Ruptura de un dique artesanal que tenía aguas del río Magdalena tiene entre el agua a la población.
Los habitantes de varios corregimientos del municipio de San Fernando, en el sur de Bolívar, tienen más de año y medio que no tocan tierra seca cuando se levantan.Como la tierra de las mujeres bonitas y las naranjas dulces conocen a esta región, que ya suma 18 meses de vivir con el agua a la rodilla, y hoy, cuando se está a las puertas de una nueva arremetida del 'diablo' del invierno, no cuentan con el alivio espiritual de encomendarse a la Divina Providencia, por la sencilla razón de que desde el comienzo de la inundación los enviados de Dios no se asoman por allí.
"El padre Andrés Arias está demasiado ocupado buscando ayudas y comida para los damnificados que se tuvieron que venir para la cabecera en San Fernando", dice, a manera de explicación, el secretario de Planeación del municipio, Jorge Luis Cadena.Son ocho los corregimientos de San Fernando, y de los municipios de Hatillo de Loba y Margarita, que esperan el próximo invierno, previsto para este mes, en forzosa convivencia con alimañas, mosquitos y culebras: Santa Rosa, La Guadua, Las bateas, Contadero, Dios me vea, Guasimal, Palmar y Jolón.
La inundación es causada por el chorro de La Victoria, un boquete que se le abrió, en el corregimiento del mismo nombre (municipio de Hatillo de Loba), al dique artesanal que contenía las aguas del río Magdalena. El accidente produjo la inundación de 500 hectáreas cultivadas de naranjos y la muerte de 5.000 reses que perecieron ahogadas. Del total de los sembrados de naranjo, el 80 por ciento de la producción se pudrió, según relatan los pobladores afectados.
Allí, los hospitales sirven ahora de guaridas a las ranas y la mayoría de los colegios tuvieron que cancelar las clases y cerrar sus puertas.
"Los pocos colegios que todavía dan clases en esos sitios están tan atrasados que aún no han podido cumplir con los contenidos del año lectivo del 2010", asevera el alcalde Luis Felipe Turizo, quien lleva todo este tiempo pregonando lo que viene sucediendo en su tierra.En esos pueblos, la tragedia ha sido tan severa que muchos de los que antes eran ricos se ganan la vida ayudando a cruzar las motos por las trojas que han improvisado.
Otros, en cambio, no han podido recuperarse ni mental ni físicamente: Luis Guillermo Flórez, dueño de más de 1.000 árboles de naranjo, algunos de los cuales producían hasta 4.000 naranjas por cosecha, está devastado.
Para la historia quedaron las épocas en que Flórez cargaba 70 camiones repletos de naranja para Cartagena y Barranquilla, en la cosecha de agosto, y otros 70 en la de enero. Todos los árboles que cuidaba, uno a uno, como si fueran sus hijos, han quedado convertidos en leña, y los pocos que todavía se mantienen en pie parecen desgarradas esculturas en homenaje a la desgracia.Lo peor, según el atribulado agricultor, vocero de otros 500 campesinos que, como él, lo perdieron todo, es que el futuro aparece tan desalentador como el presente.
Para que un árbol de naranjo produzca su primera cosecha se requiere de 5 o 6 años de lidia y, como están las cosas, dice, a muchos de ellos les llegará primero la muerte antes de poder ver de nuevo sus naranjales en cosecha.
El fatídico chorro
El escape en el dique, que tiene a los habitantes de estos corregimientos literalmente llorando sobre mojado, ha hecho crecer las aguas de ríos y caños, pese a que actualmente se atraviesa la época de verano.
Son 1.600 metros los que están destapados y a través de ellos se escapan millones de metros cúbicos de agua cada día, que ha sido imposible controlar. Para reparar el daño se requiere de más de 20.000 millones de pesos.Lo peor es que, por culpa del torrente de agua que no para, varios proyectos, de los que radicó el municipio ante Colombia Humanitaria, no se han podido ejecutar, entre ellos el dique de contención de Santa Rosa, que ya se había iniciado cuando las aguas lo arrasaron.
La canalización del caño de El Palmar, el taponamiento del chorro de La Guadua y la desviación del caño del corregimiento de Jolón son proyectos con recursos asignados, por 750 millones de pesos, pero no se ha podido mover ni una piedra para iniciarlos y evitar que el nuevo invierno arrase y cause peores estragos.
La peor parte, como casi siempre, la padecen los niños. Sin parques donde divertirse, sin canchas donde jugar y sin colegios donde estudiar, aumenta el apetito, lo malo es que no hay con qué saciarlo.
Shirley Cadena, la comisaria, cree que los viejos (no tan viejos, pues casi ninguno llegaba a los 75 años) se han venido muriendo de pura tristeza, deprimidos al verse rodeados de tan lamentables condiciones y sin ninguna esperanza a la vista.
Pedro Ribón, que habita en el corregimiento de Guasimal, sintetiza en palabras muy gráficas la situación tan compleja que atraviesan: "Tenemos 18 meses de estar viviendo como las ranas y, por mucho que quiera, nosotros aquí no tenemos alma de sapos".
Olvidados de todosPara llegar hasta los corregimientos del municipio de San Fernando (Bolívar) se requiere de una travesía que, desde Cartagena, demora cerca de 8 horas. La única posibilidad para ir al más cercano de los corregimientos, Santa Rosa, es en motocicleta, pues la vía terrestre también está cubierta de agua. A mitad de camino, en una pequeña empalizada, tres canoas esperan a los viajeros de dos ruedas y montan la moto junto con el equipaje para cruzar el caño que el agua formó en lo que era carretera, para después volver a montarse en el vehículo y continuar por un camino digno de mulos o de tractores.
"Aquí estamos tan lejos y tan olvidados que no podemos hacer ni un paro en las vías, como hacen en otras partes, porque nadie nos ve y nadie nos para bolas", afirma el alcalde Turizo.
Enviado especial de EL TIEMPO
San Fernando (Sur de Bolívar).
tomado de el Tiempo de Co
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