Una vista de Punta Arenas, con el Estrecho de Magallanes
detrás. Crédito: Shutterstock
Hace 500 años, Magallanes llegaba hasta nuestras costas en
una aventura que terminaría con el hallazgo de un paso interoceánico
Hay aventuras extraordinarias que corren el límite de lo
pensable. Los océanos se conectan entre sí: lo sabemos hoy, pero hace solo
cinco siglos nuestros antepasados lo desconocían. A finales del siglo XV los
europeos necesitaban encontrar un camino a las islas de las especias. El
Imperio Otomano cerraba las rutas tradicionales y los portugueses bordearon el
continente africano para llegar a Oriente. Pero fueron los españoles los
primeros en cruzar el Océano Atlántico en esa búsqueda (porque los lusitanos fueron
celosos con su ruta). En 1513 Vasco Núñez de Balboa cruzó a pie el istmo de
Panamá y pudieron contemplar un nuevo océano. ¿Cómo llegar hasta él?
Entonces comenzó la búsqueda del paso
interoceánico . En 1516 el malogrado Juan Díaz de Solís llegó al Río
de la Plata, al que bautizó Mar Dulce; pero el camino estaba mucho más al Sur.
Hacia allí partió, el 20 de septiembre de 1519, la Flota de las Molucas, una
expedición de cinco naves al mando del marino portugués Hernando de
Magallanes . Había acordado con Carlos I de España la búsqueda del
paso. Si eso no sucedía, tornarían hacia el Este y navegaría hacia las Islas de
las Especias por la "ruta de los portugueses", lo que el flamante
Tratado de Tordesillas (1494) prohibía. Eran cinco embarcaciones: la San
Antonio, la Concepción, la Santiago, la Trinidad (capitana) y la única que
daría la vuelta al mundo, predestinada por su nombre: Victoria.
Cuando éramos pequeños teníamos que aprender de memoria la
historia de estas expediciones: eran los antecedentes históricos de las
naciones en las que habitamos. Esa manera de transmitir el conocimiento
histórico, tan parecida a la lectura en voz alta de un contrato de
compra-venta, drena la sangre de episodios humanos con gran carga dramática y
que se leen como novelas de aventuras. Porque cuesta imaginarse el desafío que
implicaba una de esas expediciones. La nao Victoria, la única que sobreviviría,
tenía unos 27 metros de eslora (la longitud de proa a popa) y estaba construida
con madera de pino y roble. Es probable que la hubieran botado en el país
vasco, en unos astilleros especializados en la caza de ballenas (los vascos
fueron pioneros en esa industria). Era un barco de tres palos con castillo de
proa y popa y una tripulación de algo menos de cincuenta hombres. En total, el
portugués Magallanes estaba al mando de un poco más de 250 hombres:
castellanos, vascos, portugueses, griegos, árabes, andaluces, italianos y
griegos. Sus altivos oficiales castellanos lo detestaban: les molestaba estar a
las órdenes de un portugués. Pero por otra parte, los lusitanos eran la
vanguardia de la expansión oceánica.
Partían en condiciones precarias. En primer lugar, porque
sabían lo que querían hacer, pero no conocían cómo y a través de qué espacios
lo realizarían. Los instrumentos de medición y navegación eran toscos: podían
establecer la latitud, pero no la longitud; la velocidad y las distancias
recorridas se establecían de manera imprecisa. La comida era variada, pero no
les alcanzaría: vino, aceite, vinagre, bizcocho, anchoas en barriles, pescado
ahumado, tocino ahumado, alubias, lentejas, harina, ajo, cebollas y queso en
aceite.
Las expediciones tenían motivos estratégicos y económicos,
pero la curiosidad y el afán de trascendencia no deben ser subestimados. En
palabras de Antonio Pigafetta, cronista de la expedición: "Por los libros
que yo había leído y por las conversaciones que tuve con los sabios (.) supe
que navegando por el Océano se veían cosas maravillosas y decidí asegurarme por
mis propios ojos de la veracidad de todo lo que se contaba, para a mi vez
contar a otros mi viaje, tanto para entretenerles como para ser útil y
conseguir al mismo tiempo hacerme un nombre que llegase a la posteridad."
Por su condición de zona de paso, el actual litoral marítimo
argentino fue recorrido tempranamente por los navegantes. Magallanes sofocó un
motín en la costa Norte de Brasil, y continuó hacia el Sur. Su tripulación
estaba amedrentada por las costas desoladas que observaban. Desde fines de
marzo de 1520 hasta agosto pasó el invierno en el actual Puerto San Julián, en
la provincia de Santa Cruz. Allí perdió la primera de sus naves. El clima
empeoraba. Sus oficiales le reclamaron que dejara de "andar perdido por
esa costa estéril" y entonces Magallanes reveló las órdenes de Carlos I;
buscar el paso a las tierras de las especias dejando atrás el Nuevo Mundo. Sus
capitanes se opusieron y algunos se amotinaron. Magallanes aplicó mano dura:
ordenó ejecutar a los cabecillas del motín. A uno lo apuñaló el alguacil de la
flota, al otro le cortaron la cabeza y lo descuartizaron a la vista de todos.
Otros dos fueron abandonados en una isla desierta con vino y una espada.
Magallanes no se animó a ejecutarlos pues uno había sido nombrado por el propio
Carlos I y el otro era cura, pero imaginó ese castigo cruel.
En octubre de 1520 descubrieron la entrada del Estrecho, que
bautizaron "de las Once Mil Vírgenes" y hoy lleva el nombre del
portugués. Comenzaron a navegarlo y Esteban Gómez (otro de los que aborrecía
ser comandado por un lusitano) se apoderó de la nao San Antonio, desertó y puso
proa a España. Se afirma que avistó las Islas Malvinas. El resto de la flota
prosiguió al Oeste. Cuenta Pigafetta: "Se mandó una chalupa muy bien
equipada para que reconociese el cabo de este canal que desembocaría en otro
mar. Los marineros de la chalupa regresaron a los tres días, y nos comunicaron
que habían visto el cabo en que terminaba el estrecho y un gran mar, esto es,
el Océano. Todos lloramos de alegría". Y remata con sencillez: "Este
cabo fue llamado el Deseado porque, en efecto, deseamos verle largo
tiempo".
Sin embargo, otra prueba durísima estaba por venir. Afirma
Simon Leys que Magallanes "llegó al Pacífico en el momento preciso para
sacar el máximo partido de los vientos alisios del sureste, que le permitirían
cruzar el océano. Aprovechó la corriente de Humboldt para remontar rápidamente
la costa chilena hacia latitudes más cálidas". Pero navegaron a ciegas,
sin dar con los archipiélagos polinesios hasta que en marzo de 1521 avistaron
Guam. En el camino padecieron privaciones y escorbuto: "La galleta que
comíamos no era ya pan, sino un polvo mezclado con gusanos, que habían devorado
toda la sustancia y que hedía insoportablemente por estar empapado en orines de
rata. El agua que nos veíamos obligados a beber era igualmente pútrida y
hedionda".
A Magallanes lo mataron aborígenes en Filipinas. Juan
Sebastián Elcano, su sucesor, decidió quemar una nave y seguir solo con dos: la
Trinidad y la Victoria. Sabía que estaban en zona portuguesa. Durante ocho
meses comerciaron clavo de olor y a veces piratearon. Los portugueses
capturaron a la Trinidad, pero el 6 de septiembre de 1522 la Victoria llegó a
Sanlúcar de Barrameda con apenas 18 sobrevivientes a bordo. Al navegar siempre
hacia el Oeste, erraron en un día la fecha: "Habían comido carne los
viernes y celebrado la Pascua los lunes".
Cuenta Stefan Zweig que escribió su preciosa biografía de
Magallanes por vergüenza. La idea lo asaltó a bordo de un transatlántico rumbo
a América del Sur, donde se sentía aburrido: "Compara un momento este
viaje de hoy con los de antaño, sobre todo con los primeros viajes de aquellos
temerarios que descubrieron, en beneficio nuestro, estos mares inmensos y un
mundo nuevo, y avergüénzate en su memoria. Intenta representártelos partiendo
en sus frágiles barcas de pescador hacia lo desconocido, ignorantes de los
derroteros, perdidos en lo infinito, continuamente expuestos al peligro, al
capricho de las inclemencias del tiempo y a todas las torturas de la
escasez". Invita a pensar en esos marinos: "La escasez era su
compañera, la Muerte los cercaba de noche y de día en mil formas, por mar y
tierra; no podían esperar más que peligros, así de los hombres como de los
elementos, y durante meses y años la soledad más espantosa rodeaba sus míseras
embarcaciones". Zweig llamó a la expedición "la segunda Odisea".
Decíamos al comienzo que los océanos se comunican entre sí.
Eso se puede traducir en que, aunque sea difícil, por el mar se puede llegar a cualquier
parte. La especie humana ha sido tan capaz de construir técnicamente esa
posibilidad como de levantar barreras. Hay allí un enorme desafío, tan utópico
como irrenunciable. Las imágenes de los migrantes en sus precarias
embarcaciones, en busca de mejor vida, ahogados en las costas hostiles, los
transforma en los humildes Magallanes de este milenio.
Por: Federico Lorenz
Tomado de la nación de ar
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