DISPLICENCIA ANTE LOS DESASTRES
Muchos de los desastres naturales se repiten
sistemáticamente en las mismas regiones y por las mismas épocas del año
Probablemente debido a que, en suma, las consecuencias de
los desastres naturales en Bolivia no llegan a alcanzar las terribles
magnitudes que en otras partes del mundo, solemos tomar muy a la ligera los
mecanismos de prevención y logística de preparación frente a ellos.
No otra cosa se puede deducir del hecho de que,
aproximadamente por el mes de octubre, todos los años se hable de los
perjuicios de la sequía, para luego sufrir las penurias de las inundaciones en
época de lluvias.
Muchos de estos problemas se repiten sistemáticamente en las
mismas regiones y por las mismas épocas del año, por lo que no debería ser
difícil poner en marcha métodos de prevención que permitan reducir al máximo el
sufrimiento de todas las familias, año por año, afectadas.
En otros casos, se trata de fenómenos extraordinarios para
los que, sin embargo, también existen políticas públicas, dinámicas y
logísticas puestas en práctica en diferentes latitudes, que aunque no son tan
efectivas para evitar la generación de perjuicios para la gente, sí son útiles
para la creación de condiciones que permitan reacciones y respuestas inmediatas
y eficientes por parte de entidades públicas y ciudadanía en general, que
eviten que el sufrimiento que puede generarse fruto de los desastres
inesperados se extienda innecesariamente.
Concretamente, en Cochabamba hemos visto en los últimos
meses un conjunto de fenómenos naturales que han provocado diferentes grados de
perjuicio contra la población, concentrándose, en algunos casos y de manera
extraordinaria, en regiones específicas, como el municipio de Sacabamba, y que
en conjunto han afectado a cerca de 4.345 familias en todo el departamento, y
frente a los que nos hemos encontrado tan pobremente preparados como todos los
años.
Adicionalmente, se está viendo que muchas obras civiles están
siendo construidas con la misma despreocupación ante posibles imprevistos
climáticos, lo que implica un daño económico contra las arcas públicas al
requerirse posteriores reconstrucciones pero, más importante aún, representa un
serio peligro para las vidas de los pobladores a quienes están destinadas las
obras.
A guisa de ejemplo se puede mencionar el colapso de un techo
del mercado campesino de Colcapirhua o el de un tinglado del municipio de
Sacabamba, ambas obras evidentemente realizadas sin prever su resistencia ante
las inclemencias del tiempo, y mucho menos diseñadas pensando en desastres
naturales de las magnitudes vistas en el exterior (que no es imposible de ver
en Bolivia, como recuerda el terremoto de Aiquile y Totora en mayo de 1998).
Debemos recordar que uno de los sinos del tercer mundo es,
precisamente, su pobre preparación contra las catástrofes naturales, mientras
que los países desarrollados, también vulnerables a ellas, suelen tener listos
dispositivos de reacción inmediata que reducen al mínimo el sufrimiento de sus
sociedades.
Bien haríamos en mirar la posibilidad de desastres naturales
con menor indiferencia, y dejar de ser displicentes frente a las dinámicas y
estrategias de previsión, alerta y reacción inmediata ante las mismas. Ya lo
dice el viejo adagio “más vale prevenir que lamentar”. TOMADO DE LOS TEIMPOS DE
BOLIVIA
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