Sabe que el trampolín a través del que las nuevas elites
financieras se han encaramado al poder casi irrestricto (e ilegal) en la
turbulenta época en la que le ha tocado ejercer su papado, es precisamente la
antipolítica. La abonan a chorro tanto medios como empresarios y CEOS. Es el
aprovechamiento del desencanto o la impugnación de la política de millones de
personas en el mundo que han sido traicionadas por dirigentes que han
reemplazado la política por algo raro, algo sucio, algo desolador. ¿Macri hace
política? ¿Lenín Moreno hace política? ¿Peña Nieto hizo política? ¿Duque hace
política? Sí, pero incluso la política, aunque sea mala, aunque sea solamente
para privilegiar al 1 por ciento de la población, se termina cuando el FMI
entra a escena. Nombres variopintos. Dos salidos de la política traicionera y
dos productos de laboratorio. Sólo pueden hacer política sana y noble quienes
hayan sellado un compromiso de sangre con sus representados. A esos los
persiguen o los encarcelan. Los estigmatizan como “chorros” o “dictadores” los chorros
y los dictadores de nuestro tiempo.
Cuando el Papa hizo su primera visita a la región fue a
Brasil. Al encuentro de jóvenes. Y allí dijo su recordado “hagan lío”.
Seguramente quiso decir varias cosas, pero entre ellas aquél fue un cruce a la
ola que muy pocos veían venir, y son estos nuevos cultos que apañan al
neofascismo, y que están pensados como la nueva religión hegemónica de la
región. Los que depositan en cada individuo recortado de los otros la
posibilidad de su salvación en la tierra: tener suerte, si así fue la voluntad
de Dios. No piensan en política. No hablan de política. Viven en un mundo
aparte, en el que las desgracias son parte de la vida que les ha tocado. No
luchan. Rezan. “Hagan lío” puede entenderse como “hagan política”, en la acepción
general que le da el Papa, la que tiene que ver con lograr comunitariamente una
vida más digna para todos pero especialmente para los que nunca pudieron sacar
la cabeza del lodo.
Esta semana en Roma el Papa inauguró el Sínodo por la
Amazonía. No es otro “gesto”. Es pura acción. Fue por pedido de los obispos de
diversos países a los que esta nueva camada de gobiernos odiadores los enfrentó
de pronto con el hambre y el fuego. Esta semana se vio la foto de las decenas
de camiones que empresas ganaderas mandan a las zonas deforestadas por el
fuego.
En el Vaticano ahora están los delegados de las etnias
aplastadas. El Papa recibe a los habitantes ancestrales --a quienes pidió
perdón por la colonización ya hace unos años en Bolivia, pero eso que era una
enorme noticia fue como otras miles de enormes noticias borroneada por los
grandes medios--. El Papa recibe a los Garabombos de todos los tiempos, pero
esta vez encarnado en esas etnias deslumbrantes que brotan de la Amazonía.
Recibe a esos invisibles.
En la apertura del Sínodo, Francisco fue al hueso y nos
compete, aunque la lectura puede hacerse extensiva a cualquiera de nuestros
países. Se refirió a la disyuntiva sarmientina “civilización o barbarie”. En
estas notas se ha apuntado varias veces que esos términos se han invertido. “El
lema de civilización o barbarie se ha usado para aniquilar pueblos
originarios”, dijo. Los que se identifican con la civilización están trayendo
una nuevo colonialismo”, dijo.
Las elites financieras que desplazaron a la política,
entroncadas con las oligarquías, hoy son los bárbaros sanguinarios que por
dinero están dispuestos a sacrificar millones de vidas humanas, animales y
vegetales. El Papa después tiró una flecha hacia Pichetto, aunque nombrando
sólo a la Argentina. Dijo que en nombre de la civilización (con distintos
voceros, portadores del mismo discurso de odio que late en la región desde hace
cinco siglos), se escuchan palabras denigratorias, “con el desprecio a los
'bolitas', a los ´paraguas´y a los cabecitas negras”.
Los que tenía enfrente mientras decía eso eran los
guardianes de la naturaleza, los que como ha dicho también Chomsky, “han sido
los que en la historia más han luchado por defensa de la vida en el planeta”.
Son los que perseveran hace siglos y siglos, cuando nuestros países no
existían, en el buen vivir, que no le demanda a la tierra más de lo que la
tierra pueda dar sin arruinarse ni seguir estando allí, disponible y pródiga
para las generaciones futuras.
Esos pueblos, que tienen su propia medicina, que han
sobrevivido contra viento y marea, con contacto o no con los blancos, y algunos
de ellos han tomado decisiones de una sabiduría extraordinaria, como los más
populosos, que en lugar de vivir todos juntos se han repartido por diferentes
zonas de la Amazonía para evitar desequilibrios. Esos invisibles que hoy deben
huir de sus tierras porque el fuego las devora, en estos días tienen un
interlocutor. Mientras desde la “civilización” llegan las fotos del hijo de
Bolsonaro haciendo gracias con sus armas, mientras Ecuador se desangra,
mientras en Colombia los activistas ambientales son asesinados todos los días,
mientras en la Argentina se fumiga glifosato sobre escuelas rurales y hay niños
y adultos enfermos soportando la amplia gama de envenenamiento que produce la
ganadería o el cultivo transgénico a gran escala, ellos, los pueblos
originarios, siguen guardando sus secretos y aspiran solamente a que los dejen
en paz.
Hoy son ellos la civilización a la que hay que mirar con
interés político. Bolivia es el único país que ha logrado quedar en pie y sigue
repartiendo justicia y felicidad, junto con desarollo. Nos los tenemos que tomar
en serio. No por “un gesto”. Por algo mucho más profundo y lúcido: si logramos
romper la fetichización del dinero como vara del poder político, se abrirá una
nueva fase de nuestra cultura común. Ellos nunca fueron del todo incorporados
como sujetos políticos en paridad con los demás. Como el machismo, el racismo
es algo que a veces parece encapsulado como un virus transversal. Ese es el
hueso. Porque el hueso es la tierra, pero también el modo de ser y estar en
ella. Y los
pueblos originarios saben de eso mucho más que nosotros. Muchísimo
más. Por Sandra ruso , tomado de el pagina 12 de ar
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