La investigadora
que confeccionó una lista con las plantas medicinales de la comunidad
Los wichí ya tienen su vademécum
María Eugenia Suárez clasificó 115 plantas que poseen 408
usos medicinales. Las comunidades emplean diversas especies para problemas
digestivos, respiratorios y dolores menstruales.
Por Pablo Esteban
María Eugenia Suárez visita la región de los wichí en el
Chaco desde hace más de diez años.
Muchas de las sustancias que se extraen de las plantas y
tradicionalmente componen la farmacopea wichí también forman parte de la
medicina oficial. Esta situación permite advertir, entre otras cosas, que la
ciencia no es la única manera de producir conocimientos. Ni siquiera es la más
antigua. En la actualidad, los wichís viven en comunidades distribuidas por
Salta, Chaco, Formosa y el sudeste boliviano. Son aproximadamente 55 mil
personas que habitan pueblos y aldeas, y establecen estrechas relaciones con la
naturaleza. Un entorno de bosques nativos que, por el avance de la frontera
agrícola y la presencia de grupos privados concentrados, se encuentra en
peligro. Suárez es docente de la UBA (Facultad de Exactas y Naturales) e
investigadora del Conicet en el Instituto de Micología y Botánica. Visita la
región desde hace más de diez años y, entre otras cosas, confeccionó un extenso
catálogo de usos y aplicaciones de plantas medicinales. Especies que son empleadas
para bajar la fiebre, solucionar problemas digestivos y respiratorios, así como
también para aliviar dolores menstruales. Un repertorio extenso de usos que
exhibe cómo los conocimientos ancestrales se reciclan a través de las
generaciones y, aunque podrían complementarse, se colocan en tensión con la
ciencia moderna.
–¿Qué es la etnobiología?
–Es una disciplina científica que estudia la relación entre
un determinado grupo humano y su cultura respecto de su entorno natural. Nos
preocupa conocer cómo los wichís utilizan, manejan, clasifican y se vinculan
con todos los seres vivos que conforman el contexto en el cual se asientan.
–Desde este abordaje, logró diseñar un catálogo de
plantas medicinales con un repertorio de usos muy extenso.
–Los fármacos que nosotros utilizamos, producidos a gran
escala por las farmacéuticas, históricamente se basaron en los principios
activos y las sustancias que provienen de las plantas. Para comprender el
inventario en toda su complejidad, contemplar las especies y los usos que las
comunidades les otorgan, es fundamental conocer el contexto cultural en el que
se realiza esta investigación. También hay que considerar que es humanamente
imposible hacer un relevamiento de todas las comunidades wichí; este vademécum
solo registra las plantas en algunos sectores. Lo más fructífero es que en el
trabajo realizado se cruzan dos sistemas de conocimientos muy distintos: el
empírico, académico y occidental por un lado y el wichí por el otro.
–¿Y cómo conviven?
–Aunque muchas plantas ya fueron estudiadas y su eficacia
medicinal fue comprobada; no todos los usos que desarrollan los wichís tienen
valor para la ciencia académica. No todos pasarían el escáner de los exámenes
fitoquímicos y farmacobotánicos. Se suele concebir a los saberes populares y a
la ciencia moderna como dos universos paralelos que se repelen. Desde mi perspectiva,
no son excluyentes, de hecho, deberíamos considerarlos en su conjunto para
desarrollar perspectivas más complejas y que se ajusten más a la realidad de
los pueblos. Incluso, pienso que eso daría lugar a la creación de una medicina
más holística que no se concentre solo en el cuerpo y en los aspectos
biológicos, porque las personas no somos solo eso.
–Los conocimientos medicinales de los wichí provienen de
saberes ancestrales, recetas que se transmitieron de generación en generación.
Según su trabajo, ¿hay más o menos plantas medicinales que en el pasado?
–Lo que pude advertir, en la misma línea que otros equipos
que trabajan el tema, es que originalmente las especies empleadas con fines
medicinales no habrían sido demasiadas. Por el contrario, la cantidad se fue
acrecentando por dos motivos: las transformaciones epidemiológicas y sanitarias
de la zona, así como también por las modificaciones en las prácticas
chamánicas. Hoy no hay tantos chamanes como antes porque han caído en
descrédito y perdieron cierta autoridad que tenían en tiempos pretéritos. Para
los wichí, cuando ocurren las “enfermedades verdaderas” –son aquellas en las
que “el alma se va del cuerpo”– las plantas medicinales no alcanzan porque
también se requiere de una cura espiritual. Antiguamente la escena era dominada
exclusivamente por los chamanes y hoy es compartida por pastores de las
iglesias cercanas, curanderos criollos pero también por médicos del sistema
formal de salud.
–Un sistema formal de salud que no brinda muchas
respuestas a los habitantes de la región.
–En algunos casos, incluso, las comunidades están muy
aisladas y no tienen medios de transporte. La salida más rápida ante la falta
de soluciones por parte del Estado es resolverlo de la manera más sencilla
posible. Si alguien se lastima un pie, resulta ilógico trasladarse cuarenta
kilómetros para una situación que puede mejorarse de manera sustancial con una
planta.
–¿Qué plantas han demostrado ser eficaces?
–La tusca es un árbol muy conocido en todo el Chaco y
contiene muchísimas propiedades. Es empleada como antiséptico y favorece los
tratamientos de problemas en la piel: lastimaduras, sarpullidos, sarna. Por
otro lado, el té de Chañar contiene facultades expectorantes que alivian la tos
y la congestión nasal. Yo misma las probé y funcionan perfectamente, solo que
hay que tener el conocimiento preciso respecto de qué hoja y qué corteza es
necesario recolectar.
–¿Cómo es la experiencia de convivir con los wichí?
–Desde 2004 visito comunidades del chaco salteño. Viajo entre
dos y tres veces al año y convivo con ellos en los pueblos pero también en las
aldeas. Como la actividad es interdisciplinaria, se emplean métodos de la
biología y de la antropología. Realizo un trabajo de campo que posee un fuerte
componente etnográfico, es decir, involucra observación participante y también
entrevistas abiertas con los habitantes del lugar. Durante meses los acompaño
en todas las actividades cotidianas que realizan. Pienso que solo de esta
manera se puede comprender cabalmente cuál es el rol de las plantas en su
contexto cultural.
–¿Desde un comienzo se sintieron cómodos con su
presencia?
–Al principio les resultaba extraño pero luego nos
acostumbramos y entramos en confianza. Lo primero que hago es explicar los
objetivos de mi trabajo y para qué pretendo utilizar la información. En la
actualidad, la comunidad es mi segunda casa, me siento muy cómoda, pero las
experiencias varían de acuerdo a los momentos. En algunos lapsos me toca dormir
en una habitación que gentilmente me prestan y en otros debo acampar, y ello
representa una aventura agradable. Cuando comencé iba sola, después fui con mi
pareja y ahora también voy con mis hijos. Los wichís tienen caciques (jefes
tradicionales), figuras ejecutivas (“presidentes”, en general jóvenes que tiene
vínculos con la sociedad criolla) y un consejo de ancianos, pero todas las
decisiones se toman de manera consensuada. En general, los porteños tienen una
imagen muy pobre del Chaco argentino, pero más allá de las deficiencias y de
todos los problemas estructurales que las familias afrontan, se vive distinto.
Los niños wichí sonríen todo el tiempo, son felices. La principal amenaza la
constituye el deterioro de los bosques y los grupos privados.
–¿Avance de la frontera agrícola?
–La pérdida de territorios por parte de las comunidades
indígenas pone en peligro sus plantas medicinales, pero también su cultura y el
desarrollo de sus propias vidas. Desafortunadamente, se privilegia un modelo
agroindustrial que produce desmontes, altera los ecosistemas y contamina el
paisaje de agrotóxicos. // tomado a pagina12 de ar
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