¿Tiene algo que ver el cambio climático con el surgimiento
del Estado Islámico?
Juan Cole The Nation El aspirante presidencial demócrata
Martin O’Malley desató la polémica esta semana al decir que fue el impacto del
cambio climático en Siria el que facilitó las condiciones para la aparición del
Estado Islámico para Iraq y el Levante –EIIL- (Estado Islámico para Iraq y
Siria –EIIS-, Daesh o Estado Islámico –EI-), provocando que los agricultores
abandonaran sus tierras y se trasladaran a los barrios marginales de alrededor
de las ciudades, teniendo que soportar situaciones de extrema pobreza. La
afirmación de O’Malley fue ridiculizada de inmediato por el canal Fox News y
por el candidato presidencial republicano Rick Santorum, quien aseguró que tal
afirmación estaba “desconectada de la realidad”. ¿Quién tiene razón en este
debate?
No debería sorprendernos que la afirmación de O’Malley sea
en efecto correcta, sobre todo porque fue muy cuidadoso al elegir sus palabras.
Dijo: “Una de las cosas que precedieron al fracaso del Estado-nación de Siria y
a la aparición del EIIL fueron los efectos del cambio climático y la inmensa
sequía que afectó a esa región”, que “devastó la vida de los campesinos,
expulsándolos hacia las ciudades y creando una crisis humanitaria… Engendró los
síntomas, es decir, las condiciones de extrema pobreza que llevaron a la
aparición del EIIL y a esa excesiva violencia”. O’Malley no atribuyó sólo al
cambio climático y a la sequía el extremismo radical que campa por sus fueros
en el norte de Siria, subrayando que eran sólo una de las causas del
debilitamiento del Estado sirio y del empobrecimiento de la población, que
llegó a sentirse tan desesperada que incluso se volvió hacia Abu Bakr
al-Baghdadi y sus odiosos decapitadores en búsqueda de salvación.
El profesor Hannu Juusola, de Helsinki, ha mostrado en un
artículo muy documentado que en el noroeste del país –la sede del poder del
EIIL en Siria-, entre 2006 y 2010, murió el 70% del ganado debido a la gravedad
de la sequía. La producción de trigo descendió un 18% en un solo año, y tres
millones de personas en esa zona estaban sufriendo ya inseguridad alimentaria
hace cinco años. Siria cuenta con pocos acuíferos subterráneos y esos pocos
están agotados o contaminados. Siria es parte de una inmensa zona árida del
Oriente Medio y, por supuesto, ha estado sometida a sequías cíclicas a lo largo
de la historia. Pero la sequía se vio agravada por la subida de las
temperaturas; sabemos que el mundo es ahora un grado Farenheit más cálido que
en 1850 porque desde entonces hemos estado arrojando cada año a la atmósfera
miles de millones de toneladas de potentes gases de efecto invernadero, como el
dióxido de carbono y el metano. De ahí que esta sequía sea peor que las
anteriores. (Otros científicos han confirmado los hallazgos del profesor
Juusola.)
Todo esto no sería tan importante si Siria fuera una
sociedad mayoritariamente urbana, pero el 45% de sus habitantes –unos 9
millones de personas- pertenecían al mundo rural antes de que se desatara la
tormenta en 2011. Sociedades en gran parte urbanas, como los Emiratos Árabes
Unidos (un rico Estado petrolífero que tiene plantas de desalinización para
potabilizar el agua del mar), no se han visto tan terriblemente afectadas por
la grave sequía, ya que la mayoría de sus habitantes sólo necesitan agua potable
para beber. Pero el 90% del agua siria se utiliza para regadío y un déficit de
lluvia es un desastre social. Es posible que también hayan tenido mucho que ver
las presiones ejercidas en la década de 1990 y años posteriores, para que Siria
se uniera a la marcha por el neoliberalismo, cuando el régimen sirio privatizó
muchas actividades económicas y sus funcionarios demostraron estar más
interesados en llenarse los bolsillos que en utilizar los recursos estatales
para atajar la crisis de recursos hídricos.
Como O’Malley observó correctamente, los agricultores que
carecen de agua abandonan sus granjas y se van a la ciudad en búsqueda de
trabajo como obreros de la construcción. Ciudades sunníes del centro de Siria,
como Hama y Homs, se vieron rodeadas de barrios de chabolas levantadas por esos
refugiados económicos de las zonas rurales, y fue en esas zonas donde
principalmente tuvieron lugar las protestas sociales en 2011. Del mismo modo,
algunas protestas iniciales en la ciudad sureña de Daraa en 2011 fueron manifestaciones
de campesinos y distribuidores de alimentos por la escasez de agua en el campo.
Cuando el ejército sirio disparó contra los manifestantes, cogieron las armas y
fueron gradualmente radicalizando su lucha contra un Estado sirio laico, socialista
y de dominio chií. Por claridad ideológica, resultaba ventajoso para los nuevos
rebeldes ser todo lo que el Estado no era, i.e.fundamentalistas, sunníes,
salafíes de línea dura. De ahí el atractivo del EIIL y de Yabhat al-Nusra,
vinculado con al-Qaida. Recurrir al EIIL no era algo inevitable y había otras
posibles respuestas a la sequía (los kurdos del norte, que también padecieron
escasez de agua, han roto con el régimen pero en cambio se han sentido atraídos
hacia una especie de socialismo anárquico, posmarxista y feminista). No
obstante, parece indiscutible que eso exacerbó las tensiones sociales entre el
régimen y las poblaciones árabes sunníes rurales del centro y del este áridos
del país.
La afirmación de O’Malley provocó alaridos de indignación en
la derecha estadounidense porque desafiaba dos fantasías profundamente
arraigadas. La primera es que la tierra no está calentándose rápidamente como
consecuencia del consumo humano de carbón, gas y petróleo. La segunda es que
los musulmanes son intrínsecamente dados al fundamentalismo violento. Las
pruebas científicas del calentamiento global son incontrovertibles. En cuanto a
los musulmanes, han adoptado todo tipo de políticas en la era moderna. Los
uzbecos fueron comunistas durante mucho tiempo, la inmensa mayoría de los
tunecinos prefiere la democracia y la mayoría de los egipcios han sido
alérgicos al fundamentalismo religioso, incluso los religiosos más
conservadores en Egipto han rechazado la violencia. Además, la idea de que
grupos heterodoxos como los libaneses y los drusos israelíes, los alevíes
turcos o los alauíes sirios tienen algo que ver con el sunnismo radical resulta
risible. Es innegable que en el mundo musulmán existe una tendencia violenta,
pero no es algo intrínseco de los musulmanes, al igual que el separatismo
violento, que produce la mayoría del terrorismo en Europa, no es algo
intrínseco de los cristianos.
La mala noticia es que la observación de O’Malley sobre el
EIIL y Siria es sólo el principio. El Oriente Medio está en la encrucijada del
cambio climático más que cualquier otro lugar del mundo. El aumento del nivel
del mar inundará las zonas bajas del Delta egipcio, donde vive la mayoría de la
población egipcia y donde se cultiva la mayor parte de los alimentos autóctonos
del país. También llevará al Nilo el agua salada del Mediterráneo,
desertificando el suelo a su alrededor. En las próximas décadas podrían incluso
producirse tormentas devastadoras que afectarían a ciudades como Alejandría y
Damietta.
Yemen, como país, tendría sencillamente que mudarse de casa.
El acuífero que se halla bajo la capital, Sanaa, se está agotando rápidamente y
puede que la ciudad no disponga ya de agua en cinco años. La grave sequía y la
escasez de agua en el resto del país han dañado a la agricultura y han
contribuido a la mortandad de la ganadería en las afueras de ciudades como
Taiz. Parte de la violencia y radicalización vista en Yemen, que ha llevado a
la toma parcial del país por los rebeldes huthíes y al intenso bombardeo aéreo
saudí de los últimos meses, tiene mucho que ver con las dislocaciones sociales
a las que ha contribuido el cambio climático.
Además, una parte importante del conflicto árabe-israelí
está impulsado por la lucha por el agua, que se exacerbará cuando el precioso
fluido se agote.
El cambio climático en Oriente Medio es un problema de
seguridad para los países de esa región y para Estados Unidos. La ceguera del
Partido Republicano ante la cuestión y su insistencia en continuar arrojando a
la atmósfera 5.000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono están
contribuyendo a una serie de desastres tanto para EEUU como para el resto del
mundo. Deberíamos alabar a O’Malley por decir esto de forma tan clara, aunque
suponga un triste comentario respecto a la política estadounidense que su
afirmación de un hecho sea materia de felicitación o de que sea recibida con
escarnio por los ignorantes. Juan Cole es profesor titular de Historia en la
cátedra Richard P. Mitchell y director del Centro de Estudios del Sur de Asia
en la Universidad de Michigan. Su libro más reciente es “The New Arabs: How the
Millennial Generation is Changing the Middle East”. Fuente: www.thenation.com/article/did-isil-arise-partly-because-of-climate-change/
Tomadod e envio de velez en red foroba
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