12.09.10 - 00:20 -
Veinte diminutos pares de ojos siguen con atención las explicaciones de Saikat Mukherjee.
Pero, oficialmente, es como si la joven maestra india estuviese hablándole al aire.
Ninguno de sus pequeños alumnos tiene certificado de nacimiento.
No existen.
Por eso no pueden acudir a la escuela pública, y la Sanidad es un servicio desconocido para ellos.
Lo mismo sucede con gran parte de la población de la barriada en la que viven, la de Majeshat, en Calcuta. La vida es aquí algo ajeno a la Administración. La gente nace y muere sin dejar constancia oficial.
«De los sesenta niños a los que damos cobertura en esta comunidad sólo siete tienen partida de nacimiento», reconoce Dipak Biswas, director de la ONG india PBKOJP. Eso facilita el tráfico de personas y dificulta las políticas sociales. Esta situación se repite por todo el país. Informes realizados por diferentes organizaciones en regiones como Rajastán demuestran que, en ciertos lugares, hasta el 70% de los nuevos nacimientos no se registran en ninguna oficina. Por eso, Biswas asegura que «la India ya tiene una población superior a la de China».
Las estadísticas oficiales lo niegan. Según estas cifras, la India cuenta con 1.150 millones de habitantes, frente a los 1.338 millones de China.
Eso sí, su número se dispara. Cada seis segundos nacen cuatro indios, de los que sí tienen papeles. Sólo así se entiende que el país de Gandhi haya ganado 150 millones de almas en la última década, y nada menos que 800 millones desde que obtuvo la independencia, en 1947.
Todos los intentos por controlar la población han fallado. El Gobierno se puso como objetivo que este año el número de hijos por mujer fuera de 2,1, pero la realidad es tozuda y los indios se multiplican. Así que la fertilidad se mantiene en 2,65. Y lo peor: nadie se cree los números del Gobierno. Hay muchos más indios de los que reconoce. Por eso, la India ha dado comienzo al decimoquinto censo de su historia.
A 2.500 kilómetros al noreste de Calcuta, en la ciudad china de Zhengzhou, los problemas de los niños-fantasma de la escuela de Majhesat se repiten.
Con ligeras variaciones.
Lo sabe bien Zhang Ran, una joven de 24 años que vive con un nombre que no le corresponde. Sólo así consiguió su familia dar esquinazo a la política del hijo único que el gigante asiático introdujo en 1979 para tratar de contener la explosión demográfica que irresponsablemente alento y propicio Mao Zedong.
Quisieron la casualidad y la falta de planificación familiar que Ran fuese la segunda descendiente del matrimonio Zhang.
Al ser el primogénito un varón, el infanticidio cruzó la mente del padre, pero la madre se negó al ver a Ran entre sus brazos.
Por miedo a perder el trabajo en una importante compañía estatal, la pareja decidió no dar cuenta del nacimiento de Ran. No obstante, una tragedia le proporcionó una identidad. A los 2 años, su prima falleció. Como sólo se llevaban unos meses, sus tíos no registraron su muerte y Ran tomó el nombre de ella.
Así, oficialmente, Zhang Ran es en realidad su prima, Zhang Shufang.
Envejecimiento
Claro que muchas otras familias, sobre todo en el ámbito rural, no tienen esa coincidencia y optan por una segunda vía: no inscribir a sus hijos de sobra. «Muchos de mis amigos no tienen carné de identidad», reconoce Zhang Ran. «Eso les limita mucho la vida, sobre todo en lo que se refiere al trabajo y los servicios a los que pueden optar». Que se lo pregunten a Haihong Wang, una joven de Shanghai que se ha tenido que hacer pasar por su sobrina para conseguir el permiso de residencia, el 'hukou', en la capital económica del país. Ahora, para que sus padres puedan gozar de los beneficios que ello comporta, tiene que someterse a una prueba de ADN que pruebe el parentesco y resuelva el entuerto.
El gobierno de Pekín es consciente del problema y para combatirlo ha lanzado el sexto censo del país. Contar a todos sus habitantes va a ser un trabajo de chinos.
Cada día nacen más de 51.300 nuevos habitantes de la República Popular. O sea, tres cada seis segundos. Pero cada cuatro muere otro. Y la tendencia marca un camino hacia la igualdad de estas cifras. Como sucede en Occidente, la población joven urbana retrasa la edad a la que procrea y se decide por un solo vástago sin que le obliguen. Eso ha provocado que el Gobierno comience a temer el envejecimiento de una población que no tendrá el apoyo tradicional de sus descendientes. Por eso, ciudades como Shanghai están barajando ya la posibilidad de introducir una nueva legislación que permita tener dos hijos, y se han añadido muchas excepciones a la política del hijo único: si ambos lo son, pueden tener dos; los divorciados y agricultores, también; y las minorías étnicas están exentas de cualquier restricción.
Pero no hay duda de que la India sobrepasará a China en número de habitantes. El Fondo de Naciones Unidas para la Población considera que la paridad llegará en 2030, cuando ambos países rocen los 1.500 millones. Desde ahí, la India seguirá su línea ascendente hasta superar los 2.000 millones al final de siglo, y China alcanzará su máximo hacia 2050, con unos 1.650 millones de personas. Juntos podrían sumar el 40% de la población del planeta.
Eso sí, será eminentemente masculina, porque la preferencia de los varones sobre las mujeres ha provocado que entre los dos países sumen más de 55 millones de hombres que, si se deciden por la heterosexualidad, no tendrán con quien emparejarse. Lo que puede parecer una anécdota sin consecuencias es un grave problema que amenaza la estabilidad social y propicia la prostitución y la venta de mujeres, hechos que se agravan cuando los damnificados ni siquiera existen oficialmente.
En cualquier caso, la incógnita más acuciante es si pueden los territorios de estos dos gigantes acoger a tanta gente. China todavía tiene grandes extensiones inhabitadas, sobre todo en Xinjiang y Tíbet, y el Partido Comunista ya proporciona incentivos fiscales a quienes se trasladan allí. Sirven de leales colonos en tierra hostil y dejan algo de espacio en las congestionadas provincias del centro y el este del país. Pero la India tiene difícil encontrar un hueco que no esté ya ocupado por personas o vacas sagradas. Está el desierto de Rajastán, pero es difícilmente habitable incluso para los dromedarios de los comerciantes que lo surcan. Y luego hay que contar con los limitados recursos del planeta.
Así, la superpoblación es una de las principales amenazas de ambos países. No obstante, la India mantiene que la juventud de su población es ahora, en plena era de la globalización, una de las principales bazas para su desarrollo y conversión en una potencia mundial. Claro que ahora que las autoridades van a comenzar a contar a sus ciudadanos, un proceso que puede alargarse años, quizá se lleven un susto y comiencen a pensar que 47 nuevos indios cada minuto, si no más, son demasiados para el futuro de toda la Humanidad.
Enviado por Tomas Strobert
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