Cambio climático. Si ya ha sonado el
pistoletazo: ¿qué hacemos que no estamos corriendo?
Ahora que han terminado las conversaciones sobre cambio
climático en París, el mundo se ha fijado una meta seria: limitar el aumento de
la temperatura a 1.5º C. O bien, en caso de fracasar, a 2ºC. Cumplir esos
objetivos es algo absolutamente necesario: hasta el aumento de un grado del que
hemos sido ya testigos está causando estragos, de los casquetes polares a la
química del océano. Pero alcanzarla no será fácil, dado que ya estamos en la
senda que nos lleva a un aumento de entre 4ºC y 5ºC. Nuestra única esperanza
consiste en apretar decisivamente el paso.
De hecho, el ritmo
del paso es hoy la palabra clave para el clima. No adónde vamos, sino con qué
rapidez vamos a ir hasta allí. A qué ritmo, velocidad, rapidez, impulso, tempo.
Eso es lo que importa de aquí en adelante. Hoy sabemos adónde vamos; nadie
puede tener dudas de que la era de los combustibles fósiles ha empezado por fin
a decaer, y que el sol brilla hoy sobre, bueno, la solar. Pero la cuestión, la
única cuestión importante es: con qué rapidez.
Para formularlo en
términos ligeramente más familiares, vamos a pensar si decidimos ir a correr un
maratón. Cualquier persona saludable puede aprender a correrlo mientras se fije
un ritmo relajado; de hecho, hay todo un club de gente que simplemente corre
despacio, y tan felices. Su líder, John Bingham es quizás el escritor más
popular de nuestro tiempo sobre lo que significa correr, con libros como No
Need for Speed [“No hay por qué apresurarse”] y Marathoning for Mortals
[“Maratones para mortales”]. Tiempo medio para concluir el maratón de Los
Ángeles: cinco horas y quince minutos.
Pero en el caso de
las conversaciones sobre el clima, no es de eso de lo que estamos hablando.
Estamos hablando de ir rápido. Limitar el aumento de temperatura a 1.5ºC sería
como establecer una nueva marca mundial (la cual está en dos horas y veinte
minutos); hasta gestionarlo para mantenerlo en 2ºC sería como correr un maratón
en menos de tres horas, algo que solo el 2% de los maratonianos llega alguna
vez a realizar. “Correr un maratón es duro”, dice Mark Remy, otro autor
especializado en correr. “Hacerlo en menos de tres horas, la verdad, es duro.
No, lo digo en serio, es duro. Puñeteramente duro”.
Lo que te exige es
dedicarte de manera resuelta a la tarea. No te pones a beber cerveza en la cena
y corres un maratón de tres horas. No te puedes saltar días de entretenimiento.
Te vas a la cama temprano porque estás molido hasta los huesos. Tienes que
correr hasta cuando te duele. Sobre todo cuando te duele.
Traducido en términos
de carbono: no puedes ponerte a perforar petróleo ni a explotar minas, aunque
pienses que puede hacerte ganar mucho dinero. El Ártico tendrá que quedar
completamente salvaguardado, lo mismo que la cuenca del río Powder en Montana y
Wyoming [de cuyas minas procede el 40% del carbón de los EE.UU.] Y lo mismo
vale para las formaciones pre-salinas del Brasil [en la costa de Rio de
Janeiro] y el petróleo de las costas de América del Norte.
Hay que detener la
fracturación hidráulica ya mismo (de hecho, puede que sea el mayor imperativo
de todos, dado que el gas metano daña tan rápidamente al clima). Tenemos que
empezar a instalar paneles solares y molinos eólicos a un ritmo vertiginoso y
por todo el mundo. Las enormes subvenciones distribuidas a los combustibles
fósiles tienen que acabar ayer, y las enormes subvenciones para las renovables
mejor que empiecen mañana mismo. Hay que subir el precio del carbón en vertical
y rápidamente para que todo el mundo advierta una clara señal de que hay que
desligarse del mismo.
De momento, el mundo
no tiene ningún plan real para hacer ninguna de estas cosas. Sigue pretendiendo
que fijar simplemente la meta ya ha sido trabajo suficiente para las últimas
dos décadas. Su “plan de entrenamiento” – el texto sobre el que los
negociadores se pusieron de acuerdo en París – es un régimen de los de pasito a
pasito que apunta a un mundo más cálido en unos 3.5º C. Sus gobiernos siguen
prestando oídos sobre todo a la industria de combustibles fósiles, que es el
equivalente a tener de entrenador a Bingham. “No hay por qué apresurarse”
podría ser el mantra guía de Exxon: sus analistas le han dicho al mundo
repetidas veces que las renovables no pueden desempeñar, pura y simplemente, un
papel importante hasta mediados de siglo, por ejemplo. Si su poder político
puede convertir eso en una profecía autocumplida, carecemos entonces de
posibilidad alguna de alcanzar alguno de esos objetivos.
Tomemos, si no, un
caso relevante; la administración de Obama, aun mientras negociaba el acuerdo
sobre cambio climático, iba coqueteando con levantar la prohibición de larga
data a las exportaciones de petróleo, lo cual equivaldría a tener un centenar
de nuevas centrales energéticas de carbón y mantenerlas operativas durante un
año. No parece que lo capten: a partir de este punto, si quieres ser
mínimamente serio en lo que respecta a cumplir esos objetivos, tienes que hacer
todo lo posible. No se puede llegar a más compromisos o compensaciones. Ya no
estamos negociando con grupos de otros países en torno a una mesa de
conferencias. Estamos negociando con la Física y la Física tiene todas las
cartas buenas de la baraja.
Las compañías de
combustibles fósiles todavía disponen de cinco veces más carbono del que
podemos quemar y tienen alguna esperanza de cumplir . el objetivo de 2ªC..,y con todo están
decididas a quemarlos. Los hermanos Koch gastarán este año 900 millones de
dólares en las elecciones norteamericanas. Por lo que conocemos del escándalo
Exxon, todavía en curso, tenemos todos los motivos para pensar que este sector
mentirá a cada paso esforzándose por mantener su poder: están claramente
dispuestos a arruinar el planeta si eso significa para ellos cinco o diez años
más de actividad económica habitual.
De manera que no hay
motivos para volverse de París a casa complacidos, ni siquiera así de
optimistas. Librado a sus propios medios, el mundo todavía planea pasar la
próxima década, o las próximas dos, principalmente de precalentamiento,
comprometido en esa especie de despliegue para impresionar del que disfrutan
los corredores en la línea de salida. Mientras tanto, inundaciones, sequías,
derretimiento y cada vez más. La semana pasado hemos visto que moría gente en
lluvias nunca vistas, del sur de la India al Distrito de los Lagos de Gran Bretaña,
del noroeste del Pacífico norteamericano a las montañas de Noruega.
Pero los poderes
fácticos no se les apañarán solos. Pensemos en el movimiento del clima, cada
vez mayor, como en unos entrenadores personales: para los próximos años nuestro
trabajo consiste en vociferar y chillarles a los gobiernos de todas partes para
que se levanten del sofá, dejen las patatas y salgan a correr más rápido, más
rápido, más rápido. El próximo mayo nos disperasaremos por las bombas de
carbono de todo el mundo; y si tenemos que ir a la cárcel, iremos. Empujaremos.
Y si “entrenador personal” no suena lo bastante feroz, entonces que piensen en
nosotros como en una manada de lobos. Exxon, vamos a por vosotros.
Norteamérica, China, India, somos nosotros, cada vez más cerca. Hay que ganar
velocidad. Es nuestra única posibilidad.
Bill McKibben es un
conocido medioambientalista estadounidense, especialmente respetado por sus
escritos sobre el cambio climático y fundador de la organización 350.org.
Actualmente es «Schumann Distinguished Scholar» en el Middlebury College, en
Vermont.
Fuente:
The Guardian, 13 de diciembre de 2015
Traducción:Lucas Antón – TOMADO DE ENVIO DE ROQUE PEDACE EN
RED FOROBA
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