A su paso por los departamentos de Bolívar y Atlántico, el
río Magdalena deja ver una reducción dramática en sus niveles. Los pescadores y
campesinos siguen siendo los más afectados, así como el comercio de la costa al
centro del país. FOTOS cOLPRENSA
A su paso por los departamentos de Bolívar y Atlántico, el
río Magdalena deja ver una reducción dramática en sus niveles. Los pescadores y
campesinos siguen siendo los más afectados, así como el comercio de la costa al
centro del país. FOTOS
COLPRENSA POR ELEANA MARTELO TIRADO Y ERICA OTERO BRITO |
La intensa sequía mantiene herido al río Magdalena a lo
largo de todo su recorrido. En Bolívar y Atlántico las condiciones del afluente
son pésimas por la reducción de su caudal.
El río Magdalena ya no es el mismo. Esa es la frase que
retumba al llegar a Calamar, municipio al norte de Bolívar, a tres horas de
Cartagena. Son las 10:00 de la mañana, el sol está fuerte y el calor es
insoportable. Allí reina la incertidumbre y no es para menos, gran parte de la
población vive de la agricultura y la pesca, y el caudal del río más importante
de Colombia es cada vez más bajo, los peces
están escasos.
“Huy doña, aquí ya no se consigue nada. Desde octubre que
empezó a bajar el río, por aquí ya no cogemos mojarra, bocachico, ni barbudito,
los peces se han ido muriendo por falta de oxígeno. Esto ya no es lo mismo”,
comenta Ever Hilton, de unos 37 años, mientras señala los playones que han ido
formándose en la ribera.
Nadie conoce a ciencia cierta cuánto ha bajado el río en
esta zona del departamento, sólo se sabe que disminuyó su caudal tanto, que las
embarcaciones grandes no se atreven a navegar. Son las 10:20 en el muelle del
pueblo hay seis lanchas, conocidas genéricamente como “Johnson” en honor a los
motores fuera de borda de esa marca, los primeros en llegar al río, que están
listas para zarpar con pasajeros y mercancía. Salimos al recorrido y Roberto
Machacón, el lanchero, dice que debemos ir despacio para que, por si acaso
encallamos, no sea grave.
Un poco más adelante nos topamos con una estructura de
hierro, de unos siete metros de alto, que los habitantes levantaron para que el
río no se tragara el pueblo. Ahora luce inservible, porque el río sólo alcanza
como 1 metro de altura. El Niño, el fenómeno climático, no sólo se ha ensañado
con este pueblo. Entre Zambrano (Bolívar) y Plato (Magdalena), en el puente, el
panorama es desalentador. Un brazo del río está tan seco que se puede cruzar a
pie, todo parece un desierto con partes movedizas que el sol ha ido
endureciendo.
Aguas arriba
Pero el panorama del río Magdalena es más crítico en Mompox,
la isla colonial, a 248 kilómetros de Cartagena, donde su brazo está tan
sedimentado que los hombres sacan pilas de arena para venderlas en las
construcciones. A diario extraen entre 150 y 200 baldes cada uno,
aproximadamente.
En nuestra travesía por este municipio, a orillas del río
Magdalena, nos encontramos, a escasos metros del puerto fluvial, con Nancy
Hoyos Rodríguez, magangueleña que trabaja con el Ideam y a diario mide la
profundidad del río. Asevera que desde hace 25 años que le hace seguimiento al
comportamiento del Magdalena y es la primera vez que está tan bajo. Hace apenas
una semana bajó 2 metros y 26 centímetros. El caudal ha bajado 2 metros con 29
centímetros con relación a la misma
época del año anterior.
Entre tanto, lo que queda del río sigue su curso,
contaminado, con el agua turbia, como si pidiera auxilio, mientras las labores
de dragado de Cormagdalena para mejorar la navegabilidad lo oxigenan un poco
para tratar de recuperar su calado original antes de que el implacable fenómeno
de El Niño culmine su ciclo.
En Bocas de Ceniza
Hace tres años el Magdalena representaba para las
poblaciones ribereñas del Atlántico y el Magdalena un gigante encopetado que
compartía a manos llenas su riqueza con los hombres y mujeres que viven a su
lado; pero también un coloso tozudo que osaba invadir la tierra a voluntad, e
intimidaba los lugareños en épocas de lluvias copiosas.
“Las alarmas en el pueblo podían sonar en cualquier momento
y era al instante que todos los pobladores se ponían en pie de lucha. No
importaba si era de día o de noche, la gente se organizaba y todos trabajábamos
como hormiguitas para mitigar lo más que podíamos la furia con la que el río
arrasaba todo a su paso. Con megáfonos se pedían sacos y en menos de diez
minutos había una pila inmensa de costales para llenar con arena y apiñarlos a
la orilla”, recuerda Johny Rodríguez, uno de los guerreros de aquellos momentos
en Sitionuevo, una población en la margen izquierda del río Magdalena, a 50
kilómetros de la desembocadura en Bocas de Ceniza (Barranquilla).
He aquí el gran río, el motor que desde sus inicios empujó
el progreso de Colombia. Tan cargado de historias que no se calculan las hojas
que han llenado escritores sobre las aventuras de sus navegantes y los cuentos
de las poblaciones ubicadas en su ribera. He aquí el viejo río Magdalena, hoy
agonizante por las travesuras de un Niño que no le da respiro desde hace cuatro
años.
Jaime Pacheco, agricultor de 68 años, cada día sale de su
casa en Salamina hacia la orilla del Magdalena. Se embarca en una chalupa y
llega hasta una de las islas que se han formado en medio del río. En años
anteriores, esta tierra fértil bañada por el agua servía para cosechar todo
tipo de alimentos que comercializaban con empresarios de Barranquilla, hoy, el
bajo nivel del agua y el fuerte sol convierten rápidamente a estas islas en
pequeños desiertos.
La sequía mantiene herido al río Magdalena y como un
perseverante e inflexible contrario lo aflige sin respiro. La embestida es
intensa desde 2013. Colombia lleva más de 1.100 días de sequía en los que las
lluvias han estado por debajo de los mínimos históricos y no hay una buena
saturación de los suelos ni suficiente acumulación de agua por las correntías
superficiales. Esos males están acabando con el Magdalena, ese que a lo largo
de 1.528 kilómetros de extensión lleva vida a más de medio país. Hoy el viejo
enfermo pide ayuda urgente .
LA MICROHISTORIA UNA QUEJA EN CADA ORILLA
“Tendrán que pasar 20 años de sequía para que desaparezca el
Río Magdalena, pero verlo tan disminuido como lo está en este momento es un
dolor de cabeza para los que nos dedicamos a navegar por él. Han aparecido
pequeñas islas en medio del río y el bajo caudal nos obliga a tener cuidado para
no quedar encallados. Este río no es el mismo que alguna vez fue; este no es el
río que recorrí con mi padre cuando apenas estaba aprendiendo a caminar”. Eso
cuenta Carlos Manjul, un pescador de 52 años en Sitionuevo, Magdalena, donde
también se siente el rigor de la fuerte sequía. TOMADO DE EL COLOMBIANO
No hay comentarios:
Publicar un comentario