por Catalina Pantuso
El grano de amaranto, alimento sagrado de los mayas y base fundamental de la dieta incaica, se incorporó al Código Alimentario Argentino a principio de los años’90, mucho después que la NASA decidiera utilizarlo en la alimentación de sus astronautas. Debieron pasar cinco siglos, para que se recuperara algo de la soberanía alimentaria de las comunidades indígenas. Irónicamente, mientras los estudios de la Academia de Ciencias de Estados Unidos y de otros organismos europeos se ocupan del rescate y difusión de este cultivo, la mayoría de los argentinos desconoce las propiedades y ventajas del “súper cereal”. El amaranto constituye una muy buena alternativa de cultivo en nuestro país —especialmente en la zona semiárida— porque no tiene grandes requerimientos de agua; su alto valor nutritivo lo convierte en una herramienta fundamental en la lucha contra la desnutrición y, por ser un producto que muestra una creciente demanda internacional, posibilitaría frenar el constante aumento de la producción sojera.
Cualquier estímulo puede desencadenar nuestra curiosidad y embarcarnos en una investigación periodística. Mi interés por los amarantos se despertó casualmente, mientras hacía un viaje de larga distancia, cuando la azafata del micro distribuyó algunos comestibles con el fin de hacer más llevadero el trayecto. Como había mucho tiempo y muy poco para hacer, comencé a leer atentamente el envase de una barra de cereales con gusto a frutilla que venía de postre. En un ángulo, en medio de un pequeño rectángulo rojo se destacaba la palabra Nueva, y un poco más abajo se veía la frase: “Con Amaranto & Semillas de Chía.”
Con poca luz y en movimiento, no era mucho más lo que podía leer durante el viaje, por lo tanto decidí guardar prolijamente el envoltorio de la golosina para analizar después sus componentes y valores nutricionales. Mis obligaciones cotidianas hicieron que rápidamente olvidara el episodio, y el envase de la barra de cereales quedó arrugado en el bolsillo de mi cartera. Sin embargo unos días después, de compras en un comercio de productos dietéticos, me volví a encontrar con el amaranto. Entre bolsas de productos a granel, en grandes tarros de vidrio se exhibían estas pequeñas semillas. Grande fue mi sorpresa cuando advertí que el amaranto, según la especie, se presentaba en sociedad con diferentes nombres, todos ellos de origen indígena. Puede encontrarse como quinua, quínoa o kinwa; es conocido en náhuatl (México) como huauhtli; en aymará se lo llama tupapa, juirao, linquiñique y en quechua kiuna, kiwicha o achita; en Bolivia es famoso por estar considerado el “arroz andino.”
Ante mis preguntas el vendedor se entusiasmó, me contó los beneficios de estos productos y me entregó unos folletos, casi artesanales, con algunas explicaciones sobre sus cualidades. La publicidad decía que este alimento era para ideal para el tratamiento de la anemia, la desnutrición y la prevención de la osteoporosis. En síntesis el amaranto tiene las cualidades de un “supercereal”. Hermosas plantas, pequeñas flores, semillas nutritivas Motivada por el discurso apasionado del empleado de la dietética decidí indagar un poco más sistemáticamente. Me enteré los amarantos (Amaranthus), pertenecen a la familia Amaranthaceae y que existen alrededor de 60 especies, de la cuales más de 50 son oriundas deAmérica. La palabra amaranto, es un vocablo que deriva del griego y su dignificado es “inmortal, que no se marchita”, de este modo se hace referencia a que la planta no muere cuando se cosechan sus semillas.
Buscando algunas imágenes de la planta, me asombré al verificar que las famosas “siempre vivas”, que en algún momento habían decorado el jardín de mi casa, eran una de las variedades ornamentales de los amarantos. Pero encontré otras flores que pertenecen a este género botánico, cuyos nombres vulgares son: cresta de gallo, amor seco, madroño del campo, confitillo, siempre eterna, sanguinaria y sempiterna. Tal como indican sus denominaciones, estas flores no se marchitan fácilmente y duran mucho tiempo después de ser cortadas. Ocurre que la familia de las Amaranthaceae es muy grande. La mayoría de ellas son hierbas o arbustos que pueden alcanzar hasta los 3 metros de altura, aunque también se pueden encontrar algunos árboles y trepadoras. Tienen unas hermosas hojas anchas de diferentes formas en la misma planta (polimorfas) y muestran colores brillantes, donde el verde se combina con el violeta, el anaranjado y el rojo. Las flores son pequeñas, no tienen pétalos y se presentan solitarias o agrupadas en racimos, espiguillas o panículas; las semillas son muy pequeñas y se encuentra en las inflorescencias; son hermafroditas y generalmente se auto fertilizan.
Con ánimo de informarme un poco más comencé a buscar noticias y bibliografía. Encontré las primeras respuestas en la Revista Alimentos Argentinos, leyendo la nota “Prometedora resurrección del amaranto” de la Ingeniera Agrónoma Andrea Pantanelli. Comprobé que la publicidad no era engañosa porque científicamente se afirmaba que “El contenido de proteínas ronda el 15-17% de su peso, sin embargo, su importancia no radica en la cantidad sino en la calidad de la misma, por su excelente balance de aminoácidos. Tiene un contenido importante de lisina, aminoácido esencial en la alimentación humana y que comúnmente es más limitante en otros cereales.” …Tomado de 111i club tecnológico
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