Un desafío global
El Protocolo de Kyoto (1997) es el primer instrumento internacional que fijó metas de reducción de Gases de Efecto Invernadero (GEI) y constituyó así un primer paso en la correcta dirección, aunque las metas adoptadas estuvieron muy por debajo de las necesarias para enfrentar el cambio climático. Aún así, su falta de implementación, fundamentalmente por la negativa de Estados Unidos a ratificarlo, agravó la situación climática por las demoras en adoptar acciones a nivel global. Esta situación coloca al mundo frente a un desafío de proporciones gigantescas para evitar un cambio climático fuera de control y de características catastróficas.
La COP15, en Copenhague (diciembre 2009) fue un fracaso, ya que no hubo ningún acuerdo sustantivo sobre cuál será el conjunto de compromisos políticos globales en materia de cambio climático para la próxima década, ya sea a través del Protocolo de Kyoto, un nuevo Protocolo u otro tipo de acuerdo.
Del 29 de noviembre al 10 de diciembre de 2010, en la ciudad de Cancún, México, se desarrollará la 16ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, donde la comunidad internacional debe alcanzar un acuerdo que establezca las metas y acciones de reducción de GEI que deben ser legalmente vinculantes una vez que expire Kyoto en el 2012.
Para prevenir un cambio climático de impactos irreversibles para los ecosistemas y las poblaciones, el aumento de la temperatura global del planeta debe estabilizarse lo más abajo posible de los 2 grados centígrados, asegurando que pueda ser incluso menor a 1.5 grados.
Para ello, la COP 16 en Cancún debe ser un paso significativo hacia un acuerdo a ser alcanzado en la COP 17 en Sudáfrica. Lograr dicha meta requiere que el pico de emisiones globales de GEI (principalmente de CO2) tenga lugar no más allá del 2015. El logro de lo anterior depende de un acuerdo global que incluya a todos los países en la tarea de reducir emisiones procedentes del uso de combustibles fósiles y de la deforestación. Dicho acuerdo global deberá ser justo, ambicioso y vinculante.
Justo, en la medida que todos los países adopten medidas para reducir emisiones, de acuerdo con sus responsabilidades. Los países desarrollados, principales responsables de la crisis climática, se deberán comprometer a reducir sus emisiones para el año 2020 en un 40%, como mínimo, sobre lo emitido en 1990. Y deberán hacerse cargo de los costos de adaptación de los países en desarrollo y de la reducción de emisiones en esta década para garantizar el cambio de tendencia en todo el planeta. Esto implica transferencias de recursos, que se han calculado por encima de los 140 mil millones de dólares anuales, para promover las energías limpias, el combate a la deforestación y la adaptación en los países en desarrollo. De este modo, los países en desarrollo podrán comprometerse a realizar las acciones de mitigación locales necesarias para llegar a los objetivos de reducción global.
Ambicioso, en la medida en que se actúe conforme lo requiere la ciencia: evitar un cambio climático catastrófico requiere evitar el incremento de la temperatura por encima de los 1.5 grados centígrados en el presente siglo, para lo cual las emisiones globales deben alcanzar el máximo en 2015, para decaer drásticamente y llegar a casi cero hacia el año 2050. Menos que esto no será suficiente.
Vinculante, en la medida que sea legalmente obligatorio para todos los países y contemple la verificación de las reducciones realizadas. Una declaración política no es suficiente. Necesitamos hechos, no sólo palabras.
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