¿Qué hay detrás
de tu filete?
ETIQUETAS: CARNES PROCESADAS, CONTAMINACIÓN, JUSTICIA ALIMENTARIA
La industria
alimentaria es uno de los grandes causantes de problemas ambientales. Las
largas cadenas de distribución, el uso excesivo de fertilizantes y herbicidas,
las grandes áreas dedicadas al monocultivo y la ganadería intensiva, amenazan
la biodiversidad y contaminan suelos, agua y aire. Pero de todos los
sectores el que más contamina es la industria cárnica, y nosotros, como
sociedad, tenemos gran parte de culpa.
Según la
Organización Mundial de la Salud (OMS), la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria
(SENC) y la Agencia Española de Consumo,
Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), el consumo de carne roja y
elaborados cárnicos debería ser ocasional, y el de carnes blancas de 2 a 3
veces por semana. Eso, siguiendo las recomendaciones de la OMS, significan unos
325 g/persona/semana de carne blanca (ave, pavo, conejo) y para el caso de las
carnes rojas y procesadas nunca más de 200 g/persona/semana. ¿Cumplimos estas
recomendaciones? No, de media los españoles comemos seis veces más carne blanca
de la máxima recomendada por la OMS, diez veces más carne roja de la
recomendada y ocho veces más de la procesada. De hecho el consumo de carnes y
elaborados cárnicos es el más importante de la cesta de la población con un
gasto que supone el 22% del presupuesto alimentario de las familias.
Este consumo
desmesurado no solo afecta al bolsillo sino que nuestra salud se ve seriamente
afectada, ya que el consumo de carnes rojas y procesadas se ha relacionado con
la aparición de enfermedades isquémicas, cardiovasculares o cáncer (OMS). Y además, como hemos visto antes,
afecta seriamente al medio ambiente, ya que un alto consumo se traduce en una
alta producción.
En el caso de España
la industria cárnica ocupa los primeros niveles con una cifra de negocio de
22.168 millones de euros, y un gran volumen de exportaciones a otros países, lo
que nos coloca en el cuarto puesto –junto a México– en producción de productos
cárnicos, siendo el más importante el sector porcino (somos el principal
productor europeo). Con todo lo que producimos – y si seguimos las indicaciones
de la OMS– podríamos alimentar a 211 millones de personas, es decir, a toda la
población de Italia, Francia y Alemania juntas. Si tenemos en cuenta que la
superficie que suman estos tres países (1.302.525 km2) es más del doble que la
ocupada por España (505.990 km²), nos hacemos una idea del enorme tamaño de
nuestra industria cárnica.
Uno de los problemas
derivados del alto consumo, y por ende de la producción en masa, son los
piensos. Para la producción de piensos se utilizan grandes extensiones de
terreno dedicadas al cultivo de una sola especie (normalmente soja), este tipo
de explotaciones afecta negativamente a la biodiversidad y calidad del suelo.
España es el primer importador de materias primas para pienso de Europa, “uno
de cada tres kilogramos de cereal que importa Europa lo importa el Estado
español” (Justicia Alimentaria: Carne de
cañón), con el que produce alrededor de 35 millones de toneladas de pienso.
Parte de este pienso es exportado pero la mayoría va a parar a los grandes
núcleos de producción presentes en Cataluña y Aragón, donde en algunas de sus
comarcas podemos encontrar auténticas megápolis cárnicas.
Los datos están ahí,
hay muchos estudios que nos demuestran que comer carne en exceso es perjudicial
tanto para la salud como para el medio ambiente, pero cambiar el esquema mental
de la sociedad es complicado, sobre todo en un tema como la carne, alimento
cuyo consumo ha estado durante mucho tiempo asociado a un mayor estatus social.
Con todo lo dicho
parece que la única opción es llevar una dieta vegana, pero hay muchos
ganaderos que producen de manera diferente. En muchas zonas de España han
surgido iniciativas que buscan recuperar especies ganaderas autóctonas en
peligro de desaparecer (como la gallina castellana negra o la vaca terreña) u
otras donde la presencia de la ganadería ayuda en el mantenimiento de
ecosistemas y zonas protegidas. También encontramos explotaciones que crían a
sus animales de manera respetuosa basándose en criterios de sostenibilidad que
ayudan a mantener la economía de zonas rurales.
Tenemos que cambiar
el chip y volver a la dieta mediterránea: devolver el protagonismo en nuestra
dieta a las legumbres, frutas y verduras y consumir menos carne y de un mejor
origen. Si fuéramos capaces de hacerlo, según un estudio de la Universidad de
las Palmas de Gran Canaria (Serra-majem
y Ortiz-andrellucchi, 2019), no solo tendríamos mejor salud sino que
las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la producción de
alimentos se reducirían un 72%, el uso de suelo con fines agrícolas a un 58%,
el gasto energético disminuiría un 52% y el agua usada bajaría a un 33%.
Comparativa
contaminación atmosférica carne vs vegetales (kg de CO2 equivalentes/kg):
Fuente: Justicia Alimentaria: Carne
de cañón. Por qué comemos tanta carne y cómo nos enferma (2019).
Fuentes:
Organización Mundial
de la Salud (OMS)
García, F. and
Guzmán, J. (2019). Carne de Cañón. Por qué tomamos tanta carne y cómo
nos enferma. (Barcelona) Justicia Alimentaria VSF. Disponible en:
https://justiciaalimentaria.org/carne-de-canon [Acceso 30 May 2019].
Serra-Majem L,
Ortiz-Andrellucchi A. (2018) The Mediterranean diet as an example of
food and nutrition sustainability: a multidisciplinary approach. Nutr
Hosp 2018; 35(N.º Extra. 4):96-101. Arán Ediciones, S.L.. Disponible
en: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/30070130 [Acceso 30 May 2019].
Carlota López
Fernández.
Enviado por comida
critica
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