Los cerebros malditos del nazismo
Nuño Domínguez
Un estudio recorre las vidas de médicos y neurólogos que
experimentaron con personas asesinadas por el régimen nazi y que justificaron
su programa de “eutanasia” y el Holocausto
FOTO: Jose Menguele, vivió en Argentina, había pedido revalida de titulo de medico en la UBA , murió en Brasil,
Un estudio va más allá de las "manzanas
podridas" como Josef Mengele y expone a otros médicos que fueron parte del
Holocausto en la Alemania nazi
“Les dije: ‘Escúchenme muchachos, si realmente van a matar a
toda esa gente, sáquenles al menos el cerebro para que puedan ser útiles’.
Ellos me preguntaron: ‘¿Cuántos podría analizar?’. Yo les dije: ‘Un número
ilimitado, cuantos más, mejor’”.
Estas palabras las pronunció el neurólogo alemán Julius
Hallervorden. Aquel hombre fue uno de los médicos que más aprovecharon las
políticas nazis de “eutanasia” para llevar a cabo sus experimentos
neurológicos. Él mismo extrajo 697 cerebros de los cadáveres de pacientes de
epilepsia, esquizofrenia y otras enfermedades neurológicas que el régimen de
Adolf Hitler englobó bajo términos como “idiotas” o “comedores inútiles” y que
fueron asesinados. Sus cerebros eran enviados a laboratorios de toda Alemania donde
científicos como Hallervorden los estudiaban a sabiendas de que provenían de
gente asesinada. En 1945, el programa
de “eutanasia”, justificado años antes como una medida para ahorrar dinero
público y camas para los soldados del frente, había acabado con la vida de
275.000 personas.
Hallervorden sobrevivió a la guerra y continuó su vida
científica sin sufrir pena alguna. Hoy su apellido sigue dando nombre a una enfermedad neurológica que describió junto a otro
neurocientífico nazi, Hugo Spatz.
Había un material maravilloso entre aquellos cerebros,
bellas deficiencias mentales, malformaciones y enfermedades infantiles. Yo
acepté aquellos cerebros, por puesto. De dónde venían y cómo llegaban hasta mí
no era en realidad asunto mío”, dijo el neurólogo alemán Julius Hallervorden
El de Hallervorden y Spatz es uno de los casos mejor
conocidos de cómo los científicos y médicos alemanes colaboraron con el nazismo
y dieron validez científica a sus crímenes. Los actos de estos dos neurólogos
no fueron ni mucho menos una excepción, sino una regla entre la profesión
médica alemana. Sin embargo, solo un puñado de nombres han pasado a la historia
de la infamia y aún quedan muchos casos por publicitar.
El neurólogo de la Universidad de Illinois Lawrence Zeidman ha recopilado las historias de otros
neurocientíficos nazis menos conocidos. Su trabajo, que se ha ido publicando
por entregas en el Canadian Journal of Neurological Science, recoge una lista
de nombres en la que conviven nazis que investigaron con niños, científicos
comprometidos que se opusieron al régimen y excepcionales investigadores de
origen judío que fueron exterminados en los campos de concentración.
“Mucha de la información en estos estudios estaba dispersa
en libros y estudios en alemán, y gran parte de la comunidad neurocientífica
que no habla este idioma no había oído hablar de estos casos”, explica a
Materia Zeidman. Estos son algunos de los casos que el investigador ha querido
sacar del olvido.
El capitán de las camisas pardas
Unos años antes de que estallase la II Guerra Mundial, el
neuropatólogo Berthold Ostertag entró en el despacho de su jefe vestido con su
uniforme de capitán de las camisas pardas (SA). De buena familia y nazi
convencido, Ostertag echó de su despacho a Rudolf Jaffé, judío y catedrático de
Patología en el Hospital Moabit de Berlín, y ocupó su puesto.
Años después, entre 1939 y 1941, el gobierno llevó a cabo un
programa de “eutanasia” infantil y otro para adultos, denominado Acción T4. El
nombre venía de la casa en la calle Tiergartenstrassse 4 de Berlín, donde
estaba su cuartel general. Los “débiles de mente” eran eliminados con una
inyección letal, gaseados o simplemente morían de hambre.
Ostertag era especialista en malformaciones cerebrales. Como
parte de sus investigaciones, este médico analizó los cadáveres de 106 niños
del programa de “eutanasia” infantil que habían muerto víctimas de malas
intervenciones neurológicas. Ostertag elaboró su propia colección de muestras
patológicas con aquellos 106 niños y la conservó después de la guerra en la
Universidad de Tubinga, donde trabajó tras la guerra. El capitán de las SA
nunca se arrepintió de haber usado los cerebros de aquellos niños y dijo que su
principal objetivo era demostrar que sus dolencias no eran genéticas, lo que
hubiera salvado a sus padres de la esterilización.
La empatía del nazi
Carl Schneider era un médico atípico en la Alemania nazi.
Experto en esquizofrenia, en 1933 era responsable del asilo para epilépticos de
Bethel. El médico era conocido por su empatía con los enfermos. Promovía un
trato estrecho entre los psiquiatras y los pacientes e incluso les permitía que
comiesen juntos.
La mayor parte de los cerebros enviados desde Eichberg
son analizados en el departamento de anatomía. Encontramos continuamente
hallazgos nuevos y sorprendentes, así como lesiones nunca antes observadas.
Solo la continuación de estas investigaciones pueden seguir dando datos, por lo
que pedimos urgentemente más cerebros de idiotas y débiles mentales”, escribió
el médico Carl Schneider
Un año después, Schneider se convirtió en catedrático de
psiquiatría y neurología de la Universidad de Heidelberg. Su empatía viró para
abrazar la nueva realidad de la Alemania nazi y su maquinaria implacable de
producir cerebros para la ciencia. Al igual que Hallervorden, este médico luchó
para que los cerebros de las víctimas del T4 no se perdieran y comenzó la
creación de un gran instituto para investigar las causas del “idiotismo”. En
1942 escribió: “La mayor parte de los cerebros enviados desde Eichberg [un
centro del T4] son analizados en el departamento de anatomía. Encontramos
continuamente hallazgos nuevos y sorprendentes, así como lesiones nunca antes
observadas. Solo la continuación de estas investigaciones pueden seguir dando
datos, por lo que pedimos urgentemente más cerebros de idiotas y débiles
mentales”.
Schneider se había convertido junto a Hallervorden en uno de
los jefes de la investigación de los cerebros del T4. En 1946, terminada la
guerra, se suicidó antes de que pudiera ser juzgado en el Proceso de Nuremberg.
El hombre del premio
Hans Nachtsheim fue un zoólogo y genetista que se
especializó en epilepsia. Después de doctorarse y pasar una temporada en la
Universidad de Columbia (EEUU), logró el puesto de director del departamento de
Patología Hereditaria Experimental del Instituto Kaiser Guillermo, el actual
Instituto Max Planck. Allí Nachtsheim buscó las claves de la epilepsia
intentando provocar ataques a voluntad, primero en conejos, y después en niños
enfermos. Para ello les sometía a una falta total de oxígeno o a bajas
presiones equivalentes a altitudes de hasta 6.000 metros. Nunca consiguió
inducirles ataques. Los niños que usó en los experimentos no sufrieron daños,
aparentemente, pero sus prácticas violaban todos los códigos éticos de la
ciencia y la medicina.
Pasada la guerra, Nachtsheim ayudó al desarrollo de la
genética humana en su país. En 1961 fue nombrado asesor del Comité de
Restitución para las personas esterilizadas durante el régimen nazi. Nachtsheim
defendió la política de esterilización que abanderó Hitler y votó que no se
indemnizase a las víctimas de aquel programa.
“Desde su muerte, en 1979, la Sociedad de Antropología y
Genética Humana de Alemania otorga dos premios Hans Nachtsheim en investigación
genética”, dice el estudio de Zeidman.
Al menos 350 médicos se comportaron de forma criminal,
pero solo 23 fueron juzgados en el Proceso de Nuremberg”, resalta el estudio
publicado por el neurólogo Lawrence Zeidman sobre los neurocientíficos nazis
menos conocidos
“La extracción y el estudio de cerebros le dio legitimidad
al programa de eutanasia”, explica este neurólogo al teléfono desde Chicago.
“Los encéfalos se extraían y enviaban especialmente a cada neurocientífico
basándose en sus intereses particulares”, añade. Aquella ciencia legitimaba las
políticas de esterilización y “eutanasia”, y estas a su vez justificaron la
“solución final” aplicada en los campos de concentración.
La medicina alemana era “la envidia” de las sociedades
occidentales y produjo ocho premios Nobel antes de 1939, dice el estudio de
Zeidman. De hecho los neurocientíficos nazis hicieron descubrimientos claves,
como los glioblastomas o tumores cerebrales, primarios y secundarios. Hasta 30
enfermedades neurológicas llevan nombres de médicos nazis, entre ellas el
síndrome de Hallervorden-Spatz. “¿Cómo pudieron los neurocientíficos alemanes
ser capaces de tal salvajismo criminal?”, se pregunta Zeidman.
Al contrario de lo que se pensó durante décadas, aquello no
fue culpa de unas pocas manzanas podridas. Zeidman habla de una “simbiosis”
entre nazis y médicos. Estos “buscaban poder y prestigio y a cambio prestaron
su autoridad para validar las teorías de higiene racial”, señala su estudio.
Ser nazi era rentable. Los médicos afectos obtenían más subvenciones y mejores
puestos. En 1937, esta profesión era siete veces más común que cualquier otra
entre las filas del partido. En 1942, la mitad de todos los médicos eran del
partido o tenían algún cargo en el gobierno o las universidades, resalta el
estudio de Zeidman.
A pesar de esto, la historia oficial prefirió ver unas pocas
manzanas podridas en lugar de toda una profesión viciada. “Al menos 350 médicos
se comportaron de forma criminal, pero solo 23 fueron juzgados en el Proceso de
Nuremberg”, resalta el estudio.
Como conclusión, Zeidman resalta que caen “dos mitos” sobre
la ciencia alemana de aquellos años. El primero decía que solo una minoría de
los científicos eran culpables de los crímenes nazis. El segundo que los
crímenes solo se cometieron en los campos de concentración.
El propio Hallervorden lo explicó con toda claridad. “Había
un material maravilloso entre aquellos cerebros, bellas deficiencias mentales,
malformaciones y enfermedades infantiles. Yo acepté aquellos cerebros, por
puesto. De dónde venían y cómo llegaban hasta mí no era en realidad asunto
mío”.
Todos los personajes estudiados por Zeidman han muerto.
Muchos de sus estudios y descubrimientos siguen impolutos en las bibliotecas de
medio mundo más de seis décadas después.
Tomado del observador de uy
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