A PROPÓSITO DE LA OBLIGATORIEDAD DE LOS DEBATES
PÚBLICOS DE CANDIDATOS En
los últimos tiempos, legisladores nacionales y provinciales de distintos
partidos, misteriosamente han visto la luz descubriendo “la vital importancia”
de la obligatoriedad de los debates públicos de candidatos y precandidatos
electorales.
Algunos hasta temerariamente, desde mi punto de vista, califican con
grandilocuencia, que la ausencia de esos mecanismos propios de la ingeniería
electoral y de la mercadotecnia política de los tiempos actuales, constituyen
un atentado a la democracia.
Permítaseme disentir respetuosamente con estas paparruchadas, que como
verdades reveladas, afirman que los debates son un extraordinario mecanismo
para enriquecer la calidad democrática e institucional de la sociedad, lo que
no deja menos que sorprendernos.
Estos
snobismos tomados de otras sociedades, parten de errores conceptuales sobre: la
actividad política, la vida de los partidos y en torno a los desencantos
sociales.
Pasaré
a explicitar seguidamente el porqué de cada uno de los pecados originales en
los que caen todos los proponentes de estos proyectos.
Desde
siempre, salvo en la época actual, la actividad política era una forma de vida que
se forjaba en los comités, en las unidades básicas y en todo otro ámbito
natural de la misma. El candidato, era
más allá de algunos acuerdos poco honrosos que existían, una persona que tenía
una trayectoria para mostrar y una concepción ideológica amalgamada al calor
del debate partidario, el compromiso ciudadano y su participación en distintos
estamentos sociales; en definitiva, arribar a la calidad de candidato era una
consecuencia y no un fin en sí mismo. Ahora los mismos, en la mayoría de los
casos, son un producto de la imagen, sin pasado e ideologías, por lo menos
visibles, y esos son los más peligrosos, ya que no asumen ningún pacto social
con los electores, sí con los poderosos de turno.
Los
partidos políticos eran un cuerpo vivo, que actuaban de correa de transmisión
entre los reclamos sociales y las conducciones y autoridades varias, donde la
militancia y los equipos técnicos surgidos de ella, armaban después de mucho
tiempo de debates acalorados, las prioridades, las propuestas y las plataformas
y salían a potabilizarlas en cada comunidad. Todo ello ha sido reemplazado por
tecnócratas contratados, gurúes, expertos en mercadotecnia y asesores de
imagen, que siempre tratan de mostrar a sus contratantes como impolutos,
incoloros y sobre todo, lo más alejado posible a aquello que tenga algún
tufillo a política, generando ellos mismos las sospechas sobre una de las más
nobles actividades del hombre.
Las
frases: la muerte de las ideologías, hoy es tiempo de gestión y yo no tengo
nada que ver o no vengo de la política, es toda una filosofía política en la
que se escudan, fogoneada por los grandes acorazados de la Prensa (al decir de
Deodoro Roca) y sus intereses corporativos y de la que hay que escapar
raudamente en defensa propia.
En
tercer lugar los desencantos sociales no se producen por ausencia de debate y
la ostensible orfandad de propuesta, sino todo lo contrario, el desencanto es
una consecuencia directa del incumplimiento de lo prometido o la defraudación a
las expectativas de los electores.
Menem
dixit: “Si a la gente les decía realmente lo que iba a hacer, no me votaban “.
Mientras los candidatos sigan haciendo campañas y no militen
públicamente cada una de sus ideas a través de los años, cada vez se harán más
dependientes de la mercadotecnia para el conocimiento general y para imponer no
una idea, sino un imagen, en un simulacro de política, vacío de contenido,
aunque podrá ser redituable electoralmente, pero que agrava el descreimiento y
el divorcio con la sociedad.
En
otro orden de cosas sería suicida desconocer que la mercadotecnia a través de
empresas y corporaciones comunicacionales y de entretenimiento (porque de
periodismo y de información hay muy poco), han impuesto una variedad de
estereotipos sobre modelos de personas socialmente potables, que del mundo del
espectáculo se han trasladado al de la política y que están lejos de abarcar la
variedad de los tipos humanos mayoritarios.
El espectáculo se nutre de lindos, flacos,
jóvenes, simpáticos, locuaces, exitosos, elegantes, sexis, instruidos, famosos,
audaces, etc., otorgándoles un plus de ventaja en comparación con aquellas
personas que no reúnen dichas características y que luego gran parte de la
población consumidora de esos medios, transpola a las preferencias electorales
para la selección de sus candidatos.
Este
neolombrosianismo de la tipología humana en el terreno político, se vuelve
tremendamente peligroso y discriminatorio, poniendo en desventaja a la mayoría
de los habitantes del país, transformando a la democracia en un acto fallido,
generador de una suerte de voto calificado a la inversa; ya no se discrimina al
elector sino al aspirante, aunque el mismo tenga firmes convicciones y
compromisos sociales y democráticos. El “tipo humano impuesto” no es el
recomendable.
Imagine además, que si algún candidato por actitud de vida, terror escénico u otras características
rechazara este tipo de herramienta, nunca tendrá chance en el resultado de los
comicios. Con este artilugio Yrigoyen nunca hubiera sido candidato y menos
presidente.
Una
amiga, decía de ellos: “son un invento mediático, como tantos otros, de los
yanquis, y ellos saben mucho del negocio del espectáculo. Su país es un gran
espectáculo, poderosamente mediático. Me dan cosa los que se exponen, siento
hasta pudor por ellos, y algo de lástima, al tener que descarnarse así ante
todos y lo peor es que no son legítimos, francos, transparentes, ya que tienen
que tener todo pautado, el tiempo y lo que dicen y cómo lo dicen. ¡Un horror!
Un
impulsor de un proyecto, bien intencionadamente dice: “Consideramos que hoy hay
un debate en la sociedad y un pedido de que los políticos acerquemos nuestras
plataformas y propuestas de gobierno en un debate serio, y que se respete el
derecho a que los ciudadanos cuenten con la mayor información posible de cada
candidato y fuerza política a la hora elegir autoridades de Gobierno”.
Ante
esta afirmación me permito hacer algunas correcciones: En la sociedad no existe
ese debate, si en los medios que fijan la agenda autoritaria de la política,
previas encuestas pagas, ya que lo que la sociedad quiere es que no se los engañe
con propuestas que no se tiene voluntad o posibilidad de cumplir, debate por
medio o no y el derecho de que cada ciudadano cuente con información de cada
candidato, no se garantiza con debates guionados por asesores que determinan
palabras claves en muchos casos engañosas, sino obligando a los partidos que en
su tarea de social de militancia en contacto directo con la población, aclaren
a la sociedad desde dónde hablan tanto desde lo ideológico, filosófico y lo
político, sin temor a emplear categorizaciones o encasillamientos, que no por
denostados o considerados anacrónicos por los sectores de poder sobre todo
económico, no han perdido vigencia. Es saludable volver a decir que se habla
desde la derecha, el centro o la izquierda y sus combinaciones posibles, no
haciendo un ocultamiento vergonzante o temeroso de la censura mediática y de
sus mandantes.
Podría
coincidir con un legislador que afirma: “El intercambio de ideas o propuestas
de cara a la ciudadanía no puede ser una opción sino una obligación”, aunque
ello no se consigue con los debates, mientras
los partidos y los aspirantes no vuelvan a hacer política.
Estoy
convencido de que la diferencia entre un candidato y otro, no es la imagen o el
buen uso de lo escénico o la verba, sino su compromiso, sus convicciones y
sobre todo su patriotismo.
A los
medios no les interesa que se debata, sí que haya peleas y agresiones, por
cuanto eso vende, aunque la política pague los platos rotos.
Por último,
lo dejo para que lo piense y me despido hasta la próxima aguafuertes. Ricardo
Luis Mascheroni – Docente Santa Fe AR
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