Se extiende la frontera
del riesgo agrícola en el país
por Laura Rocha
Estimados foristas como quienes no han comprado la edición
impresa del diario La Nación de hoy no han podido leer una nota en el
Suplemento Campo sobre el avance de la frontera agrícola y sus consecuencias,
la voy a transcribir. El artículo, firmado por el periodista Dante Rofi, no
aparece en la edición on line porque sólo se cargan en la edición digital las
notas de tapa.
La frontera del riesgo agrícola se extiende en el norte
argentino
La búsqueda de una renta rápida y la falta de un
ordenamiento territorial exponen la región a las consecuencias de la sequía
Dante A. Rofi
Desde fines de los 90 y hasta la actualidad, la frontera
agrícola se expandió en forma exponencial, particularmente hacia el norte del
país. Este desplazamiento contó con el beneficio de un ciclo húmedo que
recibió con lluvias generosas a los recién llegados, que no parecieron tener en
cuenta las verdaderas características de una región donde los suelos están
débilmente estructurados y las lluvias se concentran en el verano.
Hoy, que el NOA y el NEA transitan la segunda campaña
agrícola consecutiva con condiciones de sequía, comienzan a quedar en evidencia
las consecuencias de la falta de una efectiva planificación territorial.
Asimismo, se advierte la crisis ambiental que fuera anticipada por los
especialistas que oportunamente advirtieron sobre el avance imprudente de la
frontera agrícola hacia ambientes no aptos para prácticas agronómicas de la
pampa húmeda.
Para analizar cómo fue el proceso de expansión de la
frontera agrícola y cuál es la situación actual, La Nación consultó a Roberto
Casas, director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA; a
Ernesto Viglizzo, técnico dela Estación Experimental AgrícolaAnguil del INTA e
investigador del Conicet, y a Jorge Adámoli, integrante del Grupo de Estudios
de Sistemas Ecológicos en Ambientes Agrícolas de la Facultad de Ciencias
Exactas y Naturales de la UBA.
Todos los consultados coincidieron en señalar que el
crecimiento de la frontera agrícola hacia el Norte estuvo relacionado con una
coyuntura de valores elevados para los granos, en particular para la soja, y
con una generosa oferta de tierras a bajos precios. “La expansión de la
frontera agrícola no respondió a un programa de ordenamiento territorial, sino
a las leyes del mercado. Coincidió con un período en el cual se alinearon
altos precios para los granos, paquetes tecnológicos simples, buena
rentabilidad y una concepción novedosa del negocio, con fondos de inversión que
integraron los pools de siembra”, detalló Viglizzo.
Para Casas, el proceso de expansión agrícola se dio sobre
diversos frentes localizados principalmente “en los bordes del Chaco
semiárido y de la selva de Yungas, donde se registra una fuerte tendencia al
monocultivo de soja. En este contexto aparecen como temáticas muy sensibles la
simplificación del paisaje con pérdida de diversidad biológica, la
fragmentación de ambientes y de hábitat, y la degradación del suelo”.
En el análisis de este especialista, se registró un
proceso de “pampeanización” basado en sistemas de producción simples y en la
maximización de la rentabilidad. “Pero se debe considerar que dicho modelo
productivo en regiones marginales implica quedar expuestos a un mayor nivel de
riesgo climático, económico y ambiental.” Y añadió que esta nueva forma de
trabajar se basa en el avance de la agricultura sobre bosques, pastizales y
sabanas de alto valor ecológico. “En forma conjunta, estos ecosistemas
producen servicios de alta importancia ambiental, como la regulación del clima;
el suministro de agua; el control de la erosión, y el ciclado de nutrientes,
que dejan de producirse cuando son reemplazados por sistemas agrícolas.”
Adámoli dijo que en el proceso de expansión “no se
tomaron en cuenta criterios para una equitativa distribución de la riqueza
producida” y añadió que hubo una dualidad entre generación de trabajo en
algunas zonas y pérdida de empleos en otras. “Hubiera sido ideal que un proceso
de esta magnitud hubiera respondido a una planificación consensuada entre
gobiernos locales, productores, sectores sociales y ambientales, para optimizar
los impactos positivos y minimizar los negativos. La realidad es que esto no
ocurrió.”
Ahora, el cambio hacia un ciclo de tiempo seco plantea
interrogantes. “La ocurrencia de fases secas y húmedas en zonas semiáridas y
subhúmedas parece ser una característica dominante del ciclo climático en gran
parte del centro y del noroeste del país. Esas fases pueden durar entre 30
y 40 años, y el siglo XXI estaría marcando la finalización de una fase húmeda
muy favorable a la expansión agrícola y el advenimiento de una fase seca menos
favorable”, dijo Viglizzo. Y advirtió que los fondos de inversión que
“impulsaron la expansión agrícola en tiempos de bonanza, ahora se van hacia
otro tipo de negocios desvinculados del agro”.
Según Adámoli, “es común que cuando un ciclo dura –como el
desvío positivo de lluvias– en torno a los 25 años, la gente asuma que eso
llegó para quedarse. Pero la mayor parte de los productores no invierte y se
instala pensando en abandonar todo ante contingencias desfavorables. En
realidad, habría que pensar en deficiencias del Estado, tanto en la prevención
de lo que iba a suceder al comenzar este proceso como en la actualidad, dejando
a los productores librados a su suerte. Lo lamentable sería que terminen
siendo afectadas la gente y el ambiente”.
A modo de síntesis, Casas señaló que coyunturas negativas
que incluyeran un período prolongado de sequía como el actual podrían afectar a
los productores y disparar procesos de desertificación de difícil reversión.
“La situación descripta sin lugar a dudas amerita un análisis profundo, con
intervención del Estado y de las provinciales, ya que la misma plantea serias
dudas sobre la sustentabilidad del modelo productivo planteado para la región.”
Más hectáreas de las previstas
En 2004, un trabajo de investigación de docentes de la
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA proyectó que de las
4.886.779 hectáreas cultivadas en la región chaqueña en el ciclo 1995/9696 se
pasaría a poco más de 9.200.000 de hectáreas en 2010. Jorge Adámoli, que
integró aquel equipo, explicó que tras el monitoreo se demostró que “en 2010
se destinaron a cultivos 11.413.000 ha”. En un trabajo hecho para la
Fundación Producir Conservando, el especialista señala que “el 79% de las
áreas transformadas eran bosques”. Y agrega que el problema no fue el
porcentaje transformado, sino la falta de planificación. “En algunos sectores
hay ecosistemas severamente afectados, como el bosque de tres quebrachos, en
Santiago del Estero, y la zona de transición Chaco-Yungas, en Salta”.
La desertificación está latente en la región
Ante la posibilidad de la consolidación de un ciclo seco en
el Norte, los especialistas advierten sobre los riesgos latentes. “Los suelos
de la región son naturalmente pobres en materia orgánica y débilmente
estructurados, características que potencian la susceptibilidad a la erosión
hídrica. Sobre ellos, la agricultura continua provoca un acelerado descenso del
contenido de materia orgánica y su degradación”, alertó Casas. Agregó que allí
las lluvias se concentran entre diciembre y marzo, y que por lo general caen en
forma de chaparrones de alta intensidad, con una fuerte capacidad erosiva. “En
la zona se registran procesos erosivos eólicos que no eran de importancia
cuando existía el bosque, pero que adquieren trascendencia sin él. En líneas
generales, todo esto no fue tenido en cuenta, ya que para éstos ambientes no se
recomienda el desmonte masivo, ni el monocultivo de soja”, dijo Casas.
En opinión del especialista, el proceso de desertificación
va dando señales, como la erosión del suelo; la salinización, y la alteración
del ciclo hidrológico, entre otras. “Indudablemente en parte de la región se
observan síntomas de que el proceso se ha iniciado: en el Chaco seco (Santiago
del Estero, este de Salta, sudeste de Catamarca y este de La Rioja) hay
procesos incipientes relacionados con la caída de la materia orgánica de los
suelos; la pérdida de estructura, y el aumento de los procesos eólicos”.
Como prácticas para mitigar la situación, Casas recomendó “volver
a un sistema de rotaciones, incluyendo trigo, maíz, sorgo y pasturas, que
permita mantener cobertura sobre el suelo e incrementar los niveles de carbono
de los mismos. Este sistema bajo siembra directa deberá incluir la
alternancia de franjas con monte nativo como elemento atenuador de los vientos
y como corredores verdes para conservación de biodiversidad”.
Adámoli destacó el papel fundamental que le cabe al sector
productivo, de tomar en cuenta lo ocurrido para elaborar medidas de tipo paliativo
para el futuro inmediato. “Lo anterior es importante, pero lo fundamental es
poder generar para el mediano plazo propuestas realistas que permitan mantener
la creación de riqueza, pero agregando como condición indispensable, la
generación de un marco de equidad social y de responsabilidad ambiental”. Tomado
de la nación de ar
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