación pública de la ciencia”, publicada en el matutino Tiempo Argentino
Participación de la sociedad en la construcción de la agenda científica y en su realización: ésa es la clave. Porque el rumbo que toma la comunidad científica no puede —ni debe— ser independiente de la sociedad de la que forman parte los trabajadores de la ciencia. Sencillamente, porque —además de financiar sus actividades— es la sociedad la que recibe el impacto en su calidad de vida desde los cambios que origina la actividad científica.
Tampoco es correcto pensar que la totalidad del conocimiento reside en la “comunidad científica”, obviando el hecho de que la sabiduría popular atesora conocimientos antiguos y modernos que benefician al conjunto. De lo contrario, ¿de qué manera se explicaría el sistemático patentamiento, por parte de los grandes laboratorios multinacionales, de los conocimientos heredados desde culturas milenarias? Ellas preceden y han sobrevivido al positivismo científico, gracias a la tradición ignorada —y muchas veces despreciada— de la cultura popular. Como dice Barraco: “a pesar de los estereotipos de científicos abstraídos y desinteresados del mundo, no hay neutralidad en la ciencia. Y por supuesto tampoco en su divulgación”.
El camino de hacer “periodismo científico” desde los intereses del sector suele tener un destino conocido. A las presiones que realizan los mismos actores que condicionan la actividad científica, se les suman las de los medios de comunicación para los cuales trabajan. Y todos los periodistas saben que, en su carrera profesional, resultaría suicida instalar un tema que pudiera afectar los intereses de los anunciantes o —peor aún— del grupo económico propietario del medio en cuestión.
El resultado es una tarea instaladora, amplificadora y difusora de las novedades científicas, vistas según el prisma de los intereses que sostienen el sistema tal como es. Así, el “periodista científico” que surja de esta movida comunicacional se encontrará ante una encrucijada. Si elige el camino conocido, probablemente obtendrá los mismos resultados de funcionalidad profesional a los intereses predominantes. Pero si decidiera mirar la actividad desde la sociedad, sus necesidades, sus intereses y valorizara adecuadamente el conocimiento popular, podría escribir un capítulo novedoso del devenir científico y tecnológico de nuestro país.
El momento es propicio. La Ley de de Medios Audiovisuales abrió la posibilidad de hacer escuchar voces distintas, investigar temas vedados y —en definitiva— potenciar la palabra de quienes, teniendo mucho que aportar al hecho científico y tecnológico, han sido históricamente excluidos del banquete comunicacional.
TELAM
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