domingo, 24 de enero de 2016

RIO MAGDALENA SECO , DEJA SIN SUEÑOS A LOS COLOMBIANOS


Con el Magdalena seco mueren los sueños de todo un país
A su paso por los departamentos de Bolívar y Atlántico, el río Magdalena deja ver una reducción dramática en sus niveles. Los pescadores y campesinos siguen siendo los más afectados, así como el comercio de la costa al centro del país. FOTOS cOLPRENSA
A su paso por los departamentos de Bolívar y Atlántico, el río Magdalena deja ver una reducción dramática en sus niveles. Los pescadores y campesinos siguen siendo los más afectados, así como el comercio de la costa al centro del país. FOTOS
COLPRENSA POR ELEANA MARTELO TIRADO Y ERICA OTERO BRITO |
La intensa sequía mantiene herido al río Magdalena a lo largo de todo su recorrido. En Bolívar y Atlántico las condiciones del afluente son pésimas por la reducción de su caudal.
El río Magdalena ya no es el mismo. Esa es la frase que retumba al llegar a Calamar, municipio al norte de Bolívar, a tres horas de Cartagena. Son las 10:00 de la mañana, el sol está fuerte y el calor es insoportable. Allí reina la incertidumbre y no es para menos, gran parte de la población vive de la agricultura y la pesca, y el caudal del río más importante de Colombia es cada vez más bajo, los peces
están escasos.
“Huy doña, aquí ya no se consigue nada. Desde octubre que empezó a bajar el río, por aquí ya no cogemos mojarra, bocachico, ni barbudito, los peces se han ido muriendo por falta de oxígeno. Esto ya no es lo mismo”, comenta Ever Hilton, de unos 37 años, mientras señala los playones que han ido formándose en la ribera.
Nadie conoce a ciencia cierta cuánto ha bajado el río en esta zona del departamento, sólo se sabe que disminuyó su caudal tanto, que las embarcaciones grandes no se atreven a navegar. Son las 10:20 en el muelle del pueblo hay seis lanchas, conocidas genéricamente como “Johnson” en honor a los motores fuera de borda de esa marca, los primeros en llegar al río, que están listas para zarpar con pasajeros y mercancía. Salimos al recorrido y Roberto Machacón, el lanchero, dice que debemos ir despacio para que, por si acaso
encallamos, no sea grave.
Un poco más adelante nos topamos con una estructura de hierro, de unos siete metros de alto, que los habitantes levantaron para que el río no se tragara el pueblo. Ahora luce inservible, porque el río sólo alcanza como 1 metro de altura. El Niño, el fenómeno climático, no sólo se ha ensañado con este pueblo. Entre Zambrano (Bolívar) y Plato (Magdalena), en el puente, el panorama es desalentador. Un brazo del río está tan seco que se puede cruzar a pie, todo parece un desierto con partes movedizas que el sol ha ido endureciendo.
Aguas arriba
Pero el panorama del río Magdalena es más crítico en Mompox, la isla colonial, a 248 kilómetros de Cartagena, donde su brazo está tan sedimentado que los hombres sacan pilas de arena para venderlas en las construcciones. A diario extraen entre 150 y 200 baldes cada uno, aproximadamente.
En nuestra travesía por este municipio, a orillas del río Magdalena, nos encontramos, a escasos metros del puerto fluvial, con Nancy Hoyos Rodríguez, magangueleña que trabaja con el Ideam y a diario mide la profundidad del río. Asevera que desde hace 25 años que le hace seguimiento al comportamiento del Magdalena y es la primera vez que está tan bajo. Hace apenas una semana bajó 2 metros y 26 centímetros. El caudal ha bajado 2 metros con 29 centímetros con relación a la misma
época del año anterior.
Entre tanto, lo que queda del río sigue su curso, contaminado, con el agua turbia, como si pidiera auxilio, mientras las labores de dragado de Cormagdalena para mejorar la navegabilidad lo oxigenan un poco para tratar de recuperar su calado original antes de que el implacable fenómeno de El Niño culmine su ciclo.
En Bocas de Ceniza
Hace tres años el Magdalena representaba para las poblaciones ribereñas del Atlántico y el Magdalena un gigante encopetado que compartía a manos llenas su riqueza con los hombres y mujeres que viven a su lado; pero también un coloso tozudo que osaba invadir la tierra a voluntad, e intimidaba los lugareños en épocas de lluvias copiosas.
“Las alarmas en el pueblo podían sonar en cualquier momento y era al instante que todos los pobladores se ponían en pie de lucha. No importaba si era de día o de noche, la gente se organizaba y todos trabajábamos como hormiguitas para mitigar lo más que podíamos la furia con la que el río arrasaba todo a su paso. Con megáfonos se pedían sacos y en menos de diez minutos había una pila inmensa de costales para llenar con arena y apiñarlos a la orilla”, recuerda Johny Rodríguez, uno de los guerreros de aquellos momentos en Sitionuevo, una población en la margen izquierda del río Magdalena, a 50 kilómetros de la desembocadura en Bocas de Ceniza (Barranquilla).
He aquí el gran río, el motor que desde sus inicios empujó el progreso de Colombia. Tan cargado de historias que no se calculan las hojas que han llenado escritores sobre las aventuras de sus navegantes y los cuentos de las poblaciones ubicadas en su ribera. He aquí el viejo río Magdalena, hoy agonizante por las travesuras de un Niño que no le da respiro desde hace cuatro años.
Jaime Pacheco, agricultor de 68 años, cada día sale de su casa en Salamina hacia la orilla del Magdalena. Se embarca en una chalupa y llega hasta una de las islas que se han formado en medio del río. En años anteriores, esta tierra fértil bañada por el agua servía para cosechar todo tipo de alimentos que comercializaban con empresarios de Barranquilla, hoy, el bajo nivel del agua y el fuerte sol convierten rápidamente a estas islas en pequeños desiertos.
La sequía mantiene herido al río Magdalena y como un perseverante e inflexible contrario lo aflige sin respiro. La embestida es intensa desde 2013. Colombia lleva más de 1.100 días de sequía en los que las lluvias han estado por debajo de los mínimos históricos y no hay una buena saturación de los suelos ni suficiente acumulación de agua por las correntías superficiales. Esos males están acabando con el Magdalena, ese que a lo largo de 1.528 kilómetros de extensión lleva vida a más de medio país. Hoy el viejo enfermo pide ayuda urgente .
LA MICROHISTORIA UNA QUEJA EN CADA ORILLA

“Tendrán que pasar 20 años de sequía para que desaparezca el Río Magdalena, pero verlo tan disminuido como lo está en este momento es un dolor de cabeza para los que nos dedicamos a navegar por él. Han aparecido pequeñas islas en medio del río y el bajo caudal nos obliga a tener cuidado para no quedar encallados. Este río no es el mismo que alguna vez fue; este no es el río que recorrí con mi padre cuando apenas estaba aprendiendo a caminar”. Eso cuenta Carlos Manjul, un pescador de 52 años en Sitionuevo, Magdalena, donde también se siente el rigor de la fuerte sequía. TOMADO DE EL COLOMBIANO 

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