Ganó la burocracia, perdió la Tierra
Los países participantes en Río+20 no encuentran calderilla para salvar el medio ambiente
JUAN ARIAS 20 JUN 2012 - 22:54 CET
Si tuviésemos que definir con un refrán bien castizo el resultado de la asamblea de la ONU de Río+20, que debía haber tomado medidas importantes para la defensa de nuestro planeta, podríamos recordar aquel que dice que "acabó como el rosario del aurora”.
Para los burócratas que prepararon el documento final que será ahora ratificado por los jefes de Estado y de Gobierno llegados de todo el mundo, ha sido “lo posible, no lo deseado”. Para científicos y ambientalistas, las conclusiones son “vagas y poco ambiciosas”. Para los más críticos: “un auténtico fracaso”.
No habiendo hasta el último momento consenso sobre “casi nada”, los diplomáticos responsables de redactar el texto, en el que, según ellos mismos, “todos encontrarán algo que no les guste”, prefirieron aplazar las decisiones concretas para más allá y llenar unas páginas de “buenas intenciones”. Por ello, quizás, la mejor definición de los resultados del tan esperado Río+20 es la acuñada por un periodista: “Ganó la burocracia, perdió la Tierra”. Para el secretario de Medio Ambiente del Estado de Rio y exministro de Medio Ambiente, Carlos Minc, el texto final aprobado supone el "suicidio planetario" ya que "no ha sabido defender ni aprobar la substitución de los combustibles fósiles por fuentes de energía renovables".
Los países pobres acusan a los países ricos, que hoy a su vez son los más empobrecidos por la crisis, de no querer comprometerse con el futuro, enfrascados como están con sus angustias de crecimiento y de insolvencias bancarias.
Hasta el pequeño fondo previsto de 30.000 millones de dólares para ayudar al desarrollo sostenible se quedó en el tintero. Los que ya han regalado a los bancos en un año más de un billón de dólares no encontraron esa calderilla para la salvación del medio ambiente.
Lo que no falta en Río+20 es una serie de contradicciones que lo convierten en una especie de Torre de Babel, donde cada una de las miles de ONG y de asociaciones ambientalistas propone las cosas más interesantes y disparatadas a la vez. Además de perplejidades y hasta provocaciones, desde las más folclóricas a las más serias: desde grupos de indígenas ocupando el banco BNDES, que subvenciona parte de la gran hidroeléctrica de Belo Monte, considerada una herida a la Amazonia, que hicieron correr despavoridos a los policías que intentaban impedir su manifestación lanzándoles flechas desde sus arcos coloridos, hasta 5.000 mujeres que desfilaron por Río semidesnudas para protestar por ser consideradas solo “pechos y culos".
Y contradicciones más serias, como la que propició el Vaticano al obligar a quitar del borrador de conclusiones las reivindicaciones femeninas. Ante ello, Mary Robinson, expresidenta de Irlanda y excomisaria de Derechos Humanos de la ONU, “católica practicante”, se preguntó: “¿Pero qué pueden saber los célibes sobre las mujeres?”.
Y la gran provocación final, llegada de la voz del científico Richard Lindzen, catedrático de Metereología del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), que llegó a afirmar en una entrevista al diario O Globo que “el movimiento ambiental es inmoral”. Lindzen niega que la Tierra se esté calentando más de lo normal. “Con el discurso ambientalista”, dice, “estamos negando a miles de millones de personas la posibilidad de tener acceso a la energía para vivir decentemente, impidiendo el desarrollo de los países más pobres”.
Más Torre de Babel, imposi
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/06/20/actualidad/1340216888_741975.html
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