A salvar el planeta Ilitch
Verduga Vélez La encíclica Laudato si, (Alabado seas), la primera, del papa
Francisco, está conmoviendo a todos en el mundo, no solo por su defensa del
medio ambiente, sustentada en el peligro real y sostenido con perspectiva de
permanente de la contaminación despiadada de la naturaleza, el calentamiento
global culpable del cambio climático y de la polución espantosa que agobia a
los hemisferios y sus habitantes, además por la denuncia de las causas que las
provocan que la propia pastoral señala y generada por pequeños grupos de la
sociedad para los que el leitmotiv de vida es tener antes que ser. La propia
supervivencia de la especie humana será dudosa si se continúa pervirtiendo al
medio natural por ambiciones protervas como sucede en la actualidad y como dice
el testimonio papal al señalar el dominio del líquido vital: “Es previsible que
el control del agua por parte de grandes empresas mundiales se convierta en una
de las principales fuentes de conflicto de este siglo”. Pero, además, la
esencia social del documento plantea sin ambages la injusticia del mundo
dividido entre los que les sobra todo y quienes requieren de lo más elemental y
constituye el carácter fundamental del mensaje vaticano, generando un hecho
histórico muy relevante en relación a la propiedad -cuerpo y espíritu del
capitalismo-, al afirmar: “La tradición
cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad
privada”. Y es que los tiempos de cambio que vive y requiere la humanidad
tienen ahora en el santo padre un valiente e inteligente protagonista con
palabra sabia y generosa que resume su vida personal y eclesiástica, en el
paradigma inmortal de Jesucristo, el reino de justicia e igualdad donde los
desposeídos son los invitados a la cena del Señor. La respuesta ultramontana no
se ha hecho esperar, una diócesis norteamericana lo ha condenado llamándolo
‘comunista’, acción encubierta de jerarcas de dentro y fuera de la Iglesia
católica empecinados en viejos dogmas y reos en hechos de concupiscencia vil
que consideran a la doctrina cristiana como usufructo de pocos, los poderosos
dueños del dinero. La situación del clima en el orbe hace décadas
y en la actualidad es realmente catastrófica, como lo es también la de pueblos,
despojados del goce de dotes civilizatorios básicos, acceso a servicios
intrínsecamente humanos: agua, drenaje, salud, educación, vivienda, trabajo. El
desastre ambiental que amenaza con destruir el globo no proviene de la
necesidad sentida de aprovechar los dones de la tierra para que sean utilizados
para comunidades rurales y urbanas sin
futuro. En verdad el agravio es
engendrado por la industria que envenena aire y agua. Empero, las ganancias de
esos negocios extraviados que con alevosía
comprometen la vida de las gentes intoxicadas por publicidad sediciosa
de empresas emisoras de bienes para la muerte o para el consumismo banal. Los compromisos de ese seguro daño universal
corresponden a la estructura de sistema económico y político que genera cultura
ruin e impúdica; actividad que maniata a la civilización y la transforma en
desbocada consumista de ambición bicéfala, que crea bienes suntuarios y fútiles
para deleite de los ricos -seres humanos o países- y de vitrina inalcanzable
para los pobres, junto a máquinas de
guerra y destrucción cuyo costo anual es de miles de millones de dólares que
condenan -además- a las naciones a sostenidos despojos y debacle ecológica,
como sucedió en nuestra Amazonía con la
empresa Chevron, contaminadora, corrupta, que pagará su crimen en los
tribunales y la historia. TOMADO DE EL TELEGRAFO DE ECUADOR
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