Comenzar alguna vez
con la meritocracia en la docencia - Nuevamente el país tiene que soportar una
huelga de docentes del sector público. Ya van sumando una cantidad francamente
excesiva a lo largo de estos últimos veinticinco años, es decir, desde que se
formaron los numerosos sindicatos después del largo período de la dictadura de
Stroessner, cuando para lo único para lo que los maestros salían obligados a
las calles era para agitar banderitas vitoreando al “único líder”. Pero en fin,
estos de ahora son otros tiempos y, posiblemente, los docentes son también
otros. Los de antes no conocían la democracia ni sus ventajas; los de ahora
solamente conocen las ventajas y los derechos de la democracia, pero no sus
obligaciones. El Estado tiene la responsabilidad de que el mérito por la
capacidad profesional vuelva a ser el parámetro para promocionar y remunerar
mejor a los profesionales de la educación. Si ello se cumple, el Paraguay no
tendrá que seguir soportando los desplantes prepotentes de estos sindicatos de
docentes, que tanto daño causan a toda la sociedad. Nuevamente el país tiene
que soportar una huelga de docentes del sector público. Ya van sumando una
cantidad francamente excesiva a lo largo de estos últimos veinticinco años, es
decir, desde que se formaron los numerosos sindicatos después del largo período
de la dictadura de Stroessner, época en que para lo único que los maestros y
maestras salían obligados a las calles era para agitar banderitas vitoreando al
“único líder”. Pero en fin, estos de ahora son otros tiempos y, posiblemente,
los docentes son también otros. Los de antes no conocían la democracia ni sus
ventajas; los de ahora solamente conocen las ventajas y los derechos de la
democracia, pero no sus obligaciones. De modo que, desde que tienen la libertad
plena para agremiarse, organizarse y manifestarse, utilizaron estas ventajas
democráticas para ejercer cada vez más presión sobre el Estado y sus administradores,
a fin de lograr más y más ventajas particulares y egoístas para su sector. Es
cierto –y nadie lo pone en duda– que la educación es uno de los aspectos
fundamentales del desarrollo social y de la concreción de las esperanzas en un
futuro mejor para el país, y que gran parte de esta responsabilidad recae sobre
los hombros de los maestros. Tampoco se niega que la labor docente debe estar
bien retribuida para que lo anterior se cumpla en la forma debida. De modo que
no existe discusión acerca de nada de esto. Lo que la ciudadanía desea es que
el cuerpo docente, cuyos salarios y diversos beneficios solventa con sus
tributos, devuelva a la sociedad servicios de enseñanza intelectualmente bien
calificados, éticamente responsables y profesionalmente ejecutados con corrección
y puntualidad. Pero no es esto lo que la ciudadanía obtiene, sino un servicio
que, en general y salvando honrosas excepciones, puede ser calificado de
mediocre cuando no de malo. Los sindicatos de maestros del sector público se
pasaron durante los últimos años realizando huelgas, manifestaciones y otras
medidas de fuerza contra los sucesivos gobiernos, presionando para que se les
incremente el salario y se les otorguen ventajas especiales, cosas que
consiguieron en casi todas las ocasiones. Hoy en día, los maestros ganan montos
de dinero varias veces superiores a los que percibían una o dos décadas atrás y
gozan de muchas otras ventajas laborales, pero nunca están satisfechos, año a
año piden más y más, como si constituyeran una clase especial y privilegiada de
trabajadores públicos, aprovechando que su trabajo es esencial para la buena
marcha de la sociedad y que sus huelgas le producen a esta un gran daño. Con el
tiempo, y como consecuencia de todo esto, la profesión de docente, a la que se
solía elevar al nivel ético del apostolado, se fue demeritando a los ojos de la
gente, particularmente por culpa de este sector de sindicalizados que se
muestran tan prosaicamente oportunistas y ambiciosos. Por la pésima actuación
de estos dirigentes sindicalistas, y de los afiliados que consiguen hacerse
seguir, el oficio de docente de la enseñanza pública se ubicó a la misma altura
que los otros que viven prendidos a las tetas del Estado. Es , igual que las
organizaciones gremiales de funcionarios estatales, aprovechan y emplean todos
los ardides y tretas sucias que la oportunidad les provee para ejercer más
presión y obtener satisfacción de sus demandas, como por ejemplo el declararse
en huelga al comienzo o al final del año lectivo, desesperando a padres, madres,
estudiantes y a la comunidad toda que es afectada por sus medidas de fuerza,
hasta que, acogotados por la necesidad de que los escolares retornen a clases,
presionen a su vez sobre los gobernantes para que cedan a las pretensiones de
los chantajistas agremiados y movilizados. Pero cuando en el seno social se
tratan las propuestas de jerarquización de la profesión docente, de exigirles a
los maestros más exámenes de calificación, más actualización, mayor tiempo de
dedicación a sus labores y el mejor cumplimiento de otras responsabilidades,
sus organizaciones gremiales guardan un profundo silencio o se oponen o, peor,
exigen todavía más remuneración para deberes que deberían cumplir con lo que
ganan. Las organizaciones gremiales de docentes de la enseñanza pública
muestran haber aprendido los mismos vicios que sus pares del sector estatal.
Miden la jerarquía de cargos y las remuneraciones por “la antigüedad”. Como les
importa un bledo los méritos, los docentes que intentan crecer intelectual y
profesionalmente, gastando dinero y tiempo extra en seguir formándose, chocan
contra la pared de la indiferencia de sus dirigentes, así como de la
mediocridad del sistema oficial en general. El Estado no puede premiar a los
docentes meritorios porque no alcanza el dinero; es que el dinero que hoy se
reparte entre todos, es por antigüedad y permanencia, no por logros. Así de
simple es el vicioso régimen que convierte a nuestras escuelas públicas, en la
mayoría de los casos, en meras oficinas estatales, donde toman asiento
funcionarios que repiten diariamente su rutina, como si fuesen robots, para, a
fin de mes, ir a cobrar sus remuneraciones. Poco o nada de apostolado ni de pasión profesional, de ética
ni de sentido de dación. Todas esas viejas virtudes atribuidas al oficio
docente están siendo reemplazadas por la “lucha gremial”, o sea convertirse en
activista, parar, protestar, suspender las clases, hacer huelgas y
manifestaciones callejeras barullentas para ganar más, enseñar y trabajar menos
y desligarse de la mayor cantidad posible de obligaciones. Una profunda
transformación del sentido misional de la enseñanza tiene que volver a ser
introducida en la mente y el corazón de las nuevas remesas de docentes. El
Estado tiene la responsabilidad de que el mérito por la capacidad profesional
vuelva a ser el parámetro para promocionar y remunerar mejor a los
profesionales de la educación, tarea que debe impulsarse con firmeza y
perseverancia. Si se cumplen estas premisas, el Paraguay no tendrá que seguir
soportando los desplantes prepotentes de estos sindicatos de docentes, que
tanto daño causan a toda la sociedad. Tomado de abc de Paraguay
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