martes, 5 de febrero de 2013

MANAGUA ES BONITA


Managua es bonita por Doraldina Zeledón Úbeda
 Managua es bella por naturaleza. Cierto, está desordenada, sucia y
  ruidosa. Pero esos son atributos transitorios. Está así ahora, no es que
 así sea. Es como una niña despeinada y sucia, si la vemos detenidamente,
  iremos descubriendo los rasgos que la hacen bonita. Y a medida que se
  arregle, se verá muy linda. Eso pasa con Managua.
esde que la conocí me gustó. Mi papá venía a hospitalizar a mi hermano
 Raúl. Y nos decía el nombre de los lugares por donde pasábamos. Cuando
  llegábamos a Managua, nos dijo: ése es el lago. Yo saqué la cabeza por la
  ventana. Mi pobre hermano venía calladito. Me impresionó ver semejante
antidad de agua.
 Años más tarde vine a estudiar, y como nos sucede con frecuencia, me quedé
  trabajando aquí. Comencé a conocerla, me gustaban los parques y las
  lagunas; incluso, a veces íbamos a resolver tareas de la universidad, a
  Xiloá. Cumplíamos y nos divertíamos. Pero como también pasa, sólo
 aprovechamos las oportunidades y hacemos poco o nada a cambio de la posada.
  El año pasado me propuse redescubrir sus bellezas. Quise disfrutarla, para
 eso tenía que verla con otros ojos. Me dije: no le hagás caso a la basura
 ni al ruido, ahora vas a ver lo que hay más allá. Me dispuse a admirar cada
 elemento, natural y cultural. A disfrutar de los árboles, las aves y la
 amabilidad de las personas; pues aunque parezcan indiferentes a primera
 vista, si nos acercamos, descubriremos que sus habitantes son amables. Así
 me pasó con un joven, cerca del cementerio San Pedro. Era un muchacho del
 vecindario. Yo sentí confianza. Conversamos mientras caminábamos. Me contó
 sobre el barrio Bóer y el camposanto.
Cada vez aprovecho una salida para admirar el entorno de mi gira. Así, un
 día que iba para el Teatro, como ya no estaba la exposición de pintura, fui
 al parque central. Está bien cuidado. Me senté. Escuché los pájaros y pensé
 en Rubén Darío. Observé las plantas y al manso lobo de Francisco de Asís.
 Conversé con un lustrador. Me mencionó las aves y árboles que hay (yo
 pensaba: hace falta rotularlos con sus nombres científicos y regionales).
 Me gustó que hubiese carteles contando nuestra historia. ¿Qué tal si
 escucháramos la viva voz de los protagonistas? Bueno, tal vez sea mejor en
 un museo.
 Luego fui hacia el malecón. Siempre me impresiona el lago. Si lo veo mil
 veces y mil veces lo admiro. Me gustan las crestas suaves de las olas,
 parecen cabellos ondulados. ¿Serán la cabellera de Managua? Desde ahí
 divisé el puerto Salvador Allende. Ya lo habíanos visitado otras veces.
 Está bonito y acogedor. Se puede conversar sin la molestia de ruidos,
 mientras se disfrutan las pinceladas anaranjadas del atardecer.
Otro día recorrí el Parque Luis Alfonso Velásquez. Me imaginé uno así en
cada ciudad. También anduve por el Parque japonés, me gustó la
 tranquilidad, parece poco visitado. Quizás fue el momento en que llegué.
 Anduve por Asososca. Qué bondadosa es la naturaleza y qué privilegiada es
 Managua, otra laguna que le da belleza y además le calma la sed. Y con
 frecuencia paso por Tiscapa. ¡Una laguna en el propio centro de la ciudad!
 Y arriba, un mirador natural. Mientras pasaban los vehículos, imaginé una
 calle peatonal, un paseo bajo frondosos árboles, sin ruido de autos; sólo
 voces, risas y cantos de aves. Es un lugar para gozar de la naturaleza y
  apreciar nuestra capital.
 Cuando íbamos a ver los altares de la Purísima, admiré las casitas
 coloridas de los sobrevivientes del Nemagón. Ya se acabaron las champas de
plásticos negros. Qué alegría ver también obras sociales.
 Me faltan lugares que admirar. Invito a que lo haga usted también. Pero
 para disfrutar de Managua, hay que aprender a quererla y cuidarla. Creo que
 deberíamos "amarla a la antigua": "Cantarle canciones, escribirle poesías,
 llenarla de rosas".
Enviado red periodistas ambientales
Managua, Nicaragua | elnuevodiario.com.ni

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