Potente documento de ecología política Nadie podrá asegurar
que un documento torcerá el rumbo de la humanidad, pero sí que desnudará a
quienes son responsables y los expondrá ante quienes son indudablemente sus
víctimas. “Cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda
indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla
absoluta”, escribe el Papa. Por Sergio Federovisky (*) Si se retiraran las
esperables menciones eclesiásticas y las referencias bíblicas se puede concluir
que se trata de uno de los documentos más avanzados, profesionales, con base
científica y más potentes sobre ecología política contemporánea escrito no por
un académico marginal sino por un factor de poder, en este caso la Iglesia. Es
la llamada Encíclica Verde, “Laudato Sii”, el documento en el que el Papa
Francisco fija posición acerca de un tema, la crisis ambiental, en el que todos
apenas balbucean frases de ocasión.
Se sabe que los documentos en que se fijan posturas no son
más que eso. Ni menos, tampoco. Nadie podrá asegurar que un documento torcerá
el rumbo de la humanidad, pero sí que desnudará a quienes son responsables y
los expondrá ante quienes son indudablemente sus víctimas.
Está claro, más todavía para quienes no leemos la encíclica
en clave religiosa, que el Papa hace política. Y en este caso, a lo largo de
192 páginas elude las habituales monsergas a favor de la bondad, la conciencia
o el amor a la naturaleza y en cambio resalta negro sobre blanco las claves del
sistema que se apropia (expolia es el verbo elegido por Francisco) de los
recursos naturales para ratificar la concentración de riqueza en manos de “los
poderosos”.
La causa de los problemas ambientales (desde los globales
como el cambio climático hasta el manejo de la basura que ha hecho del planeta
“un depósito de porquería”) no es la maldad, el desapego o la falta de
compromiso individual como suelen señalar los portadores del discurso
dominante. “Cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda
indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla
absoluta”, escribe el Papa. Y, por si quedan dudas, traduce: la subordinación
de la propiedad privada al destino universal de los bienes es una “regla de
oro” de todo ordenamiento ético-social. El clima, ejemplifica, es un bien
común, con lo que queda descartado, al menos desde dicho orden ético y social
del planeta, que un sector equis -generador de la mayor parte de los gases de
efecto invernadero- tenga de rehén ecológico a casi toda la humanidad.
Muchos teóricos de la ecología política, como el francés
Hervé Kempf, argumentan que el capitalismo, por su persecución constitutiva del
incremento de la renta, es contradictorio con cualquier pretensión de
sostenibilidad. Dice el Papa: “El ambiente es uno de esos bienes que los
mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente”.
Desde la redacción de “Nuestro Futuro Común” por parte de
quienes convocaron a la Cumbre de la Tierra en 1992, se da por válido el
vínculo entre deterioro ambiental y pobreza. Pero el bastardeo de esta fórmula
anestesió su significado y pocos pudieron, desde una tribuna masiva, reproducir
aquello que tan gráficamente expuso Tomás Maldonado a fines de los sesenta,
cuando en el libro “Ambiente Humano e Ideología” sentenció que “el escándalo de
la sociedad termina en el escándalo de la naturaleza”. “No hay dos crisis
separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis
socioambiental”, sostiene el Papa y reafirma: un verdadero planteo ecológico se
convierte siempre en un planteo social.
A quienes hacen planteos ecológicos y por ende sociales, se
los anatemiza con el látigo de estar oponiéndose al progreso. Así responden
desde los baluartes de la megaminería hasta los amantes de la soja transgénica.
Como en estos días todos esquivan las críticas al Papa, no podrán correrlo con
esa extorsión intelectual cuando lean sus cuestionamientos a la minería a cielo
abierto (“Las exportaciones de algunas materias primas para satisfacer los
mercados en el Norte industrializado han producido daños locales, como la
contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la
del cobre”), a los transgénicos (causales privilegiados de la deforestación y
la “desaparición de los pequeños productores”) o a los agrotóxicos asociados. Para
quienes blanden la falaz bandera del progreso en defensa de sistemas de
explotación de recursos naturales demasiado parecidos al saqueo, el Papa tiene
su respuesta: “No basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la
naturaleza con la renta financiera, o la preservación del ambiente con el
progreso. En este tema los términos medios son sólo una pequeña demora en el
derrumbe. Simplemente -resume- se trata de redefinir el progreso”.
Francisco tiene también su antídoto para la prédica de los
tecnologicistas, aquellos que pretenden que sólo se trata de hallar el
mecanismo o la herramienta adecuada para remediar la contaminación. Malas
noticias para ellos. Hace ya dos décadas, Edgar Morin les había respondido que
“cada fenómeno de contaminación puede efectivamente ser aislado y encontrarse
su remedio técnico, pero al mismo tiempo se enmascara el problema general, que
no es un problema de tachos de desperdicios sino un problema de organización de
la sociedad, del devenir industrial, de la relación sociedad-naturaleza”. Casi
un tácito homenaje del Papa a aquel pensamiento “setentista”: “Buscar sólo un
remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la
realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas
del sistema mundial”.
La trama de relaciones económico-sociales es siempre, en la
encíclica, la explicación estructural de problemas que no son derivados de la
vileza de los individuos. El cambio climático, por caso, no es apenas un
problema ambiental, sino una cuestión global con “graves dimensiones
ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas”. Del mismo modo,
la cada vez más desigual distribución de la riqueza (entre Norte y Sur, pero
también al interior de los países en desarrollo, puntualiza) no supone un
designio divino: los obispos de Nueva Zelanda -rememora la encíclica- se
preguntaron qué significa el mandamiento “no matarás” cuando “un veinte por
ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las
naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir”.
Argentina no es la mejor del rebaño
Pero además de los diagnósticos y las sentencias, la
encíclica propone cursos de acción, dentro de los cuales el Papa destaca a la
política. Pero no la actual. Los bonos de carbono, por ejemplo, ideados por
algún diplomático ultracatólico como la bendición a la necesidad de reducir las
emisiones de dióxido de carbono sin dañar a las economías centrales, son para
el Papa ni más ni menos que “una nueva forma de especulación”. La invocación es
entonces para una política pública que contenga aquellos principios, o mejor
dicho, actúe reconociendo cuáles son los motivos por los que se ha llegado
hasta aquí.
En ese sentido quizás el Papa, que sigue siendo argentino,
esté aguardando que su siembra pastoral ecológica dé frutos en su propia
tierra. Difícil. Argentina no es el mejor de su rebaño: es el único país de
América del Sur que no tiene un Ministerio de Medio Ambiente, y la actual
campaña electoral -pese a la basura, la deforestación, las inundaciones, los
incendios forestales, la minería a cielo abierto, las fumigaciones- no refleja
nada de eso más que consignas vacías para “cuidar el medio ambiente”, como si
fuese algo ajeno al sistema económico y productivo.
El biólogo estadounidense Barry Commoner, profundamente
crítico del sistema capitalista, fue considerado el padre de la ecología
política por las cuatro leyes que expuso hace cuarenta años en el libro “El
círculo que se cierra”. Las leyes de la ecología de Commoner dicen:
1. Todo está conectado con todo lo demás.
2. Todo debe ir a parar a alguna parte. No hay “residuos” en
la naturaleza y no hay un “afuera” adonde las cosas puedan ser arrojadas.
3. La naturaleza es más sabia. Los cambios introducidos por
la tecnología para mejorar la naturaleza usualmente han sido en detrimento del
ecosistema.
4. No hay “tenedor libre” respecto de los recursos
naturales. En la naturaleza, para cada ganancia hay un costo y las deudas al
final se pagan.
El Papa no ha citado la fuente. Pero Francisco confirmó,
citando sus fundamentos, que estas cuatro leyes tienen más vigencia que nunca. (*)
Nota publicada en infobae.com TOMADO DE EL LITORAL DE CTES AR
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