Monsanto es la
multinacional de semillas y agroquímicos más poderosa del mundo. Cuenta con
apoyo político y rentabilidad millonaria, y su modelo implica corrimiento de la
frontera agropecuaria, desalojos rurales, desmontes y masivo uso de
agroquímicos. Su desembarco en Córdoba de la mano de la Presidenta y del
Gobernador, maíz para agrocombustibles, la nueva ley de semillas y la
profundización del modelo.
Por Darío Aranda
“No soy la Presidenta de las corporaciones”
Cristina Fernández de Kirchner
10 de diciembre de 2011.
Discurso de reasunción, en el Congreso Nacional.
Juana es abuela, cabello rubio y canas, una bolsa de hacer
mandamos en la mano y la decisión de enfrentar a la empresa de semillas y
agroquímicos más poderosa del mundo: “No queremos a Monsanto”, avisa con
naturalidad y arroja la primera pregunta retórica: “¿Los políticos defienden
más a las empresas que a los vecinos?”.
Es miércoles a la noche en Malvinas Argentinas, a veinte
minutos del centro de Córdoba. Club vecinal de fiestas, un prolijo y humilde
salón, escenario de una asamblea de vecinos que se opone a la instalación de
Monsanto en el barrio. Doña Juana parece una de las voces cantantes en la
asamblea. Escucha atenta, primera fila y refuerza su idea: “Si el Gobernador y
la Presidenta quieren a Monsanto, que la fábrica se instale al lado de sus
casas”. Los vecinos la aplauden.
Monsanto tiene 111 años de historia, su sede central en
Estados Unidos, una facturación anual de 7297 millones de dólares, domina el 27
por ciento del mercado se semillas a nivel mundial y acaba dar un paso más en
su política expansiva: el gobierno nacional aprobó su nueva semilla de soja
transgénica, impulsa el cobro de regalías por el uso del producto, impulsa una
nueva ley de semillas (muy cuestionada por los campesinos) y comienza la
instalación de su planta más grande de Latinoamérica en Córdoba, para avanzar
con el maíz transgénico y redoblar la producción de agrocombustibles.
Apoyo político, corrimiento de la frontera agropecuaria,
desalojos campesinos, desmontes y masivo uso de agroquímicos. La profundización
del modelo en su manera más explícita.
Más de un siglo
La historia oficial señala que Monsanto Chemical Works fue
fundada en 1901 por John Francis Queeny, “empleado durante treinta años en la
industria farmacéutica”, que tomó el nombre de su esposa (Olga Méndez Monsanto)
y creó una pequeña empresa, pero de rápido crecimiento. Con sede central en
Saint Louis (estado de Misssouri), su primer producto fue la sacarina. En la
década del 20 ya había convertido a la compañía en una de las principales
fabricantes de productos básicos de la industria química, entre ellos el ácido
sulfúrico.
En 1928, el hijo de Queeny, Edgar, tomó la presidencia de
Monsanto, que alcanzó su era de expansión en la década del 30 con la
adquisición de tres empresas químicas. “Desde la década del 40 hasta nuestros
días, es una de las cuatro únicas compañías que han estado siempre entre las
diez primeras empresas químicas de Estados Unidos”, señala Brian Tokar en su
investigación “Monsanto: Una historia en entredicho”.
Tokar aporta un dato, luego retomado por Marie Monique Robin
en su libro “El mundo según Monsanto”, que la empresa oculta de su historia
oficial. “El herbicida conocido como Agente Naranja, que fue usado por Estados
Unidos para defoliar los ecosistemas de selva tropical de Vietnam durante los
años 60, era una mezcla de químicos que provenía de varias fuentes, pero el
agente naranja de Monsanto tenía concentraciones de dioxina muchas veces
superiores al producido por Dow Chemical, el otro gran productor del
defoliante”, detalla Tokar, director de investigación en biotecnología del
Instituto de Ecología Social de Vermont (Estados Unidos).
Según la investigación, ese hecho convirtió a Monsanto en el
principal acusado en la demanda interpuesta por veteranos de la guerra de
Vietnam, que experimentaron un conjunto de síntomas atribuibles a la exposición
al Agente Naranja. “Cuando en 1984 se alcanzó un acuerdo de indemnización por
valor de 180 millones de dólares entre siete compañías químicas y los abogados
de los veteranos de guerra, el juez ordenó a Monsanto pagar el 45,5 por ciento
del total”, explica y recuerda otro producto producido por Monsanto: PCB (elemento
cancerígeno utilizado en transformadores eléctricos)
En 1976, Monsanto comenzó a comercializar el herbicida
Roundup (a base de glifosato). “Pasaría a convertirse en el herbicida más
vendido del mundo”, señala aún hoy en su sitio de internet. En 1981 la compañía
se estableció como líder en investigación biotecnología. Y en 1995 fueron
aprobados una decena de sus productos modificados genéticamente, entre ellos la
“Soja RR (Roundup Ready)”, resistente a glifosato.
La empresa publicitaba que el Roundup era “biodegradable” y
resaltaba el carácter “ambientalmente positivo” del químico. La Fiscalía
General de Nueva York reclamó durante cinco años por publicidad engañosa.
Recién en 1997 Monsanto eliminó esas palabras en sus envases. Tuvo que pagar 50
mil dólares de multa. “Es la última de una serie de grandes multas y decisiones
judiciales contra Monsanto, incluyendo los 108 millones de dólares por
responsabilidad en la muerte por leucemia de un empleado tejano en 1986; una
indemnización de 648 mil dólares por no comunicar a la EPA datos sanitarios
requeridos en 1990; una multa de un millón impuesta por el fiscal general del
estado de Massachusetts en 1991 por el vertido de 750 mil litros de agua
residual ácida; y otra indemnización de 39 millones en Houston (Tejas), por
depositar productos peligrosos en pozos sin aislamiento”, acusa el investigador
Brian Tokar.
Monsanto continuó promocionaba el Roundup como “un herbicida
seguro y de uso general en cualquier lugar, desde céspedes y huertos hasta
grandes bosques de coníferas”. Pero el 26 de enero de 2007 fue condenada por el
tribunal francés de Lyon a pagar multas por el delito de “publicidad
mentirosa”.
En Argentina, Monsanto cuenta con una planta en Zárate
(Buenos Aires) desde 1956. Hace doce años realizó una ampliación, su planta de
producción de glifosato pasó a ser la más grande de América Latina. En 1978 se
instaló en Pergamino y, en 1994, sumó una planta en Rojas (Buenos Aires).
En 1996, el gobierno argentino aprobó la soja transgénica con
uso de glifosato. Con la firma del entonces secretario de Agricultura, Felipe
Solá, la resolución 167 tuvo luz verde en un trámite exprés: sólo 81 días, y en
base estudios de la propia empresa Monsanto. El expediente, de 146
páginas, carece de estudios sobre efectos en humanos y ambiente, y –sobre
todo– el Estado argentino no realizó investigaciones propias sobre los posibles
efectos del nuevo cultivo, se limitó a tomar como propios los informes
presentados por la parte interesada (Monsanto).
Patentes
En 1996 la soja ocupaba en Argentina 6,6 millones de
hectáreas. En el 2000 ya llegaba a 10,6 millones. En 2011 llegó a 19,8 millones
de hectáreas, a un promedio de expansión de 800 mil hectáreas por año.
Representa el 56 por ciento de la tierra cultivada del país.
Luego de la devaluación de 2002, y cuando la demanda externa
de soja aumentó, Monsanto intentó cobrar regalías por el “derecho intelectual”
de la semilla transgénica. Federación Agraria Argentina (FAA) y el Gobierno
rechazaron el pago.
Monsanto llegó hasta los tribunales europeos, donde intentó
frenar judicialmente lo barcos con soja proveniente de Argentina. Pero la vía
judicial no prosperó.
Lejos estaba la empresa de tener problemas económicos. En
2006 había facturado 4476 millones de dólares. En Latinomérica, en sólo el
primer trimestre del 2006, facturó 90 millones de dólares. Al año siguiente,
mismo periodo, tuvo un incremento del 184 por ciento: 256 millones de dólares.
“Gran parte se debió al mayor precio del herbicida glifosato”, anunciaba la
empresa, que señalaba al glifosato como el responsable de la mitad de sus
ganancias. En 2007 la facturación llegó a 7.300 millones. El presidente
ejecutivo de Monsanto, Hugh Grant, expresó en 2009 a la agencia de noticias
(Reuters) que la compañía planeaba expandir el negocio de las semillas a una
tasa de crecimiento anual de un 20 por ciento entre el 2007 y el 2012.
El Grupo ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y
Concentración) estudia desde hace 25 años la concentración del mercado agropecuario
mundial. “Monsanto tiene actualmente el 27 por ciento del mercado mundial de
semillas, de todo tipo (ttransgénicas o no) y de todas las variedades. En
semillas transgénicas, Monsanto tiene el 86 por ciento del mercado mundial. Es
uno de los dos monopolios industriales más grandes del planeta y de la historia
de la agricultura e incluso, del industrialismo. Solamente Bill Gates (con
Microsoft) tiene un monopolio similar, cerca del 90 por ciento del mercado”,
explicó Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC.
Enviado por Lorenzo Olalla
Ver artículo completo en:
* Versión completa del artículo publicado en la
revista MU de septiembre de 2012.
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