Desde Río de
Janeiro.
Cuando los casos de infección por el covid-19 empiezan a
crecer de manera alucinada en Brasil, dos noticias concentraron la atención. La
primera: el ministro de Salud Luiz Henrique Mandetta está fuera del
gobierno. Lo que no se sabe es cuándo, pero sobran indicios de que él
no pasará del viernes en el puesto asumido el primer día de 2019, cuando el
ultraderechista Jair Bolsonaro asumía la presidencia.
Tan pronto el presidente encuentre a alguien más afinado con
sus posiciones frente a la pandemia, Mandetta y su equipo de asesores, todos
funcionarios del ministerio y con vasta experiencia, serán expelidos.
La segunda noticia se refiere a la curva de la pandemia, que
se expande a velocidades cada vez más altas. Este miércoles se informó
que en un día se anotaron 204 nuevas muertes (un crecimiento de 13 por
ciento), que ahora suman 1.736. Al mismo tiempo, se supo que el total de
contaminados alcanzó 28.320 casos (3.058 nuevos casos en 24 horas, un
aumento de 12 por ciento de un día a otro ).
En San Pablo, epicentro de la crisis, se confirmó que el 80
por ciento de las camas de unidades de terapia intensiva están ocupadas. En la
provincia, en una semana el total de muertos experimentó una suba del 82 por
ciento.
Son números impactantes, pero que traen un problema paralelo
y especialmente grave: los datos oficiales están a leguas de distancia de los
números reales.
Hay una demora inmensa en llegar al resultado de las
pruebas, que además solo se aplican a los casos considerados especialmente
graves. Mientras en Alemania se hicieron pruebas en alrededor de quince mil
personas por millón de habitantes, y en otros países se mantuvieron el promedio
de trece mil por millón, Brasil logró, también en ese aspecto, mantenerse
lejísimos de lo aconsejable.
La Organización Mundial de Salud fue especialmente crítica
al analizar la proporción de pruebas aplicadas por millón de habitantes en
Estados Unidos (alrededor de siete mil quinientas). Y al mismo tiempo, tuvo la
piedad de no referirse a Brasil, donde el promedio proporcional es de alrededor
de 300 pruebas de coronavirus por millón.
A raíz de esa discrepancia severa, científicos, investigadores
y médicos trataron de trazar la distancia entre los datos oficiales y reales.
Encabezados por hospitales de alta especialización y de
integrantes de la Fiocruz (Fundación Osvaldo Cruz, adoptada por la Organización
Mundial de Salud como referencia en epidemiología de América Latina en el
combate al coronavirus), el grupo llegó a la asustadora conclusión de que el
número real es quince veces superior a los datos oficiales.
Eso significa la aceleración más elevada del planeta,
compitiendo directamente con los Estados Unidos por el puesto de mayor
devastación causada por el virus. El gobierno se niega a confirmar tal
proyección, pero admite la extrema gravedad del cuadro.
Al contrario de lo que aseguró el presidente Bolsonaro en
una bizarra transmisión del domingo de Pascua, cuando compartió espacio en la
televisión con empresarios de la fe ajena que se auto-titulan pastores
evangélicos, su todavía ministro de Salud trazó un cuadro altamente preocupante
para mayo y junio.
En aquella ocasión, el ultraderechista afirmó haber recibido
informaciones (no indicó sus fuentes) de que “la cuestión del virus ese se está
yendo”.
Ayer Mandetta, cercado por dos de sus más altos
colaboradores, aseguró exactamente lo contrario: por cuestiones climáticas, la
curva alcanzará su pico a partir de mayo.
El alerta, argumentó, se debe a una observación obvia: si en
plena primavera Estados Unidos experimenta una ascensión devastadora del virus,
¿cómo hubiera sido si tal expansión se diera entre otoño e invierno?
Pues eso es exactamente lo que pasará en Brasil: los
registros comprueban que mayo es cuando se expanden los casos de enfermedades
pulmonares, precisamente a raíz del cambio de clima.
Destacó que las provincias más afectadas serán justamente
las de la región sureste y sur, donde se concentra la mayor parte de la población.
La defenestración del ministro Mandetta fue intentada, hace
una semana, por Bolsonaro.
Lo contuvieron los cuatro ministros militares que ocupan
despachos en el palacio presidencial, con destaque para Walter Braga Netto, que
poco a poco deja claro que mucho más que coordinador general del plan de
combate al coronavirus se transforma en coordinador de la presidencia,
relegando el ultraderechista a un rol cada vez más decorativo.
Bolsonaro quiere librarse de su ministro por dos razones
básicas y exclusivas.
La primera: Mandetta se niega de manera firme a
aconsejar el final del aislamiento social y la vuelta a la normalidad defendida
por el ultraderechista.
La segunda es indicativa de la personalidad errática y
bizarra de Bolsonaro: pura envidia.
Al fin y al cabo, su ministro cuenta con 76% de aprobación
popular, más que el doble de la del presidente.
Tomado de pagina 12 de ar
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