Cómo luchar contra
el veneno escondido en nuestra comida Rafa Ruiz El Asombrario & co
El libro ‘No vamos a tragar‘ nos vuelve a alertar
de lo que esconde un modelo que, cuanto más produce, más hambre y más
enfermedades genera. Es el tercer trabajo de Gustavo Duch -miembro
fundador y director entre 1991 y 2009 de la ONG Veterinarios Sin Fronteras-
publicado por Los Libros del Lince, sobre lo tóxico de la industrialización
de la agricultura y ganadería que ha impuesto el voraz capitalismo de
las multinacionales. Pero esta vez deja abierta una puerta grande a la lucha
y la esperanza en forma de Movimiento Campesino y
Soberanía Alimentaria.
Para comenzar, he de decir que, a lo largo de este año y
medio de ventanas verdes, la de hoy se ha convertido
en una de mis preferidas: por el cariño que le he tomado y por la importancia
que le concedo. Por dos razones. Una emocional, ya que mis padres, abuelos,
bisabuelos y tatarabuelos han sido familias de agricultores y ganaderos de pequeños
pueblos de valles entre Cantabria, Burgos y Vizcaya, arrinconados en las
últimas décadas por lo que Gustavo Duch nos cuenta en sus libros Lo que
hay que tragar, Alimentos bajo sospecha y No vamos a tragar. Y
la otra, por la gravedad del asunto; porque, si con algo no se juega -y eso nos
lo repitieron cien veces nuestras madres cuando éramos pequeños- es con la
comida. Y no veo ahora mismo delito mayor en esta autodestructiva civilización
que hemos construido que envenenar a millones de personas por un lado, y matar
de hambre a otros muchos millones, por la ambición especulativa del
“capitalismo gore” -como lo define Maruja Torres en su nuevo libro, Diez
veces siete-, que se ha enseñoreado del planeta con la excusa de la
globalización. Vamos allá.
Me pone Gustavo Duch un ejemplo que da vértigo, por lo
crucial del asunto y por lo desconocido, por cómo nos lo ocultan. Me cuenta:
“Detrás de una de las mayores crisis desatadas en los últimos años, la de
Ucrania, está el control de las tierras fértiles. En enero de este año, China
compró en Ucrania tierras con una extensión equivalente a toda Galicia. A
renglón seguido, Europa, que carece de esa capacidad económica, para no
quedarse fuera, comenzó a cerrar acuerdos de libre comercio con Ucrania. Y
Estados Unidos, a su estilo, colocó en el Gobierno de ese país a personas
próximas, a su gente, a miembros de confianza. Todos con el
fin de controlar un país, porque hay algo que debemos saber, que Ucrania tiene
muchas de las mejores tierras fértiles de Europa. Y las tierras fértiles en el
planeta son las que son, limitadas; y como con el control del petróleo y del
gas y del agua potable, se ha desatado en el mundo una guerra de intereses
geoestratégicos para controlarlas. Claro, Rusia no podía quedarse de brazos cruzados
y dio el puñetazo, y dijo: basta, hasta aquí hemos llegado. Y, a su estilo,
intervino militarmente”.
La historia me descoloca; ¿de qué me sirve leer cada página
de movimientos entre ucranios y prorrusos si me he perdido, si no me lo han
contado, el comienzo del cuento? Este vivir en la inopia se puede aplicar a
muchos aspectos de este indecente control de los sectores básicos, primarios,
de la economía: la agricultura y la ganadería. Nuestra alimentación. Y, por lo
que veo en los libros de Duch, juegan con ella. Y muy sucio.
Quien lea sus libros sentirá que se le sube por dentro una
mezcla de rabia e impotencia.
Gustavo Duch, que desde 2011 coordina la revista trimestral Soberanía
Alimentaria, Biodiversidad y Culturas (www.soberaniaalimentaria.info)
-”un espacio de pensamiento crítico de los movimientos que defienden algo tan
necesario como transformador: un mundo rural vivo-, subraya un dato
recogido de un informe de Naciones Unidas: “Entre el 70% y el 80% de los pobres
del mundo son exilados rurales, porque el campo ha dejado de ser un medio para
ellos. Porque en el modelo de agricultura industrializada que nos están
imponiendo, que necesita cada vez menos mano de obra, ellos, nuestros
campesinos, se quedan fuera; el modelo los expulsa”.
La falacia de la globalización.
“Y la falacia de la intensificación de la producción”, sigue
Duch. “Porque con este modelo, cuanta más producción, más hambre. Y no es una
teoría. Son datos. Pero ellos, el gran capitalismo que ha industrializado la
agricultura solo en su propio beneficio, sigue echando mano del argumento de
que se necesita intensificar la producción para acabar con el hambre en el
mundo. Falso. Llevamos décadas así. Ellos se encargan de difundir que el hambre
está causado por sequías, por la falta de tecnología y buenas semillas, por la
falta de preparación de los campesinos…”.
Y nos llenan los medios de comunicación de fotos de
hambrunas.
“Juegan con el miedo. El miedo es el principal aliado del
poder económico. El miedo es el principal arma para que los Gobiernos acepten
las violaciones de derechos humanos. Me atrevo a decir que la ‘el mundo
necesita comida’ es la que más crímenes ha provocado en la Humanidad. Y es todo
falso. Porque las causas del hambre tienen otras caras, que parten de su modelo
de producción”.
Esa es la terrible cara de la repercusión en los países
llamados en desarrollo; pero las consecuencias en el denominado Primer Mundo no
dejan de ser tan perversas, en forma de deterioro de la salud, ¿no?
“Ahí están la multiplicación de las alergias, la epidemia de
la obesidad, los tumores, cómo se están disparando en gente de entre 20 y 30
años, ¿a qué creen que se deben? A que vivimos en un mundo tóxico”.
Nunca pudimos imaginar el veneno que se escondía tras la
globalización…
“Veneno. Literalmente”.
Hay varias cosas en los libros de Gustavo que me
intranquilizan especialmente. La conversación daría para otro libro, pero le
pido que me pinte en trazos el panorama para que nuestros lectores se hagan
idea.
Algo más sobre el acaparamiento de tierras, especialmente
preocupante en África y Latinoamérica.
“Sin salir de España, la Ley de Racionalización y
Sostenibilidad de la Administración Local, la llamada Ley Montoro, pone como
excusa lograr una supuesta eficiencia, pero lo que quiere es desmantelar los
sistemas de gobernanza de los pequeños municipios y pedanías, para así poder
poner a la venta los montes y suelos públicos que estos ayuntamientos o
concejos de vecinos han gestionado colectivamente durante cientos de años”.
Me ha llamado especialmente la atención lo que cuentas de
la especulación con los precios de los alimentos, algo que cuesta creer, por su
dureza e inmoralidad…
“Mira, Goldman Sachs dedica un tercio de sus inversiones a
especular con los alimentos, y se ha calculado que sus movimientos
especulativos con el precio de lo más básico para vivir produjo que, en 2010 y
2011, 44 millones de personas cruzaran hacia abajo la barrera de la pobreza.
Que suban los alimentos, quizá a muchas familias de países como el nuestro no
les puede afectar tan drásticamente, pero que, por ejemplo, se doble el precio
del trigo puede suponer para muchas familias del Tercer Mundo la diferencia
entre comer o no comer, entre tirar para adelante o quedarse en la cuneta. Así
de brutal y triste. Pues eso es lo que están haciendo estos señores. Otro dato:
el 90% del mercado mundial de cereales está controlado por cuatro empresas con
sede en Estados Unidos, ADM, Bunge, Cargill y Dreyfus, conocidos como los ABCD
de la comercialización de materia prima”.
¿Y los agrocombustibles, que muchos, en su euforia
ecológica, han saludado como energías verdes y sostenibles?
“Un gran peligro. Suponen que se dedique muchos millones de
hectáreas a cosechas para producir energía en vez de alimentos. Con el
argumento de que son bio -falso, porque si haces el balance ecológico, sale
negativo, pues necesitan consumir casi tanta energía como la que producen-,
ocultan su estrategia de acaparamiento de tierras, deforestación, uso abusivo
de maquinaria pesada… Indonesia se ha convertido ya en el tercer país más
contaminante del mundo, por su proceso de roturación de bosque en tierras para
producir agrocombustibles. Y han llegado hasta Castilla, a esos enormes campos
de colza”.
Y las patentes de semillas, como si fueran marcas…
“Un robo en toda regla, porque toman las semillas que los
pueblos han usado tradicionalmente en sus campos y le introducen cualquier
pequeña modificación que les otorga derechos. Se apropian de semillas que han
sido el fruto de la mejora por selección durante muchos siglos, y luego el
campesino, si la quiere plantar, resulta que se la debe comprar a la
multinacional; es una violación de derechos ancestrales para construir grandes
emporios”.
¿Qué hacemos ? ¡Estamos rodeados! Suena todo tan
planificado, y con tanto poderío, que a uno le dan ganas de cerrar el libro y
pensar en otra cosa. Afortunadamente, Duch, enNo vamos a tragar, abre
un espacio a la esperanza, al optimismo.
“Mira, la vida es tan potente que no se puede acabar con
ella. Estamos asistiendo a los últimos estertores de un modelo avasallador y
caduco. Y aprovechan los últimos cartuchos, en forma de barbaridades como el fracking y
los agrocombustibles”.
Pero ¿y si quieren morir matando?
“La paciencia, como el petróleo, se está agotando. Y se está
imponiendo el sentido común. Las cosas están cambiando. Y yo confío mucho en
las luchas de la Vía Campesina, que lo que reclama es la Soberanía Alimentaria.
Hace 20 años, los movimientos campesinos de todo el mundo empezaron a entender
que la globalización les arrincona y convierte en simples piezas de una cadena
de montaje al servicio de grandes multinacionales. Son ya 200 millones de
campesinos en el mundo que tienen metido este paradigma en la cabeza, y desde
su fortaleza de gente de la tierra, no se van a dejar vencer, y se enfrentan a
quien haga falta, como a la OMC (Organización Mundial del Comercio) en Cancún;
seres humanos movilizados contra las empresas y los fondos de inversión de
agro-negocios que se están adueñando de la agricultura, contra el acaparamiento
de tierras y contra el libre comercio. Muchas de las cosas que están pasando
últimamente están relacionadas. La gente quiere volver a ser dueña de sus
decisiones. Eso es la Soberanía Alimentaria. Decir bien alto que nuestra
alimentación nos la tienen que proporcionar nuestros campesinos; es un
compromiso de ciudadanía con el mundo rural, que son los cimientos del planeta.
Soberanía Alimentaria es el derecho de los pueblos a vivir de su tierra y el
deber de los pueblos a cuidar de su tierra”.
Pones como ejemplo de triunfo el rechazo social a los
transgénicos. De tu primer libro al tercero has cambiado el punto de vista y
ahora te muestras más optimista.
“El fracaso total de los transgénicos ha sido el triunfo del
sentido común. Tras 25 años de inversiones de todo tipo, desde científicas
hasta cantidades ingentes para tener a los políticos a sus pies, sólo un 1% de
los cultivos en el mundo son transgénicos, porque la gente ha dicho no, los ha
rechazado”.
El poder de la gente.
“El planeta tiene unos limites, y las grandes empresas de
industrialización de la alimentación, como Pescanova -buen ejemplo cómo ha
acabado, porque creció sin medida-, no pueden dejar de contar con esos límites.
Su propio mecanismo de voracidad financiera les lleva a crecer y descontrolarse
como un tumor, hasta que la naturaleza y la gente pone las cosas en su sitio”.
El tema da mucho de sí, porque estamos fabricando pollos
como si fueran tuercas. Si hay granjas en México con 90.000 cerdos en una sola
instalación… Imaginad la imagen por un momento; ¿alguien puede creer que eso
puede ser sano y natural? ¿A alguien puede extrañarle que con esa mecánica
surjan pestes porcinos, gripes aviares, vacas locas, pepinos asesinos…? Los
libros de Gustavo Duch están llenos de ejemplos y datos muy esclarecedores,
como este otro de infame especulación: “Para Goldman Sachs, invertir en panes y
peces en espera de su mágica multiplicación les supone unos beneficios anuales
de 5.000 millones de dólares”. Así que no puedo otra cosa más que recomendar su
lectura. Además, están publicados por una pequeña y valiente editorial, Los
Libros del Lince (www.loslibrosdellince.com),
que merece nuestro apoyo.
Esta Ventana Verde volverá a Duch y a su
revista Soberanía Alimentaria, porque realmente los temas son
de calado, y no esas tontunas con que tantos periodistas hemos llenado
tantísimas páginas y horas de los medios convencionales de comunicación
hablando de dietas y recomendaciones para estar a tono, o prepararnos para el
verano. Vayamos más allá, a las raíces.
Nunca más apropiada la expresión.
El proceso empieza por las ganas de recuperar los tomates
con el sabor de antes, pero va mucho más allá.
Mientras, unas cuantas webs recomendables para seguir
profundizando en la tierra, hasta esas raíces de nuestra alimentación:
www.grain.org (el
colectivo GRAIN recibió en 2011 el premio conocido como Nobel Alternativo de
Ecología).
Tomado de envío de red foroba
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