CUMBRE AMBIENTAL
RÍO MENOS 20
Río+20 fue una Cumbre de la Tierra que en materia ambiental desmintió nuestra filosofía tanguera ya que “veinte años” son mucho tiempo a juzgar por lo que le sucedió al planeta desde aquella cumbre de 1992. Y mi propio tiempo. Cubrí como corresponsal aquella reunión marcada por la esperanza del mundo surgida tras la caída del Muro de Berlín y regreso hoy como senadora “suelta” ya que los argentinos trasladamos siempre afuera las miserias que nos separan dentro sin ser capaces de integrar delegaciones que representen al país, no al gobierno de turno.
Hoy, cuando integro la Comisión de Ambiente del Senado, constato el fracaso de la política. A juzgar por el lavado documento final, se puede concluir con cinismo que los gobiernos se comprometieron a comprometerse. Ese arte de postergar las soluciones con el que los descreídos definen a la política. Pero en los temas del ambiente las urgencias se imponen, como advirtió Ban Ki-moon: “El recurso más escaso es el tiempo. No podemos darnos el lujo de postergar nuestras acciones. Aquí y ahora, juntos podemos dar un paso gigantesco hacia el futuro”, nos instó el secretario general de la ONU.
Pero en una reunión presidida por la pregunta “qué futuro queremos”, el tiempo venidero ya nació amenazado. No se firmó ningún acuerdo importante y el mundo sigue sin un acuerdo global sobre las emisiones de los gases del efecto invernadero.
En la Eco 92 se llegó a acuerdos memorables como la Convención del Clima y la de la Biodiversidad, la Declaración de Río y la Agenda 21, que a los argentinos nos permitieron avanzar con la ley general del ambiente o el convenio sobre la biodiversidad. Pero aún no tenemos una ley de biodiversidad que nos permita saber a ciencia cierta cuál es la situación en la Argentina. Según la FAO, el 60% de los ecosistemas mundiales están degradados o se utilizan de manera insostenible, el 75% de las poblaciones de peces están sobreexplotadas o agotadas. Para no hablar del desmonte, que en mi provincia, Córdoba, ha superado ya los límites del Africa. Ya no se trata de seguir amenazándonos con el futuro sino de no perder más de lo que ya perdimos en estos veinte años.
La Eco 92 fue una fiesta: el mundo asistía a la caída del régimen comunista y vivía el devenir como una promesa. Hoy la crisis del capitalismo sirve como atenuante para que los países ricos no cumplan con sus promesas, no se acepte legislar sobre los recursos del mar no juridiccional por la oposición de una alianza extraña, Venezuela y Estados Unidos, junto a Canadá y Japón, se eluda la creación del fondo para asistir a los países más pobres o no se acepten modificaciones a la actual organización de la ONU en materia ambiental. Nadie quiere pagar la cuenta de la fiesta del consumo. Nadie quiere hablar de “economía verde”. Las mismas razones del dinero, bajo el disfraz del desarrollo, que se anteponen en nuestro país cuando criticamos la minería a cielo abierto o pedimos que los glaciares no desaparezcan.
“Hay dinero para salvar a los bancos pero no para el planeta”, gritan en sus carteles los ambientalistas que llegaron a Río para participar en la Cúpula de los Pueblos, una cumbre paralela separada de la reunión oficial no sólo por veinte kilómetros sino por el mayor contrasentido de esta cumbre, el embotellamiento de más de tres horas de los transportes habilitados para la reunión. Si se piensa que los automóviles y las chimeneas de las fábricas son los responsables primeros de la emisión de gases del efecto invernadero, se entiende que lo que habíamos vivido como cambios en realidad nos regresa a los viejos sistemas del intercambio y a la falsa disyuntiva entre preservación y desarrollo, cuando lo que subyace es que nadie está dispuesto a modificar el estilo de consumo que nos consume como personas, sin que aceptemos lo que Gandhi ya había dicho hace tanto tiempo: “Los recursos del planeta alcanzan para todos, menos para la codicia”.
Norma Morandini
Senadora nacional
tomado de Artículo publicado en Perfil de Ar
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