Casi un tercio de la humanidad no tiene lo mínimo necesario
para su subsistencia, el agua escasea o está contaminada, las catástrofes
ambientales se han hecho más pronunciadas y recurrentes. Mientras tanto, un
sector minoritario que tiene todos los botes salvavidas sigue bailando en la
cubierta del Titanic.
Hoy se cumplen cincuenta años desde que se estableció el
Día de la Tierra con el objetivo de generar una relación más armónica, más
respetuosa y menos agresiva para con el entorno. Muchos años para la vida de un
ser humano, muy pocos para la de la Tierra.
Aquellos años '70 eran épocas de utopías y luchas por un
mundo mejor en que se le decía no a la guerra, las ideas libertarias florecían
en el ocaso del hippismo.
El ambientalismo estaba en sus albores y eran actividades
reservadas para unos pocos entendidos o iniciados, no obstante científicos,
estudiantes y algunos sectores sociales minoritarios empezaban a intuir que
algo no estaba funcionando bien en esa relación controversial entre
Sociedad-Naturaleza.
Se insinuaban indicios preocupantes sobre los problemas que
se avecinaban y que anticipaban tendencias negativas sobre el futuro inmediato,
abriendo interrogantes sobre la viabilidad del crecimiento permanente y
anunciando que el colapso sería una hipótesis cierta y previsible en tiempos no
tan lejanos.
Muchos de esos pronósticos y anticipaciones,
lamentablemente, hoy se confirman a la luz de los descalabros sociales y
ambientales que en distintas regiones del mundo se están produciendo, en las
cuales la desigualdad y el cambio climático aportan su cuota de agravamiento
del problema.
Casi un tercio de la humanidad no tiene lo mínimo necesario
para su subsistencia, el agua escasea o está contaminada, las catástrofes
ambientales y los fenómenos extremos se han hecho más pronunciados y
recurrentes, no obstante un sector minoritario de la raza humana, menos de un
20 % privilegiado, que tiene todos los botes salvavidas sigue bailando en la
cubierta del Titanic, despilfarrando recursos y el patrimonio común en una
fiesta interminable que pagamos todos.
Las exhortaciones y apelaciones a favor de un cambio de
paradigma que posibilite que sigamos siendo seres vivos equivalen a predicar en
el desierto. Parecería que la única aspiración “trascendente” de la
globalización es el consumismo ilimitado e irracional.
Mientras tanto, disimulado por el maquillaje verde, las
grandes empresas multinacionales que conducen este tsunami hablan de
responsabilidad social empresaria, consumo verde, autos ecológicos,
biocombustibles, desarrollo sustentable, revolución verde, etc., a la par que
llenan sus faltriqueras a costa del futuro común y las carencias de millones.
Decía Eduardo Galeano “no todo es verde lo que se pinta
de verde” y la consigna de hoy, multiplicada sin solución de continuidad por la
mercadotecnia parece ser: “a comprar que se acaba el mundo”.
Como agujeros negros devoradores de energía y los ahorros de
muchos, las catedrales del mercado (shopping) y sus hijos bastardos, los
casinos, florecen como hongos después de la lluvia para alegría de chicos y
grandes, ofreciendo a los incautos que creen distenderse en esos lugares -hasta
que les llega el resumen de cuentas de sus tarjetas de créditos, iluminación,
aire y seguridad artificial- que terminan pagando con su libra de carne.
Por su parte, los funcionarios municipales celebran o
celebraban hasta hoy estos síntomas de “crecimiento” y “desarrollo”,
confundiendo gordura con hinchazón, mientras la violencia y la miseria
cotidiana les estalla en la cara.
Los que teníamos confianza ciega en que a través de la
prédica, la educación, la toma de conciencia y la participación social se podía
revertir la tendencia suicida que nos pone al borde del abismo y cerca de una
catástrofe de proyecciones impredecibles e imprevisibles, hoy no estamos tan
seguros de ello.
Por desgracia, el paradigma consumista y el modelo
comunicacional de aturdimiento social ha calado hondo y es poco probable que en
lo inmediato viren hacia una relación más sana y armónica con el
ambiente.
La creencia en que la ciencia es infalible y que todo lo puede
remediar alimentan el sueño del crecimiento sin límites, cuyas huellas casi
imposibles de borrar están aniquilando las esperanzas de millones que luchan
por un mundo mejor, mientras los tiempos se acortan inexorablemente para la
salvaguarda del Planeta.
El paradigma del status social, su “Majestad el
automotor”, cada año mata más personas que la pandemia y provoca más de
50.000.000 de heridos y lesionados, sin contar otras afecciones producto de la
contaminación, lo que ha superado con creces a la sumatoria de víctimas de
todos los conflictos bélicos que año a año se desarrollan en el mundo,
impulsados por los traficantes de la muerte para la apropiación de nuevos
recursos.
A su paso, cual caballo de Atila, avanza la desertificación
de los suelos, se degrada la calidad del agua, los bosques y selvas nativas se
convierten en celulosa, cuando no son incendiadas intencionalmente o dan paso a
formaciones forestales industriales o desaparecen literalmente bajo el peso de
los monocultivos.
Millones de muertos, heridos, desplazados, exilados,
enfermos, olvidados, silenciados y marginados son mudos testigos que integran
la nómina de los que no tienen cabida en la “Gran Comilona” del poder
mundial.
Esos sobran, son descartables, reciclables, están de más, no
han alcanzado el mínimo indispensable para acceder a la categoría de
consumidores y por tanto no son considerados ni tenidos en cuenta por los
parámetros de un mundo pragmático, utilitarista y productivista.
Sin más y esperando que este 22 de Abril piense en
nuestra Pachamama, los dejo hasta la próxima.
TOMADO DE HORA CERO , POR DR RICARDO MASCHERONI
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