Los cubanos, la
presencia y la esperanza Luego de que las aguas desbordadas tomaran por
sorpresa la ciudad de Guasdualito, los galenos cubanos han llegado a las casas
de los damnificados, con la medicina de curar y prevenir Autor: Dilbert Reyes
Rodríguez,
Médicos cubanos atienden niños indígenas a orillas del río
Arauca, en la frontera de Venezuela con Colombia. Los médicos cubanos en Guasdualito
trabajan para el regreso a la normalidad sanitaria tras las inundaciones. Foto:
Omara García/AIN GUASDUALITO, Apure, Venezuela.—A pesar de los años que
acumulan los médicos cubanos ofreciendo en Venezuela lecciones de humildad, no
dejan de asombrar a más personas que reciben sus servicios por primera vez. Con
las aguas desbordadas que tomaron por sorpresa esta ciudad, salieron de la
incredulidad unos cuantos que acudieron a ellos en los Centros de Diagnóstico
Integral (CDI), los puestos de campaña, los consultorios activos; pero a decir
verdad, la mayoría de los absortos fue tomada por asalto en sus dominios,
porque fueron los galenos quienes llegaron de pronto a sus hogares, con la
medicina de curar y prevenir. Y es que el principio ético de asistir sin
distinciones, sin miramientos a condición personal y privilegio alguno, llevó a
nuestros doctores a rebasar los límites de Guasdualito, para irse a los
confines periféricos del territorio; incluso aquellos que coinciden aquí con la
frontera occidental de la nación, donde el río Arauca divide con su corriente a
Venezuela y Colombia. EN LA RIBERA
Desde la orilla, a la distancia de la anchura fluvial, se
observa el ritmo urbano de la ciudad colombiana con el nombre del río; pero a
donde llegaron los cubanos, hay un refugio estatal con 27 familias indígenas a
buen resguardo de las aguas crecidas que taparon su caserío. Bajo el amparo
logístico de la fuerza naval bolivariana y la atención permanente de los
médicos venezolanos que los especialistas antillanos ayudan a formar, un total
de 28 adultos y 58 niños pertenecientes a una tribu jivi (guahibo o jiwi)
esperan la normalidad. Cierto es que las paredes de concreto y los espacios
cerrados nada tienen que ver con su amplísimo ambiente natural; pero los niños
son más y su conformidad se impone, porque, además, a sus edades el retozo no
exige demasiadas condiciones. Sin embargo, el arribo de los doctores cubanos
despierta satisfacción en todos, indígenas y galenos. “Ya vinieron ayer, pero
los esperábamos de nuevo. Nos tratan bien a los niños y a las mujeres, y
siempre tienen una respuesta”, alega Asley, el cacique de la tribu, vestido
ahora con camisa y pantalón, “porque fui a su hospital para atenderme un dolor,
y a revisar la barriga de la niña”. Habla de una pequeña de 12 años, a punto de
parir, y a quien el ginecobstetra Gabriel Hernández hizo traer al CDI, para un
ultrasonido que definiera el término del embarazo. “Hemos visto varios casos
así. Es casi una regla parir mucho antes de los 18 años, aunque sin atención
prenatal ni controles periódicos. Entre los tres, Néstor el pediatra, el
enfermero Raúl, y yo, tenemos ya una especie de grupo básico de trabajo que los
consulta a todos, y hasta ahora nos sorprende cómo siguen y aceptan nuestros
consejos”. “Lo que más nos impresiona es
la diferencia de costumbres —destaca el avileño Néstor Rodríguez— y cómo, a
pesar del respeto a su medicina chamán, nos escuchan y obedecen. Tal vez porque
los niños son la mayoría, y a la vez los que más padecen las patologías
asociadas a las inundaciones, como los hongos en la piel, el parasitismo, el
catarro común, que aquí diagnosticamos y tratamos”. Los médicos venezolanos
también agradecen la visita. “Es un honor que los profes cubanos nos acompañen
en esto. Sencillamente son excelentes profesionales, rigurosos en la docencia,
pero a la vez magníficas personas que practican lo que enseñan, porque están
siempre al lado de los que de verdad los necesitan”. A dos pasos del Arauca crecido,
el árbol de sombra grande y las canoas, los especialistas antillanos montan la
consulta sin otras exigencias: Néstor pesquisa uno por uno los chicos descalzos
e intranquilos, Gabriel las embarazadas con caras de sorpresa, y Raúl atento a
cualquier indicación para medicar, tomar la temperatura, ayudar, sentirse bien…
“Esta va siendo para mí lo mejor de la experiencia venezolana. Te das cuenta
que mientras haya gente que nos necesite, no hay límites para servir, para ser
útil, y si participas, terminas por crecer como profesional y ser todavía mejor
persona”, concluye Raúl León, el enfermero, rodeado de pequeños indígenas. AL
FINAL DEL DÍA Y es que por gente como ellos, Guasdualito va saliendo de la
emergencia que heredó de los ríos desbordados. Como ellos, también de batas
blancas, hay otras decenas que siguen repasando la ciudad, casa por casa,
asistiendo y educando para evitar la epidemia tras las aguas. En sus manos se
juega el paso más rápido o más lento hacia la normalidad. Por lo pronto, ya es
un hecho la apertura de los servicios casi completos de los dos CDI, ocho
consultorios, las dos bases de misiones y una sala de rehabilitación, un
síntoma que para los locales significa la más clara expresión de la esperanza
posible y la vuelta a los días tranquilos de la región. Al final de la jornada,
los médicos siempre vuelven con los mejores recuerdos: desde el joven galeno
que contó la gratitud de una madre, en su casa al centro de la ciudad, hasta la
despedida que, a Néstor, Gabriel y Raúl, el cacique jivi les dejó antes de irse
en su canoa río arriba: “con los cubanos siempre tenemos esperanzas”. TOMADOD E LA GRANMA DE CUBA
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