Los tesoros ocultos
del río Magdalena
Paicol, en el Huila, es centro turístico por su arquitectura
y sus lugares para deportes extremo.
La navegación turística se acabó en 1961 cuando se quemó
cerca a Magangué el barco David Arango. Hoy el río lo surcan
remolcadores de carga. FOTOS JUAN GONZALO BETANCUR B.
La navegación turística se acabó en 1961 cuando se quemó
cerca a Magangué el barco David Arango. Hoy el río lo surcan
remolcadores de carga. FOTOS JUAN GONZALO BETANCUR B.
POR JUAN GONZALO BETANCUR B.* |
128 son los municipios con territorio en las orillas del río
Magdalena.
EN DEFINITIVA
Un recorrido de contrastes por algunos de los pueblos que
están al margen del río Magdalena y que se resisten en medio de la pobreza.
Sobreviven entre megaproyectos y algunos turistas.
Si no fuera por esa fama tan extendida de ser pueblo de
brujas, uno se quedaría a dormir feliz en La Jagua, en el centro del Huila. Una
fama bien ganada, hay que decirlo: en la calle al frente de la iglesia
parroquial, cruzando el parque principal, hay grabada con adoquines la imagen
de una montada en una escoba. Es el sitio exacto donde en 1886 iban a quemar a
una de ellas.
Es pequeño, con casas blancas de un piso que tienen techos
de teja, puertas y ventanas de madera, casi todas con jardines floridos, en
medio de estrechas calles empedradas. Está a cinco kilómetros del municipio de
Garzón, por la carretera que va a Pitalito, y desde lejos apenas se distingue
por un avisito en la vía y porque la torre de su iglesia sobresale entre los
árboles, que crecen desde hace uno o dos siglos a orillas del río Magdalena.
Aquella bruja se escapó de morir porque el pueblo
intercedió, pero cuentan que estuvo todo el día amarrada a un palo, sometida a
insultos y vejámenes físicos de las autoridades.
José Sánchez, quien les ha seguido la pista
rastreando en escritos y en la tradición oral, relata que las más terribles
brujas fueron Ramona Téllez, Verónica Rangel y Silveria
Torres, esta última, quien no respetó ni al cura del pueblo, al que en 1936
le echó un maleficio que le produjo una llaga en la cara de la que le salían
gusanos.
El pueblito es fascinante por esas leyendas, porque se
descubre que algunas no eran tan malas como se cree: muchas fueron calificadas
como tal solo porque conocían secretos sobre las plantas heredados de los
indígenas y hubo otras que en la Guerra de los Mil Días sirvieron de mensajeras
gracias a que podían volar sobre las tropas enemigas (de ahí aquello de “correo
de las brujas”).
Pero también fascina por su arquitectura, por la casa donde
vivió el sabio Caldas mientras hacía investigaciones científicas en el siglo
XVIII, por sus playas junto al río donde se hacen paseos de olla... Sin
embargo, este lugar está hoy acechado por algo peor que la hechicería, aseguran
muchos de sus habitantes.
La Jagua pertenece a una estirpe de pueblos huilenses a
orillas del Magdalena con arquitecturas llenas de detalles y personajes de
fantasía: el municipio de Elías, con su iglesia, altar y confesionarios
tallados en madera por Aristides Sánchez, campesino de la vereda
Las Limas; o Naranjal, corregimiento de Timaná que posee una iglesia redonda de
estilo románico construida con planos dibujados en Italia.
También están Saladoblanco y Gigante, con ceibas sembradas
hace 150 años como homenaje a la libertad de los esclavos; Paicol con su
iglesia de 1870, calles en piedra y sitios para deportes extremos; Yaguará y su
malecón al pie de la represa Betania; Villavieja, camino al desierto de la
Tatacoa, que parece anclado siglos atrás.
Casi todos son pueblos poco visitados y, por eso mismo, la
primera joya por descubrir en un recorrido bajando el curso del ya
impresionante río Magdalena.
El cañón del Magdalena
El río nace en el páramo de las Papas, a 3.685 metros sobre
el nivel del mar, en el Macizo Colombiano (cuna, además, del Cauca, el Patía,
Putumayo y Caquetá). Desciende raudo entre las cordilleras Central y Oriental,
en medio de riscos y pendientes que forman un cañón profundo habitado 3.000
años antes de la llegada de los españoles.
Vigilando el río que corre entre esas montañas está la diosa
de La Chaquira, deidad indígena guardiana de las aguas. Está grabada en piedra
y hace parte del complejo arqueológico de los municipios de San Agustín y San
José de Isnos, patrimonio cultural de la Humanidad.
Sobre ese cañón majestuoso pesa una amenaza: el Plan Maestro
de Aprovechamiento del Río Magdalena, elaborado por Hydrochina, compañía
estatal de ese país, que propone devolver la navegación pesada al río,
construir varios embalses para producir energía eléctrica y desarrollar
proyectos en el Macizo (ver recuadro).
Ese es el temor que hay en La Jagua, afectado por la
construcción de la hidroeléctrica El Quimbo, propiedad de la compañía
colombiana Emgesa, controlada a su vez por el grupo italiano Endesa. El Quimbo
tiene buena reputación entre las clases dirigentes, pero pésima entre las
comunidades pues se denuncian muchos atropellos.
“La transnacional compró las cinco fincas en las que
trabajaba casi todo el pueblo para inundarlas. Somos 320 familias, 2.500
habitantes, que quedamos sin trabajo. Dependíamos para la pesca en el río y eso
está limitado. Fuimos desplazados por el Estado y la transnacional, peor que si
hubiera sido la guerrilla”, asegura Alexánder Naranjo, líder de
Asoquimbo en La Jagua, el movimiento de resistencia a ese proyecto. Eso causa
más miedo que cualquier brujería.
La Ambalema tabacalera
En el Tolima no se percibe preocupación frente a las
represas, sencillamente porque no tienen información. Muchos líderes
comunitarios no saben del plan, el cual propone una hidroeléctrica en Ambalema,
epicentro agroindustrial.
En el siglo XIX, este municipio fue pujante gracias al
tabaco que comercializaron alemanes, ingleses y colombianos. “Empezó a
conocerse en 1780 con la actividad tabaquera. Alcanzó su gran crecimiento hacia
1840 con la exportación de la hoja básicamente a Bremen y Londres. Eso duró más
o menos hasta 1885 y trajo gran desarrollo a la localidad”, cuenta el
bio-geógrafo Julio Enrique Flórez.
El crecimiento económico dinamizó la navegación a vapor por
el Magdalena y llevó a que el pueblo desarrollara una particular arquitectura
de edificaciones de techos altos y columnas de madera. Lástima que la Casa
Inglesa se esté cayendo y que la plata que dicen que se ha invertido en
recuperarla no se vea, pero la restaurada estación del ferrocarril y las casas
del centro, bien valen armar viaje para allá. Y ni se diga de lo que es pasar
el río en el viejo ferry Omayra, toda una experiencia.
Mariquita y Honda
Para probar frutas raras debe ir a Mariquita, en el norte
del Tolima. Allí puede ensayar un jugo de arándanos, de asaí (fruta amazónica)
o de mangostino (la fruta asiática “de los reyes”, que también se come en
helado). O degustar limonada de lychee. O si prefiere, para ese calor, beber un
granizado de acerola.
Si no está para líquidos, consúmalas solas. Después de
probarlas le va a parecer que los salpicones tradicionales, el helado con
brownie caliente o las costosas copas que venden en lujosas heladerías son unas
delicias, pero demasiado comunes para usted.
A la vieja ciudad de Honda, a media hora de la anterior, hay
que ir y detenerse. “La ciudad de los puentes”, como se conoce, tiene su propio
tesoro: la zona antigua. Sus edificaciones hablan de la historia misma de
Colombia ya que reflejan diferentes momentos de la vida nacional, del poderío
del comercio local durante tres siglos, y son magníficas como las de Mompox o
Cartagena.
Están, por ejemplo, la plaza de mercado que antes fue
convento, el paseo Bolívar con casas coloniales perfectamente conservadas, la
catedral de Nuestra Señora del Rosario construida en 1652, las cuestas y
callejones copiadas de la Andalucía española, el barrio El Retiro donde
funcionó el elegante burdel de La Pilda, las casas del Virrey y de los
Conquistadores, y el legendario Puente Navarro, sobre el Magdalena, comprado en
Estados Unidos a la compañía que hizo el puente colgante de San Francisco. No
en vano, este es uno de los pueblos patrimonio de Colombia.
La navegación
Centenares de embarcaciones suben y bajan por el río entre
Barrancabermeja (Santander) y el mar Caribe, unos 630 kilómetros. Lo hacen
chalupas de línea que son los buses del agua: paran en cada pueblo, dejan y
recogen gente que va con maletines multicolores, campesinos, pueblerinos,
vendedores, mineros, gente en el rebusque... Hace 10 o 15 años iban además
raspachines, guerrilleros y paracos porque de ellos ha habido bastantes, en
especial en la región del Magdalena Medio. Por fortuna, hoy la zona se percibe
tranquila y por eso el ir y venir de botes-canoa, remolcadores, lanchas y
ferris.
“El secreto es conocer el agua: saber dónde es navegable,
dónde está hondo para que el vehículo no tropiece con una playa o un palo. Y
saber cómo cruzar las olas para que no se voltee”, asegura Ángel
Custodio, quien lleva 43 años manejando chalupa y ahora navega por el Brazo
de Loba, entre la Depresión Momposina y la Mojana Sucreña.
Y viajan barcos remolcadores llevando combustible entre las
refinerías de Ecopetrol en Barranca y Cartagena. “Este es el viaje 80 de esta
nave, transportamos 2 millones 730.000 galones de combustóleo para exportación.
Van nueve botes o sea planchones-tanque con el producto”, explica Darío
Chaverra, capitán del RR Humberto Muñoz, remolcador insignia de la Naviera
Fluvial Colombiana, empresa nacida en Medellín hace 94 años.
“Cada bote pesa 1.350 toneladas. En total empujamos unas
13.000 toneladas”, complementa el capitán. Es un lobo de río, pese a que no
nació al pie de él, sino en Maceo (Antioquia): “Hace más de 40 años ando por
aquí. Un día salí para Bogotá a estudiar y no llegué: me quedé en el
Magdalena”.
El río sigue siendo el mismo, impredecible y lleno de
sedimentos que dificultan la navegación, en especial en el tramo entre
Barrancabermeja y Gamarra (Cesar). El proyecto para recuperar la navegación
pesada costará 2,5 billones de pesos y busca que sea transitable día y noche
entre La Dorada (Caldas) y el mar.
“El que crea que conoce el Magdalena, miente”, anota Pedro
Jiménez Vargas,piloto del Humberto Muñoz. Y aclara que es porque el río
cambia cada día, su lecho nunca es el mismo.
En chalupa o remolcador, la experiencia de navegar el
Magdalena es muy grata, con el viento golpeando la cara y viendo esos
atardeceres, las aves que pasan al pie de la embarcación, los pescadores en las
orillas... Aunque también aparece patente la pobreza y el abandono del Estado
en que viven miles de colombianos en esas riberas.
Tenerife, donde empezó la gloria de Bolívar
Cuenta el periodista y escritor Luis Roncallo que
la francesa Anne Lenoit fue la única amante de Simón
Bolívar que acudió a su entierro en Santa Marta, en 1830. Lo dice en
su novela histórica “La siempre viva del Libertador”, un relato que se
desarrolla en el municipio de Tenerife, en la margen derecha del Magdalena en
el departamento que tiene ese mismo nombre.
Tenerife es un municipio chico coronado por una iglesia
colonial que mira al río, por lo que su atrio es un balcón perfecto para ver
los rojizos atardeceres. Y está cargado de historia: en la Colonia, por allí
pasaban los tesoros que eran llevados a Cartagena y luego a España; había
colegios, conventos y encomiendas, y fue el lugar donde Bolívar tuvo su primer
triunfo por la libertad americana: la victoria que permitió comenzar la Campaña
Admirable que llevó a liberar Venezuela.
Con eso este pueblito es otra joya de este río de guarda el
peso de la historia nacional.
La comida de los esclavos
Y una última maravilla: la comida tradicional de San Basilio
de Palenque, corregimiento de Mahates (Bolívar), cerca al Canal del Dique, que
ya se vende en estilo gourmet gracias a una iniciativa local. Ha sido por cinco
siglos de alimentación de los descendientes de los esclavos africanos que se
fugaron muy temprano en la Colonia, de sus amos en Cartagena y de haciendas y
minas del Caribe colombiano.
Entre sus delicias está el arroz con coco, el puré de yuca,
pescado guisado, cerdo primaveral, chicharrón, tajaditas finas de plátano,
queso, mote de queso, suero y el salpicón de tollo que es carne de tiburón sazonada.
Para rematar, unos deliciosos dulces como el postre enyucado.
Todos estos tesoros están ahí, a la vista y alcance del que
quiera. Regiones, comidas, oficios y gente que nos hablan de lo que hemos sido
y lo que somos como nación. Están para ser descubiertos, no hay que ir al otro
lado del Planeta para maravillarse con lo que existe .
*Profesor Comunicación Social Universidad EAFIT.
CONTEXTO DE LA NOTICIA
PARA SABER MÁSLA PROPUESTA CHINA PARA EL MAGDALENA
Construir 9 represas en el Huila y 7 en el Tolima (algunas
con impacto en Caldas y Cundinamarca), todas con aguas del Magdalena, propuso
al gobierno colombiano en 2014 Hydrochina, empresa estatal de ese país. En el
documento Plan Maestro de Aprovechamiento del Río Magdalena, con versión
oficial solo en inglés, plantea crear una cadena de embalses en “cascada”, a
modo de gigantescos escalones, para generar energía en un tramo de unos 600
kilómetros. “El problema es que las represan destruyen el medio ambiente de la
zona, la caficultura, la ganadería, la caña panelera... Además, se pierde el
río como río, quedaría convertido en otra cosa”, advierte Ricardo Báez,
líder del Comité de Defensa del Magdalena. Asegura que ese cambio del paisaje
transformaría la cultura y el modo de vida de miles de personas en todo el Alto
Magdalena. TOMADO D E EL COLOMBIANO
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