martes, 16 de junio de 2015

CUIDANDO EL AGUA QUE CAE DEL CIELO

 AGUA QUE CAE DEL CIELO… Optimicémosla en la tierra
El uso racional y eficiente del agua, expresado en el accionar diario de las personas, es la premisa ante la actual sequía en la zona oriental y el enfrentamiento a sus repercusiones en la agricultura Autor: Sheyla Delgado Guerra di Silvest |  Motor y bujía, premisa y colofón. Una acepción simplista del valor del agua, pero que ilustra per se el enorme sentido utilitario y el carácter indispensable del recurso hídrico. Acerca de lo perentorio del tema, Granma ha insistido una, otra y otra vez, pero no por archiconocido implica que esté asimilado, al menos no del todo ni en la dimensión necesaria. Quizá porque de la misma manera que profesa el dicho “solo nos acordamos de Chan­gó cuando truena”, también nos acordamos del agua cuando no llueve o cuando escasea. La actual sequía, que ya reporta estragos en el Oriente del país y vaticina conquistar un escaño en el podio de las más severas durante los últimos años (la mayor registrada fue la etapa de 1998 al 2005), obliga a hacer relecturas de periódicos viejos. En mayo del 2012, nuestro diario publicó un análisis similar del tema (Recurso hídrico: Aprovecharlo, no dejarlo correr), donde se alertaba de la urgencia de construir decisiones con un enfoque sistémico e integral, in­volucrando a todos los actores. Ya en esa fec­ha, e incluso mucho antes, el peligro de se­quía re­presentaba la mayor proporción del total de indemnizaciones, relacionadas con los riesgos cubiertos por los Seguros de Bie­nes Agro­pecuarios y ello solo por concepto de “afec­taciones por resarcimientos a los agricultores asegurados”, sin traducirse en las pérdidas to­tales para la agricultura. Rebobinando en el tiempo, en 1998, el sistema agropecuario perdió en la región oriental “166 000 toneladas de cultivos va­rios, 8 000 hectáreas de caña, cinco millones de litros de leche, así como 13 000 cabezas de ganado del sector estatal que murieron por desnutrición en el primer cuatrimestre de ese año, en buena medida por los incendios de disímiles pastizales, en extremo secos. Y los perjuicios asociados a la producción de alimentos se estimaron en nada menos que... ¡270 millones de USD!” De lo vivido se sacan moralejas y, de estas, acciones prospectivas. Hoy el panorama de otrora se ve agravado por los cambios que el clima impone, entre ellos la sequía edáfica (impacto del pe­riodo de seca sobre el suelo) que genera estrés hídrico a las plantas y disminuye sus ren­­di­mientos, sin reparar en preguntarnos cuán preparados o no estamos para enfrentarlos. Y por eso la propuesta es mirar críticamente al asunto desde el lente de su principal consumidor en Cuba: el sistema de la Agr­i­c­u­l­tura. Ese sector posee una superficie agrícola estimada en más de seis millones de hectáreas (de ellas 3,3 millones corresponden al área cultivable) y se caracteriza, en general, por el predominio de la agricultura de secano. Datos oficiales del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos y del propio ministerio, aseguran que este es responsable del 60 % del balance nacional del recurso y, como promedio anual, se emplean más de 3 500 millones de metros cúbicos en faenas agropecuarias, algo que no es de extrañar en un país eminentemente agrícola. La preocupación es­triba en el modo de uso y en cómo cerrar brechas en toda la cadena, desde la fuente de abasto hasta el sistema de riego. En otro material más reciente de nuestro diario (Planificar mejor el agua que hoy tenemos), del pasado 2 de junio, trasciende la actual existencia de 75 772 hectáreas cultivables en el país afectadas por la sequía, mientras 324 330 cabezas de ganado reciben el vital líquido mediante pipas. Unido a esa compleja situación, solo el 7,2 % del área agrícola pue­de ser irrigada por alguna u otra técnica de rie­go, lo que representa 460 521 hectáreas con la garantía del preciado recurso. Del balance aprobado para la actividad agrícola, 2 250 000 metros cúbicos, aproximadamente, pertenecen a aguas superficiales o reguladas (equivalentes al 63 %) y 1 321 000 me­tros cúbicos son aguas subterráneas (37 %), de acuerdo con información reciente ofrecida por Rodovaldo López Valle, jefe del De­partamento de Riego y Drenaje del Mi­nis­te­rio de la Agricultura (Minag). López Valle resaltó, asimismo, el haber lo­grado en calendarios recientes que los casi 3 000 usuarios con que cuenta el sector ha­yan presentado sus demandas de agua, considerando a esta como recurso base dentro del paquete tecnológico, y destacó —hacia el interior del sector— la mejoría en cuanto a aprovechamiento hídrico se refiere, además del cumplimiento ascendente de la ejecución del balance de agua aprobado, el cual en el 2014 cerró con una ejecución del 87 % del total planificado. Pero lo hasta aquí gestionado no resuelve categóricamente el complejo dilema de crecer en producción y seguir reajustando, de me­nos en menos y al mismo ritmo de goteo, el consumo del líquido. En la octava edición del Congreso de la Aso­­ciación Nacional de Agricultores Pe­que­ños, efectuado en mayo último, Marino Mu­rillo Jor­ge —miembro del Buró Político, vicepresidente del Consejo de Ministros y titular de Eco­nomía y Planificación— comentaba que, por rubros, el arroz es el que más volúmenes de agua demanda dentro de la agricultura cu­bana. Según Murillo Jorge, “hubo momentos en que llegamos a gastar hasta 24 000 metros cúbicos de agua por hectárea” del cereal, si bien esa cifra “hoy anda por el orden de los 17 000 metros cúbicos” (todavía elevado), en tanto existen otras experiencias en el cultivo del rubro, como la de Vietnam, que consumen menos cantidad del recurso y obtienen mejores rendimientos. Este es un simple hipervínculo —informáticamente hablando— para revisar estrategias de desarrollo y planes de consumo. “Ante el escenario impuesto por el cambio climático, acentuado por la prolongada se­quía, y el imperativo de continuar produciendo alimentos para el pueblo, el sector agropecuario adopta acciones encaminadas a disminuir los impactos negativos que puedan ser decisivos en el sector primario de la economía”, fundamentó a Granma el funcionario del Minag.

“Se prevén, igualmente, inversiones dirigidas al control, colocando elementos de medición, la introducción de sistemas de riego con un elevado índice de eficiencia, así como mantenimientos y reparaciones de la infraestructura hidráulica, sobre todo en la producción de arroz, que demanda el 60 % del plan aprobado dentro de la estructura de consumo del organismo. También se trabaja en la rotación de cultivos y la introducción de nuevos genotipos de arroz, de variedades de ciclo corto y rápido crecimiento, resistentes a la sequía y a las altas temperaturas, además de inversiones para la erradicación de focos contaminantes que afectan fuentes de abasto de agua y cuencas de interés nacional”, explicó López Valle. Sin embargo, habrá de rehacerse una campaña personalizada hacia personas jurídicas y naturales, entidades y productores, y usuarios en general, a la hora de beneficiarlos con esas tecnologías, para sembrar en cada individuo que el problema del agua no lo resuelven me­didores sofisticados ni los avances de la cien­cia, sino la conciencia misma de hombres y mujeres, expresada en un coherente actuar diario. Las soluciones, como el dinero, no llegan por tuberías, pero regulando la llave de paso —que es el sentido común en función del uso racional y eficiente del agua— y cerrándosela al derroche, podríamos prepararnos mejor para evitar que la sequía agriete también la inteligencia humana. TOMADO DE LA GRANMA DE CUBA 

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