Techo: los secretos de la ONG que ya movilizó a más de 40.000
jóvenes - Trabaja en villas y asentamientos de varias provincias donde sus
voluntarios llevan construidas 7000 viviendas de emergencia para familias
extremadamente pobres; su crecimiento explosivo que no está exento de críticas Por
Teresa Sofía Buscaglia | Para LA NACION En
el barrio Agustoni, de Pilar, el último fin de semana largo jóvenes de Techo
construyeron la vivienda de Andrea Pereyra (centro), que participó de la obra.
Foto: Patricio Pidal / AFV
Durante el último fin de semana largo, la ONG Techo organizó
lo que llamó "la construcción más grande de la Argentina".
Participaron 1500 voluntarios, la mayoría estudiantes de escuelas secundarias,
convocados por esta organización que moviliza a miles de jóvenes en varios
países de América latina. Fueron tres días de sol radiante y de mucha energía
para construir 256 viviendas de emergencia en 13 asentamientos del conurbano. Aunque
lo parece, no fue una jornada excepcional: en la Argentina, más de 40.000
jóvenes ya participaron en la construcción de unos 7000 de esos módulos de
madera que, aunque siguen siendo precarios, significan para las familias que
los habitan la posibilidad de dormir en un lugar seco y aislado de las
temperaturas extremas. ¿Cómo funciona esta ONG, que se convirtió en un imán
para jóvenes de clase media y media alta? Aquel fin de semana, LA NACION
participó de una construcción en el asentamiento del barrio Agustoni, en Pilar.
La jornada estuvo muy organizada. Los voluntarios se instalaron en escuelas
públicas. El desayuno es a las 8, después sigue una charla explicativa en el
patio y de ahí, cada cuadrilla parte a su construcción, guiada por los
coordinadores de Techo que conocen el barrio y tienen relación con sus
referentes comunitarios. "La idea es sacarlos del piso de barro y del
hacinamiento", define claramente Yamila Annacondia, de 20 años, encargada
de nuestro grupo.Yamila conoció Techo cuando hacía una pasantía en la firma
Cencosud y como cientos de voluntarios de la ONG visita el asentamiento los
fines de semana para relevar las necesidades y abrir espacios de diálogo. Paola Palacio vive en este barrio, tiene 33
años, trabaja como empleada doméstica y también es voluntaria de Techo.
"En 2011 le construyeron la casa a mi hermana y yo no podía creer que
estos chicos lo hicieran a cambio de nada. Me sumé porque pensé que si ellos
podían, yo también. Hace tres años que les vengo construyendo casas a mis
vecinos", contó. Cada cuadrilla está formada por diez integrantes como
máximo. La nuestra le construirá su casa a Andrea Pereyra, que nos recibió con
un bebe en brazos y mucha timidez. La rodean cuatro chicos más, con edades
varias. "Mi casa anterior se me inundó con la subida del arroyo y perdí
todo. Ahora vivimos en lo de mi mamá, pero quiero darles un mejor lugar a los
chicos y que mi mamá vuelva a estar tranquila", dijo. Malena, su hija
mayor, actúa como una madre más, cuidando a sus hermanitos para que no se
lastimen con las herramientas. Tiene 16 años y va a la escuela. Le gustaría estudiar
Letras. Se sonríe con ilusión, como si fuera un imposible. Los vecinos
beneficiarios de las casas firman un contrato por el cual se comprometen a
participar activamente de la construcción y a no venderla ni alquilarla por dos
años. También a pagar una suma simbólica de $720 (el valor total del módulo es
de $ 12.000) y usarla solamente como vivienda familiar. El plan de construcción
es de dos días. Días antes, Techo dejó el material en cada terreno donde se
levantarían las construcciones. Las casas miden 3 por 6 metros y constan de
paneles de madera que se encastran como un Lego. El primer día de construcción
se ponen los pilotes sobre los que se asentará. Medir, cavar y nivelar sin usar
máquinas eléctricas por una cuestión de seguridad es la parte más dura del
trabajo. Todos se arremangan, los chicos compiten, las chicas se esfuerzan, los
dueños de casa ayudan, todo es un trabajo en equipo. A la tarde se deja el piso
instalado. A la mañana siguiente se colocan las paredes, las ventanas y la
puerta. Después del almuerzo llega la parte final: las vigas y el techo. No se
construyen instalaciones sanitarias ni eléctricas. Y no pretende ser una
solución sino apenas un paliativo. Pedro Imperatrice Frías tiene 27 años, es
abogado y asiste como preceptor del colegio San Esteban. "En 2011 fue mi
primera construcción. Con unos amigos nos reunimos para construir la casa y,
además de ayudar, buscamos divertirnos así que lo tomamos como una competencia
para ver quién construía más rápido. Lo primero que nos impactó fue que nos
encontramos con una pareja de padres más jóvenes que nosotros, y que ya tenían
tres hijos. Vivían todos juntos con la abuela", explicó. Techo nació en
Chile en 1997 a partir de un grupo de estudiantes universitarios que querían
ayudar a resolver la situación de emergencia tras el terremoto de aquel año. La
idea fructificó y se desparramó en toda América latina. Muchas escuelas y
colegios la copiaron y asisten a cada una de las invitaciones que hace Techo. En
la gran construcción del último fin de semana largo participaron 13 colegios de
la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires. "Confieso que tenía
ganas de quedarme en mi casa. Pero ahora que vinimos, fue lo mejor y quiero
seguir con esta ayuda", contó Delfina, alumna del colegio Santa Inés, de
San Isidro. Junto a ellas estaba otra
cuadrilla del Colegio Goethe, de Boulogne. Uno de sus alumnos, Gerónimo Rücker,
resumió así su primera experiencia en Techo: "Cuando me anoté, tenía miedo
de entrar en un mundo completamente nuevo, de no saber qué hacer o decir. Pero
al conocer a Mirta [la dueña de la casa que construyó] y a sus dos hijas, ese
miedo desapareció. Yo entregué tres días de trabajo para construir una casa
inmensamente merecida, pero siento que no aporté nada en comparación con lo que
me aportaron ellas". Techo no recibe siempre halagos y hay quienes
critican su actividad. Desde el extracto social medio alto de muchos de sus
voluntarios hasta su forma de financiamiento, ya que recauda fondos con las
construcciones y con eventos propios (cena y colecta anual), pero también
reciben importantes aportes de empresas de sectores polémicos como la banca
internacional o la minería. También se la ha criticado por no involucrarse con
la política partidaria. Esto los hace mucho más independientes, pero, a su vez,
con poca llegada a lograr políticas públicas efectivas a través del Congreso,
por lo que la ayuda puede quedar en hechos aislados. Otro lado polémico en la
ayuda social que brinda Techo es la "legalización" del asentamiento.
Una cosa es lo que dicen los mapas catastrales que tienen los organismos
estatales y otra es la realidad. "La ocupación de tierras es la única
solución que encontraron miles de personas en nuestro país para hacerse un
lugar en el espacio urbano. Techo busca transformar asentamientos precarios en
comunidades integradas social y territorialmente, en un hábitat adecuado que
les permita alcanzar su pleno desarrollo como familias", explica Julia
Gabossi, directora social de Techo Argentina – tomado de la nación de ar
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