Angustiados por el dolor y la muerte, agobiados por una cotidianidad que nos abruma, queremos creer que todo esto terminará pronto. Investigaciones recientes sugieren sin embargo que este final, si es que finalmente llega, probablemente demore más de lo que pensamos.
Por José Natanson -
Agradezco al Dr. Pedro
Cahn (*)
la conversación previa a la redacción de este editorial.
06/05/2021 00:05 - LE
MONDE DIPLOMATIQUE
La
historia de la medicina explica que las epidemias desaparecen una vez que las
poblaciones alcanzan la inmunidad colectiva, por vía de la infección masiva, de
la vacunación o, más probablemente, por una combinación de ambas. Conseguido el
anhelado efecto rebaño, el virus ya no encuentra cuerpos vulnerables como
huéspedes para su autopropagación y, como un noviazgo de juventud, se va
apagando de a poco. La gripe española, que infectó a 500 millones de personas y
mató a 50 (millones ), se extinguió
naturalmente al cabo de un par de años, en tanto que la viruela, la más mortífera
de todas las epidemias que azotaron a la humanidad, recién concluyó con las
campañas masivas de vacunación, igual que la polio y el cólera.
Angustiados
por el dolor y la muerte, agobiados por una cotidianidad que nos abruma,
queremos creer que todo esto terminará pronto, que el mundo del coronavirus
llegará a su fin y que entonces recuperaremos un estado que nunca será igual
–tantas cosas pasaron en este año de pesadilla–, pero sí al menos similar al
anterior. Entonces recurrimos a metáforas tajantes: la luz al final del túnel,
el final que se acerca, la meta, como si fuera posible dibujar una línea –una
frontera dura– que separa el antes del después.
Investigaciones recientes sugieren sin embargo que este final, si es que finalmente llega, probablemente demore más de lo que pensamos, tal como sugiere un estudio para Estados Unidos elaborado por los investigadores Christopher Murray, de la Universidad de Washington, y Peter Piot, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (1). Los motivos que explicarían la posible persistencia a mediano plazo de la pandemia de Covid-19 son resultado de la combinación entre las características biológicas del virus y las condiciones de propagación e inmunización en el mundo globalizado.
Aunque el origen de una epidemia es
siempre biológico,
el fenómeno es, en esencia, social.
La pandemia actual es la
primera realmente global y es también la primera que viaja en avión: cinco días demoró el Covid-19 en
llegar desde Wuhan al Norte de Italia, una semana tardó la cepa británica en
trasladarse a Francia, un mes en llegar la variante Manaos a Buenos Aires.
Otras epidemias recientes –la H1N1 o influenza y el MERS-CoV– estallaron en un
momento en el que la interconexión planetaria no había llegado a los niveles actuales.
Por eso, por la velocidad inédita a la que se dispersa el Covid, cuesta tanto
atraparlo.
Pero
también están las características propias, el ARN del virus. Como otros
coronavirus, el Covid-19 busca cuerpos no inmunizados para reproducirse y, al
hacerlo, comete errores ocasionales de codificación que se transforman en
mutaciones que configuran, a su vez, nuevas cepas. Estas nuevas cepas –británica, sudafricana, Manaos, india– podrían
comportarse casi como nuevos virus: la británica dura más (2), la carga
viral de la versión Manaos es diez veces mayor (3), la india contiene una doble
mutación. Hasta ahora, salvo una vacuna particular contra la cepa sudafricana
(4), el resto de los desarrollos inmunológicos han demostrado su eficacia
incluso contra las nuevas variantes. Pero esto podría cambiar en cualquier
momento, en cuyo caso sería necesario elaborar nuevas vacunas. Si esto es así,
las masivas campañas de vacunación que se están desplegando en el mundo podrían
demorar más de lo que pensamos en conseguir la inmunidad global.
Algunos países recién
están comenzando a vacunar a su población o ni siquiera iniciaron el proceso. A pesar de los esfuerzos de Covax,
diversos factores ralentizan las campañas en los rincones más pobres del
planeta: la competencia mundial por las vacunas, la escasez de recursos
financieros y los problemas logísticos (la vacunación masiva exige una
infraestructura de la que muchos países carecen y algunas formulaciones
específicas requieren una cadena de frío imposible de garantizar). Esto hará, por ejemplo, que África recién
logre vacunar a un porcentaje razonable de su población… a fines del 2022
(5). De no producirse un reparto más equitativo de las vacunas, África podría convertirse en una
propagadora natural del Covid y una incubadora de nuevas cepas, que tienen más
chances de generarse allí donde el virus circula sin control. Por más muros epidemiológicos que se
intenten construir, es la lógica expansiva del comercio internacional –el
transporte marítimo, los camiones, el tránsito aéreo, las migraciones– la que
lo terminará llevando a nuevos destinos.
El último motivo que podría dificultar el control de la pandemia es la prédica anti-vacunas, en particular en Estados Unidos. Desde su llegada al poder en enero pasado, Joe Biden viene impulsando, sin estridencias pero con insospechada determinación, un giro político que está corrigiendo parte del desastre heredado de Donald Trump: sobrecumplió su promesa de vacunar a 100 millones de estadounidenses en 100 días, y al cierre de esta edición más de la mitad de la población estadounidense había recibido al menos una dosis, a punto tal que el gobierno decidió que todos los adultos son elegibles para obtener su vacuna y ordenó al Estado y las empresas a conceder un día pago a los trabajadores que quieran ir a vacunarse.
En Estados Unidos el
problema ya no es la oferta de vacunas; es la demanda: 20 por ciento de los
estadounidenses sigue jurando que no se vacunará, porcentaje que trepa al 45
entre los republicanos (solo 5 por ciento entre los demócratas), resultado de
la prédica demencial de los movimientos anti-vacunas y la guerra de
desinformación de Trump,
que se negó a mostrarse recibiendo la inyección en público. Más preocupante
aun, los grupos focales muestran que muchos estadounidenses están dispuestos a
falsificar el certificado de inmunización para poder participar de las
actividades que lo exigen, como vuelos en avión, eventos deportivos o
conciertos masivos, lo que los convertiría en silenciosas bombas
epidemiológicas (6).
Por
todos estos motivos, es probable que el final de la pandemia sea menos nítido
de lo que pensamos. Seguramente debamos
vivir por unos años en un mundo ambiguo y entrecortado, hecho de aperturas y
cierres transitorios, regiones inmunizadas y otras en plena crisis sanitaria,
brotes y remisiones y nuevos brotes, campañas de vacunación estacionales,
“pasaportes-Covid”, oleadas inesperadas.
Bajo
esta perspectiva, resulta interesante recuperar la metáfora del historiador
John Gray, que escribió que la forma más adecuada de pensar la realidad
pandémica es compararla con el terrorismo. Igual que el Covid-19, el terrorismo
se fue cocinando silenciosamente hasta que irrumpió de un solo golpe letal, el
11 de septiembre de 2001, y a partir de ahí se volvió endémico. Como el virus,
el terrorismo es una amenaza que habita tranquilamente entre sus víctimas,
camuflado en la “vida normal” de las grandes ciudades. Y, de Al Qaeda al Estado
Islámico, muta. Aunque en América Latina puede resultar lejano, lo cierto es
que el terrorismo ha producido grandes cambios políticos, tensiona las
instituciones y el Estado de Derecho y altera la vida cotidiana de zonas
enteras del planeta. De hecho, buena parte de la tecnología de cibervigilancia
(cámaras de seguridad, reconocimiento facial) y seguimiento (controles en
aeropuertos, geolocalización) creada para prevenir eventuales ataques
terroristas se usa hoy contra el Covid, sobre todo en los países de Extremo
Oriente, los más exitosos en la gestión de la crisis sanitaria. Es necesario,
por lo tanto, cambiar la mirada sobre la pandemia, y dejar definitivamente de
lado las metáforas bélicas que siguen circulando: “derrotar al virus”, “primera
línea contra el Covid”, “invasión silenciosa”, “el arma de la vacuna”.
Ya
Susan Sontag había advertido cómo la llegada de una nueva enfermedad, en ese
caso el SIDA, había producido una “metaforización a gran escala”, una explosión
de metáforas que a menudo conducía a un enfoque punitivista del tema (7). La militarización simbólica de la pandemia,
aunque quizás pueda resultar útil como vía para activar la movilización social
y la solidaridad colectiva, resulta a la larga muy problemática: exacerba
los ánimos, alienta el espíritu de delación y divide al mundo en dos bandos (el
que defiende las clases presenciales no es alguien que tiene una opinión
equivocada sino un enemigo).Y refuerza, además, la idea de que llegará un
momento en el que finalmente lograremos “derrotar al virus” y recomenzar la
vida allí donde la habíamos dejado.
Pero no es posible –no,
al menos, en el corto plazo– obligar al virus a capitular, a firmar un acuerdo
de paz. No hay Compiègne en el horizonte. El
desafío no es militar; es policial, porque el objetivo no es enfrentar a un
enemigo hasta derrotarlo sino perseguir cotidianamente un mal que vive entre
nosotros. En la película The Siege, un equipo del FBI y la CIA intenta
desactivar una red terrorista islámica que comete varios atentados en Nueva
York. La tesis de la película, anticipatoria del 11-S, es que los métodos
policiales y de inteligencia –el análisis de la información, el trabajo con las
fuentes, la infiltración de las bandas, las escuchas– resultan más útiles que
la aplanadora militar para desbaratar la amenaza. Aunque en América Latina se
estrenó con título bélico (“Contra el enemigo”), el título original, “El
cerco”, resulta más adecuado: no se trata de pasarle por encima al virus sino
de perseguirlo, aislarlo, literalmente encerrarlo hasta que muera.
Concluyamos.
Como escribió Pablo
Touzon hace ya un año en el Dipló (8), la pandemia nos sacó de una normalidad
que dábamos por hecha, que llegamos a considerar como una segunda piel, un
hecho antropológico inevitable, y nos puso frente a los límites del modelo de
desarrollo en el que vivimos. Al trastocar profundamente todos los órdenes de
la vida, el virus nos sacó de la matrix y nos permitió ver nuestra normalidad
desde un afuera nuevo. Sin posibilidades de rendición incondicional en el corto
plazo, queda asumir el hecho de que el mundo del coronavirus –esta extraña
nueva normalidad– no es una realidad transitoria que en dos o tres meses
dejaremos atrás sino el nuevo paisaje de nuestra vida.
NR: (*)Dr. Pedro Cahn - Director Científico de
Fundación Huésped
Es Director Científico de Fundación Huésped desde 1989 y ex-Presidente
de la Sociedad Internacional de Sida (IAS) por el período 2006-2008. Ex Jefe y
actual Consultor de la División Infectología del Hospital Juan A. Fernández en
Buenos Aires, Argentina. Es también Profesor Titular del Departamento de
Medicina, Orientación Infectología, de la UBA.
2. www.consensosalud.com.ar/la-variante-britanica-del-covid-sobrevive-5-dias-mas-el-resto-de-las-cepas/
7. La
enfermedad y sus metáforas. El SIDA y sus metáforas, Taurus, 2003.
8. www.eldiplo.org/notas-web/salir-de-la-matrix/
Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
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