Los personajes creados por René Goscinny y Albert
Uderzo están de festejo
Astérix y Obélix cumplen 60 años
La célebre pareja de héroes galos nació el 29 de octubre de
1959 en las páginas de la revista infantil "Pilote" y hoy sigue
siendo un símbolo de la cultura francesa en el mundo.
Comer jabalí, intercambiar menhires y sacudir romanos. La
vida en una aldea gala era fácil. O al menos segura si Astérix y Obélix andaban
cerca, listos para explicarle a las legiones del César cuántos pares eran tres
botas. René Goscinny y Albert Uderzo enseñaron a millones de
niños de todo el mundo que quizás calzarse un gladius, una lanza corta y
formarse atrás de una fila de scutums para conquistar Francia
no era la mejor elección de carrera si uno era un personaje de
historieta. La pareja de héroes nació hace 60 años: el 29 de octubre de
1959 en las páginas de la revista antológica Pilote,
destinada a niños en torno a los 10 años. Pilote también incluía otras
historias pero en sus páginas Goscinny y Uderzo hicieron magia. Ya para ese
momento eran dos autores respetados y celebrados (de hecho, oficiaban de editor
y director artístico de la publicación, respectivamente), pero con Astérix fueron
más allá. No sólo entretenían a una generación de niños francófonos, sino que
le dieron un símbolo a la cultura francesa.
Se suponía que debían ofrecer personajes inspiradores de
patriotismo a la Francia aún marcada por la posguerra y herida por la ocupación
nazi. Muy a su modo, Goscinny y Uderzo “cumplieron”. Es decir,
ofrecieron dos héroes que resistían la invasión romana, sí, pero
también se las arreglaban para criticar ácidamente el chauvinismo francés, cada
tanto deslizar algún comentario sobre la actualidad política y bromear con las
figuras públicas del momento. ¿Todo eso en una historieta infantil?
Todo eso. Y más. Décadas antes de que Pixar institucionalizara la
fórmula de películas para niños con referencias para entretener a los adultos,
ellos ya lo hacían. Ya los propios nombres de la generosa galería de
personajes –una de las principales dificultades para su traducción- incluía
perlitas y alusiones a la vida cotidiana francesa. No es un logro menor y
ciertamente ayudó a que al menos dos generaciones de lectores en todo el mundo
compartieran, ya de adultos, su amor por los delirantes galos y los majaretas
romanos a hijos, sobrinos y nietos.
Guionista y dibujante hicieron esto consistentemente durante
34 álbumes (aunque Uderzo hizo en solitario casi una decena de ellos, firmó por
ambos), hasta que –muerto uno, retirado el otro- dejaron el legado en manos de
una nueva generación de artistas: Jean-Yves Ferri y Didier Conrad, ambos con la
bendición y supervisión de Uderzo. Ferri y Conrad sumaron ya cuatro álbumes
nuevos, para un total de 38 que llevan traducciones a más
de un centenar de idiomas (¡incluyendo latín y griego antiguo!), para más de
1500 ediciones por una cantidad incalculable de ejemplares. 38 álbumes
son muchos para sostener tan alta la vara de calidad y la adhesión de sus
seguidores.
El mercado que los vio nacer, se sabe, es uno de los
principales mercados mundiales para el mundo de las viñetas. Tiene más de
16.000 novedades al año –muchas veces las cajas de lanzamientos son tantas que
quedan sin abrir en las librerías- y está muy atomizado. Pero basta que se
anuncie un nuevo tomo de los galos para que las estanterías se aprieten para
hacerles lugar y los libreros anticipen sus pedidos. Los últimos
tuvieron tiradas iniciales en torno a los dos millones de ejemplares y,
desde luego, se agotaron pronto. Y eso sin contar las adaptaciones
cinematográficas, los 15 videojuegos, las mil referencias que se le dedican en
toda la cultura francesa (incluyendo la cartelería de la Torre Eiffel, el
primer satélite aeroespacial que lanzó el país y la mascota del último mundial
de fútbol allí) y la montaña de merchandising oficial (bellísimo, pero en
euros). Una rareza para cualquier mercado, aún uno tan pujante como el
francobelga.
Porque claro, 60 años después de su primera
aparición, las aventuras de Astérix y sus amigos siguen vigentes. Y el
dato no sorprende en lo más mínimo a nadie que haya tenido la fortuna de leer
cualquiera de sus historias. Hay una combinación de diversión desatada y de
intercambio generacional, como atestiguan los testimonios que acompañan esta
nota, que hacen que la dupla se marque a fuego en el corazón de sus lectores.
Algunos años atrás, cuando Planeta y Libros del Zorzal lanzaron en la Argentina
la colección de Astérix (excepto los cuatro nuevos tomos), con
una nueva (y superadora) traducción, este diario lo celebraba. Se señalaba allí
que el “éxito popular no desentona con la devoción que le dedica la crítica” y
que “sus centenares de millones de ejemplares vendidos (...) la confirman como
una obra popular y universal pero eso no riñe con el criterio de los
especialistas”. Bien lejos de esa actitud ante la vida donde la crítica
desprecia las producción para un público masivo, dedicarse a las historietas es
también saber gozar Astérix.
Astérix es un ejemplo prototípico de la
historieta de aventuras francobelga “de línea clara” , en alusión al trazo
limpio que caracterizó a la escuela de dibujo de esa industria durante varias
décadas. Junto con otros clásicos como Tintín, Lucky
Luke, Spirou o Los pitufos, los galos
redefinieron en una década el concepto de historieta para niños. Y la
influencia de la dupla Goscinny-Uderzo es insoslayable, tanto por popularidad
como por calidad. Ponerse técnico con una obra que toca el corazón de
tantos lectores suena a frialdad, pero vale la pena para entender cabalmente su
fenómeno. Por un lado están los guiones, que prácticamente no tienen fisuras.
Más arriba se mencionan los nombres de los personajes, que son siempre juegos
de palabras, pero también hay una cuestión en la presentación de situaciones y
el enhebrado de peripecias siempre atravesadas por el humor que lo hacen
sorprendente. Goscinny, además, conseguía que esta necesidad de agregar un
bocadillo en cada viñeta para generar humor no obstaculizara el trabajo de su
compañero. Y lo de Uderzo es difícil de describir en palabras. Todo lo que
relata en sus dibujos fluye, todo está meridianamente claro, todo tiene
detalles y... se disfruta. Además, lo hace parecer fácil. Y ahí está la locura
final de Astérix: parece fácil. Es tan perfecto, que parece fácil.
Que uno tiene la sensación de que sus protagonistas siempre tuvieron las de
ganar contra los romanos y sus ejércitos, pero no importa. No importa porque se
disfruta como pocas cosas se disfrutan de niño. Y cuando uno cierra el libro
busca a alguien que también lo haya leído para poder gritar: ¡por Tutatis! //
TOMADO DE PAGINA 12 DE AR
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