Nacen “Las Mariposas” para ganarse el pan
Por Eduardo Hernández
JALPAN DE SERRA.- Hay que ser creativo y quebrarse el coco
para ganarse el pan en una comunidad en la que es difícil salir adelante, donde
apenas se cuentan 250 personas, no hay agua potable y los traslados a las zonas
urbanas son largos y costosos.
Así lo refiere Dorotea Loredo Loredo, oriunda de la
comunidad Soledad de Guadalupe, presidenta del taller “Las Mariposas”, artesana
que trabaja el barro desde hace 40 años para elaborar jarritos, platos,
vasijas, ceniceros y demás artesanías.
A lo largo de 17 años Dorotea y sus compañeras han trabajado
en el taller “Las Mariposas”, lo que ya las ha posicionado como las únicas
alfareras de su localidad.
Foto: Fernando Reyes
A los 35 años doña Dorotea aprendió a hacer las piezas de
barro gracias a las enseñanzas de su madrastra, pero los tiempos para completar
el proceso son largos y las retribuciones económicas eran pocas.
No fue hasta el 2000, año en que doña Dorotea cumplió 58
años, cuando el proceso de manufactura se tecnificó gracias al apoyo del Grupo
Ecológico Sierra Gorda I.A.P., que la acompañó a ella y sus 24 compañeras en la
construcción del taller.
“La maestra Paty me dijo que me iba a apoyar con un horno
para que no quemara los trastes en el suelo. Con ese me fue mejor, ya tengo más
con qué comer, este cambio fue muy bueno porque antes íbamos a la leña y
batallábamos mucho”, recuerda.
Al paso de los años recibieron también el apoyo para comprar
un horno con la capacidad para hornear hasta 500 piezas en 10 horas, lo que
vino a facilitar la creación de la artesanía rústica de “chililite”, la materia
prima de las folclóricas creaciones.
Foto: Fernando Reyes
El trabajo inicia a las diez de la mañana y termina a las
seis de la tarde, en ocasiones, cuando los compromisos son fuertes y les hacen
pedidos especiales, las jornadas son más largas y a veces trabajan hasta con
tres meses de anticipo.
“NO CAMBIO MI TRABAJO”
Dorotea y su sobrina Teófila, dos de las siete artesanas que
continúan en el taller, aseguran estar felices de ser sus propias jefas y haber
encontrado una forma agradable de ganarse la vida.
Foto: Fernando Reyes
En este taller se han formado dos generaciones, incluida una
joven japonesa de nombre “Chijoco”, pronuncia Dorotea con una sonrisa
asomándose a los recuerdos de 12 años atrás.
“Estuvo dos años aquí, sí sabía hablar español, pero nos
dijo que quería trabajar con nosotras porque debía hacer su servicio social y
al final hasta a comer tortilla la enseñamos”, rememora Dorotea y suelta una
risita.
El tiempo y la diferencia de intereses han reducido el
número de trabajadoras en el taller, pero Dorotea pronuncia con convicción, “Yo
ya no cambio mi trabajo, ni aunque tuviera la oportunidad, esto ya me gustó”. Tomado
de el sol de México
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