La Tierra Por Sandra Russo
El miércoles de esta semana fue el Día del Medio Ambiente, y
pasó sin pena ni gloria, como pasan delante de nuestros ojos tantos de los
hechos de los que dependen nuestras vidas. Mientras el calentamiento global
sigue su curso entre otras cosas porque han logrado convertir incluso la
expresión “medio ambiente” en algo neutro, en algo de lo que se ocupan los
onegeístas, en algo casi abstracto o lejano. En este tema, como en otros, hay
que rasgar con urgencia las vestiduras; no las propias, sino las de esa máscara
que el poder global ha colocado sobre algunas palabras para que pierdan su real
significado.
No ha sido una operación ni espontánea ni inocente. Como en
todo, pero especialmente en relación el medio ambiente, lo han hecho porque era
imprescindible volver inocuo lo atroz, para dejar libres las manos que
diariamente firman boletos de compra y venta de enormes territorios, para ser
explotados como fueron explotados tantos seres humanos que hasta que el trabajo
hizo su retirada, y ahora son directamente eliminados o abandonados a su suerte.
“Si el medio ambiente fuera un banco ya lo habrían salvado”,
dijo hace poco Pierre Larrouturou, economista, ingeniero agrónomo, eurodiputado
por la coalición de Partidos Verdes de distintos países que tienen como
principal punto de lucha el calentamiento global. Larrouturou propuso una
medida concreta: la creación de un Banco Climático Europeo destinado a la
protección de la biodiversidad. Propuso que cada país disponga de un 2 por
ciento de su PBI para avanzar hacia una economía sin emisiones de carbono, es
decir, un cambio radical en el modo de producción que privilegie las energías
renovables, proteja los suelos y tome las medidas necesarias para impedir las
extinciones de especies en cadena que sobrevendrán muy pronto. Es curioso como
el ciudadano promedio urbano de esta parte del mundo mira la televisión
mientras se viste para ir al trabajo para saber si hará frío o calor. Es
curioso que sólo la meteorología haya quedado en la agenda acrítica de los
grandes medios, mientras sus causas –las de las largas sequías, las del
crecimiento de los cinco océanos, las de los huracanes devastadores y las
inundaciones o los maremotos– permanezcan en un misterio insondable que nunca
es especificado.
Hace ya tres años, la periodista norteamericana
especializada en ciencia Elizabeth Kolbert recibió el Pulitzer por su trabajo,
luego best seller, La sexta extinción. Era un análisis de documentos
científicos en los que biólogos, paleontólogos y cientistas de otras
disciplinas detallaban que el planeta ha atravesado ya cinco extinciones
masivas que, cada una en su momento, borró más de la mitad de la vida sobre la
tierra. Especies que ya tenían una historia de doscientos mil años
sencillamente desaparecieron. Se cree que alguna fue por la caída de un enorme
meteorito, otra por el despertar inesperado de distintos volcanes. Pero esta
vez, cuando ahora –en el último abril– la propia ONU habla del peligro de la
sexta extinción y llama –con esa débil voz que tiene la ONU para hablarles a
los dueños del mundo–, el desastre sería el primero provocado no por un
cataclismo sino por un modo de producción. Es decir, por un modelo de vida. O
mejor: por los réditos que muy pocos sacan de eso.
El problema no pasa lejos, pasa lejos y cerca, pasa en todas
partes, y lacera. En Pergamino no hay agua potable porque los agrotóxicos la
envenenaron. Las muertes por residuos letales del glifosato tiene nombres y
apellidos y hasta tumbas que no han sido fotografiadas en el Litoral. En
Rosario el miércoles hubo una marcha de los barbijos, y entre las otras pocas
manifestaciones colectivas es destacable la de la Garganta Poderosa, que
publicó un posteo titulado “Hacen agua por todas partes”. En él, dice la
organización villera que “aprovechando el Día del Medio ambiente”, querían
recordarle a Rodríguez Larreta que el 70 por ciento de la villa 21–24 sufre
emergencia hídrica por falta de presión, que las viviendas desbordan de líquido
cloacal y tienen altos niveles de contaminación en el agua.
Un poco más arriba en el mapa pero muy cerca de nuestra
necesidad de supervivencia, la Amazonía se enfrenta a una deforestación nunca
vista. La extracción sin control del litio en nuestro norte podría anteceder a
una sequía sin fin. En la vida real, en los países vecinos, los líderes
sociales son asesinados de igual manera que los defensores de los recursos
naturales. Los pobres organizados y las comunidades rurales están contemplados
como sobrantes de un sistema que sigue avanzando.
En su libro, Elizabet Korbert escribió bajo dos acápites muy
bellos, pero hay que hundirse en ellos para entender la dimensión de la que
hablan. El primero era de E. O. Wilson: “Si la trayectoria humana encierra
algún peligro, no es tanto en la supervivencia de nuestra propia especie como
en dar cumplimiento a la ironía última de la evolución orgánica: que en el
momento de alcanzar la comprensión de sí misma a través de la mente humana, la
vida haya condenado a sus más bellas creaciones”.
Y la siguiente, de
Borges: “Siglos y siglos y sólo en el presente ocurren los hechos”.
Tomado de pagina 12
de ar
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